domingo, 22 de junio de 2025

Las hojas en el suelo

Salimos de casa de mi madre y lo primero que comenta es cuántas hojas hay en el suelo. No me había dado cuenta. Es cierto. Parece otoño a finales de abril. El viento las ha arrancado de los árboles.

Caminamos por la calle y repara en que delante de cada portal está mojado. Cada portero limpia lo suyo y luego arroja el agua del cubo de su fregona enfrente del portal de modo que la calle acaba pareciendo como si hubiera varado una ola con intermitencias.

Y entonces me doy cuenta: los viejos van mirando al suelo. Pero no quiero llamar vieja a mi madre que siempre me reñía y me corregía -las personas mayores- aunque a mí me parece que la palabra viejo tiene más solera.

Con su cuello en forma de Ce, van mirando las hojas en el suelo. Es casi una actitud humilde, como de rendición ante la vida, que los ha ganado; ante la muerte, contra la que vienen echando un pulso y empiezan a notar ya los signos de flaqueza en ese codo. Saben que están a punto de fatiga.

He convertido los paseos con mi madre en un laboratorio de exploración, de observación de comportamientos. Supongo es éste un mecanismo de defensa para no sentir ante el espectáculo nada delicado de la vejez de la que siempre será la madre de esa niña que todavía habita en mí, que todavía la llama cuando en mitad de la noche se despierta alerta con una pesadilla.

Mi experimento social también funciona a modo de antifaz emocional, para que la mente no vagabundee augurando el futuro que a UNA misma le depara. Mi hermana me manda esta cita del último libro de Pedro Simón:

No sólo te apena su decrepitud, sino el adelanto de la que será la tuya.
El viejo que todos llevamos dentro.

El caso es que en el laboratorio vengo anotando los vericuetos de la atención de mi madre. Nos sentamos en la plaza de siempre a tomar el helado que no perdona y del árbol que nos da sombra caen pistilos que acaban decorando su cabeza clareada. Los que caen al suelo se arremolinan y la brisa los mueve haciéndoles formar en el suelo una suerte de figuras. 

-¿Has visto?- me dice encantada-. ¿Te das cuenta? 

Y señala los dibujos que la primavera pinta sobre las baldosas.

Quizás, pienso, miran al suelo para evitar que su mirada coincida con la tuya y revele el miedo que han de sentir ante la certeza de una muerte inminente, una certeza que nos atañe a todos pero que los-no-tan-viejos sabemos distraer con los problemas banales de nuestras vidas mundanas. 




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jueves, 29 de mayo de 2025

Vivir a toda costa

Una de las señales inequívocas de que los seres humanos nos consideramos superiores, superiorísimos, a las otras especies vivas del planeta es que los poseemos: los metemos en jaulas para distraer a nuestros cachorros, convertimos su muerte en deporte, los disecamos para decorar nuestros salones, los amarramos a correas, les ponemos nombre. ¿Hay algo más posesivo que nombrar? Los nombramos, los clasificamos, los colocamos por debajo en nuestra particular jerarquía del planeta. 

El otro síntoma, que a UNA le parece brutal pero que es políticamente incorrecto abordar, es decidir su muerte: tomamos el poder de decisión sobre su muerte cuando no nos permitimos hacerlo sobre la nuestra propia. Un perro tiene un tumor, un dolor crónico, una enfermedad incurable, una incomodidad inabilitante, y lo ponemos a dormir. Sufrimos, sí, claro que sufrimos al hacerlo, pero ni nos lo planteamos porque le estamos evitando sufrimiento al animal, que no tiene nada que decir al respecto. No tiene una opinión- o eso creemos- sobre su propia muerte. Nada que decir porque no dice nada. De nuevo La-Palabra posee.

Sin embargo, para con nosotros mismos, para con los seres humanos en los que La-palabra alcanza vetas insospechadas, aplicamos justo el criterio contrario: Vivir a toda costa.

Paseo con mi madre y me voy fijando en otros viejos, igual que cuando paseas con tu perro (¿a tu perro?) te vas fijando en otros perros. Imagino que este paralelismo acaba de fruncir el ceño de los políticamente correctos pero, sin caer en lo fácil que sería acusarme de comparar a mi madre con un perro, os insto a apartar lo correcto por una entrada y aterrizar en lo básico, en los orígenes, en lo vital.

