De entre todos los vicios mentales que padezco (que son muchos), el más automático es, sin lugar a dudas, el juicio. Esa necesidad de evaluar de mi mente, ya sea para bien, ya sea para mal, es insidiosamente inmediata. A todo y a todos se ve UNA abocada a poner etiquetas, como si la realidad fuera una entrada en una red social y la mente de UNA tuviera la obligación de reaccionar con un like 👍 o un dislike 👎.
No han sido pocas las veces que he hecho propósito de enmendar este fastidioso hábito y llevar a cabo un detox-de-juicios, lo cual me dura con suerte media hora hasta que me pillo otra vez mentalmente criticando algo o a alguien:
- No tienes remedio-, me dice mi propio crítico interno.
El motivo por el que ser juiciosa, en el mal sentido de la palabra, es decir, como emisora de juicios a destajo, me martiriza tanto lo expresa de manera acertada (nótese el juicio implícito en la palabra "acertada") Sergi Torres en una de sus charlas (que os enlazo más abajo):
La mente sabia lo es porque es libre de sus ideas. Cuando suelto mis ideas, eso se llama libertad. Como sólo veo lo que pienso, no puedo pensar otra cosa. Lo que yo pienso es más válido que lo tuyo pero ¿sabes cuál es la razón? Porque yo lo pienso.
¿Puede haber un argumento más absurdo para dar validez? Pues es la perspectiva desde la cual la mente soberbia se lanza a hacer juicios. Esos juicios nos tiñen la realidad del color de nuestra evaluación.
Los que tenemos hijos, sabemos algo de esto. Antes de tenerlos, yo nunca jamás le dejaría a mi hijo que me hablara así. Ahora sé que no pide permiso para hacerlo. Lo que quiero decir es que, antes de tener hijos, UNA tenía las cosas claras y un buen puñado de yo-nunca-jamáses, pero durante su crianza me he tenido que tragar no pocas teorías e ir modificando algunas otras hasta llegar a la conclusión de que UNA realmente no sabe cómo va a controlar o reaccionar en ninguna situación hasta que UNA se encuentra enfrascada en dicha situación. Por ello, mi mantra contra el juicio es NUNCA-DIGAS-NUNCA-JAMÁS.