sábado, 16 de julio de 2022

El factor humano

Entré en un chino, una tienda de esas que han degradado el estándar de decoración urbana de nuestras calles, y me encontré una escena que sólo puedo calificar de dantesca. El tendero no era chino, era moro. Ahora mismo se me escapa si moro es un término apreciado o despreciado por el movimiento de corrección política (creo que suspendería el certificado de nivel básico en corrección política pues me perdí en los albores de esta tendencia). Estaba enfadado, eso estaba clarísimo. La ira trasciende las lenguas. Eso es lo bello del lenguaje corporal: su universalidad. Trataba de echar de la tienda al cliente que estaba delante mía. El cliente o la cliente. No estoy segura. Podía ser un hombre vestido de mujer o una mujer vestida de hombre. El cliente o la cliente estaba sensiblemente avergonzado o avergonzada (quizás finalmente sí aprobaría el nivel básico de corrección política). No hacía falta que dijera nada. La vergüenza también trasciende lenguas. Pude entrever al niño detrás del adulto. Confesaba:

- Me he hecho pis.

Miré al suelo y efectivamente se había meado. No sentí asco. Sentí pena. Por el hombre o la mujer que confesaba como un crío que se había hecho pis, allí, delante del moro y de UNA, en aquella tienda gris, un viernes por la noche. Por el moro que regenta un chino y tendría que limpiarlo después. Sentí el enfado de éste y la vergüenza de aquel. No supe qué decir, testigo de esta escena tan tremendamente humana. ¿Cómo llega alguien a esto?, me pregunté afectada.

El factor humano en un chino.


Photo by David Clode on Unsplash


Fui a recoger a Dolfete hijo3 al colegio. Era uno de los últimos días de clase de junio. Mientras esperaba, vi salir a un chavalillo algo especial de otra clase y dirigirse impaciente a su padre, quien lo recoge todos los días religiosamente a las dos. Podía leerse en la cara del chiquillo que llevaba toda la mañana esperando el momento de ver a su padre para comunicarle un mensaje muy importante:

- ¡Papá, no quiero repetir!

El padre sonreía con perplejidad y callaba. Escuchaba conmovido.

- ¡Papá, no quiero repetir!- insistía el crío. - En esta clase tengo amigos. Mira.

Señalaba a tres o cuatro pequeños de su altura que se acercaban a él y lo abrazaban, como para demostrarle al padre que, efectivamente, ELLOS eran sus amigos y que, efectivamente, ésa era razón suficiente para no repetir.

A esas alturas de la escena, UNA no te sabe decir a ciencia cierta quién estaba más emocionado, si el padre o UNA. El factor humano en una escena de puerta de cole: 
La ternura con la que los amigos trataban de convencer al padre de que lo mejor sería no repetir curso;
la ilusión que el chico ponía en su misión imposible de intentar persuadir a su padre una vez más de no repetir con el argumento recién encontrado de la amistad;
y el turbor del padre a sabiendas de que iba a tener que frustrar los deseos de su niño sin lograr hacerle entender que sería por su bien y -UNA adivina- quizás también las dudas de estar haciendo lo correcto.
Pude sentirlo todo: la ternura, la ilusión, el turbor, la duda.


Photo by David Clode on Unsplash


Paseaba por la calle con mi madre. Pude verlo de lejos en una parada de autobus. Me recordó a Gusi hijo2. Quizás era un poco más alto, pero iba vestido con una equipación de fútbol como la de mi hijo y tenía el mismo aspecto desgarbado que él. Estaba solo y se le adivinaba inquieto. Se metía repetidamente las manos en los bolsillos. Registraba su mochila, metiendo casi hasta el cuello dentro. Entonces me vio. Quizás reconoció en mi mirada la de su madre, ya que UNA lo había estado observando con el parecido de mi adolescente mediano en mente. Lo vi acercarse. Tímido. Dubitativo. 

- ¿Me das dinero para el autobus?

Sin explicaciones. No "es que se me ha olvidado", no "es que he perdido el bonobus". Nada. Un adolescente que no tiene cómo volver de su entrenamiento y tiene que detener a una señora desconocida para pedirle dinero tiene que estar pasando un mal rato. Valiente, pensó UNA.

- Claro- le dije-. 

No le dije nada más. Ni consejos. Ni preguntas. Sólo 1,30 euros, como si se los estuviera dando a mi hijo. No. Mi hijo probablemente se llevaría el consejo y la pregunta con el 1,30.

Sentí su alivio. El factor humano en la parada del bus.

Esto. Lo que nos une. Sólo hace falta pausarse a extender con delicadeza la sensibilidad como un mantel para sentir lo que está sintiendo el otro. Entonces suceden anecdótas que contar, el factor humano como protagonista. 

¿Sabes? Al final todos somos una historia que contar. In the end, we'll all become stories, que decía Margaret Atwood.


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sábado, 9 de julio de 2022

#Carpe-Fucking-Diem

Te voy a contar cuál es uno de los generadores de culpa maternal por excelencia.

Dolfete hijo3 estaba aburrido. Era su 12 cumpleaños. Nos pillaba de vacaciones pero no podíamos ir a la playa porque hacía viento fuerte y levantaba la arena, así que estábamos decidiendo qué hacer. Adolfo estaba frustrado. ¡Qué mala suerte tengo! ¡Todo me sale mal! Así que UNA se puso su sombrero de entretenedora-oficial y empezó a listar sugerencias de actividades para una tarde gris estival. Por supuesto, todas eran encontradas con una negación rotunda por parte de la frustración de Dolfete hasta que se me ocurrió que podíamos ver vídeos de cuando era pequeño que sé que es una de sus actividades favoritas y, ¡ojo!, además es tiempo-de-pantalla. Las pantallas nunca fallan a las madres en apuros (aunque pueden ser otro generador-de-culpa pues no gozan de buena fama). 

