domingo, 2 de marzo de 2025

Equipo logístico

Ayer me fui al campo con Peter, y en el camino, me salió sin apenas pensarlo decirle: - Echo de menos cuando Paul hijo1 era pequeño. Luego: - Y cuando Gusi hijo2 era chico. Después: - Dolfete hijo3 siempre quiso ser más tuyo que mío. Creo que así resumí el duelo que vengo haciendo desde hace un tiempo, con tres adolescentes oficialmente en casa. Peter no dijo nada. Respeta como suele mis vericuetos emocionales que ni comparte ni comprende, testigo de mis luces y mis sombras a lo largo de las etapas de la vida. Él sabe que el final de esta maternidad me está escociendo. Echo de menos cuando habitaban mi cama por las noches y sus deditos tocaban mi cara. Hay una parte de UNA que se ha quedado colgada allí.

Ya oigo las voces diciéndome que la maternidad ciertamente no se ha acabado. Pero UNA lo siente así. La conexión con mis tres reyes la siento perdida. UNA percibe que ha dejado de ser madre para convertirse en mero equipo logístico de esta especie de parásitos que ahora habita mi casa. No hago otra cosa que llenar la nevera, abarrotar la despensa, poner platos en la mesa, y vuelta a empezar porque nunca están saciados. Yogures de proteínas, docenas de huevos a mansalva, carne y más carne, patatas, arroz, tostadas y bocadillos infinitos. No sé qué influencers siguen que les azuzan el hambre y les incitan a asaltar la nevera para ganar músculo. Sólo con lo que gastamos en gimnasio y peluquería UNA se podría permitir una excedencia para escribir el libro para el que daría este tema. 

Hay una parte de UNA que se rebela contra haber sido relegada a este papel, que está enfadada con el mundo por haber sido reducida a esta máquina de alimentar y a esta metralleta de reñir: -Recoge tu cuarto y devuélveme la otra mitad de la vajilla, ventila que apesta, cuándo vas a estudiar, deja el móvil de una vez, sal de la ducha ya, ¿dónde andas a estas horas?, ¡que dejes el móvil! y un montón de frases hechas del tipo esto-no-es-un-hotel que UNA nunca pensó suyas. UNA está enfadada porque las expectativas que UNA se había formado en su mente de cómo iba a ser la familia-de-5 y la idea-de-madre que UNA se había ilustrado minuciosamente no coinciden con esta caja-de-supermercado compulsiva. Todo ese amor idílico que iba a flotar en el aire del hogar-de-UNA esta teñido de vida mundana. Quizás cuando soñamos con ser madres sólo contemplábamos al bebé. No alzamos nunca la mirada más allá. No caímos en la cuenta del insomnio de la madre-preocupada porque son las 4 de la mañana y todavía no está en la cama.

UNA también está un poco enfadada con UNA: -Algo tendrás que haber hecho mal- me digo- para que no te dé ni siquiera un beso de buenas noches o se pase la vida encerrado en su cuarto. -Algo tendrás que haber hecho muy mal- sigo- para que no quiera pasar ya tiempo contigo, para que le ponga nervioso todo lo que haces, o para que te conteste así. -Menuda mala-madre has debido de ser- me remato- para que lo que queda de tu interacción con ellos sea financiarles y llenarles el estómago, o para que apenas conozcas a sus amigos, esos que ahora acaparan su atención. Por supuesto, mi eterna amiga la-culpa no iba a desvanecerse mágicamente en esta etapa cuando nos viene acompañando todo el recorrido.

Luego trato de recordar a UNA-adolescente. Esos años mi padre trabajaba en Madrid. Mi madre pasaba una semana con él y otra con nosotras, y celebrábamos la semana que estaban los dos ausentes llenando la casa de amigas. Cuando mi padre venía los fines de semana, mi madre nos hacía chantaje emocional: -¿Vas a salir? ¿No vas a pasar tiempo con tu padre con lo poco que está aquí?. ¡Menudo coñazo! El deseo efectivamente no era bidireccional.

Este recuerdo suaviza mi enfado en torno a mi nuevo rol de equipo-logístico pues entiendo que estamos todos haciendo lo-normal: ellos tres huirme, UNA buscarlos. Lo-normal siempre proporciona cierta sensación de seguridad. -¡Qué bien que seamos normales!-, me felicito. Lo NO-normal sería que mis hijos estuvieran deseando pasar tiempo conmigo, que no salieran, que no se escondieran detrás del móvil. 

Mas, si escarbo hueco en lo que siento, este lo-normal en parte se me enmorriña: en el fondo, supongo, UNA sujetaba la creencia de que la familia de UNA era especial, de que esto NO nos iba a pasar a nosotros, de que nuestro vínculo se salía de las generalidades de la adolescencia. Tanto amor me sorprendió en el pecho que no me dejó ver lo mundanos que podemos llegar a ser.

Ando, pues, haciendo duelo. Me toca renunciar a esa creencia autocreada de que "nosotros somos distintos". Toca enterrar mi visión mágica de la maternidad, mi visión mágica de la familia. Toca llenar la nevera y verla vaciarse a ritmos imposibles, y no esperar ya nada de estas criaturas salvo quejas -¡¿no hay nada para cenar?! y mamá-necesitos.

Atravesando el duelo, no obstante, me he encontrado con tiempo y energía que antes dedicaba a ellos y ahora vuelvo a dedicarle a UNA, ratitos de buhardilla escribiendo y leyendo que había perdido mucho tiempo atrás. El cansancio físico ha mengüado y me re-encuentro con la UNA que fui antes de ser madre. El duelo por UNA-madre me viene regalando fragmentos de UNA que no puedo olvidar haber echado de menos en aquellos primeros años de maternidad. La indiferencia de mis tres monstruos adolescentes me devuelve aquellos recortes de UNA. No puedo dejar de regocijarme en este reencuentro, que acude a reconciliarme con esta etapa.

Escribo esta entrada a modo de luto oficial pero también a modo de ¡BIENVENIDA DE VUELTA, UNA! Curioso que me halle de nuevo abrazando la ambigüedad a estas alturas de la maternidad: la empezamos y la atravesamos así, ¿recuerdas?, con todas sus aristas.


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