De esos viejos que observo, muchos ya no pasean, muchos son paseados. Han perdido la actividad y son meros pacientes, una pasividad que no contemplaríamos alargar en ninguna otra especie. -Que no sufra, diríamos de un caballo, ¡que no sufra! Entonces, si aplicamos el estándar contrario sobre las personas, si nos empeñamos en vivir a toda costa, ¿el mantra no sería el contrario también: "que sufra"? No simplifiques, oigo a la corrección política decir. -A menudo, le contesto, lo simple es la verdad.

Esta película diaria de los-viejos-paseados, esconde una realidad mucho más cruda: la de los-viejos-no-paseados, esos que ya ni siquiera volverán a sentir el aire rozando su piel ni contemplarán la primavera abriéndose paso a pesar del cemento. 

Voy más allá. Me perturba la imagen de los-jovenes-no-paseados, postrados en camas ortopédicas, frustrados ante la dependencia impuesta por una vida tremendamente injusta. Oigo los gritos de los por-qué-yo, de los por-qué-a-mí. Y me pregunto que si lo que nos diferencia de los animales es La-Palabra, ¿no deberíamos tener palabra en esto?

Digo yo que ese chip de pase-lo-que-pase-mantenernos-vivos que nos insertaron en el origen o en la evolución, ese instinto tan poderoso de supervivencia que nos hace contemplar la muerte con horror e inventarnos historias preciosas o escapadas ingeniosas para poder convivir con su inquietante presencia; digo que, una vez que el sufrimiento exceda al disfrute, ese instinto ha de ir de alguna manera perdiendo momento, dándose de sí, ganando holgura, cediendo paso a la necesidad imperiosa de descansar, de ponerse a dormir. -¿Prolongar la vida para qué?, pregunta una amiga cercana ahora que estos temas ocupan nuestras mentes y nuestras vidas.

La medicina se ha convertido en La Gran Prolongadora pero no necesariamente en la facilitadora del bienestar. Los que creen, supongo, en un dios creador argumentarán que no podemos disponer de nuestra vida que nos ha sido dada. Eso es un poco lo que vengo a señalar aquí: que sí lo hacemos. Por un lado, la prolongamos: quizás no se nos dio tan larga. Por otro, disponemos de ella cuando el ser vivo al que le fue dada no es uno de los nuestros. El perro. El caballo.

La superioridad de nuestra especie, esa superioridad que se está cargando todo-lo-creado, ¿justifica que los estándares sean dobles? ¿Nos erigimos en dueños de las vidas de las especies ajenas, pero a la de nuestra especie el único principio que aplicamos es el de permanecer aquí a toda cosa? A toda costa.

Se quedan las preguntas colgando en el vacío, los matices pendientes de un hilo, el miedo a la muerte evitando las respuestas, la vuelta a lo básico enredada en creencias.

La imagen es prestada, como la vida




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domingo, 11 de mayo de 2025

Las cansadas

Este artículo es especialmente largo. No lo leerá nadie. Los hombres de mi generación no están interesados. Las mujeres de mi generación están demasiado cansadas: son "las cansadas" del título. Las generaciones siguientes no tienen cultivada suficiente capacidad de atención para leer un artículo largo. A todos, pues, os recomiendo saltaros mi texto y llegar al final donde me he permitido copiar una carta al director de El País que me mandó una amiga de una tal Sofía Trigo Buíde, una maga que ha conseguido condensar en unas pocas líneas lo que UNA trataba de expresar en sus dilatados párrafos.

Me levanto a las 5:15 para escribir y oigo a mi vecina- también profe- que tiene que ir a trabajar a Jaén: sale de casa a las 5:45. Tengo que dejar la comida preparada antes de irme porque los niños llegan a las 14:45 hambrientos como si no se hubieran tomado un bocadillo hace un par de siglos, y UNA saldrá del trabajo a las 14:15. Cocino tratando de encontrar el equilibrio adecuado entre que no se quejen tanto que me arruinen el almuerzo y que a la par sea medianamente saludable para ellos. Mientras estoy a tres fuegos, pienso en esa alumna que me decía el otro día que sus hijos protestaban de que, desde que está estudiando inglés, comen muchas tortillas del mercadona. Uff, que no se me pase hacer los ejercicios de fuerza y los de suelo pélvico.

