miércoles, 26 de enero de 2022

Los secretos

UNA se pregunta a menudo si los-otros-que-no-son-UNA también tienen secretos.

Mi reflexión sobre los secretos prendió mecha con una muy buena amiga, madre de un adolescente de la edad de Paul hijo1, con la que mantengo una relación especial: cuando Paul hijo1 comete lo que he decidido nombrar (por mi propia paz mental) una extravagancia-adolescente, y UNA necesita un desahogo ajeno (es decir, con alguien que no esté como Peter involucrado emocionalmente), le mando a mi amiga un whatsapp de audio kilométrico, de esos que se te hacen largos aunque los escuches a x2. Y viceversa. Cuando su hijo adolescente comete una extravagancia-adolescente, ella me lo manda a mí. Luego nos aseguramos de borrarlos para que no vayan a caer en oídos fisgones. Ella planteó la pregunta: ¿Y todas esas madres que nos rodean cuyos hijos ya pasaron la adolescencia y que nunca nos mencionaron nada de estas extravagancias-adolescentes, es que sus hijos eran normales y los nuestros no lo son? UNA desconoce la respuesta a esta pregunta. UNA no sabe si es que la gente no cuenta y guarda en secreto, o la gente realmente tiene vidas más normales. UNA se pregunta. Y fíjate a dónde me llevan estos pensamientos, a plantearme si UNA no es normal, si los míos no son normales, si mi vida no es normal. Me llevan a lo que Brené Brown, otra de mis autoras, llama shame, que hasta ella se resiste a traducir como "vergüenza" en español, porque no es exactamente eso, sino más bien el sentimiento de sentir que no das la talla. Como madre o como lo que sea.

Hasta con esta amiga mía con la que intercambio audios, hablamos de cómo nos sentimos, del desencanto, de lo duro que está siendo esto; compartimos el duelo por el hijo que tuvimos y que ya no conseguimos ver detrás de la capa de extravagancias-adolescentes; pero rara vez nos relatamos el detalle. Nunca llegamos a contarnos lo que nuestro hijo ha hecho. Nos da vergüenza o pudor o miedo a que nos juzguen o juzguen a nuestro hijo. No sé por qué no lo hacemos. Somos capaces de desenrrollar los sentimientos y ponerlos desnudos y vulnerables sobre la mesa a la vista de la otra, pero seguimos manteniendo en secreto qué ha pasado realmente en casa para provocar ese sentimiento.

A UNA le gustaría pensar que ; que efectivamente todas guardan secretos, porque así se sentiría menos mal con los suyos propios. Pero aun llegando a esta conclusión, UNA siempre piensa que los míos propios son peores. Y de nuevo a UNA le gustaría pensar que todos los que guardan secretos es porque piensan que los suyos propios son peores. Lo que UNA sabe es que ha habido entradas en este blog donde he soltado alguna perla, he desvelado algún secreto de mi particular desastre doméstico y, curiosamente, ésas han sido las entradas que se han recibido con más calor, sobre todo por parte de lectoras que son madres.

Eso me hace pensar que, como madres, además de la tarea ya de por sí tremendamente complicada de la maternidad, nos hacemos el flaco favor de enterrarnos bajo el yugo de nuestros secretos.

Photo by Kristina Flour on Unsplash


Por eso algunas buscamos la terapia. Pero fíjate que hasta hace poco hasta la terapia también se guardaba en secreto. Ir al psicólogo era poco más o menos que tabú. Llevar al psicólogo a tu hijo era innombrable. Poco a poco lo vamos normalizando, en algunas esferas más que en otras. Vamos al psicólogo a contar nuestros secretos porque pesan mucho y necesitamos aligerar que la vida ya es harto difícil tal y como es. Cuando te atreves a decirlo en voz alta, es que estoy yendo a terapia porque toqué fondo en mi noche oscura del alma, de repente surge un puñado de yo-tambiénes a tu alrededor de quien menos te lo esperas, de aquella que nunca pensaste guardaría secretos porque su apariencia perfecta de madre perfecta te había engañado y hecho sentir peor contigo misma por ese hábito dañino que tienes de comparar y que vas a tener que soltar en terapia también.

