domingo, 20 de abril de 2025

Excelencia

Mi hijo mediano está en vísperas de la EvAU y ha de decidir qué va a estudiar después, sin vocación pronunciada en nada por el momento. Su despiste existencial me está haciendo rememorar el de UNA a los 17 años, ese momento demasiado temprano en la vida en que pareces verte forzado a hacer elecciones que probablemente dicten el resto de la misma, cuando aún no cuentas con la madurez suficiente para seleccionar qué posibilidades podar, así que su desasosiego me anda trayendo ecos de mi yo adolescente confundida, especialmente porque ahora que ha rodado la vida, sé -como ya conté en La vida robada- que uno de los lugares más comunes en la madurez es arrepentirse de lo que se estudió en su momento, que a su vez condujo a una carrera profesional no plena.

A veces, sin embargo, dudo. Dudo de si es tan importante el qué. Si no será más importante el cómo. Observo los modos y maneras de aquellas profesiones que UNA nunca hubiera considerado para UNA y veo que pasan cosas. Desayuno con mi madre casi a diario en una tartería cerca de casa y a menudo, con suerte, nos toca una camarera de rostro afable, ojos claros, sonrisa ancha, pelo rojo revuelto. Siempre tiene un gesto afectuoso hacia mi madre. Un día me preguntó su nombre, y le puso nombre de pila a ese gesto de cariño diario. 

- Ana, ¡qué guapa está hoy! 

- Ana, ¿hoy ha ido a la peluquería, no? ¡Qué elegante! 

Mi madre se pone clueca, y UNA piensa que a sus 90 años esta camarera le regala a mi madre pequeños bocados de agrado. Se puede ser camarera. Se puede ser camarera y encantadora.

En la peluquería a la que UNA acude a disfrazar canas, la dueña, al lavarte el pelo, no importa la cantidad de clientas a la espera de su trabajo en el local, se detiene y te mima con un masaje en el cuero cabelludo. UNA cierra los ojos. Yo no la veo, pero quiero imaginarla a ella con los ojos cerrados también, brindándome a mí un masaje y a ella misma un momento de pausa. De conexión. Es un lujo gratis en una peluquería barata, y el lujo lo pone ella. Se puede ser peluquera. También se puede ser peluquera con la atención plena puesta en la cabeza que tienes entre las manos.

Al vendedor de cupones le falta un brazo. Lejos de tratar de despertar la compasión ajena con su carencia, se mueve en círculos entonando a voces una canción que él mismo ha compuesto. Siempre toca, asegura la letra, y te quita la hipoteca. Es imposible transitar a su lado sin sonreir y el cupón no se lo compras por pena de su miembro ausente, sino por la abundancia que desprende la estrofa que canta. Se puede vender cupones. O hacerlo regalando sonrisas.

En mi propia escuela hay una conserje maravillosa que, cuando le pido que me ayude a plastificar y cortar tarjetas para usar en mis clases, redondea con tijeras y minuciosidad todas y cada una de las esquinas de todas y cada una de las tarjetas "para que no nos cortemos". ¿Se puede poner más amor en una tarea tan sencilla? No es lo mismo una esquina punzante.

Concluyo, pues, que todos los trabajos pueden hacerse de dos maneras: punzante o romo. No dejo de suponer estos días que la diferencia entre una carrera de éxito y una de arrepentimiento no dependa tanto de lo que hagas, sino de que los contornos sean amables. Se pueden hacer las cosas y luego se pueden hacer las cosas bien, y en esa diferencia puede que resida la satisfacción laboral. Todos conocemos a algún camarero, peluquero o conserje que pareciera que trabajan haciendo luto por una ilusión.

UNA no tiene vocación de profesora. O sí. No lo sé: la antigua confusión persiste. No me encanta ir a la escuela. Preferiría quedarme en mi buhardilla escribiendo. Odio corregir. Detesto todos los procedimientos que nos ha impuesto la administración y que nos desvían y/o retrasan de lo que verdaderamente importa: enseñar. Sin embargo, cuando me meto en el aula y cierro la puerta, entrego mi energía entera para que todos esos adultos que acuden empujados por motivos variopintos a aprender inglés, salgan de la clase con algo aprendido. Mientras estamos en el aula con esa disposición, el tiempo, la creatividad y UNA misma fluyen. 