Trabajo: descanso.

Después de comer, esa tan ansiada hora de la siesta en la que todos retozan con su móvil en posición horizontal, llega el pedido del mercadona y toca recogerlo previa limpieza y orden de la despensa y la nevera (o frigorífico- véase la mencionada carta del periódico) que parece hubieran sido saqueadas por una jauría de ratones hambrientos, los mismos ratones que retozan en su siesta. Me debato entre montar un pollo y ponerlos a todos a modo de ejército a ayudar, lo cual sé con certeza que va a desencadenar una retahila de malos modos y palabros que no benefician en nada a mi sistema nervioso al que trato de cuidar estos días de primavera OMM👌, o bien recoger el pedido UNA sola y planteármelo como si fuera mi ejercicio de fuerza de hoy (que no conseguí meter esta mañana a pesar del madrugón) pues es indispensable para la menopausia, aunque mi madre nunca levantó una pesa, ha llegado hasta los 90 y jamás la vi padecer un sofoco de esos que a mí me dan en mitad de clase y me obligan a semidesnudarme enfrente de un montón de alumnos (y alumnas, y alumnEs -no se me escape el género que soy profA de la generación de la correción política desmedida-) quienes contemplan entretenidos como mi rostro es capaz de rebosar humedad en cuestión de segundos. Eso sí, mi madre recogió también un montón de pedidos, limpió un montón de neveras (o frigoríficos) y ordenó un montón de despensas. Claro que ella no tenía que estar a las 9:15 en el trabajo y había cole de tarde.

Tras haber batido el record de oración-más-larga-de-mi-blog en el párrafo anterior (¡9 líneas!) y hablando de mi madre que no perdona ni un día su salida (sí, la de 90), tengo que apresurarme a recogerla para ir de paseo y de merienda. En esas dos horas del bis bis bis, tengo que aprovechar para hacer los recados de la lista que llevo escrita en papel continuo. Las antiguas tardes de parque con los niños ahora son las tardes de parque con la abuela. -¿Dónde estamos?- me preguntará a un ritmo de 10 veces la hora. -¿Dónde vamos? En realidad, madre, éstas son las grandes preguntas de la vida. ¿Dónde estamos? Las cansadas, mamá, estamos en un lugar muy incómodo. ¿Dónde vamos? Las cansadas, mamá, vamos a explotar. Ahí es donde parece que vamos. Vamos a petar. La gran petada hubiera sido también un buen título para esta entrada.

La luz de neón fucsia que me habla

Una vez la dejo en su casa y vuelvo a la mía, uno de mis hijos me pide que le ayude con el inglés y a mí así a voz de pronto como quien no quiere la cosa me saldría decirle NO WAY!, pero enseguida me comparo mentalmente con las madres perfectas que siempre han ayudado a sus hijas con las matemáticas, y me salta una luz de neón fucsia en mi cabeza que me grita mala-madre mala-madre así que, con esa motivación sobre las cervicales, me siento a dar clase de inglés a mi hijo e intento mantener la paciencia como quien mantiene la nariz a flote a punto de ahogarse en un pilón de agua que la cubre y continua llenándose.
UNA manteniendo la paciencia
Ya no me va a dar tiempo a hacer yoga, ni mucho menos a hacer yoga facial, ni tampoco los ejercicios que le prometí a la fisio que haría a diario por ese dolor persistente que tengo en la nuca, el cuello, los hombros, y que parece ser, o eso dice mi fisio, parece ser tensión acumulada. No sé de qué me habla porque UNA no está tensa. UNA sólo quiere acostarse temprano para levantarse temprano, y me voy con tantas prisas a la cama que acabo durmiendo poco y mal.


Tampoco es mía esta foto, pero podría serlo
No es mío. El meme. El estado sí




Estamos cansadas. 

