Gran parte de la gente que conozco considera la meditación una moda New Age, una pijada hippie. No lo han probado porque les parece una pérdida de tiempo brutal sentarse en silencio sin hacer nada. Un aburrimiento inútil. Si se diera el caso de que llegaran a probarlo, se enconarían aún más en sus creencias, pues la meditación no es para probarla: probarla de manera ocasional no produce el efecto deseado. No produce, de hecho, efecto alguno más allá de la confirmación del aburrimiento y la inutilidad que profetizaba el escéptico.
La meditación es para convertirla en una práctica regular, en un hábito que se incruste en tu vida diaria y, sólo entonces, la transforme.
Me gustaría poder presumir de tener esta práctica integrada, pero no es así. Sin embargo, a estas alturas sí la he practicado lo suficiente como para poder sospechar y empezar a deleitarme con algunos de los efectos que produce. Para UNA son dos principalmente los efectos y ambos tienen que ver con la palabra:
te deja leer la mente
y te deja escribir en la mente.
Se resumen pronto pero a mí me ha llevado una vida llegar hasta aquí y me queda otra vida para incorporarlo.
LEER la mente
Darte cuenta de lo que estás pensando.
Parece fácil pero no lo es: Pensar sucede la mayor parte del tiempo de forma automática.
UNA es de las que, ante cualquier situación, suele desencadenar un torrente de pensamientos en plan intensivo: pensar... pensar... pensar... pensar..., como en aquellos dibujos animados.
Normalmente esto desemboca en la preocupación obsesiva sobre el tema en cuestión lo cual no facilita en nada la salida: Ver la solución.
La meditación, cuando regular, permite abrir claros, te muestra los pensamientos como si fuera OTRA la que los estuviera pensando y no UNA, te lleva a desenredar y ver cómo un pensamiento te ha conducido al siguiente y cuál fue el pensamiento original que desencadenó el torrente. Sospecho que, con la práctica, te da el poder incluso de frenar el torrente antes de que se desencadene.
Imagina una situación cualquiera. Cualquier situación que te tenga preocupada estos días respecto a tus hijos: Que lleva una racha que no come, o que no duerme, o que tiene muchas pesadillas, o que no quiere estar solo, o que dice muchas palabrotas, o que te contesta fatal, o que llora antes de entrar al cole, o que es el único niño de su clase que no quiere ir a la excursión, o que está muy agresivo. Cualquiera de estas situaciones para una mente ansiosa como la de UNA es una oportunidad estupenda para rumiar sin cesar:
¿Y por qué llora a diario antes de entrar al cole?
¿Le pasará algo que no me quiere contar?
¿Le estarán haciendo bullying?
¿Tendrá algún problema de personalidad que no detecto?
¿Lo estaré haciendo mal como madre y estaré creándole ansiedad de separación?
¿Esto le va a durar para siempre?
¿Y hasta cuándo me va a durar a mi la paciencia?
Lo que aporta la meditación es la conciencia de que el desasosiego, el malestar, no me lo está produciendo el hecho de que el niño llore antes de entrar al cole; el malestar procede de la historia que yo me estoy contando al respecto de su llanto, de mi torrente. Elegir lo que piensas es la clave:
Esto es lo que toca ahora: Acompañar el llanto matutino de mi bebé antes de entrar al cole, hasta que se le pase, que se le pasará pronto.
Seguro.
Confío en él.
Confío en mí.
¿Ves la diferencia? Está claro que la madre que no rumia el torrente y elige estos pensamientos estará más disponible para su hijo.
A elegir se aprende meditando:
A elegir se aprende meditando:
Estás en una parada de autobús y pasa un autobús cada segundo y te montas en cada autobús que pasa. Es agotador
Estás en una parada de autobús y pasa un autobús cada segundo pero tú no te montas en cada autobús que pasa. Sólo coges los que van a tu destino.
Estas dos estaciones son el antes y el después de una práctica meditativa consistente.
ESCRIBIR en la mente
Escribir en la mente es una estrategia que aprendí en un curso de educación respetuosa y que sólo pude activar y hacer mía una vez que empecé a meditar de manera más regular. Escribir en la mente es genial. Si eres madre, te ahorra dosis ingentes de culpa.
UNA está en una interacción con su hijo. Y a UNA le vienen palabras-non-gratas. Pues bien, UNA coge esas palabras y en vez de mandarlas directamente a la boca, lo cual es el camino de menor resistencia, UNA se imagina que está escribiendo esas palabras en su mente. En el curso nos decían que imaginásemos una pizarra en la mente: Ahí las escribes. Pizarra, cuaderno o pantalla de ordenador: Eso es lo de menos. Lo de más es que en vez de preguntarle a tu hijo:
Esta historia que me estás contando que es super-mega-hiper aburrida, ¿acabará antes de fin de año?,
escribes la pregunta en tu mente y, mientras estás escribiéndola, mientras te fijas en cómo van apareciendo las palabras en esa pizarra de tu mente, tu rostro aparece relajado ante el hijo que piensa que le estás escuchando y que realmente su historia te interesa. Fíjate que no se trata de fingir. No le quitas valor al aburrimiento que sientes; al contrario, se lo das. Pero se lo ahorras a tu hijo.
