jueves, 11 de noviembre de 2021

Yo en tu lugar

Recuerdo la escena como si hubiera sido ayer. UNA rozaba los veintitantos y estaba tratando de tomar una decisión. Ella, una amiga, me dijo:

- Piensa en ti cuando la tomes. Que tú seas tu única baza porque, ¿sabes?, nadie va a dar un duro por ti, ni siquiera tu pareja.

Pensé, joder, ¡qué dura! y la juzgué agriada por la decepción.

Quizás la que esté agriada ahora sea UNA pues lo cierto es que este consejo se me ha repetido en forma de eco en varias transicciones de la vida. Es que no empatizamos, me dice otra amiga. 

Realmente no empatizamos.

UNA tenía un problema sobrevenido y tuvo que cancelar un plan. Eso afectaba al plan. Para el resto de las participantes, el problema era efectivamente cómo mi cancelación afectaba al plan, pero el problema sobrevenido de UNA se la traía al fresco. UNA estaba indignada y triste. Realmente no empatizamos. A su vez, UNA estaba tan imbuída en su propio problema sobrevenido que se sentía incapaz de empatizar con cómo su ausencia afectaría al plan. Y es que empatizar requiere de grandes dosis de energía. Hay que hacer el esfuerzo.

Una maternidad positiva pasa por empatizar. Por eso a veces, algunas veces, somos malas-madres; porque estamos tan cansadas que a veces no nos queda la medida necesaria de energía para hacer ese esfuerzo que requiere empatizar. Por eso, y porque traemos puesto un orden del día en la agenda, y es difícil saltárselo para empatizar con tu pequeño, y mucho más difícil con tu grande.

Imagínate que has quedado con amigos para pasar un día idílico con los niños, pero los niños -aún pequeños- no se alínean con tus planes. Tienen hambre antes de que os hayáis sentado a comer, o están cansados antes de que estéis preparados para iros, o se aburren e interrumpen repetidamente vuestras conversaciones con molestas quejas y llantos que pudieran llevar a tus amigos a pensar que tus hijos están fatal educados. ¡Qué mal se están portando! ¡Qué guerra están dando! ¿Verdad? 

Llegas a casa del trabajo y preguntas a tu canguro o a tu pareja:
-¿Qué tal se han portado? 

¿Y tú, mami?
¿Qué tal te has portado tú?


Un niño no se porta mal, un niño es un niño. Si crees que un niño se está portando mal, es porque no estás empatizando con el niño. Ni el niño contigo, pero tú eres la adulta. "Portarse" es el verbo anti-empatía por excelencia. Lo usamos sólo para los niños, nunca para los adultos, pero UNA te asegura que durante la infancia de mis tres hijos, la que peor se ha portado de los cuatro ha sido UNA.

Con un adolescente es incluso más difícil empatizar. Un déjame-en-paz o un qué-pesada-eres es tan desagradable y dispara tantas heridas en ti que es harto complicado encontrar la manera de alzar un puente hasta tu hijo, de entender que lo estás agobiando con tu forma de estar encima de él intentando encontrar resquicios del chiquillo que fue.

Empatizar, educando en respeto, consiste en ponerse las lentes del otro y ver el mundo desde la visión del otro. A menudo creemos que estamos empatizando cuando damos consejos: Yo en tu lugar haría esto, yo en tu lugar haría lo otro. Sin duda con buena intención, lo que estamos haciendo no obstante es seguir llenando silencios hablando de nosotros: yo-en-tu-lugar equivale a un Pues yo..., Pues a mí..., Pues conmigo.

Con los hijos, lo hacemos todo el rato. Confundimos aconsejar- cuando no reñir- con educar, sin darnos cuenta de que educar habría de consistir principalmente en empatizar. Tu hijo te cuenta que está muy nervioso porque tiene un examen de inglés:
- No te preocupes, ya verás cómo te va a salir bien.
La intención es buena, pero lo que hacemos como hábito es quitarle importancia a su problema, como el que se sacude una mosca de encima, sin ver el mundo desde sus ojos, sino desde el de nuestra experiencia de adultos, invalidando la importancia que seguramente tenga para él.

Empatizar es mucho más profundo. Mucho más difícil. Requiere dejarse la agenda en casa. Requiere dejarse las lentes propias en casa, dejarse el yo-en-tu-lugar en casa, y realmente calzarse los zapatos de el-otro-que-no-eres-tú y ver el mundo a través de sus lentes. 

Entonces sí. 

Entonces entender que no necesito que te pongas en mi lugar. Entonces darte cuenta, realmente darte cuenta, de que no necesito que me des tus consejos por mucho que vengan envueltos en buenas intenciones. Sobre todo no necesito que me juzgues. Lo que necesito es que te remangues y me hagas la cama, no que me digas que me calme. Necesito que des un duro por mí y me hagas recuperar la fe agriada. 

Con los dedos de una mano, puedo contar la gente que conozco que realmente empatiza, y me sobran dedos. Perfectamente consciente de que UNA no es precisamente uno de esos dedos -ahogándome como suelo en los dramas propios- la maternidad me hizo, no obstante, desear aprender a empatizar y creer firmemente que empatizar es el hilo invisible que hace de nosotros un tejido. Seguimos aprendiendo.

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3 comentarios:

  1. Buff, has abierto un melón muy, muy complicado... Empatizar es una de las palabras más complicadas del diccionario porque cuesta, cuesta un mundo dejar de mirarte a un espejo. Con los años creo que es algo que he ido aprendiendo, comprender otros puntos de vista, empatizar aún me cuesta ;)

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  2. Pero no lo olvides, una vez abierto el melón hay que acabarlo ;)

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Agradezco tus comentarios