Pienso a veces que menudo favor nos hemos hecho con esto de "la igualdad", ¿no? Pienso que en algún sitio hay un Trump-de-la-vida mirándonos por un agujerito y riéndose de nosotras, de cómo nos han vendido la moto. ¡La moto no! La moto, el coche, el tren y el avión. Lo hemos asumido T-O-D-O. Tengo una amiga que a sus 52 años está preparando oposiciones y trabajando de interina a una hora de su casa con dos hijos adolescentes. El otro día se nos desmayó en una fiesta (¡sí!, porque también conviene mantener una vida social activa).

- ¿Será por la dieta?-, apuntó otra amiga (¡sí!, porque también conviene mantener el tipo que a estas edades los kilos se agarran a las caderas como lapas). 

- ¿Será por el estrés?-, pensó UNA de inmediato.

UNA hace el propósito de no quejarse casi cada mañana, pero no puede evitar tener cierto asomo de resentimiento -las cansadas estamos resentidas- cuando ve que toda esta revolución, todos estos cambios sociales que han alterado profundamente la dinámica de las familias, nos afectan sobre todo a nosotrAs, por mucho que ellOs empujen sillas de bebé, cosa que a mi madre todavía le resulta graciosamente chocante cuando nos los encontramos por la calle. A veces comenta: 

- Mira, le han mandado a la calle a pasear a los niños

"Mandar" es la palabra clave aquí. El mapa mental de lo que ocurre en la casa sigue siendo femenino, por mucho que la mujer tenga que desplazarse a las 5:45 en bici plegable hasta la estación y allí coger un tren para estar en hora en su puesto de trabajo. En ese recorrido, gracias a las benditas apps que no nos permiten desconectar, habrá pedido cita al médico para su hijo que parece que no termina de quitársele esa fiebre, para su madre que hay que llevar el análisis; habrá reservado un toogoodtogo para la cena de esta noche; habrá hecho el pedido del mercadona y apuntado en la lista del finde que tiene que lavar las cortinas del salón que anoche, mientras se quedaba dormida en el sofá 5 minutos después de sentarse por primera vez en todo el día, vio que tenían muchas manchas. Otra oración de 9 líneas- ¡estoy literalmente que me salgo!

Será ÉL a lo mejor quien vaya a la compra (por cierto, no apagues el móvil si es ÉL quien va al supermercado aunque se lo hayas dado todo por escrito), quien vaya a recoger el toogoodtogo o quien lleve al niño al médico, y ¡TODOS CONTENTOS! porque todos somos iguales. Pero, ¿lo somos? El esquema doméstico, el diagrama del hogar, sigue teniendo nombre de mujer y cada vez tiene más arañas que nos impone el ojo que nos mira con sorna: 

-Sed perfectas, se nos alienta. 

Este aliento lo resume mucho mejor un vídeo que me mandó otra amiga y os enlazo también abajo. 

Estamos cansadas y esa sensación de estar ocupándonos de todo aunque APARENTEMENTE ellOs se ocupen de su-mitad tiene difícil arreglo. Aceptación y agradecimiento, me dice la psicóloga porque por supuesto las ansiosAs tenemos que ir a terapia y ¡hala! a empezar el diario de gratitud. ¿Gratitud? ¡Gracias por nada!, me sale decirle de vuelta cuando me empieza a doler la ATM (lo que antes se llamaba mandíbula) de tanta rabia contenida.

Después de escribir este post, ya definitivamente no me va a dar tiempo a hacer yoga. Y de tanto saltarme el yoga, acaba UNA protestando tanto, a pesar del propósito de enmienda matutino de no quejarme. También las hay que no protestan y llevan esta suerte de injusticia con mucha gracia. A estas alturas, creo que ha quedado claro que  no es el caso de UNA. Llegados a este punto (si ha llegado alguien) hay quien seguramente estará pensando: 

-¡Pues no te levantes a las 5:15 a escribir y no estarás tan cansada!

Cierto. 

Pero es que esto lo hago por UNA. 

¿Por qué todo el mundo coincide en que tendría que empezar a recortar por ahí?



