jueves, 19 de septiembre de 2019

Hermandad de mujeres


Si tuviera que hacer una lista de las cosas que me han mantenido cuerda durante mis años-de-madre, no dudaría en poner en un lugar prominente mi cita mensual con mis amigas. Una vez al mes vienen a casa, me hacen el favor de venir a casa porque UNA sola con los tres monstruos no puede salir, y me mantienen sana en el sentido inglés, sane, es decir, evitan que me vuelva loca.

No se trata tanto de las cervezas verdes que nos hincamos juntas, que son unas cuantas, ni siquiera de las risas, que nos hincamos otras cuantas, sino que se trata de que vienen a normalizar.

Las amigas normalizan

Ese comportamiento que tú pensabas que te hacía diferente, ese sentimiento o pensamiento que tú pensabas que te hacía especial, en el mal sentido de la palabra “especial”, resulta que es normal, y sólo cuando estás con tus amigas y te muestras vulnerable y te confiesas... de repente dejas de recibir la penitencia que tú te imponías, y el dolor de los pecados que tú te imponías, y empiezas a recibir compasión y un montón de yo-tambiénes y un montón de sé-perfectamente-de-lo-que-me-hablas y te-entiendo y me-río y te-quieroY después de haberte sentido como un bicho raro y malo en tus entrañas, de repente vuelves a sentirte normal. Menos rara. Menos mala-madre. Es reconfortante. Es un alivio. Una ducha de compasión después de una sudada de culpa.

UNA venía sintiéndose culpable porque UNA cuando está sola es UNA-ZEN. Tendrías que verme. Sentirías admiración. Hago yoga. Medito. Escribo poesía. Tengo un cuaderno donde colecciono dibujos de las sensaciones corporales de los sentimientos. Soy el Sensei, el Buda: reboso paz interior. Más o menos.

[Dejo aquí un espacio para los ojos en blanco de Peter marido]

Y de repente aparecen. Ellos: los niños. De primeras UNA es un encanto: ¡UNA se alegra tanto de verlos! 
Son la inspiración de UNA. 
La razón de mantener la existencia de UNA. 
Hasta que... empiezan a pulsar los botones de UNA, a tensar las cuerdas de UNA, a irritar a UNA, a ponerla nerviosa... 

...lechuga, íbamos tan bien, y ya no aguanto más...

Todo el proceso de desarrollo personal de UNA ¡a la mierda! en una tarde ordenando armarios con los niños. Así de claro te lo cuento. 

¿Y qué pasa después? Ya lo sabemos.
Que UNA se siente fatal. 

¿Cómo puede ser que UNA sea como si fuera UNA y OTRA completamente diferente? 

¿Y qué pasa después? 
Que llegan las amigas, un jueves, con su ensalada Waldorf en la mano, y su jamón, y su botella de vino blanco, y te escuchan y te entienden, porque ellas también han estado ahí, y te cuentan lo felices que son cuando el niño está en el cole por la mañana, o lo irritadas que se ponen cuando entran en un aula llena de adolescentes, o lo entusiasmadas que van a recoger a sus niños al cole para maldecirlos tan sólo cinco minutos después...
¿Y sabes ese alivio que sientes al suspirar? ESO es lo que te aporta un puñado de amigas que no juzga... un puñado de amigas que te acompaña en ese proceso de crecimiento personal que llamamos maternidad
Porque para mí ESO es la maternidad:

Querer cada día SER mejor persona para tus hijos

En ESO me cambió ser madre: 

En decidir de manera consciente hacer el esfuerzo de SER mejor persona

Si eres madre, y si no lo eres también, asegúrate de tener tu female bonding, ese círculo de amigAs (A-M-I-G-A-S... no sólo la A en mayúscula) que te recuerdan que no estás sola y que, aunque lo estuvieras, 

Todo es normal

Todo está bien

Hay pocas cosas en la vida más valiosas.

sábado, 14 de septiembre de 2019

Mucho ruido y muchas nueces


UNA que odió Torrente con todas sus fuerzas, ha visto ya dos veces la película de Santiago Segura que ya os cité en el post del whatsapp. Supongo que el tema de la identificación, del me-too, del yo-también, es lo que me atrae a esta comedia. En un momento de la película el padre-no-hay-más-que-uno desbordado dice:  Apreciamos poco el silencio

Apreciamos poco el silencio.

Creo que el silencio es una de tantas cosas que sólo se aprecia cuando te lo quitan. Y a mí me lo quitan a diario. Por eso lo aprecio tanto.

