Ayer vivimos una escena de lo más maternal. Llegábamos Gusi hijo2 y UNA a casa de la playa, y encontramos un pajarillo joven asustado en una esquina de la entrada de acceso. El chiquitín evidentemente no sabía volar nada más que a nivel de suelo y a trompicones. Intentábamos torpemente cogerlo para subirlo a la terraza de arriba y que su madre pudiera así localizarlo mejor, pero en uno de estos intentos se escapó hacia la calle y, en su afán por evitarnos, se escondió debajo de un coche. Por miedo a que lo atropellaran o se lo zampara un gato, Gusi y UNA insistíamos en sacarlo empujando por un lateral de los bajos del coche con un cepillo de escoba y esperándolo en el otro lado, pero era inútil. El pajarillo pasaba por debajo de los coches aparcados sin que nosotros lográramos atraparlo. En esto salieron dos obreros de una de las casas de la calle y, al percatarse de la situación, tuvieron la buena voluntad de ayudarnos. Como ya éramos cuatro, teníamos todos los flancos del coche cubiertos y enseguida uno de los hombres cogió al pájaro entre las manos y me lo dio. El pájaro empezó a piar asustado. UNA sentía entre las manos la vibración de ese piar demasiado fuerte para una criatura tan pequeñita. Y entonces pasó.
De una casa vecina, salieron desesperados dos pájaros iguales al que sostenía entre las manos pero mucho mucho más grandes; piando igual pero mucho mucho más fuerte. Los pájaros, sobre todo uno de ellos, revoloteaban a mi alrededor de manera afilada, casi amenazante. El estruendo era tal que la dueña de aquella casa se asomó. Vio. Y entendió.
- El nido está aquí, -me dijo-. Dámelo.
Mientras, la pájaro-madre no cesaba de llorar y gritar a graznidos ante los gemidos de la cría entre mis palmas. De mano a mano, hicimos el trasvase del pajarillo a la dueña de la casa y, en el momento que ella posó sobre el nido a aquella cría deliciosa, el ruido, ese ruido desesperado, frustrado, angustiado, de los segundos precedentes, cesó y se hizo la paz.
Se me eriza la piel al recordar cómo la madre aullaba. Aullaba. No encuentro otra palabra que describa con más nitidez el sonido que la pájara emitía al saber a su pajarillo asustado entre mis dedos. Se acercaba a nosotros desafiante, como en aquella película de Hitchcock y, sin embargo, en ningún momento sentí miedo. Si hubiera podido hablar lenguaje-pájaro, le hubiera dicho:
- Te veo. Te veo, madre. Te siento. Te entiendo. Sé exactamente por lo que estás pasando.
UNA se refiere a esta faceta que existe en toda madre como la-loba. Es ese ramalazo salvaje que hay en todas y cada una de nosotras cuando nuestros lobeznos se encuentran amenazados. Es salvaje. No atiende a razones. Es puro instinto animal.
Lo salvaje es lo que UNA sintió cuando una niña mimada mayor tiró de un empujón a un Dolfete hijo3 chiquitín del columpio al suelo, y el columpio en su viaje de vuelta golpeó sin piedad a Dolfete en la cabeza. La-loba hubiera cogido a la niña y hubiera hecho una trenza con ella, como imagino habría hecho la pájara-madre ayer conmigo. O no. Quizás ella sabía que UNA-madre no iba a herir a su bebé.
Lo-salvaje es lo que UNA sintió cuando ingresaron a Gusi hijo2, a las tres semanas de vida, y me pusieron delante un montón de papeles que tenía que firmar para que le pudieran hacer una punción lumbar. Lo-salvaje me hacía temblar tanto que el médico se apiadó de UNA y me dijo:
-Bueno, nosotros se la hacemos y luego ya los lees.
Lo-salvaje es lo que UNA sintió cuando Paul hijo1 llamó llorando desde aquel campamento; cuando se destrozó la cara contra un banco del parque en un accidente de bicicleta; cuando siendo chico se nos despistó en el Hipercor.
Lo-salvaje es eso que se siente cuando el mundo es injusto con tu hijo, cuando le hacen daño, cuando sufre, cuando algo amenaza su futuro o su seguridad. Hay algo de la-loba en cada madre ahora que el coronavirus acecha con estropear el horizonte de nuestros pequeños.
A veces cuando Peter riñe a los niños en modo masculino-agresivo, a UNA le sale la-loba e interviene a defender a su lobezno a sabiendas de que es perjudicial abrir la brecha en el frente parental, pero es que lo-salvaje, como digo, no atiende a razones.
La-loba es más fuerte que UNA.
No se trata de sobreprotección. Hubo una seño de uno de mis hijos que gritaba más de la cuenta, y algunos niños sufrían, y algunas madres hicieron un grupo conspiratorio de whatsapp y metieron a UNA a sabiendas de que mi hijo era uno de los que sufría. Y UNA se salió del grupo de inmediato. Porque UNA no quiere que la-loba le evite a su hijo los sentimientos "negativos". UNA, de hecho, cree que de lo más importante que se puede aprender en la infancia se encuentra precisamente el aprender a estar con los sentimientos incómodos. UNA no quiere que la-loba les prive de oportunidades de aprendizaje. Aquí la-loba de UNA tendrá que dar un pasito para atrás. Hay madres demasiado lobas que hacen de sus hijos marionetas, como ya relaté.
Pero cuando la situación es salvaje, la-loba no tiene límites.
El verano pasado Gusi hijo2 tenía 12 años. Hace ya mucho que UNA no puede cogerlo en brazos. De hecho, UNA no recuerda cuándo fue la última vez que lo cogió en brazos. Ya no puedo con él y, por supuesto, él tampoco querría. Como debe ser. Como, de hecho, es. Pues bien. Estábamos de vacaciones en un precioso hotel de Extremadura cuando a Gusi, que jugaba en el jardín, se le cayó encima de la pierna una mesa de piedra que, después nos dijeron, podría pesar perfectamente 100 kilos. A UNA le pilló no demasiado cerca pero reconocí de lejos los gritos y el llanto de mi criatura, como la madre-pájara ayer. En los segundos que tardé en recorrer el espacio que nos separaba, Peter y otro hombre fornido habían logrado levantar la mesa y arrastrar a Gusi hijo2 fuera de su trampa de piedra.
UNA que llevaba años sin tener a su bebé en brazos, UNA que ya no podía físicamente con él, lo cogió en brazos como si de una pluma se tratara y corrió con él en volandas hasta la habitación del hotel. Muchas veces después me he preguntado cómo lo hice, y la única respuesta que encuentro es que no fue UNA: fue la-loba.
Lo-salvaje que hay en UNA.
Cuidado con la-loba.
Muerde.
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