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domingo, 15 de marzo de 2020

Mensaje en un virus

Cuando, hace ahora diez marzos, mi padre agonizaba, mi hermAna pensó en voz alta:
¡Menos mal que vamos para el verano! 
Recuerdo la cita como si fuera ayer.



Cuando estos días atrás se empezó a vislumbrar el cariz que iba a tomar la cosa, la cita me volvió a la mente como si de una convulsión se tratara:

¡Menos mal que vamos para el verano!

¡Oh, los veranos!

Viene un mensaje encerrado en este virus. Para cada uno de nosotros, el mensaje ha de ser necesariamente diferente. Vamos a tener tiempo de descifrarlo, creéme. Tiempo es precisamente lo que nos va a sobrar. Vamos a escuchar entonar por dentro y por fuera el yo-mea-burro: yo-pipí-caballito. El aburrimiento es el mejor de los canvas, sobre todo si viene acompañado de la serenidad, que no está siendo el caso. Así que el primer mensaje que UNA recibe es el de que lo que toca ahora es estar serena. Esto es lo que hay. Soltar el control de un fenómeno que escapa a nuestra voluntad y limitarnos a lo que sí queda a nuestro alcance: 

Ser la vacuna.

#yosoylavacuna
#yomequedoencasa
#yomelavolasmanos 
#yonometocolacara

El mensaje en el virus es una lección vital. 
La eLECCIÓN es nuestra.



Como madre, UNA siente ya la presión de convertir el confinamiento en un parque de atracciones. Por whatsapp y redes sociales, nos han llegado estos días muchas ideas para organizar la cuarentena con sugerencias de actividades, juegos e ideas creativas para entretener a los niños sin cole. La tendencia, parece, es convertir el salón en un campamento de verano. 

Pues bien, el segundo mensaje que a UNA le llega encerrado en el virus, es el siguiente: La vida-antes-del-virus era estresante. De hecho, el virus nos encuentra con las defensas bajas por el estrés. No convirtamos, pues, la vida-durante-el-virus en un estrés añadido; en una carrera por ver a qué mamá se le ocurren las ideas más creativas, más estimulantes y menos perjudiciales para los vecinos; en un maratón de fotos en instagram que haga sentir inadecuadas a las miles de madres que estos días luchamos simplemente por sobrevivir. ¡Sobrevivir! De eso se trata. No es éste el momento de la rigidez, sino de la flexibilidad. Tiene que haber tiempos muertos. Horas de pipí-caballito. Tiempo para no hacer nada. 

Si no ahora, ¿cuándo? 

Me refiero a que el miedo al vacío puede hacernos caer en la tentación de pasarnos la cuarentena rellenando huecos con listas de cosas por hacer. ¡Esto ya lo veníamos haciendo: Hagamos algo diferente! La desazón del aburrimiento puede llevarnos también a colgarnos de las redes sociales y del whatsapp que van a más velocidad que el virus. Quizás sea el momento de rescatar todas esas ideas que tenías en la trastienda de tu mente y que dijiste que algún día materializarías. O quizás no. 
Un día. 
Después otro día. 
Este virus viene a recordarnos que la vida es ahora: no hagamos planes a medio o largo plazo, porque no se sabe. Abrazar la incertidumbre, que se deja abrazar a modo de cactus, es lo único que nos queda.



El otro mensaje que me grita alto y claro el virus es que, cuando las cosas se dan por sentado, se pierde la gratitud. Y cuando se pierde la gratitud, se pierde la alegría. 

A UNA el comienzo de esta historia no la pilló precisamente en un buen momento. La creatividad es siempre un buen termómetro del estado de ánimo, y este blog el barómetro de mi creatividad. El que me siga, pues, sabría que UNA no estaba del todo bien ya en su vida-antes-del-virus. El virus me trae encerrado el diagnóstico: Cuando no hay razones para la alegría es porque no hemos hecho sitio a la gratitud. Cuando no hay gratitud, es porque estábamos dando por sentadas las rutinas. 

¡Oh, las rutinas!


¿Te acuerdas cuando dejabas a los niños en el cole y te ibas a tu clase de yoga? Lo dabas por sentado y probablemente no apreciabas el lujo que era: Pues ahora ya no puedes. ¿Te acuerdas cuando llevabas a los niños a fútbol y te ibas a tomar un té tranquila y a leer mientras ellos entrenaban? Nunca te paraste a apreciar el placer que el momento producía en tu cuerpo: Pues ahora ya no puedes. ¿Te acuerdas cuando un miércoles cualquiera le anunciabas a los niños que hoy, en vez de tareas, os ibáis al cine? ¿¡Con palomitas!? ¡Sí, con palomitas! Ya no puedes. ¿Te acuerdas cuando una amiga estaba mal y, mientras te lo contaba, rompía a llorar, y tú la abrazabas y sentías que el abrazo os proporcionaba consuelo a ambas? Pues ahora ya no puedes. Ahora tienes que confesarle desde lejos que, como en la canción de Víctor Manuel, no sabes adónde irá ese abrazo que no pudiste darle.



Este virus nos está sacudiendo por los hombros y nos está diciendo a gritos:

¡La alegría exige apreciar lo que tienes y apreciar lo que tienes exige no darlo por sentado! 