Usamos el silencio ajeno como prueba de que los demás no tienen secretos que guardar,
pero sobre todo como garantía de la validez de nuestra propia vergüenza.

UNA vuelve a preguntarse, como ya hice en La cara vista, qué pasaría si nos sentáramos todas en una mesa redonda y fuésemos desvelando secretos. No me refiero a cotilleos del tipo me cae mal mi hijo o rencillas con la suegra o infidelidades de pensamiento o que hace semanas que no limpias y que además te la suda; y que le riñes a tu hijo por decir que "se la suda", pero tú lo dices en cuanto se da la vuelta, y a veces sin que se la dé.

Me refiero a decir la verdad sobre las mentiras que te auto-cuentas, pues revelar secretos pasaría por la aduana de una ingente cantidad de honestidad con una misma; me refiero a contar todo aquello que de pequeña aprendiste enseguida que no se podía contar fuera de casa; me refiero a las incoherencias: a escribir una entrada sobre todos los motivos para no tomar un bote de pastillas y a necesitar recurrir a ellas para poder atravesar la ansiedad que ha teñido mi noche oscura del alma; a escribir un post sobre la autofidelidad y en breve serle infiel a algunas de mis creencias más apuntaladas; y a la ardua tarea de ser capaz de perdonarme después pues lo hice en aras del autocuidado por el que también aboga el hilo que hilvana Una Vida Mundana.

A veces el problema está en que, cuando el-otro-que-no-eres-tú te desvela un secreto, no sabemos qué decir y el silencio aterra. Pensamos que para sostener es necesario decir algo. No lo es. Sólo es necesario escuchar y entrar en el mundo interno del otro para saber qué cristales están llorando. Sólo es necesario estar. Estar presente.

Otra amiga me contaba que esta navidad no había recibido ningún regalo. Ninguno. Contar esto es un momento vulnerable como pocos. Sentí el terror del silencio. ¿Qué digo ahora? Sentí el terror de no hacer nada: Inmediatamente me inundó la tentación de ir, comprarle un regalo, envólverselo, escribirle una tarjeta. Finalmente decidí no hacer nada. No decir nada. Mi amiga me había contado el secreto porque se sentía sola, increíblemente sola, y además sospecho tenga miedo de que esa soledad se acentúe con el tiempo. Mi amiga me había contado su secreto porque tenemos esa relación especial que nos permite contar secretos sin que la otra juzgue ni haga nada con el secreto. No haciendo nada, no diciendo nada, simplemente sosteniendo desde mi alma su secreto, quería que mi amiga sintiera que no está sola, que tiene esta relación especial en la que volcar secretos.


Porque para eso desvelamos los secretos aquellas de nosotras que guardamos secretos. Para aligerar la carga de llevarlos solas. Y para no sentir vergüenza en el sentido de shame. Si tú no guardas secretos, entonces esta entrada no era para ti. Tendré que pedirte que olvides los que UNA te contó entre sus líneas porque, si tú no tienes secretos, no serás capaz de entenderlos sin juzgarlos.


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2 comentarios:

  1. En el fondo todas las vidas se construyen sobre secretos, sobre cosas que no se dicen y otras que enterramos en lo más profundo del subconsciente y que sólo dejamos salir distorsionadas, en forma de una mentira que nos contamos para poder mirarnos al espejo.

    Las pocas veces que he contado alguna de esas cosas me he dado cuenta que no soy tan original, que al final todos tenemos esas puertas que no queremos abrir...

    Estaría bien hacer una página abierta a todo el mundo donde la gente pudiese cotar esas miserias de forma anónima, una especie de instagram al revés :)

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  2. Ayyyy, todos tenemos secretos. Sin duda. Y todos sentimos ese shame... Hay cosas que no eres capaz de contar porque vivimos en la sociedad de los juzgadores, una especie de inquisición tan normalizada... Lo que deberíamos plantear es enseñar a la sociedad del futuro (los más pekes hoy) a no juzgar a nadie. Detrás de cualquier hecho siempre hay una historia, que merece ser contada y merece ser escuchada.

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