UNA se angustió mucho en su momento con la pregunta del poema que flotaba en el aire a los 17 años: "Dime, ¿qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?".

- ¿Qué te imaginas haciendo?- le pregunto ahora a mi hijo reviviendo mi angustia y tratando de paliar la suya.

- ¡Me imagino rico!- me dice jocoso pero intuyo que no de broma. ¡Ay, los valores!

Mas en vez de la perorata del dinero como valor, lo que UNA quisiera hacerle llegar a esta criatura es que la satisfacción ha de proceder de la excelencia, hagas lo que hagas, con vocación o sin vocación. Me temo no sea un valor en boga.

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domingo, 2 de marzo de 2025

Equipo logístico

Ayer me fui al campo con Peter, y en el camino, me salió sin apenas pensarlo decirle: - Echo de menos cuando Paul hijo1 era pequeño. Luego: - Y cuando Gusi hijo2 era chico. Después: - Dolfete hijo3 siempre quiso ser más tuyo que mío. Creo que así resumí el duelo que vengo haciendo desde hace un tiempo, con tres adolescentes oficialmente en casa. Peter no dijo nada. Respeta como suele mis vericuetos emocionales que ni comparte ni comprende, testigo de mis luces y mis sombras a lo largo de las etapas de la vida. Él sabe que el final de esta maternidad me está escociendo. Echo de menos cuando habitaban mi cama por las noches y sus deditos tocaban mi cara. Hay una parte de UNA que se ha quedado colgada allí.

Ya oigo las voces diciéndome que la maternidad ciertamente no se ha acabado. Pero UNA lo siente así. La conexión con mis tres reyes la siento perdida. UNA percibe que ha dejado de ser madre para convertirse en mero equipo logístico de esta especie de parásitos que ahora habita mi casa. No hago otra cosa que llenar la nevera, abarrotar la despensa, poner platos en la mesa, y vuelta a empezar porque nunca están saciados. Yogures de proteínas, docenas de huevos a mansalva, carne y más carne, patatas, arroz, tostadas y bocadillos infinitos. No sé qué influencers siguen que les azuzan el hambre y les incitan a asaltar la nevera para ganar músculo. Sólo con lo que gastamos en gimnasio y peluquería UNA se podría permitir una excedencia para escribir el libro para el que daría este tema. 

Hay una parte de UNA que se rebela contra haber sido relegada a este papel, que está enfadada con el mundo por haber sido reducida a esta máquina de alimentar y a esta metralleta de reñir: -Recoge tu cuarto y devuélveme la otra mitad de la vajilla, ventila que apesta, cuándo vas a estudiar, deja el móvil de una vez, sal de la ducha ya, ¿dónde andas a estas horas?, ¡que dejes el móvil! y un montón de frases hechas del tipo esto-no-es-un-hotel que UNA nunca pensó suyas. UNA está enfadada porque las expectativas que UNA se había formado en su mente de cómo iba a ser la familia-de-5 y la idea-de-madre que UNA se había ilustrado minuciosamente no coinciden con esta caja-de-supermercado compulsiva. Todo ese amor idílico que iba a flotar en el aire del hogar-de-UNA esta teñido de vida mundana. Quizás cuando soñamos con ser madres sólo contemplábamos al bebé. No alzamos nunca la mirada más allá. No caímos en la cuenta del insomnio de la madre-preocupada porque son las 4 de la mañana y todavía no está en la cama.

UNA también está un poco enfadada con UNA: -Algo tendrás que haber hecho mal- me digo- para que no te dé ni siquiera un beso de buenas noches o se pase la vida encerrado en su cuarto. -Algo tendrás que haber hecho muy mal- sigo- para que no quiera pasar ya tiempo contigo, para que le ponga nervioso todo lo que haces, o para que te conteste así. -Menuda mala-madre has debido de ser- me remato- para que lo que queda de tu interacción con ellos sea financiarles y llenarles el estómago, o para que apenas conozcas a sus amigos, esos que ahora acaparan su atención. Por supuesto, mi eterna amiga la-culpa no iba a desvanecerse mágicamente en esta etapa cuando nos viene acompañando todo el recorrido.

