jueves, 29 de mayo de 2025

Vivir a toda costa

Una de las señales inequívocas de que los seres humanos nos consideramos superiores, superiorísimos, a las otras especies vivas del planeta es que los poseemos: los metemos en jaulas para distraer a nuestros cachorros, convertimos su muerte en deporte, los disecamos para decorar nuestros salones, los amarramos a correas, les ponemos nombre. ¿Hay algo más posesivo que nombrar? Los nombramos, los clasificamos, los colocamos por debajo en nuestra particular jerarquía del planeta. 

El otro síntoma, que a UNA le parece brutal pero que es políticamente incorrecto abordar, es decidir su muerte: tomamos el poder de decisión sobre su muerte cuando no nos permitimos hacerlo sobre la nuestra propia. Un perro tiene un tumor, un dolor crónico, una enfermedad incurable, una incomodidad inabilitante, y lo ponemos a dormir. Sufrimos, sí, claro que sufrimos al hacerlo, pero ni nos lo planteamos porque le estamos evitando sufrimiento al animal, que no tiene nada que decir al respecto. No tiene una opinión- o eso creemos- sobre su propia muerte. Nada que decir porque no dice nada. De nuevo La-Palabra posee.

Sin embargo, para con nosotros mismos, para con los seres humanos en los que La-palabra alcanza vetas insospechadas, aplicamos justo el criterio contrario: Vivir a toda costa.

Paseo con mi madre y me voy fijando en otros viejos, igual que cuando paseas con tu perro (¿a tu perro?) te vas fijando en otros perros. Imagino que este paralelismo acaba de fruncir el ceño de los políticamente correctos pero, sin caer en lo fácil que sería acusarme de comparar a mi madre con un perro, os insto a apartar lo correcto por una entrada y aterrizar en lo básico, en los orígenes, en lo vital.

De esos viejos que observo, muchos ya no pasean, muchos son paseados. Han perdido la actividad y son meros pacientes, una pasividad que no contemplaríamos alargar en ninguna otra especie. -Que no sufra, diríamos de un caballo, ¡que no sufra! Entonces, si aplicamos el estándar contrario sobre las personas, si nos empeñamos en vivir a toda costa, ¿el mantra no sería el contrario también: "que sufra"? No simplifiques, oigo a la corrección política decir. -A menudo, le contesto, lo simple es la verdad.

Esta película diaria de los-viejos-paseados, esconde una realidad mucho más cruda: la de los-viejos-no-paseados, esos que ya ni siquiera volverán a sentir el aire rozando su piel ni contemplarán la primavera abriéndose paso a pesar del cemento. 

Voy más allá. Me perturba la imagen de los-jovenes-no-paseados, postrados en camas ortopédicas, frustrados ante la dependencia impuesta por una vida tremendamente injusta. Oigo los gritos de los por-qué-yo, de los por-qué-a-mí. Y me pregunto que si lo que nos diferencia de los animales es La-Palabra, ¿no deberíamos tener palabra en esto?

Digo yo que ese chip de pase-lo-que-pase-mantenernos-vivos que nos insertaron en el origen o en la evolución, ese instinto tan poderoso de supervivencia que nos hace contemplar la muerte con horror e inventarnos historias preciosas o escapadas ingeniosas para poder convivir con su inquietante presencia; digo que, una vez que el sufrimiento exceda al disfrute, ese instinto ha de ir de alguna manera perdiendo momento, dándose de sí, ganando holgura, cediendo paso a la necesidad imperiosa de descansar, de ponerse a dormir. -¿Prolongar la vida para qué?, pregunta una amiga cercana ahora que estos temas ocupan nuestras mentes y nuestras vidas.

La medicina se ha convertido en La Gran Prolongadora pero no necesariamente en la facilitadora del bienestar. Los que creen, supongo, en un dios creador argumentarán que no podemos disponer de nuestra vida que nos ha sido dada. Eso es un poco lo que vengo a señalar aquí: que sí lo hacemos. Por un lado, la prolongamos: quizás no se nos dio tan larga. Por otro, disponemos de ella cuando el ser vivo al que le fue dada no es uno de los nuestros. El perro. El caballo.

La superioridad de nuestra especie, esa superioridad que se está cargando todo-lo-creado, ¿justifica que los estándares sean dobles? ¿Nos erigimos en dueños de las vidas de las especies ajenas, pero a la de nuestra especie el único principio que aplicamos es el de permanecer aquí a toda cosa? A toda costa.

Se quedan las preguntas colgando en el vacío, los matices pendientes de un hilo, el miedo a la muerte evitando las respuestas, la vuelta a lo básico enredada en creencias.

