jueves, 14 de octubre de 2021

Sobre la ética: pringaos o caras

Photo by Edouard Gilles on Unsplash

El verano pasado tuvimos una "animada" conversación con Paul hijo1 (15).  Éste era el tema: con sus amigos, cogían el trenecillo (un tren de cercanías) en la estación más cerca de casa y se bajaban un par de estaciones más allá, en un centro comercial. Mismo recorrido a la vuelta. Ambas estaciones no cuentan con control de billetes, ni en un extremo ni en otro, ni mecánico tipo torno, ni humano tipo revisor. Así que mi hijo y sus amigos por supuesto no compraron el billete e hicieron el recorrido gratis, porque si no, serían "unos pringaos" además de dos euros y pico más pobres.

Nosotros intentábamos hacerle comprender que no se trata de si tienes que enseñar el billete o no; se trata de hacer lo-correcto, y lo-correcto es pagar por el trayecto que recorres. Hacer lo-correcto en este caso, por lo visto, es de pringaos: ¿Pero por qué vas a pagar si puedes ir gratis?, era todo el argumento que esgrimía el razonamiento adolescente de mi hijo. UNA no daba crédito (¡sobre todo porque a éste lo he educado yo!): 

¿Porque es lo que hay que hacer? 
¿Porque es lo que está bien?

Pero UNA, que no desaprovecha oportunidad de darle vueltas a las cosas en su cabeza, es perfectamente consciente de que la honradez es un dial. Es decir, UNA le reprocha a su hijo que se suba al trenecillo sin pagar, ¡eso nunca lo haría UNA! y, sin embargo, UNA domina a la perfección el recorrido digital que va desde que una amiga me recomienda un libro hasta que me lo descargo en mi dispositivo electrónico sin pasar por caja. Eso -UNA lo sabe- no es "lo-correcto" ni está bien. Y, sin embargo, lo hago con cierta regularidad y probablemente lo siga haciendo después de este post- UNA confiesa. Eso significa que mi dial de la honradez se coloca a la izquierda de un viaje gratis en tren pero a la derecha de un libro gratis en internet. Para alguien cuyo dial se coloque a la izquierda de ese libro, lo que UNA comete no es sólo un delito sino una incoherencia (ya que trato de educar a mi hijo en lo contrario) y una falta de solidaridad hacia el-que-crea (que redobla el delito cuando UNA también se empeña en ubicarse en la esfera creativa).

Aquí de lo que se trata es de decidir, a ser posible de forma consciente y basada en valores elegidos, dónde situar el dial y de acuerdo a qué criterios determinar esa ubicación. Aun así, lo-que-está-mal no deja de estar mal, y lo-incorrecto sigue siendo lo-incorrecto. No obstante, comprender los motivos que llevan a alguien a actuar de determinada manera quizás pueda evitar juicios corrosivos: normalmente se trata de creencias que son diferentes a las nuestras. UNA tiene la creencia de que el que paga en el tren sin torno ni revisor es un ciudadano cívico; el adolescente no sostiene esa creencia sino la de que el que paga en el tren sin torno y sin revisor es un pringao. UNA ni siquiera tiene hueco entre sus creencias para el concepto de "pringao".

Y luego están los caras. En esos sí cree UNA porque los ha sufrido. Ahí está la gente que no tiene valores ni educación ni a menudo creencias; la gente que se salió por un extremo del dial de la honradez con el estandarte de todo-vale. El concepto de "lo-correcto" hace tiempo que se les quedó desfasado o quizás no lo esgrimieran nunca. Los caras se abigarran bajo la corteza humorística de la picaresca española. Orgullosos de su condición de lazarillos, ni siquiera se cuestionan para qué van a pagar impuestos cuando pueden hacerlo en negro, sería de pringaos. Los caras contribuyen a la mala fama del funcionario-en-desayuno-permanente y el funcionario-de-baja-permanente mientras muchos funcionarios sin fama hacemos las cosas bien porque hemos heredado y abanderamos el legado de la honestidad. Los caras encuentran todo estilo de justificación para la mentira, la infidelidad, la deslealtad y la traición. E incluso muchos carecen de la necesidad de justificarse. Sobre todo mientras no les pillen.

Mi hermAna precisaba de una medicación que necesariamente habría de conservarse en frío y la llevaba encima en una neverita a pilas. En medio de su jornada laboral, se quedó sin batería. Tuvo que tomar prestadas pilas de repuesto en la oficina. Al día siguiente, compró las pilas y las repuso. No se justificó diciendo que un par de pilas a la empresa no le iban a suponer nada. No se escudó en el argumento de que, puesto que la neverita la tenía que trasladar a su puesto de trabajo, el centro habría de cubrir los gastos de la misma durante el horario laboral. No disfrazó las pilas prestadas de minucia sin importancia. Las compró y las repuso de inmediato, sin dilación, sin ni siquiera cuestionárselo. Ahí queda definida la ubicación exacta de su dial. Si el dial de todos, incluida y sobre todo la clase política, estuviera en ese lado de la ética, la vida en sociedad fluiría sin trabas. 

Ya no somos adolescentes. Personalmente, UNA prefiere ser una pringá, sin torno ni revisor, que una cara. Ahora toca hacerle entender a los hijos que ser honesto y hacer lo-correcto no significa ser un pringao; que esa definición sólo se sostiene en la inversión de valores que caracteriza nuestro tiempo. Al final, ése es el problema en la base de la corrupción: los valores invertidos. Estamos criando hijos en una sociedad que tiene los valores invertidos, inversión que encima se hace eco en las redes sociales que ellos tan bien manejan. Se nos ha complicado bastante la cosa.


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5 comentarios:

  1. Las personas estamos llenas de contradicciones y el dial se nos mueve como el viento muchas veces :)

    Yo lo justifico diciendo que pirateo un disco o un libro de alguien muy famoso, o que luego voy a los conciertos, pero eso excusas.

    Son tiempos complicados, cuando las reglas dejan de tener sentido y el cumplirlas te hace un pringado es que algo va muy mal. Es una palabra muy grande que uso con cuidado, pero creo que vivimos una falta de valores preocupante.

    Una reflexión muy interesante, como de costumbre.

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    1. Gracias, Beauséant, por lo de la costumbre.

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    2. :) a veces cometo el error de no decir ciertas cosas porque las doy por sentado, pero lo cierto es que siempre traes reflexiones muy interesantes sobre cosas que parecen pequeñas, pero que conforman lo que realmente somos.

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  2. Toda la razón. Pero, aunque suene a excusa, yo creo que la falta de civismo o incluso de ética en nuestro comportamiento en Internet es más que comprensible. En parte posiblemente por ser un fenómeno nacido en estos nuevos tiempos sin los valores "de antes". Pero es que, además, en nuestra mente la oferta de internet desde su nacimiento ha estado tan exenta de control que el concepto "libre"-"gratis" va intrínsecamente asociado con ella, de hecho así se nos vendió desde un principio. Para remate, la justicia nunca ha sabido ser efectiva en el entorno virtual (desde luego no en la mente del usuario, que es lo verdaderamente coercitivo, e instructivo por ende). Lo que quiero decir es que internet, para bien o para mal, ha conectado con lo liberador que es moverse por el instinto y el egoismo, con nuestro lado salvaje e incívico. ¿Quién podría culparnos?

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    1. Internet ya no es tan nuevo. Tiempo hemos tenido de deliberar pero ciertamente, al estar la red exenta de control, no hemos sentido la necesidad de ejercerlo sobre nosotros mismos. Y ahí es donde entra el "mientras no nos pillen". La verdadera ética escapa a la amenaza del castigo.

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