viernes, 22 de octubre de 2021

La boca prestada

Estábamos viendo un partido de fútbol de Gusi hijo2. En las gradas había una madre teñida de amarillo-bayeta gritándole al árbitro auténticas barbaridades delante de su hijo y de los hijos de los demás padres y madres que la mirábamos abochornados. ¿Quién tuviera una boca prestada- pensé- y pudiera encararse con esta energúmena y decirle a la cara que provoca vergüenza ajena, que está haciendo un ridículo espantoso y que ojalá le reventaran la boca de un balonazo? Pero nos limitábamos a compartir miradas cómplices y a negar en desaprobación silenciosa con la cabeza. 
En eso consiste la educación, pensé también, en callarte lo que realmente piensas.


Es cierto, ¿o no? La infancia no tiene filtros. Parte de lo que hacemos al educar a nuestros hijos es enseñarles a cuándo se tienen que callar, cuándo no está bien visto decir lo que piensan. En realidad, vamos recortando las alas a la espontaneidad infantil. Todo el que tiene hijos recuerda ahora con ternura escenas que en su momento vivió con tremendo rubor de su hijo soltando por esa boca lo primero que se le cruzaba por la cabeza. UNA así, a voz de pronto, recuerda a Paul hijo1 preguntándole a mi amigo "¿y tú por qué estás tan gordo?", o llamándole con 4 años a una señora "puta" en su afán por poner a prueba su recién aprendida palabrota. 

En ese caracter regresivo a la infancia que impregna la tercera edad, los viejos también se van despojando de filtros adquiridos en la educación. Los criterios que dictaron la selección del contenido que escapa de sus bocas empiezan a ser sustituidos por un digo-lo-que-me-da-la-gana y me da igual a quién se lleve por delante mi discurso: me importa un comino, un bledo, un pepino, un rábano y todo el huerto. Llevo callado toda la vida y no me ha merecido la pena, parecen confesar. La vida es mucho más divertida cuando sueltas lo que piensas.

Cuando viví en Inglaterra, percibí enseguida que, además de un tema de edades, se trata de un tema cultural. Recuerdo una de mis primeras reuniones de trabajo. En la salida, un compañero me comentó: 
- ¡No veas la que se ha liado ahí dentro! 
UNA, recién llegada al país, se desconcertó pues no había percibido síntoma de lío alguno. Nadie había dicho nada improcedente, nadie había levantado la voz, nadie se había despeinado. Y es que los pullazos británicos van disfrazados de una capa de ironía y sarcasmo difícilmente perceptible desde el más inocente, impulsivo y directo insulto nacional español.

En esto siempre hay grados, claro está, que van desde la espontaneidad más absoluta hasta la corrección política más pulcra. Pongamos, por ejemplo, un campo frecuentemente minado como es el de las relaciones nueras-suegras (lo cual daría para otro post, uno que aliviaría ciertamente mucha pesadumbre en las madres jóvenes): Hay quien en estas aguas pantanosas abogaría por el "más vale ponerse una vez colorada que ciento amarilla"; y hay quien sin duda defendería el mantenimiento de ciertos protocolos que incluyan un alto grado de hipocresía en aras del equilibrio doméstico y matrimonial. Interesante tema de debate, cuando menos.

Además de edades y culturas, también la educación nos enseña a distinguir registros. Mientras que uno de los halagos más memorables que UNA ha recibido me vino de una colega que me alababa que UNA escuchara, callara y sólo hablara para destilar alhajas, Peter me acusa habitualmente de "no callarme ni una". A UNA sólo le queda agradecer a la madre naturaleza que, como especie, carezcamos de cráneos transparentes y cerebros descodificables pues si Peter pudiera ver todo lo que UNA calla, Peter ciertamente no daría crédito. Hay cerebros más productivos que otros en cuanto a verborrea mental se refiere, y el de UNA no goza de tregua. 

A veces, no obstante, aunque fuera por puro desahogo o por contribuir al equilibrio de la justicia en la tierra, agradeceríamos tener una boca prestada que nos permitiera decir, al más puro estilo infantil, las cosas que pensamos tal como las pensamos, a la madre del pelo amarillo-bayeta o a tu propia madre; al compañero de trabajo que te está poniendo difícil lo fácil o a tu propio hijo; a ese desconocido que invade tu espacio vital o a tu amiga del alma que no hizo el esfuerzo de empatizar; al vecino que canta durante tu siesta, al alumno que cree que es tu único alumno o a la tipa que escribe en un blog reflexiones sobre su vida mundana que no interesan a nadie más que a la tipa de la vida mundana. 
Y quedarte tan pancha pues la boca era prestada. Tu boca nunca diría ESO tan feo que has pensado porque tu boca está bien educada. Tu boca, de hecho, negaría que has pensado ESO tan feo que ha dicho la boca prestada.

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A raíz de la anécdota de la madre que increpaba al árbitro, os dejo este podcast sin desperdicio sobre el fútbol y los padres de Carles Capdevila en Educa como puedas:

1 comentario:

  1. Me ha gustado lo de la boca prestada, me habría venido bien muchas veces..

    Es un tema interesante que, con el paso de los años, he ido afrontando de maneras diferentes, cosa de la edad, como dices. Creo que, con educación, conviene decir las cosas que molestan, pero es verdad que callarse a veces parece la opción más sencilla.

    Lo de los ingleses siempre me ha parecido un poco de hipocresía, pero es verdad que tienen mucho arte en eso :)

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