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A modo de postdata, os diré que UNA es perfectamente consciente de que ha mencionado el mercadona varias veces en este artículo. Ando considerando la opción de pedirles una comisión.

domingo, 20 de abril de 2025

Excelencia

Mi hijo mediano está en vísperas de la EvAU y ha de decidir qué va a estudiar después, sin vocación pronunciada en nada por el momento. Su despiste existencial me está haciendo rememorar el de UNA a los 17 años, ese momento demasiado temprano en la vida en que pareces verte forzado a hacer elecciones que probablemente dicten el resto de la misma, cuando aún no cuentas con la madurez suficiente para seleccionar qué posibilidades podar, así que su desasosiego me anda trayendo ecos de mi yo adolescente confundida, especialmente porque ahora que ha rodado la vida, sé -como ya conté en La vida robada- que uno de los lugares más comunes en la madurez es arrepentirse de lo que se estudió en su momento, que a su vez condujo a una carrera profesional no plena.

A veces, sin embargo, dudo. Dudo de si es tan importante el qué. Si no será más importante el cómo. Observo los modos y maneras de aquellas profesiones que UNA nunca hubiera considerado para UNA y veo que pasan cosas. Desayuno con mi madre casi a diario en una tartería cerca de casa y a menudo, con suerte, nos toca una camarera de rostro afable, ojos claros, sonrisa ancha, pelo rojo revuelto. Siempre tiene un gesto afectuoso hacia mi madre. Un día me preguntó su nombre, y le puso nombre de pila a ese gesto de cariño diario. 

- Ana, ¡qué guapa está hoy! 

- Ana, ¿hoy ha ido a la peluquería, no? ¡Qué elegante! 

Mi madre se pone clueca, y UNA piensa que a sus 90 años esta camarera le regala a mi madre pequeños bocados de agrado. Se puede ser camarera. Se puede ser camarera y encantadora.

En la peluquería a la que UNA acude a disfrazar canas, la dueña, al lavarte el pelo, no importa la cantidad de clientas a la espera de su trabajo en el local, se detiene y te mima con un masaje en el cuero cabelludo. UNA cierra los ojos. Yo no la veo, pero quiero imaginarla a ella con los ojos cerrados también, brindándome a mí un masaje y a ella misma un momento de pausa. De conexión. Es un lujo gratis en una peluquería barata, y el lujo lo pone ella. Se puede ser peluquera. También se puede ser peluquera con la atención plena puesta en la cabeza que tienes entre las manos.

Al vendedor de cupones le falta un brazo. Lejos de tratar de despertar la compasión ajena con su carencia, se mueve en círculos entonando a voces una canción que él mismo ha compuesto. Siempre toca, asegura la letra, y te quita la hipoteca. Es imposible transitar a su lado sin sonreir y el cupón no se lo compras por pena de su miembro ausente, sino por la abundancia que desprende la estrofa que canta. Se puede vender cupones. O hacerlo regalando sonrisas.

En mi propia escuela hay una conserje maravillosa que, cuando le pido que me ayude a plastificar y cortar tarjetas para usar en mis clases, redondea con tijeras y minuciosidad todas y cada una de las esquinas de todas y cada una de las tarjetas "para que no nos cortemos". ¿Se puede poner más amor en una tarea tan sencilla? No es lo mismo una esquina punzante.

Concluyo, pues, que todos los trabajos pueden hacerse de dos maneras: punzante o romo. No dejo de suponer estos días que la diferencia entre una carrera de éxito y una de arrepentimiento no dependa tanto de lo que hagas, sino de que los contornos sean amables. Se pueden hacer las cosas y luego se pueden hacer las cosas bien, y en esa diferencia puede que resida la satisfacción laboral. Todos conocemos a algún camarero, peluquero o conserje que pareciera que trabajan haciendo luto por una ilusión.

