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sábado, 4 de abril de 2020

El amor aquí y ahora


Tengo un recuerdo de mi infancia que permanece fresco en la distancia del tiempo. Vivíamos aún en Valladolid, en una casa en el campo. Hacía viento, mucho viento. Un viento huracanado, inusual para esos lares. Las tejas de la casa comenzaron a desprenderse y a caerse por la fuerza del viento. Mis hermanas y yo mirábamos por la ventana asustadas y entonces mi padre dijo solemne: 


A lo mejor esto es el fin del mundo

Desde luego, no es la frase más afortunada para tranquilizar a un puñado de chiquillas atemorizadas, pero la sentencia me vuelve estos días a la memoria como si de una letanía se tratara. No es que UNA piense que esto es el fin del mundo, pero UNA cree que esto es el fin del mundo tal-y-como-lo-conocemos


La canción de REM: 
It's the end of the world as we know it

Necesariamente hay cosas que van a cambiar, para bien o para mal (eso ya se verá), pero nada nunca podrá volver a ser igual. 
Ésa es parte de la tristeza que nos inunda: Nos estamos despidiendo de un mundo que está agonizando. Ésa es también parte de la ansiedad que nos azuza: No sabemos cómo será nuestro nuevo lo-normal, no tenemos ni idea hacia dónde vamosEs la  incertidumbre de la que hablaba en la entrada sobre la ansiedad en los tiempos del Corona.

Pero, como todo en esta vida, absolutamente todo en esta vida, hay un silver lining: El lado bueno de las cosas del que hablaba la película. El lado bueno de este fin del mundo tal-y-como-lo-conocemos es que no nos queda otro remedio que vivir en el presente. El lado bueno de la incertidumbre es que te trae de vuelta al aquí y al ahora. Cada vez que haces un plan o un proyecto, formulas una intención o un deseo, con la mente puesta en el futuro, éste te responde como un padre cansado:

Bueno, ya veremos...

Y tu plan rebota de bruces contra ese futuro incierto e inexistente para volver de nuevo a casa, al presente, a la-dimensión-confinada. No hay nada más allá que el momento que estamos viviendo aquí y ahora. Se acabó el-largo-plazo. Lo único que puedes realmente controlar es este aquí, este ahora. El-corto-plazo. 
Esto, amigos, que pudiera parecer una jugarreta universal, es en realidad un regalo. Lo contrario es precisamente lo que veníamos haciendo toda la vida. Contados con los dedos de la mano son los momentos en los que hemos estado, de verdad, presentes. 
Los lunes ya estábamos pensando en el fin de semana. En enero ya andábamos planeando las vacaciones de semana santa. En octubre ya estábamos con los adornos de navidadUNA estaba preocupada por si este verano le tocaría estar en un tribunal de oposiciones. Los domingos por la tarde ya andábamos cabizbajos porque teníamos la cabeza puesta en el trabajo del lunes. En el trabajo del lunes ya estábamos pensando en el fin de semana...

No sé si nos damos realmente cuenta o no pero con el cuerpo aquí y la mente mucho más adelante lo que hacemos es perdernos nuestra propia vida. Esto es precisamente lo que pretendemos los que tratamos de meditar: Traer la mente al mismo sitio en el que está el cuerpo.
Como madre, hace ya mucho tiempo que me di cuenta de que, cuando UNA se pone irritable con los niños, casi con certeza te puedo asegurar que es porque el cuerpo de UNA está en el mismo salón que los niños pero la mente de UNA está ya en otro tiempo o en otro lugar, mucho más adelante, en el futuro: 
Gusi hijo2 necesita contarme la historia interminable y la mente de UNA está en que se ha comprometido a devolverles a sus alumnos las redacciones corregidas mañana a primera hora, así que el cuerpo se impacienta y no escucha, no puede escuchar.
Dolfete hijo3 (9 años) se frustra con las tareas y tiene una rabieta descomunal, y la mente de UNA está ya en la adolescencia de Dolfete (16 años), imaginando todo tipo de escenarios de desafíos agresivos y dramas de toda índole.
El momento de la historia interminable de Gusi es un momento de la vida de UNA que UNA se perdió. Como tantos. 
La rabieta de Dolfete es un momento de la vida de UNA que se convirtió en mucho más dramático porque, en vez de estar ahí narrándomelo, me narraba un futuro sobrecogedor.
Esto, básicamente, cada uno a su estilo, es lo que hacemos la mayor parte de nuestra vida. No estamos donde estamos. Estamos en mañana. Luego llega mañana y no estamos en mañana, estamos en pasado mañana. Es una mierda [le he dado permiso a UNA para usar palabros mientras dure el confinamiento] porque para poder disfrutar a tope de un momento, tienes que estar entera, cuerpo y mente. Es sólo cuando estás entera, cuerpo y mente, que la vida fluye y desaparece el tiempo.