Se trata de escribir lo que realmente quisieras decir:
Se trata de escribir lo que realmente quisieras decir:
¿Te crees que el mundo está diseñado para ti como en el show de Truman?
Estoy deseando que te acuestes y me dejes en paz porque hoy ya he tenido bastantes dosis de ti y necesito que te apagues un ratito
Si me llamas una vez más, creo que voy a gritar
Me preocupa no saber si estás insoportable o eres insoportable
¿Este comportamiento es normal en niños de tu edad o debería empezar a programar las visitas al centro de menores?
Todas estas lindezas no son más que palabras que no tienen tanto que ver con lo que sientes por tu hijo sino con un momento irritable o airado. Recuerda: Los hijos ponen muy nerviosa. Tú no quieres crear más desconexión que la ya propia del momento ni hacer heridas de las que dejan cicatriz y arrastran culpa. Pero tampoco puedes evitar lo que piensas ni lo que sientes en ese momento así que, ¿qué haces? Prestarle atención, escribirlo en tu mente, pero no llegar a soltarlo por la boca. PARA no llegar a soltarlo por la boca. Y le ahorras a tu hijo la herida y a ti la culpa. Esto es más fácil de contar que de hacer, ¡por supuesto! Lo que UNA sabe es que una práctica meditativa regular, a modo de bozal, ayuda a desenrollar la pizarra en la mente y escribir en ella. En las épocas en las que UNA medita regularmente, tiene rollos enteros de palabras escritas en la mente. En las épocas en las que gana la resistencia y UNA no medita, acumula culpa. La diferencia es terapéutica.
En vez de una pizarra, puedes hacerte con una pantalla mental en la que, en vez de palabras, despliegas imágenes de todo lo que le harías a tu hijo en el momento justo de la irritabilidad. Peter y yo a veces nos lo contamos: Lo llamamos "el desahogo". Antes de que sigas leyendo, te aviso de que es políticamente incorrecto:
Le retorcería el cuello
Le amordazaría para que se callara
Le colgaría de un ventilador y le tendría dando vueltas hasta que se pusiera bizco
Le clavaría las uñas mientras me lo llevo de la mano a ese sitio donde se niega a ir
El repertorio es tan imaginativo como creativa la ira. Lo que UNA sabe es que la incorrección política está justificada por la evitación de la tragedia y de la culpa. Es decir, si admitiendo y aceptando lo que tendrías ganas de hacer en ese momento consigues aguantarte las ganas de hacerlo, bendito el desahogo. Por supuesto exageramos:
Tú no le retorcerías el cuello a tu hijo.
Pero a veces se lo apretarías un poco más de la cuenta con gusto.
¿O no?
Si la respuesta es no, gozas de mi admiración y respeto mientras te reto a esperar a la adolescencia para volver a hacerte esta pregunta.
Antes de tener hijos, recuerdo que mi cuñada que ya los tenía y estaba agotada por la falta de sueño (y por los hijos), me dijo bromeando que podía entender perfectamente a los padres que les apagaban colillas a sus hijos en la espalda o los tiraban por el balcón.
UNA pensó:
¡Qué barbaridad!
Pero cuando UNA tuvo hijos, y a UNA empezó a faltarle el sueño, UNA empezó a entender también. No subestimes nunca lo que puede hacer el agotamiento. UNA se asustó de poder entender el desquicie al que te puede empujar una mala gestión de los pensamientos. Fue entonces cuando UNA decidió meditar.
Para poder gestionar los pensamientos.
Para poder decidir: Con éste me quedo porque me es útil y éste lo desecho porque no me conviene.
Para poder gestionar los pensamientos.
Para poder decidir: Con éste me quedo porque me es útil y éste lo desecho porque no me conviene.
Para poder escribir las palabras en la pizarra de la mente y no materializarlas en un discurso hiriente con los niños.
Para poder visualizar "las torturas" en la pantalla de la mente y no convertirlas en acción en mis interacciones con los tres monstruos.
Meditar facilita el abrazo a la ambigüedad, te permite reconocer que hay una parte de ti que es un poco bruja y te ayuda a mantenerla dentro de las fronteras de tus pensamientos... la mayor parte del tiempo. Ahí está bien y tus hijos seguros. Pasé gran parte de mis años-de-madre flagelándome por la existencia de la bruja. Luego decidí aliarme con ella y, con gentileza y amabilidad, componentes esenciales de una práctica meditativa, mantenerla en la medida de lo posible confinada en esa casa de locos que es la mente.
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