UNA no tiene vocación de profesora. O sí. No lo sé: la antigua confusión persiste. No me encanta ir a la escuela. Preferiría quedarme en mi buhardilla escribiendo. Odio corregir. Detesto todos los procedimientos que nos ha impuesto la administración y que nos desvían y/o retrasan de lo que verdaderamente importa: enseñar. Sin embargo, cuando me meto en el aula y cierro la puerta, entrego mi energía entera para que todos esos adultos que acuden empujados por motivos variopintos a aprender inglés, salgan de la clase con algo aprendido. Mientras estamos en el aula con esa disposición, el tiempo, la creatividad y UNA misma fluyen. 

UNA se angustió mucho en su momento con la pregunta del poema que flotaba en el aire a los 17 años: "Dime, ¿qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?".

- ¿Qué te imaginas haciendo?- le pregunto ahora a mi hijo reviviendo mi angustia y tratando de paliar la suya.

- ¡Me imagino rico!- me dice jocoso pero intuyo que no de broma. ¡Ay, los valores!

Mas en vez de la perorata del dinero como valor, lo que UNA quisiera hacerle llegar a esta criatura es que la satisfacción ha de proceder de la excelencia, hagas lo que hagas, con vocación o sin vocación. Me temo no sea un valor en boga.

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domingo, 2 de marzo de 2025

Equipo logístico

Ayer me fui al campo con Peter, y en el camino, me salió sin apenas pensarlo decirle: - Echo de menos cuando Paul hijo1 era pequeño. Luego: - Y cuando Gusi hijo2 era chico. Después: - Dolfete hijo3 siempre quiso ser más tuyo que mío. Creo que así resumí el duelo que vengo haciendo desde hace un tiempo, con tres adolescentes oficialmente en casa. Peter no dijo nada. Respeta como suele mis vericuetos emocionales que ni comparte ni comprende, testigo de mis luces y mis sombras a lo largo de las etapas de la vida. Él sabe que el final de esta maternidad me está escociendo. Echo de menos cuando habitaban mi cama por las noches y sus deditos tocaban mi cara. Hay una parte de UNA que se ha quedado colgada allí.

Ya oigo las voces diciéndome que la maternidad ciertamente no se ha acabado. Pero UNA lo siente así. La conexión con mis tres reyes la siento perdida. UNA percibe que ha dejado de ser madre para convertirse en mero equipo logístico de esta especie de parásitos que ahora habita mi casa. No hago otra cosa que llenar la nevera, abarrotar la despensa, poner platos en la mesa, y vuelta a empezar porque nunca están saciados. Yogures de proteínas, docenas de huevos a mansalva, carne y más carne, patatas, arroz, tostadas y bocadillos infinitos. No sé qué influencers siguen que les azuzan el hambre y les incitan a asaltar la nevera para ganar músculo. Sólo con lo que gastamos en gimnasio y peluquería UNA se podría permitir una excedencia para escribir el libro para el que daría este tema. 

Hay una parte de UNA que se rebela contra haber sido relegada a este papel, que está enfadada con el mundo por haber sido reducida a esta máquina de alimentar y a esta metralleta de reñir: -Recoge tu cuarto y devuélveme la otra mitad de la vajilla, ventila que apesta, cuándo vas a estudiar, deja el móvil de una vez, sal de la ducha ya, ¿dónde andas a estas horas?, ¡que dejes el móvil! y un montón de frases hechas del tipo esto-no-es-un-hotel que UNA nunca pensó suyas. UNA está enfadada porque las expectativas que UNA se había formado en su mente de cómo iba a ser la familia-de-5 y la idea-de-madre que UNA se había ilustrado minuciosamente no coinciden con esta caja-de-supermercado compulsiva. Todo ese amor idílico que iba a flotar en el aire del hogar-de-UNA esta teñido de vida mundana. Quizás cuando soñamos con ser madres sólo contemplábamos al bebé. No alzamos nunca la mirada más allá. No caímos en la cuenta del insomnio de la madre-preocupada porque son las 4 de la mañana y todavía no está en la cama.