Pues bien, un poco a la fuerza, este virus nos ha obligado a adquirir el hábito mental de no planear. Cada vez que te pillas haciendo un plan, te acuerdas de cómo está el mundo, y te dices:

Bueno, ya veremos...

Vuelves irremediablemente a la realidad de tu confinamiento que, al fin y al cabo es la única realidad que existe. Siempre, el presente, es la única realidad que existe.
Estás en una conversación con tus amigas, alguien planea una casa rural para junio:

Bueno, ya veremos...

Bueno, ya veremos dónde estamos en junio. A lo mejor seguimos confinados. A lo mejor no. A lo mejor ya no estamos confinados pero no podemos viajar todavía. ¡NO LO SABEMOS! Así que de vuelta al aquí y al ahora. Nuestro nuevo lo-normal es aquí-ahora.

¿Y aquí y ahora qué hay? Tu casa. Los tuyos. Y el amor. 
El amor aquí y ahora no es otra cosa que restarle vértigo al aquí y al ahora de los que están contigo. No son grandes hazañas. Son pequeños gestos. Armarse de paciencia. Respirar antes de contestar. Modular la voz. Disimular la irritabilidad y el desánimo.  Flexibilizar las reglas. Inventar. Inventar. Inventar. Sobre todo: Estar presente.

Los niños están felices estos días de confinamiento. Esto que está pasando no es ni mucho menos traumático para ellos. Al contrario, es un regalo. 
Nunca habíamos pasado tanto tiempo juntos. 
Nunca habíamos hecho tantas cosas juntos. 
Nunca habíamos jugado tanto juntos. 
Pero el verdadero regalo no es sólo tener los cuerpos de sus padres presentes sino que las mentes de sus padres están donde sus cuerpos están, porque no hay futuro. El futuro es incierto y la mente ya no puede viajar al futuro sin rebotar.



Éste es el lado bueno del virus. Hay mucho más pero es carne de otro post. Por supuesto, no todo es positivo (¡no puede serlo en una tragedia de semejante magnitud!), pero tú eliges dónde pones la atención: Donde pongas la atención es donde sucede tu vida.


Y poco más
Porque al final ESO es la vida: 
Poco más
UNA VIDA MUNDANA



Una palabra aquí para aquellos que están pasando esta cuarentena solos. Entiendo que el amor aquí y ahora pierde momento cuando uno está confinado consigo mismo. Trataos bien, mimaos, practicad más que nunca la autocompasión, y echad mano de recuerdos y de tecnologías para mantener el contacto. 
Que no se rompe el amor con la distancia social. 
Que no se rompe.

miércoles, 18 de marzo de 2020

La ansiedad en los tiempos del Corona

Lo peor es no saber.
No saber cuándo va a acabar esto.
No saber cómo va a acabar esto.
Quién va a acabar con esto.

Lo peor es la incertidumbre en un mundo que desde el principio de los tiempos ha dedicado sus afanes al control. Tratar de controlar el tiempo, midiéndolo. Tratar de controlar la vejez y la muerte, retrasándolas. Tratar de controlar el espacio, transportándonos. Tratar de controlar el desconocimiento de por qué estamos y somos mediante la ciencia y la religión.

Estos días me vuelve a la cabeza la película Un lugar en el mundo, ahora precisamente que no hay lugar en el mundo en el que esconderse. No hay un lugar seguro en el mundo. La película habla de la lucidez, que es precisamente lo que estamos recuperando con este virus. Una vez que se recupera la lucidez, nada volverá a ser igual. El mundo nunca volverá a ser igual. Un virus invisible ha cambiado la vida de la noche a la mañana y está poniendo al ser humano de vuelta en su sitio.

El mensaje con el que me quedo (no sé de quién es, no es mío pero me lo quedo), de los miles de mensajes con los que las redes sociales decoran esta crisis, es el de que lo único que importa es cómo nos tratamos los unos a los otros en esta odisea:




No me refiero sólo a los gestos de solidaridad, grandes y pequeños, que despuntan estos días. Me refiero a casa: A lo que se teje en el confinamiento. Esto es una prueba. Se nos presenta la oportunidad de pararnos a ver cómo la vamos a pasar. Pero ¡ojo! hay que aprobarla con la sombra de la incertidumbre, que no es compañía grata, pululando como si del propio virus se tratara. 

Lo peor es no saber.
No saber qué pasará después de que todo esto termine.
Sin ni siquiera la certeza de que todo esto vaya a terminar...

Nunca nos habíamos visto en una igual.
No saber cuándo vamos a volver a estar con nuestros seres queridos.
No saber si ellos o nosotros sobreviviremos a esto física y psicológicamente.
No saber cuándo podremos volver a abrazar. 

