Doy mi clase de las cuatro en un aula al sol en este noviembre demasiado cálido. Me aseguro de vestir una manga corta debajo de ese suéter que me sobra y de llevar un abanico en el bolso. Pongo el aire acondicionado nada más entrar y una alumna adolescente se me queja:
- Maestra, ¿tienes calor?
- The teacher is always hot😉.
A los hombres en general les incomoda hablar de menopausia. A muchas mujeres curiosamente también. La palabra sofoco es una palabra fea.
- Están todas secas-, dijo un pobre gilipollas.
La indignación se apacigua cuando caes en la cuenta de que este tipo de comentarios no dice nada de nosotras y, sin embargo, habla a gritos del pazguato que las emite en su ignorancia barata y arcaicamente machista desde su cerebro seco (así habla mi indignación apaciguada, imagínate cuando no lo está).
La propia palabra "menopausia" viene también con su mochila de sesgos negativos sobre los hombres hombros (un lapsus, lo siento) y, sin embargo, la palabra en sí es bella. Menopausia. Menopausa. Menos. Pausa. Eso es a lo que UNA aspira se convierta esta etapa de sofocos, en una P-A-U-S-A. Parar para ir aceptando los-menos, haciéndoles hueco en los recovecos de mis estrenadas arrugas en ese cuello que aloja ahora una garganta hecha nudo.
Los-menos que más me anudan el cuello son mis tres reyes, mis tres monstruos, que ahora me necesitan menos, me buscan menos, me acarician menos. A veces UNA piensa que no es tanto a ellos a los que echa de-menos sino al sentimiento de sentirme imprescindible, de que hubo un tiempo en que mis besos curaban y mis palabras, las mismas que ahora hacen rodar sus ojos en blanco, hacían magia. Pero no. No es sólo el sentimiento: se añora el olor de sus manos y sus pies, las voces de pito, las ocurrencias ingeniosas de la inocencia. Peter me dirá que idealizo. Lo sé. Tengo cientos de diarios escritos sobre la ambigüedad de la maternidad, pero el recuerdo afortunado siempre depura.
Hay otros menos que también pesan: menos ánimo ilusorio de muchas cosas que antes apasionaban, menos firmeza en la piel, menos memoria, menos tiempo de sueño, menos hormonas, menos ganas de sexo, ver menos, oír menos, menos salud...
El-menos que más atormenta es la certeza de que ya queda menos tiempo por vivir que el ya vivido. Es el-menos del envejecimiento repentino y la conciencia de la muerte. Es aquí, sin embargo, cuando UNA se detiene a pensar que quizás se trate de un menos-más ya que es este menos el que te apremia a tratar de llenar los años que te resten por vivir de sueños cumplidos, de valores ya no heredados sino deliberadamente elegidos, de presencia, de un nueva forma de saber estar con la incertidumbre tan innata a la condición humana y con la que estuve peleando inútilmente por más de cincuenta años.
Hay otros menos-más, menos que suman: menos amigos pues a estas alturas ya has hecho la criba y te has quedado únicamente con los auténticos; menos batallas pues eliges sólo aquellas dignas de lucha; menos (auto)censura; menos postergación; y, sobre todo, mucha menos paciencia ante los pobres gilipollas que nos tachan de secas sin siquiera coscarse del empeño que esta generación de mujeres estamos poniendo en que esta pausa vuelva los-menos en más: más recuerdos, más experiencia, más propósito vital, más creatividad, más serenidad, más intención, más atención, más conciencia.
Mujeres que, tras el duelo por los-menos, estamos cambiando el vocabulario.
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Cierto, hay ciertas palabras que, esgrimidas como insultos, dicen más de la persona que las emite que de quien las recibe. Secos son lo que tienen el cerebro :) La vida nos agota, sí, nos seca, da igual tu sexo o tu género, debemos asumirlo y prepararnos lo mejor posible para cuando eso ocurra.. ¿de verdad podemos estar preparados?, eso ya es otra cuestión.
ResponderEliminarUn abrazo
Estamos cambiando el vocabulario y el foco. Quizás un menos-más sea la -menos urgencia como +más sosiego. Se puede caminar más lento si sabes mejor dónde quieres ir.
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