A veces, sin embargo, dudo. Dudo de si es tan importante el qué. Si no será más importante el cómo. Observo los modos y maneras de aquellas profesiones que UNA nunca hubiera considerado para UNA y veo que pasan cosas. Desayuno con mi madre casi a diario en una tartería cerca de casa y a menudo, con suerte, nos toca una camarera de rostro afable, ojos claros, sonrisa ancha, pelo rojo revuelto. Siempre tiene un gesto afectuoso hacia mi madre. Un día me preguntó su nombre, y le puso nombre de pila a ese gesto de cariño diario.
- Ana, ¡qué guapa está hoy!
- Ana, ¿hoy ha ido a la peluquería, no? ¡Qué elegante!
Mi madre se pone clueca, y UNA piensa que a sus 90 años esta camarera le regala a mi madre pequeños bocados de agrado. Se puede ser camarera. Se puede ser camarera y encantadora.
En la peluquería a la que UNA acude a disfrazar canas, la dueña, al lavarte el pelo, no importa la cantidad de clientas a la espera de su trabajo en el local, se detiene y te mima con un masaje en el cuero cabelludo. UNA cierra los ojos. Yo no la veo, pero quiero imaginarla a ella con los ojos cerrados también, brindándome a mí un masaje y a ella misma un momento de pausa. De conexión. Es un lujo gratis en una peluquería barata, y el lujo lo pone ella. Se puede ser peluquera. También se puede ser peluquera con la atención plena puesta en la cabeza que tienes entre las manos.
Al vendedor de cupones le falta un brazo. Lejos de tratar de despertar la compasión ajena con su carencia, se mueve en círculos entonando a voces una canción que él mismo ha compuesto. Siempre toca, asegura la letra, y te quita la hipoteca. Es imposible transitar a su lado sin sonreir y el cupón no se lo compras por pena de su miembro ausente, sino por la abundancia que desprende la estrofa que canta. Se puede vender cupones. O hacerlo regalando sonrisas.En mi propia escuela hay una conserje maravillosa que, cuando le pido que me ayude a plastificar y cortar tarjetas para usar en mis clases, redondea con tijeras y minuciosidad todas y cada una de las esquinas de todas y cada una de las tarjetas "para que no nos cortemos". ¿Se puede poner más amor en una tarea tan sencilla? No es lo mismo una esquina punzante.
Concluyo, pues, que todos los trabajos pueden hacerse de dos maneras: punzante o romo. No dejo de suponer estos días que la diferencia entre una carrera de éxito y una de arrepentimiento no dependa tanto de lo que hagas, sino de que los contornos sean amables. Se pueden hacer las cosas y luego se pueden hacer las cosas bien, y en esa diferencia puede que resida la satisfacción laboral. Todos conocemos a algún camarero, peluquero o conserje que pareciera que trabajan haciendo luto por una ilusión.
UNA no tiene vocación de profesora. O sí. No lo sé: la antigua confusión persiste. No me encanta ir a la escuela. Preferiría quedarme en mi buhardilla escribiendo. Odio corregir. Detesto todos los procedimientos que nos ha impuesto la administración y que nos desvían y/o retrasan de lo que verdaderamente importa: enseñar. Sin embargo, cuando me meto en el aula y cierro la puerta, entrego mi energía entera para que todos esos adultos que acuden empujados por motivos variopintos a aprender inglés, salgan de la clase con algo aprendido. Mientras estamos en el aula con esa disposición, el tiempo, la creatividad y UNA misma fluyen.
UNA se angustió mucho en su momento con la pregunta del poema que flotaba en el aire a los 17 años: "Dime, ¿qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?".
- ¿Qué te imaginas haciendo?- le pregunto ahora a mi hijo reviviendo mi angustia y tratando de paliar la suya.
- ¡Me imagino rico!- me dice jocoso pero intuyo que no de broma. ¡Ay, los valores!
Mas en vez de la perorata del dinero como valor, lo que UNA quisiera hacerle llegar a esta criatura es que la satisfacción ha de proceder de la excelencia, hagas lo que hagas, con vocación o sin vocación. Me temo no sea un valor en boga.
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