miércoles, 8 de julio de 2020

Los inventarios fútiles

Los inventarios fútiles es el nombre más apropiado que he encontrado para una técnica del victimismo que suele destilarse en la diarrea mental de la maternidad, aunque no es exclusiva de ésta. Puede ser dinámica común en las relaciones de pareja o hacer acto de presencia en el trabajo o la amistad y, en general, en cualquier relación viciada en la que uno de los componentes haga el papel de Ms Victim, personaje que ya os identifiqué en otra entrada [La bomba de UNA (o mi templo de dos horas)].
Hacer un inventario fútil consiste en hacer una lista, a menudo mental, en ocasiones verbal, de todas esas cosas que haces que merecerían reconocimiento y que, más a menudo que no, no lo obtienen. 
Te pongo una ejemplo a ver si reconoces la técnica (aunque si rebobinas mi blog seguro que te topas con alguno):

Es el cumpleaños de tu hijo que estrena adolescencia y la compañía telefónica no ha activado la tarjeta de móvil que habría de ser su regalo de cumpleaños. Tu hijo, que esperaba la tarjeta con avidez, está seriamente decepcionado y te lo expresa con una retahíla de quejas y lamentos que, a medida que van ganando en intensidad, van aumentando en ti la dosis de victimismo. Comienza el inventario fútil que, dependiendo de tus niveles de paciencia para la validación ese día, puede ser mental (es decir, no llegas a verbalizar) o puede ser verbal (pudiendo alcanzar en un momento dado altos niveles de decibelios): 
Me he pasado toda la semana ocupándome de tu p*** cumpleaños (nótese que si es mental no hacen falta los asteriscos), te he preparado una fiesta con amigos, he comprado Y preparado la merienda, te he encargado la tarta de tu sabor favorito, te he compuesto un vídeo con las fotos más pizpiretas de tu cándida infancia, toda la familia me ha encargado tus regalos así que he recorrido las tiendas en busca de los objetos que más pudieran deleitarte... ¿¡y a cambio lo que recibo son tus quejas y lamentos porque no puedes estrenar línea de móvil justo hoy!? 
El inventario fútil suele ir precedido del "encima de que". Tu pareja se olvida de tu aniversario de bodas.
Encima de que te he preparado una celebración romántica por sorpresa. 
Encima de que he conseguido que mi hermana se quede con los niños. 
Encima de que me fijé hace semanas en aquel escaparate que admirabas y volví a por ello para poder regalártelo hoy. 
Encima de que llevo aguantándote toda la vida...
¡Encima!, se te olvida nuestro aniversario.
Cabe destacar que en esta segunda interacción el susodicho no era siquiera consciente de todos los supuestos de los que estaba encima

El caso es que los inventarios fútiles -atenta a esto- sólo son interesantes para Ms Victim, que es la que los elabora. Son un proceso creativo en sí mismo. Cuantas más vueltas le das al inventario, cuanto más se lo relatas a amigas y hermanas, más cosas encuentras para añadir a la lista. ¿Cómo pudiste dejar atrás en la primera ronda de la lista aquello TAN sacrificado que también hiciste por el-otro? 

Para el resto del mundo, sin embargo, los inventarios fútiles son muy pero que muy aburridos. 
Agotan. 
Desesperan. 
Exasperan. 

Para empezar, conviene reflexionar sobre cómo uno de estos inventarios hace sentir al recipiente. La pregunta obvia que salta a la vista es: 
¿Acaso yo te he pedido que hagas todas esas cosas por mí? 
La respuesta obvia seguramente sea que no.
Si no te lo he pedido, ¿por qué habría de estarte agradecido? 
Lo cierto es que salió de ti hacer todas esas cosas de tu lista soporífera. Fueron iniciativa tuya. 
¿Por qué me exiges ahora reconocimiento por algo que nadie te ha pedido?
Contra esta lógica aplastante, no hay argumento alguno redentor.

Los inventarios fútiles alcanzan un nivel absurdo en la maternidad, especialmente en etapas adolescentes, cuando el 
"pues no haberme tenido" 
y el
"yo no pedí venir al mundo"
van ganando terreno. 
Es decir, la madre-del-adolescente ha de estar preparada para la ingratitud. El conflicto, cree UNA, es la generación que estamos protagonizando a caballo entre dos mundos: por un lado, tenemos de modelo a una generación de madres sacrificadas que, como la mía, daban por los hijos el tiempo, la energía y la vida propia sin planteárselo, sin cuestionárselo, con la aceptación de ese papel como única bandera. 
Por otro lado, estamos nosotras, con la incómoda tarea de poner a cada cual en el sitio que le corresponde, empezando por el padre, y continuando por la defensa de nuestro derecho a trabajar fuera y a no trabajarlo todo dentro. Pero la maternidad sigue exigiendo sacrificio y en ese afán por ir recolocando el-todo, el sacrificio no nos sale tan natural como a nuestras madres, o por lo menos no a todas, o por lo menos no a UNA, y empezamos a exigir que se nos reconozca a través de los inventarios de las distintas facetas de nuestro sacrificio. Lo que antes se daba por sentado ahora nos negamos a que se dé por sentado porque simplemente no era justo que se diera por sentado.
Pero, como vengo a decirte, estos inventarios son fútiles para el que los escucha. Resultan inútiles. Como ya te conté en El último invento, el reconocimiento auténtico habrá de brotar de dentro.

Restan dos opciones: una, es hacer el sacrificio sin esperar el reconocimiento. Sin esperar, fíjate, siquiera que se den cuenta, que lo vean: recuerda que estás en el ángulo muerto. Quizás estés creando un recuerdo que un día genere cierta gratitud, pero desde luego no la esperes ahora. También te digo que existe un placer indescriptible en hacer las cosas por el mero hecho de hacerlas, sin retroalimentación alguna. Existe la paz con UNA misma que se desprende de la coherencia y la simplicidad del lo-hago-porque-te-quiero. Quizás ése era el secreto del sacrificio bienhumorado de nuestras madres, aunque más bien lo achaco a la conformidad con la distribución de roles entonces imperante.
La otra opción consiste en reducir al mínimo, simplificar el inventario, el número de cosas que haces. Tachar los ítemes en la lista de cosas por hacer que no sean imprescindibles para la salud mental del personal involucrado, incluida la tuya. Sobre todo la tuya.
Yo creo que la clave está en no decantarse por ninguna de estas dos opciones de modo tajante, sino en ir combinándolas según tus niveles de energía y de humor, sin olvidar nunca el derecho al descanso de UNA para que Ms Victim no nos aburra ni nos enerve pues, al final, los inventarios fútiles no hacen otra cosa sino añadir argumentos a la lista ya larga de razones que tiene una madre para sentirse víctima en la ingrata tarea de la maternidad, especialmente en un mundo familiar machista y un mundo laboral no conciliador. Los inventarios fútiles son un hábito mental que echa leña al fuego, a tu fuego. No te hagas ese flaco favor. Remueve cosas de la lista o bien abraza el altruismo, que campa a sus anchas una vez liberado por la ingratitud. 
Las sorpresas revelan mucho del que sorprende, poco del sorprendido. 

Deja que lo que hagas hable de ti y no le restes valor inventariándolo. 





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