Para empezar, el ruido, que ya sabéis que en casa de UNA no brilla por su ausencia, se ha visto superado por el ruido mismo. Para jugar al Fortnite quedamos con los amigos, tú sabes: Ésta es su vida social ahora-que-no-hay-recreo. Para hablar con los amigos, usamos auriculares con micrófono, y eso exige gritar, claro, como cuando llegas a un país extranjero y no entiendes bien y la gente te grita porque parece pensar que lo que te pasa no es que no entiendas, sino que no oyes... Pues eso. No sé si mis hijos piensan que, como sus amigos están lejos, tienen que gritar para asegurarse de que les oyen, o es un efecto secundario inevitable de los auriculares, pero el caso es que UNA, que ya usaba a menudo tapones en los oídos como medida de prevención de la enajenación-mental-transitoria, ha tenido que hacerse con unos cascos de esos que se utilizan en las prácticas de tiro. Y ahora uso los cascos encima de los tapones, y aún así consigo oir las conversaciones surrealistas y plagadas de palabros más gordos que los propios jugadores del Fortnite.
Quizás, en vez de con los cascos para las prácticas de tiro, debiera haberme hecho con el arma en sí, porque es lo que necesitaría a la hora de arrancarles los mandos de las manos. UNA usa todas sus estrategias. Darles avisos: 15 minutos antes; 10 minutos antes; 5 minutos antes. UNA intenta sacarles de su ensimismamiento con preguntas sobre el juego en sí, como UNA ha leído se supone UNA debe hacer. ¡Pero da igual!
- Espera que me maten, mami.
Al cabo de un rato es UNA la que dice:
- ¡Espera que te mate yo!
Porque cada vez tardan más en matarlos y UNA quiere que los maten para que suelten el mando que ya quema. ¿A qué contexto hemos llegado en el que la frase "UNA quiere que maten a sus hijos" de repente cobra sentido para tantas madres?
- Ahí hay gente. Vete hacia la gente a ver si te matan.
Cuando sueltan el mando casi que empieza lo peor. El juego les altera, de eso no me cabe duda. La media hora después de que hayas logrado que dejen los mandos, esa media hora de pánico, pelean entre ellos seguro porque los niveles de agresividad están por las nubes y los de respeto por los suelos. No sé qué les hace el juego en los cerebros, pero les modifica el estado de ánimo como si de una droga se tratara.
UNA les ha propuesto el trato de tiempo de deporte a cambio de tiempo de pantalla. UNA está incluso seriamente considerando la posibilidad de usar técnicas de meditación como moneda de trueque por tiempo de Fortnite, a ver si así compensamos el daño.
Luego te piden que les compres una skin.
- ¿Una qué?
- Una skin.
- ¿Eso qué es?
- Un traje.
Espera.
Espera.
Un traje virtual para el muñeco virtual con el que juegan. UNA termina teniendo que re-explicar lo básico:
- Tú sabes que virtual significa que no existe, ¿no? Que no es real. Tú te compras una skin y ¿sabes lo que tienes? N-A-D-A. ¡No tienes nada!
Y UNA extiende y abre las manos vacías en el aire simultáneamente para que sus hijos visualicen qué significa N-A-D-A.
Pero ellos siguen pidiendo la skin porque su amigo no-sé-quién la tiene y es chulísima, y UNA tiene que seguir diciendo que NO, porque UNA trabaja mucho MUCHO como para que el dinero real del tiempo invertido en trabajar de UNA se vaya en una skin virtual de un juego que mis hijos insisten en justificar que es gratis. ¿¡Gratis!? El tío que inventó este juego se cubrió de gloria para siempre jamás pues se ha hecho de oro vendiendo skins virtuales para personajes no reales. Es decir: N-A-D-A.
Jugar a los cromos, jugar a las tabas, grabar cassettes de música, bailar el hula hoop, saltar a la comba, saltar a la goma, jugar al yoyó, jugar a las cartas, volar una cometa, hacer papiroflexia, montarse un teléfono con vasos de yogur, hacer un puzzle, montar en patín, jugar a las canicas, jugar al pañuelo, jugar al escondite, jugar a pillar.
Fortnite.
Lo único que le gusta a UNA del Fortnite es que muchos personajes son mujeres, mientras que en otros videojuegos casi todos son hombres. La que no se consuela es porque no quiere.
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