Luego trato de recordar a UNA-adolescente. Esos años mi padre trabajaba en Madrid. Mi madre pasaba una semana con él y otra con nosotras, y celebrábamos la semana que estaban los dos ausentes llenando la casa de amigas. Cuando mi padre venía los fines de semana, mi madre nos hacía chantaje emocional: -¿Vas a salir? ¿No vas a pasar tiempo con tu padre con lo poco que está aquí?. ¡Menudo coñazo! El deseo efectivamente no era bidireccional.

Este recuerdo suaviza mi enfado en torno a mi nuevo rol de equipo-logístico pues entiendo que estamos todos haciendo lo-normal: ellos tres huirme, UNA buscarlos. Lo-normal siempre proporciona cierta sensación de seguridad. -¡Qué bien que seamos normales!-, me felicito. Lo NO-normal sería que mis hijos estuvieran deseando pasar tiempo conmigo, que no salieran, que no se escondieran detrás del móvil. 

Mas, si escarbo hueco en lo que siento, este lo-normal en parte se me enmorriña: en el fondo, supongo, UNA sujetaba la creencia de que la familia de UNA era especial, de que esto NO nos iba a pasar a nosotros, de que nuestro vínculo se salía de las generalidades de la adolescencia. Tanto amor me sorprendió en el pecho que no me dejó ver lo mundanos que podemos llegar a ser.

Ando, pues, haciendo duelo. Me toca renunciar a esa creencia autocreada de que "nosotros somos distintos". Toca enterrar mi visión mágica de la maternidad, mi visión mágica de la familia. Toca llenar la nevera y verla vaciarse a ritmos imposibles, y no esperar ya nada de estas criaturas salvo quejas -¡¿no hay nada para cenar?! y mamá-necesitos.

Atravesando el duelo, no obstante, me he encontrado con tiempo y energía que antes dedicaba a ellos y ahora vuelvo a dedicarle a UNA, ratitos de buhardilla escribiendo y leyendo que había perdido mucho tiempo atrás. El cansancio físico ha mengüado y me re-encuentro con la UNA que fui antes de ser madre. El duelo por UNA-madre me viene regalando fragmentos de UNA que no puedo olvidar haber echado de menos en aquellos primeros años de maternidad. La indiferencia de mis tres monstruos adolescentes me devuelve aquellos recortes de UNA. No puedo dejar de regocijarme en este reencuentro, que acude a reconciliarme con esta etapa.

Escribo esta entrada a modo de luto oficial pero también a modo de ¡BIENVENIDA DE VUELTA, UNA! Curioso que me halle de nuevo abrazando la ambigüedad a estas alturas de la maternidad: la empezamos y la atravesamos así, ¿recuerdas?, con todas sus aristas.


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sábado, 22 de febrero de 2025

Matrioskas

Esta es mamá antes de que tú nacieras.

Tú habitas ya en su vientre y en su mente.






Esta eres tú recién estrenada.

Te camuflas en los contornos de mamá.







Tardes de parque. Tardes de Heidi.

Ella cose. Tú cantas.

En la noche, la llamas "¡mamá! ¡mami!" y ella acude con su sopa de mimos.





Esta eres tú con quince años

explorando tu propia paleta de colores.







Esta eres tú con tu propio vientre y tus propios pensamientos.

De-mujer-a-mujer con mamá. 
Ella te presta su sabiduría.
Ella te hace de tribu.






Empieza el cambio de roles.

No estabas preparada. Nadie lo estaba. Ni tú, ni mamá.

Ella va menguando. Ella haciéndose chiquita.

Tú, perpleja. Tú, doliente.





Esta es mamá camuflándose ahora en tus contornos...







Mamá-matrioska-chica no cabe en ti-matrioska-grande. 