Esta falta de certidumbre nos pone ansiosos. La ansiedad no es otra cosa que una defensa contra los sentimientos más profundos que no estamos acostumbrados a sentir.


Sentir el miedo
Sentir la tristeza

Estamos adiestrados a defendernos contra lo que sentimos:


Nos preocupamos obsesivamente 
O nos distraemos obsesivamente 
O trabajamos obsesivamente

Por no pararnos a sentir.

Pero si nos paramos y nos dejamos sentir...


Que UNA tiene miedo, sí
Que UNA está profundamente apenada, ¡sí!...

...es como una dulce rendición. 
Es como poner las palmas de las manos hacia arriba y rendirse. Rendirse a la incertidumbre, al no saber. Y en esto estamos juntos todos, hasta los políticos que maquillados en la televisión aparecen con sus gestos ensayados y sus discursos bien hilados: Hasta ellos tienen miedo y sienten pena.

Una vez que nos permitamos sentir, la energía fluirá y podremos dedicarla a convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos, pues eso es realmente lo único que quedará: Cómo nos hemos tratado los unos a los otros, qué versión de nosotros mismos hemos desplegado en medio de la peor crisis mundial jamás vivida, crisis que por cierto -UNA personalmente piensa- es la manera que tiene la naturaleza de plantar un puño en la mesa. Pero eso da para otro post.

Cuando empezó esto, UNA, como os conté en la entrada anterior, no se encontraba en un buen lugar. Peter me miró a los ojos, y me dijo: 
- Los niños van a recordar esto toda la vida.
No sabemos siquiera ya lo que significa "toda la vida", pensé, hasta ahí alcanza la incertidumbre. La incertidumbre lo llena todo.
- Hagamos, siguió Peter, que ese recuerdo sea el mejor posible.
En otras palabras, Peter nos estaba pidiendo a ambos, a él y a UNA, que hiciéramos el esfuerzo de ser/estar la mejor versión de nosotros mismos. Y en ello estamos. No es fácil pero cuando veo que Dolfete hijo3 o Gusi hijo2 están felices y contentos en medio de este caos, ajenos a la incertidumbre, al miedo, a la pena, pienso que estamos cumpliendo con nuestro cometido.
Otra cosa es la lección que podamos aprender de ellos. ¿Por qué están ellos así y nosotros no? ¿Porque no son conscientes? ¿O es más bien porque ellos están presentes- aquí en su lugar en el mundo y ahora en su tiempo en el mundo- sin afán de control, mientras nuestras mentes adultas están ansiosas tratando de controlar un futuro incierto? Tema también para otra entrada. Va a haber tiempo de escribirlas todas. Esta realidad ficticia inspira. ¿O esta ficción real? Si UNA se para.

miércoles, 21 de agosto de 2019

Caos mundano. Y viceversa.

Entre generaciones.
Si le preguntas a mi madre, te dirá que soy desordenada. 
Si le preguntas a mis hijos, te dirán que soy muy ordenada o, como me dijo recientemente Paul hijo1:

- Mamá, tú no eres ordenada, tú eres rígida. 

Ahí lo llevas.

Una vida mundana ha cumplido 50 entradas (Una vida mundana, ¿eh? No UNA... No creemos confusiones innecesarias). Publiqué el primer post del blog hace ahora justo un año (las entradas anteriores son importadas de mis blogs privados). Me felicito:



¡Felicidades, UNA, por esos 50 posts! 

Me felicito y me sorprendo de que, en 50 entradas, ¡todavía no haya hecho alusión al tema del desorden! 

El desorden es el caos con el que UNA lidia a diario en su vida mundana.

UNA no es especialmente ordenada. Repito: pregúntale a mi madre. Sin ser ordenada, no obstante, a UNA le ha gustado siempre ordenar, así, como hobbie. Suena friki pero de pequeña a UNA le gustaba pasar los sábados por la mañana ordenando sus cosas. Tenía mis libros clasificados en fichas. Ahora que me releo, sí, efectivamente suena friki. Puede que ordenar por hobbie sea un síntoma más de ansiedad, en el que UNA trata de poner control a la incertidumbre. Puede que los tiros vayan por ahí. No lo sé con certeza: más incertidumbre.

El caso es que, cuando UNA empezó a vivir con Peter, tuvo que adaptarse- como todos al estrenar pareja- al desorden ajeno, que quizás no sea tal, es decir, que lo que UNA pueda ver como desorden en las cositas de Peter quizás para Peter tenga todo el sentido. 
Y viceversa.
Las cositas de UNA pueden parecerle un sinsentido a Peter.

En el viceversa está el secreto del matrimonio. 
De cualquier relación, de hecho.

