viernes, 8 de octubre de 2021

Las cosas

En breve la familia-de-5 tendremos que mudarnos y UNA ha empezado ya a recoger las cosas y, al hacerlo, rebrota el síndrome de Demasiado y con ello, la ansiedad. 

No somos conscientes, en el día-a-día occidental, de que hemos convertido vivir en acumular. Cuanto más mayores somos, más cosas tenemos. La única ventaja, fíjate lo que te digo, de que nuestros hijos crezcan pegados a una pantalla, la única, es que como resultado tienen pocas cosas, probablemente muchas menos de las que nosotros tuviéramos a su edad, ya que muchas de sus posesiones son virtuales y les caben en un dispositivo de bolsillo. ¡Qué paradoja ver esto como ventajoso!

No somos conscientes tampoco en el día-a-día occidental de que el mundo se ha convertido en un escaparate. Las ofertas nos llegan cada vez que encendemos el móvil o abrimos la tapa del portátil. No hace falta ya salir de casa para ir de tiendas: la montaña viene a mahoma. Esta mañana me llegaron a través del whatsapp dos anuncios distintos de bolsos. Los dos bolsos me encantaron. A punto estuve de encargar uno. O los dos. Pero ¡ay, amiga! me estoy mudando y las cosas me pesan. Me están pesando. Así que decidí no encargar uno. Ni el otro. Porque no tengo necesidad de bolso. Me entró la necesidad a través del whatsapp.

No se trata sólo de la constante creación de necesidades por parte del mundo-escaparate. Se trata también de que comprar es una terapia (shopping therapy) que, a diferencia de otras vías de escape, es socialmente aceptable, incluso admirable en determinados círculos. Pero no te engañes, la adicción puede ser tan poderosa como la de una droga. Comprar produce cierta sensación de control y es ésta una sensación muy codiciada en épocas de incertidumbre: que se lo cuenten a Amazon durante el confinamiento pandémico. 

Quizás no compraríamos tanto y poseeríamos menos si no perdiéramos de vista el hecho irefutablemente cruel de que las cosas nos sobreviven. Hace unos días murió una tía mía muy querida. Fuimos a la despedida y el cuerpo estaba allí en exhibición al estilo de nuestra cultura-de-la-muerte. UNA pensó dos cosas. UNA pensó: ¡qué sola está! Sola, al otro lado del cristal, al otro lado de la vida, mientras todos-los-otros-que-no-somos-ELLA estamos a este lado del cristal, a este lado de la vida, mirándola, llorándola. Nacemos solos, vivimos solos, morimos solos. El otro pensamiento que acompañó a esta angustia fue: ¡qué desnuda se va! No se lleva nada. Todas sus cosas, T-O-D-A-S, la sobreviven. Nada te llevas. Todo se queda. ¿No es en cierto modo humillante que el materialismo que nos rodea perviva mientras lo-que-de-verdad-importa muere? Si este pensamiento te desasosiega, siempre puedes irte de compras-terapia.


Las cosas, mejor dicho, nuestro afán de poseerlas es además lo que se está cargando el mundo. Somos muchos y todos tenemos muchas cosas y quisiéramos tener más. De hecho, asusta un poco pensar que, si de repente a todos nos diera un ataque de minimalismo-zen y decidiéramos deshacernos de todas aquellas cosas que no son bellas ni imprescindibles; si, al estilo de Marie Kondo, decidiéramos desprendernos de todo aquello que no nos llena, ¿adónde iría ingente cantidad de basura? Porque somos muchos y todos tenemos muchas cosas.

Desde esta perspectiva, UNA quiere aplaudir iniciativas que quizás hayan surgido a partir de otras chispas, pero que sin duda apuntan a un equilibrio material más sereno. Me refiero, por ejemplo, a aplicaciones compra-venta de segunda mano (tipo wallapop) que, no sólo sirven al consumidor para ahorrarse unos euros, sino al mundo para ahorrarse un producto de desecho y otro producto nuevo-futuro deshecho. En la misma línea otras apps, como toogoodtogo, impiden que se desperdicie comida vendiéndose la pronta-a-caducar más barata.

En septiembre fuimos de senderismo a la montaña. Nos quedamos dos noches durmiendo a la intemperie a más de 3000 metros de altura. Todo lo que quisimos tener a esa altura, tuvimos que cargarlo sobre la espalda. Este ejercicio de selección del contenido de la mochila debiera hacerse obligatoria y regularmente porque, cuando sabes que habrás de cargar con ello y habrás de acarrearlo cuesta arriba, de repente mucho de lo-necesario deja de ser imprescindible y, cuando te quedas exclusivamente con lo-imprescindible, te das cuenta de que no necesitas tanto. No necesitas mucho. Apenas necesitas nada.

Pues eso. Pasamos por la vida acumulando lo-innecesario. UNA no se autoflagela por haber nacido en un mundo-escaparate. De hecho, escribo este post con la-licencia-de-la-incoherencia que me otorgó su autora desde la primera entrada. UNA es la primera que acota un día malo regalándose el placer de una nueva adquisición. ¡Ay, si UNA fuera rica! Pero trato a la vez de despertar a la conciencia que me genera mi mudanza mundana en ciernes. 


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2 comentarios:

  1. Es casi imposible escapar de ese afán de llenar nuestras vidas con porquerías que dejan de llamarnos la atención a los cinco minutos de tenerlas. Hace tiempo que he limitado mucho las cosas que compro, siempre las pienso diez veces y siempre intento que sea para sustituir algo que se ha roto y que necesito.

    Me has recordado dos frases de un libro que quizás no es gran cosa, pero tiene buenas enseñanzas. Una es la de lo que posees te acabará poseyendo y la otra es, tenemos trabajos que odiamos para comprar mierdas que no necesitamos.

    Pues eso.

    Saludos

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    1. Releyendo esta entrada, encontré tu comentario. ¿Recuerdas el libro que citas?

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Agradezco tus comentarios