A veces UNA piensa que estamos criando una generación de monstruos. Perdonadme el pesimismo pero permitidme que os relate una anécdota que tuvo lugar el viernes después de comer. En casa, tenemos muy restringido el tiempo de pantalla entre semana y abrimos la mano el fin de semana, con lo cual hemos generado lo que viene a ser un efecto-rebote: los niños ansían con síndrome de abstinencia la llegada del viernes por la dosis de tecnologías que inaugura. Incluso mientras comemos UNA puede percibir la urgencia. El tema de la adicción a las "maquinitas" desde luego da para unos cuantos posts y, si me apuras, da para un blog especializado. Pero eso no es lo que me ocupa/preocupa aquí. El caso es que Dolfete hijo3, tras apurar el plato, porque (por supuesto) hoy-mamá-no-quiero-postre-estoy-lleno, se dirigió raudo y veloz hacia la play (la consola de videojuegos playstation para los que, ajenos al gremio, tengáis el placer inocente de desconocer el término). UNA le advirtió:
- Voy a echarme un rato.
Dolfete encendió la play y, ¡OH NO, OH NO, OH NO!, una tragedia descomunal se desencadenó:
¡Una actualización empezó a descargarse!
Todo el mundo sabe que una actualización puede llevar la atroz cantidad de ¡VARIOS MINUTOS! La amenaza de arruinar el comienzo del fin de semana estaba servida.
- ¿¡Y ahora qué hago!?
El secreto de por qué la respuesta a esta pregunta (a cualquier pregunta, de hecho) casi siempre incluye llamar a mamá se me escapa. Vino a buscarme, a pesar por supuesto de que le había advertido que estaría descansando, y me pilló en el momento justo en el que empezaba a rozar la frontera de la conciencia. Tú sabes.
- Dame la tablet.
- Dolfete, estoy descansando, tienes la play.
- ¡Pero está descargándose una actualización! ¡No puedo cogerla todavía! ¿¡Qué voy a hacer!? ¡Dame la tablet!
- ¿¡Qué vas a hacer!?... ¡NADA!... ¡ESPERA!...
La reacción que siguió ante tamaña sugerencia no fue bonita.
Nada. Espera.
Éste es el mismo hijo que en el-cole-en-casa del confinamiento de marzo, como os contaba en Castigados sin recreo, instauró como rutina diaria el bloqueo del ordenador porque cuando le daba a una tecla, si el dispositivo cometía la osadía de no reaccionar de momento, le volvía a dar, y le volvía a dar, hasta que el dispositivo se plantaba. Entonces UNA reseteaba y, mientras el ordenador se reiniciaba, ¿qué hago ahora?
Nada…
Espera…
No toques…
Para la generación de UNA, Nada-Espera era parte de la rutina diaria. Nada-esperabas a que se acabaran los danone para que mamá comprara más y así tener los siguientes sobres de cromos de la colección, no te comprabas un paquete de diez sobres de golpe en cualquier gasolinera. Nada-esperabas a que tu padre se levantara de la siesta para que te inflara la rueda de la bicicleta. Si alguien estaba utilizando el fijo en casa, nada-esperabas a que colgara; no había un móvil alternativa. Si llamabas a un amigo al fijo y estaba comunicando, nada-esperabas a que dejara de comunicar; no podías mandarle un whatsapp de voz. Si estabas deseando ver la última película de Star Wars, nada-esperabas a que la estrenaran; no te la descargabas en un sitio pirata. Si al final del verano tu amor estival te mandaba una carta, nada-esperabas impaciente los días de rigor a que llegara por correo; no había email que abrir ni chat al que engancharse. Nada-esperabas y, mientras, se te ocurrían un montón de cosas por hacer, como ordenar botones por colores, incordiar a tu hermana, comerte las uñas o escribir un poema.
Si el sábado a mediodía se te rompía el cartabón, nada-esperabas a que tu madre te pudiera comprar uno nuevo el lunes, o no, pero no te pedías uno en amazon prime que te llegara el domingo por la mañana. Amazon prime ha suprimido una cantidad ingente de nada-esperabas de nuestras vidas mundanas.
Vivimos a golpe de ratón: todo está al alcance de un clic. Es la cultura de la inmediatez:
tiene que ser YA,
tiene que ser AHORA.
Nuestros monstruos han asimilado esta cultura de la inmediatez con mucha más naturalidad que nosotros, sin darse cuenta ellos del milagro (y a veces de la pérdida) que supone atajar días con urgencia. A su vez, nosotros les hemos permitido heredar esta cultura, anonadados como estamos ante el milagro del atajo, sin darnos cuenta de que en ese legado les estamos privando del placer de la nada-espera.
El tiempo de la espera es el más largo. Luego las cosas llegan, pasan y se olvidan con la fugacidad propia de la vida. Pero el tiempo de la espera no se olvida.
Por eso, antes, cuando UNA estaba ocupada, o desocupada, y los pequeños monstruos reclamaban mi atención y UNA no se la ofrecía de inmediato, sentía cierta culpa (¿cómo se iba a privar UNA?). Pero ahora, unos cuantos años-de madre-después, cuando oigo:
- ¡Mamá!
y digo:
- ¡Espera!
pienso que les estoy ofreciendo un gran obsequio. Les estoy compensando las prisas generadas por la cultura de la inmediatez con un poco de nada-espera. ¿Qué se les hace molesta la nada-espera? Puede, pero la molestia no mata, sino que va a poquitos cincelando resiliencia.
La resiliencia es un palabro que se ha puesto de moda precisamente por denotar una necesidad de nuestra era. O si no, ¿cómo vamos a sobrellevar la dilatación del tan esperado final de la pandemia?
El tiempo de la espera,
no se nos olvide,
también es tiempo de vida mundana.
Así que aprovecho para daros un consejo tipo zen que me complazco en ir repartiendo por doquier:
Estamos todos quemados...
pero no queméis los días...
que los días están contados...
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