Una de las señales inequívocas de que los seres humanos nos consideramos superiores, superiorísimos, a las otras especies vivas del planeta es que los poseemos: los metemos en jaulas para distraer a nuestros cachorros, convertimos su muerte en deporte, los disecamos para decorar nuestros salones, los amarramos a correas, les ponemos nombre. ¿Hay algo más posesivo que nombrar? Los nombramos, los clasificamos, los colocamos por debajo en nuestra particular jerarquía del planeta.
El otro síntoma, que a UNA le parece brutal pero que es políticamente incorrecto abordar, es decidir su muerte: tomamos el poder de decisión sobre su muerte cuando no nos permitimos hacerlo sobre la nuestra propia. Un perro tiene un tumor, un dolor crónico, una enfermedad incurable, una incomodidad inabilitante, y lo ponemos a dormir. Sufrimos, sí, claro que sufrimos al hacerlo, pero ni nos lo planteamos porque le estamos evitando sufrimiento al animal, que no tiene nada que decir al respecto. No tiene una opinión- o eso creemos- sobre su propia muerte. Nada que decir porque no dice nada. De nuevo La-Palabra posee.
Sin embargo, para con nosotros mismos, para con los seres humanos en los que La-palabra alcanza vetas insospechadas, aplicamos justo el criterio contrario: Vivir a toda costa.
Paseo con mi madre y me voy fijando en otros viejos, igual que cuando paseas con tu perro (¿a tu perro?) te vas fijando en otros perros. Imagino que este paralelismo acaba de fruncir el ceño de los políticamente correctos pero, sin caer en lo fácil que sería acusarme de comparar a mi madre con un perro, os insto a apartar lo correcto por una entrada y aterrizar en lo básico, en los orígenes, en lo vital.
De esos viejos que observo, muchos ya no pasean, muchos son paseados. Han perdido la actividad y son meros pacientes, una pasividad que no contemplaríamos alargar en ninguna otra especie. -Que no sufra, diríamos de un caballo, ¡que no sufra! Entonces, si aplicamos el estándar contrario sobre las personas, si nos empeñamos en vivir a toda costa, ¿el mantra no sería el contrario también: "que sufra"? No simplifiques, oigo a la corrección política decir. -A menudo, le contesto, lo simple es la verdad.
Esta película diaria de los-viejos-paseados, esconde una realidad mucho más cruda: la de los-viejos-no-paseados, esos que ya ni siquiera volverán a sentir el aire rozando su piel ni contemplarán la primavera abriéndose paso a pesar del cemento.
Voy más allá. Me perturba la imagen de los-jovenes-no-paseados, postrados en camas ortopédicas, frustrados ante la dependencia impuesta por una vida tremendamente injusta. Oigo los gritos de los por-qué-yo, de los por-qué-a-mí. Y me pregunto que si lo que nos diferencia de los animales es La-Palabra, ¿no deberíamos tener palabra en esto?
Digo yo que ese chip de pase-lo-que-pase-mantenernos-vivos que nos insertaron en el origen o en la evolución, ese instinto tan poderoso de supervivencia que nos hace contemplar la muerte con horror e inventarnos historias preciosas o escapadas ingeniosas para poder convivir con su inquietante presencia; digo que, una vez que el sufrimiento exceda al disfrute, ese instinto ha de ir de alguna manera perdiendo momento, dándose de sí, ganando holgura, cediendo paso a la necesidad imperiosa de descansar, de ponerse a dormir. -¿Prolongar la vida para qué?, pregunta una amiga cercana ahora que estos temas ocupan nuestras mentes y nuestras vidas.
La medicina se ha convertido en La Gran Prolongadora pero no necesariamente en la facilitadora del bienestar. Los que creen, supongo, en un dios creador argumentarán que no podemos disponer de nuestra vida que nos ha sido dada. Eso es un poco lo que vengo a señalar aquí: que sí lo hacemos. Por un lado, la prolongamos: quizás no se nos dio tan larga. Por otro, disponemos de ella cuando el ser vivo al que le fue dada no es uno de los nuestros. El perro. El caballo.
La superioridad de nuestra especie, esa superioridad que se está cargando todo-lo-creado, ¿justifica que los estándares sean dobles? ¿Nos erigimos en dueños de las vidas de las especies ajenas, pero a la de nuestra especie el único principio que aplicamos es el de permanecer aquí a toda cosa? A toda costa.
Se quedan las preguntas colgando en el vacío, los matices pendientes de un hilo, el miedo a la muerte evitando las respuestas, la vuelta a lo básico enredada en creencias.
![]() |
La imagen es prestada, como la vida |
Entradas relacionadas
Esos otros locos bajitos
Abrazar la ambigüedad
Cambio de roles
En sepia
Envejecer
En Versos Mundanos:
Nombrarte