domingo, 6 de noviembre de 2022

Continente

Recuerdo con nitidez la ilusión de nuestra primera excursión a CONTINENTE con mi madre. Acababan de abrirlo en Valladolid y fue todo un acontecimiento urbano pues era la primera gran superficie que se abría en la ciudad. Lo ubicaron cerca de lo que entonces se llamaba Manicomio y ahora supongo que se llamará Centro de Salud Mental, pues al movimiento de corrección política le ha dado por robarnos un término tan etimológicamente bello como es manicomio. Los locos, palabra igualmente ahora condenada, entraban en el hipermercado, mesmerizados como estábamos todos ante semejante despliegue de productos en ristras, y abrían los paquetes de galletas y patatas merendando a sus anchas sin la preocupación por ser pillados que les impondrían las medidas de seguridad actuales en estos centros comerciales. Hubo un antes y un después de Continente. Antes ibas a la carnicería a por la carne, a la pescadería a por el pescado, a la frutería a por la fruta, a la tienda de ultramarinos a por las legumbres, y a la droguería a por los productos de limpieza. De repente, ya no tenías que hacer esta especie de viacrucis consumidor por las diferentes estaciones locales. Cogías el coche y te trasladabas a Continente en un acontecimiento familiar sin precedente. De repente eran los 80 y podías satisfacer todas tus necesidades adquisitivas en un único lugar. Con sus luces y su música de fondo, el hipermercado te hacía sentir como si hubieras viajado al extranjero. 


La foto es de otro blog: Vallisoletvm


Ayer fue el decimoctavo aniversario de mi boda. Llevamos 29 años juntos. Salimos a comer fuera para celebrarlo y, a instancia mía, nos sentamos a re-evaluar nuestro matrimonio. A UNA le gusta aprovechar la oportunidad de ritual que ofrecen las fechas señaladas. Luego UNA a solas re-evaluó también al papel de UNA misma en la relación de pareja. Fue en esta reflexión a solas en la que me asaltó el recuerdo de CONTINENTE. UNA entró en el matrimonio con mentalidad de CONTINENTE, pensé. Básicamente, UNA tenía la expectativa de que todas sus necesidades fueran satisfechas por su relación de pareja. Todas las necesidades satisfechas por un único continente, el de la relación.

Esta expectativa, que ahora que la he vestido de palabras, salta a la vista que es una aberración, fue sin embargo a lo que nos educaron a esperar desde niñas. No me refiero tanto a casa: mi madre, en un ramalazo feminista muy foráneo a las mujeres de su generación, siempre insistió en que estudiáramos mucho y nos labrásemos un futuro para no tener que depender de ningún hombre. Me refiero, sobre todo, a la idea del amor romántico que se nos vendía, y sigue vendiéndose, desde el cine y la literatura, según la cual, una vez que encuentras a tu alma gemela, ya no tienes que seguir buscando nada fuera porque lo tienes todo dentro de la relación con ese alma gemela.

Peter no es mi alma gemela. No sé si existen las almas gemelas pero, si existen, sé que Peter no lo es. El mero pensamiento es hilarante: No hay nada menos gemelo a mi alma que Peter. Lo que sé es que de los problemas que tuviéramos en los primeros lustros de nuestro tiempo juntos, la parte de culpa que le toca a UNA es precisamente la de las expectativas de CONTINENTE. Efectivamente, UNA esperaba que Peter satisficiera todas y cada una de mis necesidades de manera que a UNA le bastara con ir al continente de nuestra relación para verse llena y suplida. Flaco favor le hacemos a nuestra pareja cuando le cargamos con el peso de una expectativa que tanto abarca, especialmente porque UNA necesita mucho.

La vida doméstica me ha ido enseñando que la carne del supermercado no tiene la misma calidad que la de una buena carnicería local, y mejor si es de pasto; que para el pescado, antes que al bandejero del hiper, mejor acudo al mercado a primera hora de la mañana; la fruta y la verdura me la traen hasta casa en una cesta ecológica de un huerto. Ya no la compro envasada en plástico en grandes superficies. UNA ha aprendido que la comodidad de CONTINENTE está bien, por supuesto que está bien, pero que hay ciertas cosas del día a día que es mejor comprarlas localmente.

Ese es, también, mi balance del matrimonio. UNA ha comprendido que hay ciertas necesidades que nunca podrá satisfacer ni mi relación de pareja ni Peter, y que no es justo exigirle ni a Peter ni a nuestra relación que lo hagan. Hay necesidades que UNA habrá de satisfacer en las relaciones de sororidad con las hermandades de mujeres (amigas, hermanas, compañeras de trabajo) pues precisan de un toque femenino que Peter nunca ha de tener; que, de hecho, mejor que no lo tenga. Pedirle peras al olmo es crear fricciones imposibles de resolver. Hay otros vacíos que he tenido que ir aprendiendo a llenar yo misma. De hecho, siento que en eso ha de consistir necesariamente la madurez, en ir ganando autoreferencia e ir perdiendo codependencia. También he descubierto que hay anhelos que en ambición han de quedar pues es condición humana la de anhelar. Y eso es también fuente de dopamina.

Para UNA, el matrimonio está siendo ese aprendizaje de ir soltando expectativas e ir distinguiendo entre las necesidades que espero ver satisfechas en mi relación de pareja y aquellas que he trasladado fuera de ese ámbito y he colocado en relaciones de otra índole, como la relación de UNA con UNA. 

Ahora compro local y todo está más sabroso.




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4 comentarios:

  1. Me sorprende mucho esa capacidad que tienes de "verte" desde fuera, con una especie de curiosidad de entomologo. Pocas personas son capaces de hacerlo con esa frialdad y precisión ante los errores propios.

    Me ha gustado lo de la mentalidad continente, es una muy buena descripción de las expectativas vs la realidad, la puñetera realidad.

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    1. Si bien la curiosidad efectivamente me ha permitido ganar distancia entre UNA y yo, y tomar ese rol de observadora que a menudo me salva la vida, no obstante pienso que el examen de conciencia es una práctica heredada de mi infancia religiosa que se ceba en la culpa. No estoy tan segura de que sea sano.

      Y en cuanto a la metáfora, Peter se quejaba anoche de que le comparase con un supermercado ;-)

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    2. Un exceso de autoconocimiento aderezado con culpa religiosa no puede ser bueno, no.

      Tus hijos/pareja, ¿leen lo que escribes?, si es así, enhorabuena, es un ejercicio de transparencia brutal (y tendré cuidado con lo que escribo ;) )

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    3. Mi pareja lo lee. O eso me dice. Mis hijos, supongo, se limitan a ver la foto en Instagram. Mis entradas son demasiado largas para esta generación.

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