UNA también está un poco enfadada con UNA: -Algo tendrás que haber hecho mal- me digo- para que no te dé ni siquiera un beso de buenas noches o se pase la vida encerrado en su cuarto. -Algo tendrás que haber hecho muy mal- sigo- para que no quiera pasar ya tiempo contigo, para que le ponga nervioso todo lo que haces, o para que te conteste así. -Menuda mala-madre has debido de ser- me remato- para que lo que queda de tu interacción con ellos sea financiarles y llenarles el estómago, o para que apenas conozcas a sus amigos, esos que ahora acaparan su atención. Por supuesto, mi eterna amiga la-culpa no iba a desvanecerse mágicamente en esta etapa cuando nos viene acompañando todo el recorrido.

Luego trato de recordar a UNA-adolescente. Esos años mi padre trabajaba en Madrid. Mi madre pasaba una semana con él y otra con nosotras, y celebrábamos la semana que estaban los dos ausentes llenando la casa de amigas. Cuando mi padre venía los fines de semana, mi madre nos hacía chantaje emocional: -¿Vas a salir? ¿No vas a pasar tiempo con tu padre con lo poco que está aquí?. ¡Menudo coñazo! El deseo efectivamente no era bidireccional.

Este recuerdo suaviza mi enfado en torno a mi nuevo rol de equipo-logístico pues entiendo que estamos todos haciendo lo-normal: ellos tres huirme, UNA buscarlos. Lo-normal siempre proporciona cierta sensación de seguridad. -¡Qué bien que seamos normales!-, me felicito. Lo NO-normal sería que mis hijos estuvieran deseando pasar tiempo conmigo, que no salieran, que no se escondieran detrás del móvil. 

Mas, si escarbo hueco en lo que siento, este lo-normal en parte se me enmorriña: en el fondo, supongo, UNA sujetaba la creencia de que la familia de UNA era especial, de que esto NO nos iba a pasar a nosotros, de que nuestro vínculo se salía de las generalidades de la adolescencia. Tanto amor me sorprendió en el pecho que no me dejó ver lo mundanos que podemos llegar a ser.

Ando, pues, haciendo duelo. Me toca renunciar a esa creencia autocreada de que "nosotros somos distintos". Toca enterrar mi visión mágica de la maternidad, mi visión mágica de la familia. Toca llenar la nevera y verla vaciarse a ritmos imposibles, y no esperar ya nada de estas criaturas salvo quejas -¡¿no hay nada para cenar?! y mamá-necesitos.

Atravesando el duelo, no obstante, me he encontrado con tiempo y energía que antes dedicaba a ellos y ahora vuelvo a dedicarle a UNA, ratitos de buhardilla escribiendo y leyendo que había perdido mucho tiempo atrás. El cansancio físico ha mengüado y me re-encuentro con la UNA que fui antes de ser madre. El duelo por UNA-madre me viene regalando fragmentos de UNA que no puedo olvidar haber echado de menos en aquellos primeros años de maternidad. La indiferencia de mis tres monstruos adolescentes me devuelve aquellos recortes de UNA. No puedo dejar de regocijarme en este reencuentro, que acude a reconciliarme con esta etapa.

Escribo esta entrada a modo de luto oficial pero también a modo de ¡BIENVENIDA DE VUELTA, UNA! Curioso que me halle de nuevo abrazando la ambigüedad a estas alturas de la maternidad: la empezamos y la atravesamos así, ¿recuerdas?, con todas sus aristas.


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sábado, 22 de febrero de 2025

Matrioskas

Esta es mamá antes de que tú nacieras.

Tú habitas ya en su vientre y en su mente.






Esta eres tú recién estrenada.

Te camuflas en los contornos de mamá.







Tardes de parque. Tardes de Heidi.

Ella cose. Tú cantas.

En la noche, la llamas "¡mamá! ¡mami!" y ella acude con su sopa de mimos.





Esta eres tú con quince años

explorando tu propia paleta de colores.







Esta eres tú con tu propio vientre y tus propios pensamientos.

De-mujer-a-mujer con mamá. 
Ella te presta su sabiduría.
Ella te hace de tribu.






Empieza el cambio de roles.

No estabas preparada. Nadie lo estaba. Ni tú, ni mamá.

Ella va menguando. Ella haciéndose chiquita.

Tú, perpleja. Tú, doliente.





Esta es mamá camuflándose ahora en tus contornos...







Mamá-matrioska-chica no cabe en ti-matrioska-grande. 

