martes, 29 de julio de 2025

Sólo para mis ojos


Recuerdo una conversación de madrugada con la hermana de Peter en la madrugada también de mi relación con él, hace ahora tantos años que he dejado de contarlos, en la que le decía que lo que me gustaba de Peter era que él sacaba lo mejor de UNA. 

Ahora, tantas danzas y tantas reflexiones después, de lo que me doy cuenta es de que en esa frase estaban mal puestos los pronombres: No era Peter el que sacaba lo mejor de UNA. Era UNA la que sacaba la mejor versión de UNA en esa madrugada de nuestra relación. Nos enamoramos no de el-otro, sino de cómo nos hace sentir el-otro, de la versión que el-otro parece sacar de nosotros, de la manera en que nos miran sus ojos, de quiénes somos en la pareja.

Por eso son tan bellas las madrugadas. Los destellos amarillos y naranjas sonrosando el horizonte, que aparece como si fuera recién estrenado, como si acabara de ser delineado sólo para ese amanecer. Impoluto. Impresionante.


Es imposible mantener tanta belleza durante demasiado tiempo. Moriríamos de belleza si así fuera. Moriríamos de síndrome de Stendhal. Insostenible sería. Por ello, si te paras a parpadear en un amanecer, casi que te lo pierdes. El sol avanza rápido y enseguida lo tienes encima y aparecen las sombras.

No conozco a nadie que haya dicho nunca que las relaciones a largo plazo sean fáciles. Las crisis en el matrimonio aparecen cuando ponemos el foco en las sombras de el-otro.

Sin embargo, vengo deteniendo mi pensamiento recientemente en aquella frase primitiva de los pronombres equivocados. ¿Y si la desidia aparece porque lo que realmente detestamos son esas otras versiones nuestras que sacamos a relucir en la relación cuando ya no somos capaces de mantener por más tiempo esa primera impresión de horizonte impoluto? ¿Y si el problema no son realmente las sombras de el-otro, sino las sombras propias, esas que proyectamos y ensombrecen la relación? ¿Y si el dedo acusador que bailamos en nuestros conflictos de pareja es en realidad un pronombre equivocado y debería apuntar en dirección al pecho propio? Eso explicaría tantas cosas...

Eso explicaría, por ejemplo, que haya quien, cansado de las propias sombras, vaya buscando nuevos amaneceres. En realidad, lo que busca es volver a creer en esa versión impoluta de sí mismo; sentirse de nuevo horizonte impresionante; olvidar por un rato que, una vez que parpadee, el sol volverá a señalarle sus sombras, no las de la relación, sino las suyas propias. 

Lo que realmente quiere es verse otra vez con la luz de ese amanecer.

Lo que realmente necesita es hacer las paces con sus sombras.

Al final, estar bien en pareja requiere que haya dos personas que estén bien consigo mismas, que estén bien con sus propias sombras. 

Dedico esta entrada a una amiga que con toda probabilidad no la leerá, pues le aburre mi blog soberanamente, pero que anda buscando respuestas cuando en realidad no debería ser ella quien estuviera haciéndose las preguntas.

Entradas relacionadas
Peter, ¡Feliz 50 Cumpleaños!
Te quiero de vez en cuando
Continente
La belleza [La parada]

2 comentarios:

  1. Según te leía he pensado en un espejo, un espejo que, al principio sólo refleja lo bueno que tenemos en el interior y, al pasar el tiempo y como una maldición, va mostrando el lado oscuro de nuestra alma. ¿Intentamos mejor esas sombras o tiramos el espejo a la basura?

    Te lo he dicho muchas veces, pero tienes una gran capacidad para verte "desde fuera" es un don, un don doloroso, pero un don, no lo pierdas.

    Un abraz

    ResponderEliminar
  2. Jajaja, muy bueno. Luces y sombras, la danza de la vida. Las relaciones propias y ajenas, también son fuente de autoconocimiento. Gracias por escritura inspiradora

    ResponderEliminar

Agradezco tus comentarios