La imagen es prestada, como la vida




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domingo, 11 de mayo de 2025

Las cansadas

Este artículo es especialmente largo. No lo leerá nadie. Los hombres de mi generación no están interesados. Las mujeres de mi generación están demasiado cansadas: son "las cansadas" del título. Las generaciones siguientes no tienen cultivada suficiente capacidad de atención para leer un artículo largo. A todos, pues, os recomiendo saltaros mi texto y llegar al final donde me he permitido copiar una carta al director de El País que me mandó una amiga de una tal Sofía Trigo Buíde, una maga que ha conseguido condensar en unas pocas líneas lo que UNA trataba de expresar en sus dilatados párrafos.

Me levanto a las 5:15 para escribir y oigo a mi vecina- también profe- que tiene que ir a trabajar a Jaén: sale de casa a las 5:45. Tengo que dejar la comida preparada antes de irme porque los niños llegan a las 14:45 hambrientos como si no se hubieran tomado un bocadillo hace un par de siglos, y UNA saldrá del trabajo a las 14:15. Cocino tratando de encontrar el equilibrio adecuado entre que no se quejen tanto que me arruinen el almuerzo y que a la par sea medianamente saludable para ellos. Mientras estoy a tres fuegos, pienso en esa alumna que me decía el otro día que sus hijos protestaban de que, desde que está estudiando inglés, comen muchas tortillas del mercadona. Uff, que no se me pase hacer los ejercicios de fuerza y los de suelo pélvico.

Trabajo: descanso.

Después de comer, esa tan ansiada hora de la siesta en la que todos retozan con su móvil en posición horizontal, llega el pedido del mercadona y toca recogerlo previa limpieza y orden de la despensa y la nevera (o frigorífico- véase la mencionada carta del periódico) que parece hubieran sido saqueadas por una jauría de ratones hambrientos, los mismos ratones que retozan en su siesta. Me debato entre montar un pollo y ponerlos a todos a modo de ejército a ayudar, lo cual sé con certeza que va a desencadenar una retahila de malos modos y palabros que no benefician en nada a mi sistema nervioso al que trato de cuidar estos días de primavera OMM👌, o bien recoger el pedido UNA sola y planteármelo como si fuera mi ejercicio de fuerza de hoy (que no conseguí meter esta mañana a pesar del madrugón) pues es indispensable para la menopausia, aunque mi madre nunca levantó una pesa, ha llegado hasta los 90 y jamás la vi padecer un sofoco de esos que a mí me dan en mitad de clase y me obligan a semidesnudarme enfrente de un montón de alumnos (y alumnas, y alumnEs -no se me escape el género que soy profA de la generación de la correción política desmedida-) quienes contemplan entretenidos como mi rostro es capaz de rebosar humedad en cuestión de segundos. Eso sí, mi madre recogió también un montón de pedidos, limpió un montón de neveras (o frigoríficos) y ordenó un montón de despensas. Claro que ella no tenía que estar a las 9:15 en el trabajo y había cole de tarde.

Tras haber batido el record de oración-más-larga-de-mi-blog en el párrafo anterior (¡9 líneas!) y hablando de mi madre que no perdona ni un día su salida (sí, la de 90), tengo que apresurarme a recogerla para ir de paseo y de merienda. En esas dos horas del bis bis bis, tengo que aprovechar para hacer los recados de la lista que llevo escrita en papel continuo. Las antiguas tardes de parque con los niños ahora son las tardes de parque con la abuela. -¿Dónde estamos?- me preguntará a un ritmo de 10 veces la hora. -¿Dónde vamos? En realidad, madre, éstas son las grandes preguntas de la vida. ¿Dónde estamos? Las cansadas, mamá, estamos en un lugar muy incómodo. ¿Dónde vamos? Las cansadas, mamá, vamos a explotar. Ahí es donde parece que vamos. Vamos a petar. La gran petada hubiera sido también un buen título para esta entrada.

La luz de neón fucsia que me habla

Una vez la dejo en su casa y vuelvo a la mía, uno de mis hijos me pide que le ayude con el inglés y a mí así a voz de pronto como quien no quiere la cosa me saldría decirle NO WAY!, pero enseguida me comparo mentalmente con las madres perfectas que siempre han ayudado a sus hijas con las matemáticas, y me salta una luz de neón fucsia en mi cabeza que me grita mala-madre mala-madre así que, con esa motivación sobre las cervicales, me siento a dar clase de inglés a mi hijo e intento mantener la paciencia como quien mantiene la nariz a flote a punto de ahogarse en un pilón de agua que la cubre y continua llenándose.
UNA manteniendo la paciencia
Ya no me va a dar tiempo a hacer yoga, ni mucho menos a hacer yoga facial, ni tampoco los ejercicios que le prometí a la fisio que haría a diario por ese dolor persistente que tengo en la nuca, el cuello, los hombros, y que parece ser, o eso dice mi fisio, parece ser tensión acumulada. No sé de qué me habla porque UNA no está tensa. UNA sólo quiere acostarse temprano para levantarse temprano, y me voy con tantas prisas a la cama que acabo durmiendo poco y mal.