En el fondo de las matrioskas, tú sigues siendo aquella matrioska chiquita que habitó su vientre y se camufló en su falda.

Llamas de noche, "¡mamá! ¡mami!". 
Nadie acude. 


Asegúrate de acudir tú.


Dedicado a todas las matrioskas que cuidan de sus matrioskas estos días... para que no se les olvide cuidar a la más pequeñita que llevan dentro


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miércoles, 8 de enero de 2025

007

De entre todos los vicios mentales que padezco (que son muchos), el más automático es, sin lugar a dudas, el juicio. Esa necesidad de evaluar de mi mente, ya sea para bien, ya sea para mal, es insidiosamente inmediata. A todo y a todos se ve UNA abocada a poner etiquetas, como si la realidad fuera una entrada en una red social y la mente de UNA tuviera la obligación de reaccionar con un like 👍 o un dislike 👎.

No han sido pocas las veces que he hecho propósito de enmendar este fastidioso hábito y llevar a cabo un detox-de-juicios, lo cual me dura con suerte media hora hasta que me pillo otra vez mentalmente criticando algo o a alguien:

- No tienes remedio-, me dice mi propio crítico interno.

El motivo por el que ser juiciosa, en el mal sentido de la palabra, es decir, como emisora de juicios a destajo, me martiriza tanto lo expresa de manera acertada (nótese el juicio implícito en la palabra "acertada") Sergi Torres en una de sus charlas (que os enlazo más abajo):

La mente sabia lo es porque es libre de sus ideas. Cuando suelto mis ideas, eso se llama libertad. Como sólo veo lo que pienso, no puedo pensar otra cosa. Lo que yo pienso es más válido que lo tuyo pero ¿sabes cuál es la razón? Porque yo lo pienso.
Lo que yo pienso es más válido porque yo lo pienso. 

¿Puede haber un argumento más absurdo para dar validez? Pues es la perspectiva desde la cual la mente soberbia se lanza a hacer juicios. Esos juicios nos tiñen la realidad del color de nuestra evaluación.

Los que tenemos hijos, sabemos algo de esto. Antes de tenerlos, yo nunca jamás le dejaría a mi hijo que me hablara así. Ahora sé que no pide permiso para hacerlo. Lo que quiero decir es que, antes de tener hijos, UNA tenía las cosas claras y un buen puñado de yo-nunca-jamáses, pero durante su crianza me he tenido que tragar no pocas teorías e ir modificando algunas otras hasta llegar a la conclusión de que UNA realmente no sabe cómo va a controlar o reaccionar en ninguna situación hasta que UNA se encuentra enfrascada en dicha situación. Por ello, mi mantra contra el juicio es NUNCA-DIGAS-NUNCA-JAMÁS. 

A menudo, no obstante, el juicio atraviesa mi mente a tal velocidad que el mantra no alcanza a pillarlo a tiempo y tengo que hacer uso de atajos. Me encuentro, por ejemplo, una escena familiar en el barrio en el que trabajo -la madre que lleva a su nene al cole en bata de felpa y zapatillas de andar por casa- y mi mente se apresura a sentenciarla: ¡Yo-nunca-jamás hubiera llevado a mis hijos al colegio de esa guisa! Entonces me marco un 007, que es mi abreviatura para el mantra NUNCA-DIGAS-NUNCA-JAMÁS, pues realmente ¿UNA qué sabe? ¿UNA quién se cree que es para juzgar las circunstancias ajenas? Y si las circunstancias ajenas se hubieran convertido en propias, ¿no se habría enfundado UNA la bata de corazones para llevar a mis tres mochuelos a la escuela? 007 ¿Es UNA mejor que esta señora por haber ido siempre más o menos compuesta a la puerta del cole? 007

007 es mi recordatorio de que han sido muchas las ocasiones en las que UNA ha errado en sus juicios, o en las que UNA no ha sabido ponerse en el lugar de el-otro o el-otro en el lugar de UNA hasta atravesar una situación paralela, para entonces darnos cuenta de que, en el fondo, debajo de las capas y las batas, somos todos bastante parecidos. 






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