A UNA le costó acostumbrarse a la cucharilla que deja el cerco de café en la encimera de la cocina, sobre todo porque no alcanzaba a comprender ¿¡por qué?! ¿Por qué no puedes llevar la cucharilla directamente al fregadero sin tener que pasar por la aduana de la encimera dejando huella? 
Pues unos cuantos viceversa más tarde, vivimos en agradable compañía Peter, la cucharilla (cerco incluido) y UNA. 


Cuando tuve un hijo, 
y después otro, 
y después otro, 
el desorden no sumó, 
sino que multiplicó. 
No sé qué tipo de karma se aplica aquí, pero algo terriblemente inflexible he debido cometer en vidas pasadas para merecerme el suplicio de este caos doméstico. Te lo digo. ¿No me crees? Hice la prueba. 
Vivíamos la familiade5 entonces en una casa con un largo pasillo, y a "alguien" se le habría caído un papel en el suelo en medio de ese pasillo. El papel no era un papelito, no. Era tamaño folio: un A4. Decidí no recogerlo por ahora, venciendo ¡imagínate! todas mis resistencias a favor de un proceso de curiosa investigación, y esperar, a ver qué pasaba...  Aguanté 24 horas viendo a mis hijos y marido saltar encima del papel, sortearlo cuidadosamente por el flanco, o pisarlo supuestamente de manera inadvertida, pero nadie nunca se detuvo a recogerlo hasta que UNA suspendió el experimento por la obviedad de los resultados y se agachó a quitarlo de en medio.


El desorden es una de mis batallas campales. Me pone en el disparadero. ¿Te acuerdas de aquella frase de tu madre de que tu cuarto parece una pocilga? Pues bien: los domingos por la tarde en mi casa dejan una pocilga a la altura de una suite en un hotel de cinco estrellas. 

Hay días y días, claro, y hay días en los que mis niveles de tolerancia están rebosantes y otros en los que mi crispamiento desencadena lo que mis hijos han dado en llamar "un ataque de orden": 
¡¡¡¡VAMOS A MORIR!!!! 
Un ataque de orden es básicamente cuando "ya no puedo más" con el desorden. 

Después de pedirles repetidamente a las criaturitas desordenadas con las que convivo que, por favor, recojan; que, por favor, ordenen ese escritorio que así no se puede hacer las tareas; y después de que dichas criaturitas desoigan repetidamente mis peticiones desesperadas de orden, entonces se pone en acción "el brazo". 
¿Qué es el brazo
El brazo es cuando en un ataque de orden, UNA desesperada pasa el brazo por encima del escritorio de la criaturita desordenada como si el brazo fuera un limpiaparabrisas y el escritorio fuera un parabrisas: así de contundente. Todo al suelo y ya no te queda más remedio que ordenarlo. Puedes imaginarte que los niños lo odian. Y UNA también. UNA siempre siempre siempre se arrepiente después del brazo, porque para empezar ya hemos echado la tarde y, para continuar, como medida desesperada funciona, pero desde luego no ha servido en absoluto para inculcar el orden en mis hijos.


¿Pero se aprecia el patrón? 
DES-pués 
DES-esperada 
DES-orden 
DES-oigan

La Marie Kondo, ¿sabes quién es?, la de la magia del orden en Netflix, duraría tres minutos en mi casa sin un ataque de ansiedad. Te lo digo.

Tengo la creencia de que el orden facilita la serenidad y que, efectivamente, un ambiente caótico y desordenado en exceso contribuye al desastre interior. Lo sé. Lo tengo comprobado. No sólo UNA. Busca hygge en internet: el secreto de la felicidad de los daneses(1).
A estas alturas de la vida, y algo rendida, he aterrizado en la esperanza del minimalismo: es decir, cuántas menos cosas tengas, más fácil será recrear la sensación de orden. Y viceversa. Así que, cuando estoy en plan ZEN, estoy que lo tiro todo.

Estos días está Facebook plagado de madres que han soltado a sus hijos en universidades no locales y lamentan el nido vacío y echan de menos los días en que se preocupaban por la ropa tirada en el suelo del cuarto de baño. UNA trata, a veces con éxito, a veces en vano, de que el desorden de los hijos de UNA sea un recordatorio de que todavía son pequeños, todavía están en casa, y de ¡qué gusto da tenerlos! Cuando consigo tenerlo presente, puedo cerrar la puerta a un cuarto desordenado sin necesidad de sacar el gatchetobrazo, y recitar mi mantra preferido en esta estación de la vida:


La paz es más importante


Además, tener una descendencia tan desordenada ha tenido un efecto boomerang en Peter quien, sorprendentemente (y con moderación, claro) se está volviendo progresivamente más ordenado.


(1) Os recomiendo leer WHAT LIVING DANISHLY TAUGHT ME ABOUT HAPPINESS by Helen Russell