martes, 26 de enero de 2021

Todo oídos

Como profe de inglés, el examen oral más surrealista que he tenido que evaluar fue el de dos de mis alumnas adultas de nivel principiante hace ahora algunos años. Yo les había proporcionado los temas al grupo de clase con antelación y éstas, que eran no sólo compañeras, sino también amigas, se los habían preparado todos en casa concienzudamente. UNA siempre insiste en que las interacciones orales no pueden ser dos monólogos, que hay que reaccionar y preguntar ante las intervenciones del otro así que ellas, obedientes, se habían preparado un tándem de preguntas y respuestas y reacciones, de manera que verlas actuar era como asistir a un partido de tenis. El caso es que, en un momento dado del examen, cuando ya para mí era obvio que habían memorizado el diálogo por completo, una cometió un error garrafal y se saltó una de sus intervenciones sin darse cuenta, pasando automáticamente a la siguiente. Lo peor fue que su compañera tampoco lo percibió, y así continuó el ir-y-venir de preguntas y respuestas entre ellas pero éstas ya no casaban con aquellas: lo que una respondía no era lo que la otra preguntaba, sino lo que había preguntado en su intervención anterior. Iban cojas. Lo más dramático de todo el asunto es que en ningún momento ninguna de las dos se percató. Sencillamente no se escuchaban. Se limitaban a recitar las frases aprendidas de memoria, haciendo caso omiso de la intervención de la compañera. UNA en un momento dado dejó de tomar notas para observar, entre divertida y asombrada, lo que estaba pasando. Ni que decir tiene que suspendieron. Cuando terminó el examen y les hice caer en la cuenta de lo que había pasado, nos reímos las tres durante un rato.

Supongo que ya estás viendo venir la reflexión: 

No escuchamos

El tiempo de la escucha lo dedicamos a pensar en qué es lo que vamos a responder o, peor aún, a pensar en otra cosa, pero escuchar, no escuchamos. 

La vida política no es sino otro ejemplo de un examen oral surrealista, con consecuencias mucho más devastadoras. Los políticos traen la agenda puesta. En sus debates o en el congreso, hacen turnos para desplegar el ideario de su agenda y aprovechan los turnos ajenos para planear los siguientes propios, pero no escuchan. El escenario nacional, señores, sería muy distinto si dejaran ustedes caer su agenda para escuchar. Así vamos: cojos. Descasados. No es sólo que el otro-que-no-eres-tú puede que tenga algo interesante que aportar (si dejas caer tu agenda), sino además es que no hay nada, NADA, que cree más conexión entre dos seres humanos que sentirse escuchado.

Los conflictos, de pareja o en general, se enconan siempre por esa agenda que no dejamos caer. UNA ha venido a decirte
que me ha sentado mal eso que has hecho,
que me ha dolido,
que ha sido una falta de respeto,
que UNA nunca te hubiera hecho a ti algo así,
que ¿te acuerdas, cuando estuvimos en una situación parecida, cómo UNA reaccionó distinto?,
que tú tendrías que haber reaccionado como UNA esperaba que reaccionaras... 
...y da igual lo que tú me digas porque UNA oye bla-bla-bla, u ocasionalmente puede que UNA oiga ALGO que sirva para subrayar algún punto de la agenda de UNA, y con eso se queda UNA. El resto es puro bla-bla-bla.

No escuchamos

Las mujeres nos quejamos de que los hombres no escuchan. El popular chiste-meme va así:

- No me escuchas cuando te hablo, cari.
- Cualquier cosa, cari, una tortilla o algo ligerito.

UNA acusa a Peter de ello cuando lo ve distraído; de hecho, UNA sabe exactamente el momento en el que Peter desconecta porque ya nos conocemos. Peter lo niega, y repite lo último que UNA ha dicho:

- ¿Ves cómo te escuchaba?
- No me escuchabas. Me oías.
 

Una tortilla o algo ligerito. Este particular tándem nuestro también nos lo sabemos de memoria. 


Efectivamente, oír y escuchar son verbos muy distintos. Oír se hace con los oídos. Escuchar se hace con mente y cuerpo. Escuchar es presencia. Escuchar no es sólo oír lo que el-otro dice, sino
entreoír qué es lo que no dice,
leer los ojos,
traducir los gestos,
empaparnos de su energía
y agasajarle con la concentración de la energía propia en dicha escucha.
La escucha es estar atento a la narración del otro-que-no-eres-tú. Piénsalo: no hay nada más importante que la narración propia. Si escuchas, estás rindiendo homenaje a lo que a el-otro de verdad le importa. Ser todo oídos es una manera de afecto tan preciada como, sin embargo, escasa. Ser todo oídos supone dejar lo que estabas haciendo, recomponer tu postura y limpiar de una pasada la mente, para disponer la atención al servicio del discurso de el-otro. Sin agenda.

Cuando llegué a Córdoba desde mi Valladolid natal, una de las palabras más bonitas que UNA enseguida aprendió fue cucha. Tardé en enlazar que cucha viene de escucha. Me parece una combinación de letras linda para reclamar una atención que debiera venir dada por derecho, porque 

sentirse escuchado nutre.

Cucha,
lo bello es que puedes hacerlo a diario. Sólo tienes que dejar caer tu agenda.

Como madre, el regalo más nutritivo que UNA intenta hacer a sus hijos a diario es escucharlos. Peter dice que los escucho demasiado. UNA cree que eso no es posible. De nadie he aprendido tanto como de mis hijos. Pero, además, nada me ha conectado a mis hijos más que la escucha.

Hablando de sueños y pesadillas con Gusi hijo2 el otro día, me decía que va a hacer casi un año desde que empezó la pandemia y todavía, mientras duerme, nadie en sus sueños lleva mascarilla. Si UNA no hubiera estado escuchando, se habría perdido esta diminuta perla literaria.


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