Tampoco es mía esta foto, pero podría serlo
No es mío. El meme. El estado sí




Estamos cansadas. 

Pienso a veces que menudo favor nos hemos hecho con esto de "la igualdad", ¿no? Pienso que en algún sitio hay un Trump-de-la-vida mirándonos por un agujerito y riéndose de nosotras, de cómo nos han vendido la moto. ¡La moto no! La moto, el coche, el tren y el avión. Lo hemos asumido T-O-D-O. Tengo una amiga que a sus 52 años está preparando oposiciones y trabajando de interina a una hora de su casa con dos hijos adolescentes. El otro día se nos desmayó en una fiesta (¡sí!, porque también conviene mantener una vida social activa).

- ¿Será por la dieta?-, apuntó otra amiga (¡sí!, porque también conviene mantener el tipo que a estas edades los kilos se agarran a las caderas como lapas). 

- ¿Será por el estrés?-, pensó UNA de inmediato.

UNA hace el propósito de no quejarse casi cada mañana, pero no puede evitar tener cierto asomo de resentimiento -las cansadas estamos resentidas- cuando ve que toda esta revolución, todos estos cambios sociales que han alterado profundamente la dinámica de las familias, nos afectan sobre todo a nosotrAs, por mucho que ellOs empujen sillas de bebé, cosa que a mi madre todavía le resulta graciosamente chocante cuando nos los encontramos por la calle. A veces comenta: 

- Mira, le han mandado a la calle a pasear a los niños

"Mandar" es la palabra clave aquí. El mapa mental de lo que ocurre en la casa sigue siendo femenino, por mucho que la mujer tenga que desplazarse a las 5:45 en bici plegable hasta la estación y allí coger un tren para estar en hora en su puesto de trabajo. En ese recorrido, gracias a las benditas apps que no nos permiten desconectar, habrá pedido cita al médico para su hijo que parece que no termina de quitársele esa fiebre, para su madre que hay que llevar el análisis; habrá reservado un toogoodtogo para la cena de esta noche; habrá hecho el pedido del mercadona y apuntado en la lista del finde que tiene que lavar las cortinas del salón que anoche, mientras se quedaba dormida en el sofá 5 minutos después de sentarse por primera vez en todo el día, vio que tenían muchas manchas. Otra oración de 9 líneas- ¡estoy literalmente que me salgo!

Será ÉL a lo mejor quien vaya a la compra (por cierto, no apagues el móvil si es ÉL quien va al supermercado aunque se lo hayas dado todo por escrito), quien vaya a recoger el toogoodtogo o quien lleve al niño al médico, y ¡TODOS CONTENTOS! porque todos somos iguales. Pero, ¿lo somos? El esquema doméstico, el diagrama del hogar, sigue teniendo nombre de mujer y cada vez tiene más arañas que nos impone el ojo que nos mira con sorna: 

-Sed perfectas, se nos alienta. 

Este aliento lo resume mucho mejor un vídeo que me mandó otra amiga y os enlazo también abajo. 

Estamos cansadas y esa sensación de estar ocupándonos de todo aunque APARENTEMENTE ellOs se ocupen de su-mitad tiene difícil arreglo. Aceptación y agradecimiento, me dice la psicóloga porque por supuesto las ansiosAs tenemos que ir a terapia y ¡hala! a empezar el diario de gratitud. ¿Gratitud? ¡Gracias por nada!, me sale decirle de vuelta cuando me empieza a doler la ATM (lo que antes se llamaba mandíbula) de tanta rabia contenida.

Después de escribir este post, ya definitivamente no me va a dar tiempo a hacer yoga. Y de tanto saltarme el yoga, acaba UNA protestando tanto, a pesar del propósito de enmienda matutino de no quejarme. También las hay que no protestan y llevan esta suerte de injusticia con mucha gracia. A estas alturas, creo que ha quedado claro que  no es el caso de UNA. Llegados a este punto (si ha llegado alguien) hay quien seguramente estará pensando: 

-¡Pues no te levantes a las 5:15 a escribir y no estarás tan cansada!

Cierto. 

Pero es que esto lo hago por UNA. 

¿Por qué todo el mundo coincide en que tendría que empezar a recortar por ahí?



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A modo de postdata, os diré que UNA es perfectamente consciente de que ha mencionado el mercadona varias veces en este artículo. Ando considerando la opción de pedirles una comisión.