miércoles, 7 de octubre de 2020

Elegir

El poder que otorga la ciencia a las teorías genéticas y el que otorga la pedagogía a las teorías educativas han dejado muy poco espacio para respirar a la libertad. Me estoy refiriendo al "es que soy así, no lo puedo evitar". ¿Visteis la película Las Amistades Peligrosas? "No lo puedo evitar" es la justificación que todo lo justifica, una frase-paraguas para cualquier chaparrón: Soy así, nací así, es mi carácter, mi temperamento, lo he heredado. 

No lo puedo evitar. 

Ésa sería la teoría genética. 

La otra, la pedagógica, es la que deposita toda la culpa sobre los padres. La criatura es así porque la madre (o el padre) es así, y la han educado de esa manera, o le han servido de modelo: la criatura no lo puede evitar porque lo ha mamado. 

Estos dos cuerpos teóricos, el genético y el pedagógico, que a menudo se reparten en porcentajes dependiendo del manual, han dejado, como digo, poco espacio a la libertad individual, al poder de la elección; y presentan a la criatura, y al adulto en que se termina convirtiendo la criatura, como víctima de sus genes y de la suerte de su educación. De este victimismo se aprovecha la psicología barata.

Elegir, no obstante, es sin duda la facultad más humana, de la que -calculo- carecen el resto de animales. La que nos distingue. Ante una misma situación, uno puede dejar que elijan los genes, puede dejar que elija la educación, o bien, puede apelar al poder humano de decidir, de elegir la reacción. Como la eLECCIÓN de mi hermAna narrada en El espacio dentro de la piel ante su esclerosis múltiple o la eLECCIÓN (profundamente agradecida) de mi rosa casi perfecta, de Valentina, ante su cáncer en El lazo rosa. Para poder elegir, hay que tener muy claros los valores. ¿Y quién se para en estos tiempos a calibrar los valores?

Valentina viaja ahora en mi mochila. A Valentina la despertaron de su sedación para despedirse de los suyos cuando ya todo estaba perdido. ¿Y qué hizo Valentina? Cuando ya estaba todo perdido, eligió. Eligió no darlo todo por perdido. Y, a través de su marido, desde su agonía nos mandó un mensaje a las amigas: "que no estemos tristes, que pensemos en ella con alegría"; y dejó en herencia un mensaje a sus tres seres más queridos: "que se quieran muchísimo, que hagan piña". En su final, Valentina no pensaba en Valentina; Valentina pensaba en el-otro-que-no-era-ella llevando así el valor de la empatía hasta su último eco.

La dignidad no es otra cosa que elegir bien una reacción. En la elección, por supuesto, entran en juego otros factores como el cansancio. Por muy claros que tengamos los valores, todas sabemos que somos mucho mejores madres recién levantadas que al final de un día de prisas y jaleo. Nuestros peores-momentos-madre siempre coinciden con falta de sueño, o con cansancio, e incluso hambre. Como los peores-momentos-criatura.

Ante la pérdida de dignidad por una mala elección, nos sentimos necesariamente mal. Ése es nuestro castigo. Siempre se lo digo a los niños: el peor castigo por haber hecho algo mal es cómo te sientes después de hacerlo; es la culpa. No hace falta otro. Por eso UNA no es partidaria de castigar. 

La culpa, a pesar de su amargura, es sin embargo el portal hacia la recuperación de la dignidad. No es cómo eres, no es que no puedas evitar cómo eres; es lo que has hecho, es que has elegido mal. Ante la culpa, siempre queda la posibilidad de pedir perdón. Pedir disculpas es otra elección que vuelve a hablar de ti, y lo hace bien y alto.

A mis pequeños también les digo que hay un momento en el que la labor educativa de UNA tiene un límite y que, más allá de ese límite, UNA no puede entrar: "Al final, tú eliges cómo quieres ser". UNA ya te ha enseñado a distinguir lo correcto de lo incorrecto: a estas alturas, ya lo sabes. Pero UNA no puede elegir por ti: tú eliges cómo quieres ser. Por poner un ejemplo, algo tan mundano como las palabrotas, que en casa a UNA no le gusta que se digan, "si tú luego decides decirlas fuera de casa, ésa es tu elección". UNA no puede, y sinceramente no quiere, controlar todo lo que hagas ni todo lo que digas, porque entonces no tendría hijos, sino marionetas. Y ya hemos hablado aquí de la caricatura que es una madre de marioneta.

A estas alturas, hijos míos, sólo espero haberos enseñado a hacer elecciones que os revistan de dignidad. Y que, cuando perdáis la dignidad por una mala elección, una elección cansada o hambrienta o soñolienta, sepáis recuperarla pidiendo perdón. 

Al final, lo que dota a la vida de sentido es saber ejercer la libertad individual teniendo al-otro-que-no-eres-tú en el corazón.


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