Le puse en el ordenador una recopilación de vídeos y fotografías que le había confeccionado 2 años antes, cuando cumplía 10. Para cuando terminamos de ver el vídeo, UNA no podía seguir reprimiendo las lágrimas y rompió a llorar invadida por la nostalgia. Comparaba el pasado de mis criaturas, que eran tan ricas y tan monas, que me habían necesitado tanto y querido tanto, con el presente de mis dos adolescentes desgarbados más un pre-adolescente, que no hacen otra cosa que quejarse y llamarme pesada. “Cualquier tiempo pasado fue mejor” vino a cambiar el viento de la tarde por desazón y melancolía.

Mientras lloraba, había una parte de UNA que consiguió distanciarse y que me observaba con un poquillo de sorna. Peter, que suele complementar mi dramatismo con dosis de bajada-a-tierra, me miraba un poco obtuso:

- ¿No te da pena?- le preguntaba UNA. 

- Me da morriña- decía él- pero vamos…

- Pero vamos ¿qué?

- Que no todo sale en los vídeos y las fotos, que lo que sale es una selección de los momentos buenos… Que eran muy monos, sí, pero que no se nos olviden las tardes en urgencias, las noches sin dormir, las papillas de frutas, el cansancio…


Ahí identifiqué a esa parte de UNA que me observaba con sorna. La etapa infantil es muy bonita pero también no lo es (como casi todas las etapas en la vida). De eso no se chivan las fotos ni los vídeos que recopilamos, pues esto es como Instagram: no vas a colgar una foto de una pelea con tu pareja, lo que cuelgas es el beso en la puesta de sol. ¿O no? Nadie quiere ser testigo de tus miserias, ni siquiera tú misma.


Cuando ya ha pasado la vorágine, cuando te encuentras en otra etapa de la vida, el recuerdo es inmensamente depurativo y te trae como regalo llenarte la memoria de momentazos y de buenos-pequeños-momentos, pero trata de dejar al margen las pequeñas miserias de la vida diaria de aquella época que ya pasó.

Esto mismo que hacen las estampas visuales y recordatorios fílmicos lo hacían la mayoría de las lecturas a las que UNA dedicó tiempo en su afán incansable de aprender a ser mejor madre durante la infancia de mis hijos. Recuerdo concretamente una de esas lecturas. La autora se llama Rachel Macy Stafford y tiene varios libros. Creo que llegué a leer dos. Hands free Mama y Only Love Today. Probablemente no los terminé. En esa época no me daba tiempo a terminar los libros. Su movimiento se llama The Hands Free Revolution y básicamente te insta a disfrutar del momento de estar con tus hijos mientras dure, y te recuerda una y otra vez que ese momento no va a durar. Es decir, la nostalgia te la mete por todos los poros de tu cuerpo MIENTRAS estás inmersa en la propia época de la vida por la que vas a sentir nostalgia. UNA cayó en sus redes. La autora escribe muy bonito y es difícil no dejarse embaucar. 


El algoritmo de las redes sociales detectó pronto que UNA había sido apresada por esta nostalgia-prematura y empezaron a aparecerme memes del tipo: "Solamente tienes 18 veranos con tus hijos".


UNA tardó varios libros y un montón de memes más en darse cuenta de que estas lecturas no me estaban aportando otra cosa que una conciencia exacerbada del paso del tiempo, que ya de por sí suele estar presente en personas hipersensibles como UNA. Esta exacerbación tiene dos consecuencias tan inmediatas como implacables:

La primera es que provoca el efecto totalmente contrario. En vez de estar en el aquí y el ahora, tu cuerpo sigue aquí, en la vorágine, mientras tu mente anda anticipando la nostalgia que sentirás cuando tus hijos sean adolescentes y no hagan otra cosa que quejarse y llamarte pesada.

Además, y sobre todo, la exacerbación de la conciencia del paso del tiempo se convierte en un generador-de-culpa por excelencia. Cuando estás cansada o harta o deseando que los niños se acuesten o enfadada o histérica, ¿sabes lo que esta conciencia viene a posar en tu mente? Un buen puñado de deberías. 


Deberías estar disfrutando de esta época con tus hijos pues no dura.

Deberías estar feliz ahora que tus hijos son pequeños y comestibles y manejables y monos.

Deberías CARPE DIEM como las autoras de estos libros y estos memes.

 

Lo que más perpleja me dejaba, no obstante, es que las autoras de estos libros que te instan a aprovechar el momento con tus hijos tenían niños de esas edades y, sin embargo, encontraban tiempo también para escribir libros, posar perfectamente peinadas en redes sociales Y hacernos sentir fatal a las madres que no teníamos tiempo ni para terminar sus libros. 


Está bien. Está bien ser consciente del paso del tiempo como en El club de los poetas muertos para que el tiempo no te pase sin conciencia. Lo que UNA cree que no está bien es que esa conciencia esté tan presente que te robe el presente. Así que cada vez que no estés disfrutando del tiempo con tus hijos, que serán muchas las veces (porque ¡sorpresa! somos humanas y los conflictos familiares que no se ven en las fotos ni en los vídeos ni en los Instagrams existen); cada vez que te venga a visitar la culpa con sus deberías y sus carpe-diem-only-love-today y sus buenismos, regálale el mantra que UNA se elaboró como antídoto a esta culpa-de-nostalgia-anticipada:


Carpe-Fucking-Diem





Ya de paso, guardémonos todas de dar este consejo de disfrutar-el- momento-antes-de-que-el-momento-pase a las madres jóvenes y agobiadas, que ya van suficientemente agobiadas. Ya habrá tiempo para la nostalgia.


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