En el fondo de las matrioskas, tú sigues siendo aquella matrioska chiquita que habitó su vientre y se camufló en su falda.

Llamas de noche, "¡mamá! ¡mami!". 
Nadie acude. 


Asegúrate de acudir tú.


Dedicado a todas las matrioskas que cuidan de sus matrioskas estos días... para que no se les olvide cuidar a la más pequeñita que llevan dentro


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miércoles, 8 de enero de 2025

007

De entre todos los vicios mentales que padezco (que son muchos), el más automático es, sin lugar a dudas, el juicio. Esa necesidad de evaluar de mi mente, ya sea para bien, ya sea para mal, es insidiosamente inmediata. A todo y a todos se ve UNA abocada a poner etiquetas, como si la realidad fuera una entrada en una red social y la mente de UNA tuviera la obligación de reaccionar con un like 👍 o un dislike 👎.

No han sido pocas las veces que he hecho propósito de enmendar este fastidioso hábito y llevar a cabo un detox-de-juicios, lo cual me dura con suerte media hora hasta que me pillo otra vez mentalmente criticando algo o a alguien:

- No tienes remedio-, me dice mi propio crítico interno.

El motivo por el que ser juiciosa, en el mal sentido de la palabra, es decir, como emisora de juicios a destajo, me martiriza tanto lo expresa de manera acertada (nótese el juicio implícito en la palabra "acertada") Sergi Torres en una de sus charlas (que os enlazo más abajo):

La mente sabia lo es porque es libre de sus ideas. Cuando suelto mis ideas, eso se llama libertad. Como sólo veo lo que pienso, no puedo pensar otra cosa. Lo que yo pienso es más válido que lo tuyo pero ¿sabes cuál es la razón? Porque yo lo pienso.
Lo que yo pienso es más válido porque yo lo pienso. 

¿Puede haber un argumento más absurdo para dar validez? Pues es la perspectiva desde la cual la mente soberbia se lanza a hacer juicios. Esos juicios nos tiñen la realidad del color de nuestra evaluación.

Los que tenemos hijos, sabemos algo de esto. Antes de tenerlos, yo nunca jamás le dejaría a mi hijo que me hablara así. Ahora sé que no pide permiso para hacerlo. Lo que quiero decir es que, antes de tener hijos, UNA tenía las cosas claras y un buen puñado de yo-nunca-jamáses, pero durante su crianza me he tenido que tragar no pocas teorías e ir modificando algunas otras hasta llegar a la conclusión de que UNA realmente no sabe cómo va a controlar o reaccionar en ninguna situación hasta que UNA se encuentra enfrascada en dicha situación. Por ello, mi mantra contra el juicio es NUNCA-DIGAS-NUNCA-JAMÁS. 

A menudo, no obstante, el juicio atraviesa mi mente a tal velocidad que el mantra no alcanza a pillarlo a tiempo y tengo que hacer uso de atajos. Me encuentro, por ejemplo, una escena familiar en el barrio en el que trabajo -la madre que lleva a su nene al cole en bata de felpa y zapatillas de andar por casa- y mi mente se apresura a sentenciarla: ¡Yo-nunca-jamás hubiera llevado a mis hijos al colegio de esa guisa! Entonces me marco un 007, que es mi abreviatura para el mantra NUNCA-DIGAS-NUNCA-JAMÁS, pues realmente ¿UNA qué sabe? ¿UNA quién se cree que es para juzgar las circunstancias ajenas? Y si las circunstancias ajenas se hubieran convertido en propias, ¿no se habría enfundado UNA la bata de corazones para llevar a mis tres mochuelos a la escuela? 007 ¿Es UNA mejor que esta señora por haber ido siempre más o menos compuesta a la puerta del cole? 007

007 es mi recordatorio de que han sido muchas las ocasiones en las que UNA ha errado en sus juicios, o en las que UNA no ha sabido ponerse en el lugar de el-otro o el-otro en el lugar de UNA hasta atravesar una situación paralela, para entonces darnos cuenta de que, en el fondo, debajo de las capas y las batas, somos todos bastante parecidos. 






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