Una amiga me preguntó por qué UNA habla tan bajito. Le contesté que me veo en la necesidad de hacerlo para compensar el nivel de decibelios en casa. Ella pensó que bromeaba. Pero UNA de verdad que se siente abrumada con tanto ruido. Es atronador. 

Hace no mucho leí que se ha creado una nueva etiqueta, HSP, en inglés Highly-Sensitive People, personas altamente sensibles: Entre sus rasgos más prominentes, se encuentra el de sentirse especialmente afectada por el ruido en general, así que he decidido que UNA encaja perfectamente en esta definición y que a partir de ahora, UNA es HSP. 
¡Cuidado: Frágil!

Gran parte de la vida-de-madre de UNA, de hecho, me la he pasado intentando compensar los ruidos en casa, sustituyendo las pelotas de ping-pong por otras de espuma, pinchando o escondiendo pelotas para que no jueguen al fútbol en el salón, alfombrándolo todo para que, cuando sustituyan la pelota pinchada o escondida por calcetines o peluches y le den a aquella estatuilla de Sargadelos que ilusa compré de soltera, no caiga tan estrepitosamente al suelo.
Por la ley de Murphy, lo que se cae al suelo en casa siempre encaja en una de estas dos categorías: 
O bien, como la estatuilla, se rompe con estruendo, estruendo que viene a atenuar la tan apreciada-por-los-vecinos alfombra de ikea que nos insonoriza a la vez que nos envuelve -especialmente en verano- en el calor del hogar; 
O bien lo que se cae tiene muchas partes chiquitas, como la caja de los legos o la bandeja de los lápices de colores, que se empeñan en distribuirse por todos los rincones de la habitación y bajos de los muebles, y no reaparecer hasta el día de la limpieza a fondo que habrá necesariamente de coincidir con el día de la tan ansiada-por-los-vecinos mudanza.

Luego están los días a grito pelado, confesión que ya hice en su momento: Ahí el nivel de decibelios de UNA no tiene nada que envidiar al del entorno más inmediato. Y, ya sabemos:


 madre que grita + padre que grita = hijos que gritan

Esta operación apenas tiene excepciones.

Mi casa, desde que nos despertamos hasta que nos acostamos, es un desfile de pura onomatopeya: ¡aj! y ¡puaj!¡zas! y ¡paf! ¡catapumba! y ¡pumba! y ¡ejem, ejem! ¡buuum!¡pum! ¡plaf! y ¡clonc! y ¡ay! ¡gr…! y muchos más ¡zas!...

Pero también de chuic y mua¡ja, ja! y ¡je, je! y ñam, ñam y bla, bla...

Y sobre todo de ¡chist! y ¡chiss! y ¡chsss! 

UNA ha llegado a ponerse tapones en los oídos para poder disfrutar del rato de arreglarse un sábado antes de salir (eso fue el sábado que salí).

No sólo UNA aprecia más el silencio desde que es madre: Los que me conocen de cerca saben que durante el curso me levanto entre las cinco y las seis de la mañana, en gran parte para poder disfrutar del silencio antes de la vorágine. Pero es que, además, cuando lo habitual es el ruido, el silencio de repente se vuelve sospechoso. Y cuando no los escuchas, 
¡vete a ver!,
porque seguro algo están tramando o están inmersos en alguna acción domésticamente ilegal. Te lo puedo garantizar por el aval que me da la experiencia.

Me entretiene pensar que hay una modalidad de meditación que se llama Mindfulness of Sounds, atención plena a los sonidos. Reto al que la ideó a pasarse unos minutos por mi casa, a ver qué opina luego sobre el potencial de relajación de esta técnica meditativa.


Y es que en el rato que llevo escribiendo este post, he estado escuchando a Dolfete hijo3 deslizarse pasillo arriba, pasillo abajo sobre un skate; a Paul hijo1 cantando trap 😱;  a Gusi hijo2 jugando con un finger skate; a Dolfete lanzando contra el armario una pelotita molestísima que me he arrepentido repetidamente de haberle regalado en su bomba, a Paul peleando con Dolfete, a Dolfete peleando con Gusi, y a Peter gritándoles a los tres para que bajen el volumen.

Algo me dice, no obstante, que llegará un día en el que echaré de menos todos estos ruidos. 
Mientras tanto, me conformo con no volverme (más) loca.

lunes, 9 de septiembre de 2019

Hace septiembre

Hace septiembre y UNA tiene desazón.

Cuando era pequeña, me encantaba septiembre. Mi madre nos llevaba cada año una tarde de septiembre a las cuatro hermanas a comprar los libros del nuevo curso, y ese olor a páginas nuevas y forros de plástico me devuelve siempre a esos días de estreno de mi infancia, de comienzos y recomienzos, de nuevas oportunidades. UNA es fan acérrima del "Empiezo Hoy".

