Cuando estábamos solteros, jugábamos mucho a un juego que me viene repetidamente a la cabeza estos días. Seguro que has jugado alguna vez. Es muy entretenido. Antes de empezar el juego, se colocan las piezas de madera, cruzándose por capas, hasta formar una torre. A continuación, los jugadores se turnan para retirar una pieza de la torre y equilibrarla en la parte superior, creando una estructura cada vez más inestable. Si la torre se cae en tu turno, pierdes.
Pues así siente UNA su bienestar emocional, como una torre que se va desequilibrando a medida que se van retirando piezas. Se acaba el verano y volvemos a la rutina que, sin embargo, este año viene teñida de incertidumbre: una pieza. UNA empieza a estar descolocada. Estamos en contacto estrecho con un positivo y nos confinan justo al empezar el curso: otra pieza. En ese segundo confinamiento, UNA todavía se remanga y sigue jugando. Luego vuelve a sus clases y sus alumnos, pero la nueva realidad del aula, con sus mascarillas y sus geles hidroalcohólicos y su alumnado asustado, hace resbalar otra pieza fuera de la torre. Muere mi Valentina: tres piezas de golpe. Si bien la metáfora de las tres piezas para referirme a la muerte de mi amiga me parece desafortunadamente mundana y para nada justa con la desolación sentida, la uso no obstante en aras de la visualización del manotazo a la torre. Las ráfagas adolescentes de Paul hijo1: pieza. El infarto de un amigo en circunstancias peculiares; el fallecimiento fulminante de un vecino muy apreciado; a mamá hay que quitarle un carcinoma; su hermano a su vez está ingresado... Piezas, piezas, piezas y más piezas, que van retirando de la torre las manos sin control.
Entonces, un día pasa algo, puede ser cualquier cosa, no tiene por qué ser necesariamente algo demasiado grande, pero el desequilibrio de la torre de UNA ya ha alcanzado cotas insostenibles. Peter se encuentra mal. La preocupación empuja pieza fuera. Peter da positivo. La torre de UNA se desmorona. Otra vez a meter a mis tres reyes en ese coche; a hacernos esas pruebas; a esperar resultados. Otro confinamiento: el tercero ya.
¿Sabes por qué le cuesta entenderlo? Porque hay dos tipos de mujeres. Están las mujeres como UNA: somos el sexo débil. Pero luego están las mujeres como la amiga de UNA: ellas son el sexo fuerte. A ellas también les han ido robando piezas de su torre. Las piezas que le han robado a la amiga de UNA te aseguro que son mucho más pesadas que las de UNA. Pero este tipo de mujeres, mujeres-guerreras, tienen el atractivo de una fortaleza interior que les permite mantener en equilibrio una torre agujereada: es como si, a medida que las manos descontroladas les fueran dejando huecos en la torre, ellas los fueran rellenando con andamios. Mientras UNA se ahoga en un vaso de agua, ellas flotan en el océano.
Algunas de las mujeres de las que he escrito en Una-Vida-Mundana son así, como mi Valentina o mi hermAna; o esta otra amiga de la que te hablo ahora, y a la que ya te mencioné al principio de la pandemia porque trabaja en el-otro-lado .
Comentábamos el otro día esa diferencia entre ella y UNA a la hora de plantar cara a vendavales, y ella bromeaba:
- Es que yo soy como Scarlett O'Hara... con su mítica frase... "ya lo pensaré mañana".
Aquí está el vídeo, por si no conocéis la escena:
Si las mujeres del sexo fuerte ya lo pensarán mañana, las mujeres del sexo débil -como UNA- somos más bien como la Scarlett O'Hara del momento justo después de la mítica frase, cuando se tumba en las escaleras a llorar y a rumiar las palabras del tipo. Eso es: somos rumiantes. UNA es rumiante.
"Resiliencia", esa palabra que ahora se oye tanto y antes desconocíamos (como "empoderada"), es la clave en la que estriba la diferencia entre las mujeres-guerreras y las desmoronables como UNA. Mi amiga me contaba una de sus estrategias de resiliencia:
- Yo siempre pienso que hay mucha gente con mil circunstancias peores...
¿¡Hola!? Para UNA ese pensamiento -que hay gente que lo tiene mucho peor- junto con la culpa que conlleva -¿cómo puedo estar así de mal cuando hay gente que lo tiene mucho peor?- son un par de piezas más fuera de la torre.
Ni qué decir tiene que las débiles encontramos cuando menos inspiradora la resiliencia de las fuertes. Hace poco ella tuvo un par de golpes que le derribaron de repente varias piezas de su torre. Le dije:
- Escribe: escribir es terapéutico.
Me contestó:
- Lo veo complicado. Tengo mucho lío logístico y para mí dormir es primordial, cariño.
Ni que decir tiene que UNA lleva semanas sin pegar ojo. Mira a qué hora publico esta entrada, el título de la cual es de otra mujer-guerrera, de otra amiga inspiradora que, en otra ocasión que también se me abatió un poco la torre, me dijo:
- Ahora sólo queda recomponerse.
La savia femenina del sexo fuerte es de una sabiduría admirable. De quitarse el sombrero.
Recomponerse antes de plantarle cara al siguiente vendaval. Que no sabe UNA por dónde le vendrá la mano.
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