domingo, 22 de junio de 2025

Las hojas en el suelo

Salimos de casa de mi madre y lo primero que comenta es cuántas hojas hay en el suelo. No me había dado cuenta. Es cierto. Parece otoño a finales de abril. El viento las ha arrancado de los árboles.

Caminamos por la calle y repara en que delante de cada portal está mojado. Cada portero limpia lo suyo y luego arroja el agua del cubo de su fregona enfrente del portal de modo que la calle acaba pareciendo como si hubiera varado una ola con intermitencias.

Y entonces me doy cuenta: los viejos van mirando al suelo. Pero no quiero llamar vieja a mi madre que siempre me reñía y me corregía -las personas mayores- aunque a mí me parece que la palabra viejo tiene más solera.

Con su cuello en forma de Ce, van mirando las hojas en el suelo. Es casi una actitud humilde, como de rendición ante la vida, que los ha ganado; ante la muerte, contra la que vienen echando un pulso y empiezan a notar ya los signos de flaqueza en ese codo. Saben que están a punto de fatiga.

He convertido los paseos con mi madre en un laboratorio de exploración, de observación de comportamientos. Supongo es éste un mecanismo de defensa para no sentir ante el espectáculo nada delicado de la vejez de la que siempre será la madre de esa niña que todavía habita en mí, que todavía la llama cuando en mitad de la noche se despierta alerta con una pesadilla.

Mi experimento social también funciona a modo de antifaz emocional, para que la mente no vagabundee augurando el futuro que a UNA misma le depara. Mi hermana me manda esta cita del último libro de Pedro Simón:

No sólo te apena su decrepitud, sino el adelanto de la que será la tuya.
El viejo que todos llevamos dentro.

El caso es que en el laboratorio vengo anotando los vericuetos de la atención de mi madre. Nos sentamos en la plaza de siempre a tomar el helado que no perdona y del árbol que nos da sombra caen pistilos que acaban decorando su cabeza clareada. Los que caen al suelo se arremolinan y la brisa los mueve haciéndoles formar en el suelo una suerte de figuras. 

-¿Has visto?- me dice encantada-. ¿Te das cuenta? 

Y señala los dibujos que la primavera pinta sobre las baldosas.

Quizás, pienso, miran al suelo para evitar que su mirada coincida con la tuya y revele el miedo que han de sentir ante la certeza de una muerte inminente, una certeza que nos atañe a todos pero que los-no-tan-viejos sabemos distraer con los problemas banales de nuestras vidas mundanas. 




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