Pero desde que UNA es madre, septiembre ha perdido su encanto. Septiembre desazona.

A pesar de las peleas entre hermanos que durante el verano han estado a punto de volver a UNA completamente loca, 
a pesar del desorden que se multiplica por 5 estando la familiade5 en casa, 
a pesar de los viajes en coche oyendo el insidioso rap de las batallas de gallos de mis hijos, 
a pesar de las quejas constantes para las que hacen religiosamente turnos Paul hijo1 y Gusi hijo2 y Dolfete hijo3 de modo que cubran todos los tramos del día para que siempre haya alguien quejándose, 
a pesar de los pulsos diarios por el tiempo de pantalla,
a pesar de haber escuchado la palabra mamá una media de 2.500 veces al día en los últimos dos meses,
a pesar de no dar a basto para llenar la nevera de comida con los tres vástagos en casa merendando sin cesar,
a pesar de la incertidumbre de la falta de horarios y rutinas que, a las que somos de naturaleza ansiosa, nos produce cierto desasosiego, 
a pesar del calor pegajoso de las noches estivales, 
UNA no quiere volver al cole.

UNA, sobre todo, no quiere que los tres monstruos vuelvan al cole.
No quiere que vuelvan al sistema. No hay nada mejor para estimular la creatividad de un crío y el juego que el aburrimiento, el tiempo libre, las horas muertas. No hay nada mejor que el verano.

Esto no siempre ha sido así. Al principio, los veranos me agobiaban muchísimo. Sólo ahora con la distancia que me da el tiempo soy capaz de reconocerlo. Recuerdo un verano concretamente cuando los niños eran pequeños que me ofrecí voluntaria para ir durante un par de semanas al departamento de la escuela para catalogar los libros de la biblioteca. Ahora eso me parece descabellado. Ahora miro atrás y me siento culpable pero la compasión me permite ver a una madre joven y agobiada que estaba buscando en el trabajo un refugio del caos que había en casa.

A medida que los años han ido pasando, sin embargo, cada septiembre se me ha ido haciendo más cuesta arriba. No es sólo el final del verano, los días más cortos, menos horas de luz, el trabajo. No es sólo que ahora vamos a echarnos TANTO de menos acostumbrados a estar juntos peleando 24 horas al día 7 días a la semana. Es que además cada septiembre trae un nuevo cambio. Septiembre es el verdadero Año Nuevo. Septiembre, cada año, te roba una rutina. Algo que llevabas haciendo automáticamente desde siempre, que parabas de hacerlo cada verano pero retomabas cada septiembre, de repente llega un septiembre y se lo lleva. Llega un septiembre en el que no lo haces más. Y la suma de esos septiembres es lo que envejece y lo que te va separando paulatinamente de tus hijos.
¿Te acuerdas cuando llevabas todas las mañanas a tu bebé al parque? Y, de repente, hubo un septiembre en el que no lo llevaste más y, en vez de eso, lo llevaste a la guardería. ¿Te acuerdas cuando recogías todas las mañanas a tu bebé de la guardería? Y, de repente, hubo un septiembre en el que no lo recogiste más y, en vez de eso, lo recogías del cole. 
Pues este septiembre me roba la rutina de llevar y recoger a Gusi hijo2 del cole. Esa Secundaria temprana que nos implantaron me ha robado dos años de camino al cole con cada uno de mis hijos, y ahora Gusi hijo2 ya irá con Paul hijo1 por las mañanas más temprano al cole y volverán juntos a eso de las tres. Y mis conversaciones con Gusi hijo2 de camino y vuelta del cole, que atesoraba, se las lleva este septiembre y se las lleva para siempre. Esa cita diaria que ya perdí con Paul hijo1, la pierdo ahora con Gusi hijo2, que ahora ya es un poquito más mayor y estará un poquito más lejos.
Así, a dosis, se los va llevando la vida. Para eso los tuvimos. Para soltarlos. Pero cada cambio, cada septiembre, cada vez que tenemos que soltar una rutina, desazona un poquito. 
Y habrá un septiembre, en un futuro no tan distante, que se llevará no sólo una rutina, sino a uno de ellos, y luego al otro, y luego al otro... Este septiembre mi hermana2 ha despedido a dos de mis sobrinas. No puedo imaginar su desazón. Y así es la vida. Y, además, rogamos que siga siendo así... que septiembre nos siga removiendo cada otoño.


¡Feliz Año Nuevo a todas esas madres que han despedido una rutina o una (o dos) hija(s) este septiembre!
Y coraje...
Mucho coraje.