viernes, 12 de abril de 2019

Los días a grito pelado

Cuando los niños eran pequeños y sólo tenía dos, un día estábamos en un perol (que para los del norte es un día de campo y paella) y se me acercó mi amiga MMar con una pregunta:

- ¿Tú no les gritas a los niños?

La pregunta, al estar formulada de forma negativa, me sorprendió por la implicación de que gritar entra dentro de lo normal. Yo no les gritaba a los niños. Los niños, como digo, eran pequeños y sólo tenía dos. Pero nótese que digo -aba y, aunque no se note, lo digo con vergüenza.


Yo confieso, ante vosotras hermanas, que ahora grito.

Ya he hecho mención alguna vez al poder catártico de la confesión.

He llegado a la conclusión de que el mundo de las madres se divide en tres tipos: 
las que no tienen el grito dentro, 
las que tienen el grito dentro y aprueban sacarlo, 
y las que tienen el grito dentro y condenan sacarlo.

Las que no tienen el grito dentro son las madres que no gritan, que no sólo no conciben el grito como parte del repertorio de estrategias en la educación de los hijos sino que a ellas es que no les saldría gritar. Estos fenómenos de la naturaleza -ellas, poquitas, saben quiénes son- son a las que yo envidio. Tengo algunas amigas así, alguna hermana, madres a las que he visto en situaciones en las que yo indudablemente hubiera sacado el grito y ellas, sin embargo, han mantenido la templanza sin alterarse, con gracia y elegancia. Éstas son las que me inspiran una gran admiración.

Luego hay otro grupo, creo que tampoco demasiado numeroso, que tienen el grito dentro y lo sacan y se quedan tan panchas. Éstas gritan porque de hecho creen en el grito. Es un acto de coherencia. No quiero hacer demagogia fácil pero muchas de estas madres son los padres. Peter, si grita, normalmente es porque lo considera necesario, es decir, recurre al grito porque el grito forma parte de su manual de herramientas educativas, probablemente heredadas, y lo considera apropiado, cuando no imprescindible. Si Peter pega un grito, lo único que ha pegado es un grito. No hay más allá.

Pero si UNA pega un grito, UNA ha cometido una incoherencia, porque UNA forma parte del tercer grupo. UNA grita pero UNA no cree en el grito. UNA es de las que tienen el grito dentro y lo sacan a pesar de que condenan severamente sacarlo. 
La condena está bien informada: UNA ha leído mucho. UNA ha reflexionado mucho sobre el tema.  UNA ha hecho cursos de educación respetuosa y de mindful parenting. UNA sabe el daño que el grito produce en la conexión con los hijos, cómo toxifica el ambiente en casa. UNA entiende que la obtención de la obediencia a base de gritos a largo plazo deteriora las expectativas de mutuo respeto. Incluso sin lecturas y sin cursos, UNA ha sentido mucho pues ha leído los ojos de sus hijos cuando grita. 
A las madres de este tercer grupo gritar no nos compensa porque luego viene el bicho que ya conocemos de otros posts: el [palabro] bicho de la culpa. ¡Ay, la culpa!
Entonces, ¿por qué se grita? ¿por qué grita UNA? Te lo cuento.
Las razones son dos y son muy poderosas: 
La primera, es de la que nos avisaba Fani, la peluquera del post sobre abrazar la ambigüedad: que los niños ponen muy nerviosa. Cuando UNA está nerviosa, el grito le sale de dentro, de la parte más reptiliana de su cerebro, de la más primitiva.
La segunda razón es que el grito funciona. ¡Sí! ¡funciona! Y el hecho de que funcione simplemente lo refuerza. Recuerdo un meme que vi en Facebook en el que una madre escribía algo parecido a esto: "Ahora que llega el buen tiempo y que dejamos las ventanas abiertas, quiero decirle al vecino que me está juzgando que, antes de gritar a mi hijo, se lo pedí cuatro veces por las buenas..."
Pues eso. Que cuando le dices a tu hijo que recoja el albornoz mojado del suelo del pasillo una vez por favor, y otra vez por favor, y una tercera más seria, y una cuarta irritada, y sigue sin hacerlo, UNA puede asegurarte por experiencia que, si a la quinta se lo dices gritando, lo recoge. Como éste, te podría poner mil y un ejemplos.
Está mal. UNA lo sabe. Sabe que está mal. Te estoy diciendo que UNA condena el grito pero grita. He ahí la incoherencia de la que te hablo. 


Está mal el grito pero está incluso peor la incoherencia.

¿Y sabes qué pasa, no? Que los hijos se van haciendo eco. Y, de repente un día, Gusi hijo2 le está explicando algo a Dolfete hijo3, y Dolfete no entiende, y Gusi se pone nervioso y es de cajón lo que va a hacer Gusi. Gusi le grita a Dolfete. 
Y UNA, en su línea de incoherencia, le riñe a Gusi que no se grita
O, peor escenario aún: Peter le grita a Gusi que no se grita y UNA le grita a Peter que no le grite a Gusi ¡que no se grita! 
¿Lo vas pillando? 
Que cada cierto tiempo tenemos que mudarnos porque los vecinos van necesitando treguas...

Hay una conclusión a la que he llegado después de muchos bichos de culpa, pues los bichos de culpa son los que al final la empujan a UNA a crecer y a retarse, y es ésta: 
Puede que el hecho de que el grito esté dentro o no lo esté dependa de la suerte: de tu genética, de tu carácter, de la manera en la que te educaron a ti, de tus creencias inconscientes, no lo sé; 
PERO que el grito salga o no salga no depende de lo que haga o no haga tu hijo. 
El hijo puede hacer algo venial, como derramar un vaso de agua encima de un plato recién servido, o algo no tan venial, como pegarle una patada a su hermano sobre una herida recién cosida y que acabéis en urgencias. 
Pero que el grito salga no depende de lo que haga tu hijo, depende enteramente de cómo estés tú, su madre. Si UNA está bien:

si UNA ha simplificado
si UNA ha priorizado el autocuidado (!)
si UNA ha bajado sus expectativas y exigencias con respecto a los hijos... y con respecto a una misma (!)
si UNA ha hecho por manejar sus niveles de estrés
si UNA se ha trabajado la conciencia de qué situaciones la ponen en el disparadero y ha tomado medidas para evitar esas situaciones o ha hecho planes sobre cómo responder para evitar la reacción automática en esas situaciones
si UNA practica la compasión por el hijo y por una misma (que esto es jodido y aquí sí me vais a permitir el palabro)
entonces UNA no grita.

Pero luego están los días a grito pelado. Los días en que UNA sobrevive. 

UNA sabe pedir perdón después de un día a grito pelado. Es sólo que es como pedir perdón a un plato roto: el plato ya está roto, por mucho que lo lamentes. 

UNA viene a este blog no sólo con la catarsis en mente sino con el propósito de enmienda: confieso que me sentiría tremendamente crecida si en el próximo perol mi amiga MMar me preguntara: 
-¿Tú no les gritas a los niños? 
y yo pudiera responderle, sin incoherencias: 
-No, YA no les grito. 
Eso es algo que hacía en los días a grito pelado y que nunca me compensó.

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