No es momento ahora de hacer política. No es momento ahora de reprochar, de culpar, de lamentarnos. Es momento de no cometer el mismo error que veníamos cometiendo: El de dar las cosas por sentado. Es el momento de la gratitud. Si tienes que quedarte en casa, agradece que tienes una casa donde quedarte. Si todos los que se quedan en casa contigo están bien, agradece porque hay muchos -cada vez más- que están mal. Si estás leyendo este post que UNA ha escrito en Una_Vida_hoy_no_tan_Mundana, agradece porque eso significa que cuentas con conexión a internet. Si tienes la nevera y la despensa llena, agradece. Si tienes la suerte de que tu trabajo no vaya a verse afectado por esta crisis como va a pasar con el de tantos y tantas, agradece. Ya que tienes la suerte de vivir en un país con un sistema sanitario digno de reconocimiento, sal a ese balcón a aplaudir cada noche y agradece. 
Como dice el maestro Thich Nhat Hanh, se nos olvida cómo sería la vida con dolor de muelas: La felicidad es darnos cuenta de que no nos duelen las muelas hoy. 
Las cosas siempre pueden ir peor. 
Agradece que no vayan.

Móntate un cine en casa.
Y agradece, sobre todo, que vamos para el verano. 

lunes, 9 de diciembre de 2019

La bomba de UNA (o mi templo de dos horas)

Después de publicar la entrada de HermanOs y bombas, una amiga me preguntó:
 ¿Y la bomba de UNA, para cuándo?

La bomba de UNA, en parte, la conforma la hermandad de mujeres de la que ya he hablado aquí en varias ocasiones.
Pero gran parte de la bomba de UNA me la he tenido que ir currando poco a poco a base, literalmente, de madrugones. Y esto es de lo que vengo a escribir hoy aquí.

En mi opinión, hay muchos tipos de madre pero todos se resumen en dos.
Por una parte, están las madres-naturales. A las madres-naturales, envidiables y envidiadas por UNA, ser madre les sale natural, ser madre les fluye, les viene dado de fábrica: no les supone tanto esfuerzo ni sacrificio como a las otras. Tienen grandes dosis de paciencia inagotable. Despliegan un tono de voz plano en todas las ocasiones sin picos histéricos en zonas de cansancio o de prisas. Tienen siempre energía para decir que sí a un juego de mesa.
Las otras, entre las que se encuentra UNA, son las madres-coraje. Coraje en el sentido andaluz de andar enrabietada. Constantemente irritada. A menudo enfadada. Con demasiada intensidad o demasiada frecuencia.
Todos los tipos de madre oscilan entre estas dos clases, con mayor o menor grado de cada tipología.

Pues bien, las madres que como UNA tenemos la tendencia del coraje-andaluz, nos vemos obligadas a compensar con otro tipo de coraje. El del esfuerzo. El del sacrificio. El coraje y la disciplina de cuidarnos para disminuir la frecuencia y la intensidad de la furia. Este coraje es la bomba diaria de UNA.

Y así fue como empecé a levantarme temprano. Primero, media hora antes que los niños. Luego una hora. Después, hora y media. Hasta que me instalé en las dos horas. UNA se levanta dos horas antes que los niños para cuidar de UNA. Para recargar la batería de UNA.


UNA necesita estar dos horas presente con UNA para poder estar el resto del día presente con sus tres reyes.
Es el tiempo de UNA.
Es un ritual.
Un homenaje que me hago a diario.





Las madres-naturales no necesitan este tiempo porque ser madre les sale natural.
Pero UNA hace ya tiempo que reconoció y aceptó que UNA no es madre-natural sino madre-coraje.

Es como la salud. A unas les viene dada y otros, sin embargo, tienen que cuidarse para estar bien. O como el peso: Unas tienen que hacer dieta y otros se inflan a bollos y no engordan. Es metabolismo.
Pues esto es igual. No es justo pero nadie te prometió que sería justo.

UNA primero tuvo que reconocerlo. Después aceptarlo. Esto se resume aquí en dos frases. Pero es largo en el tiempo y muy largo en el proceso de conocimiento personal. Y no es precisamente fácil: A todas nos gustaría ser madres-naturales. Pero, cuando se alcanza la aceptación, llega acompañada de una especie de liberación. La liberación de renunciar al modelo imposible de madre-natural (imposible para las que, como UNA, no lo son) y de enfrentarse al hecho de ser una madre-coraje-andaluz. Esa liberación lleva consigo remangarse y ponerse a la acción.
Y UNA se remangó. UNA se dijo a sí misma que el coraje-esfuerzo tendría que primar sobre el otro coraje o, al menos, disminuir su intensidad y frecuencia.
Si esto supone levantarse dos horas más temprano, UNA lo hace.
UNA se levanta y se toma el café sin prisas. Para compensar las prisas del resto del día. Las carreras. Los horarios. El estrés. UNA se levanta para hacer las cosas despacio.
UNA resiste la tentación de ordenar el salón que se quedó desordenado anoche. UNA resiste la tentación de ponerse a preparar bocadillos. De adelantar comidas. De hacer la lista de la compra. UNA tiene que hacer el esfuerzo de no hacer nada por ellos. Porque no madrugó por ellos. Madrugó por UNA. Madrugó por UNA... para ellos.

En ese ratito después del café, UNA escribe.
O lee.
O medita.
¿Sabes para qué me sirve meditar? Para conocer a las voces que habitan la mente de UNA. Hay muchas y meditar supone sentarse en silencio a identificarlas para conocerlas y que no se apoderen de UNA después, cuando UNA esté en medio de la vorágine de una vida mundana.
Meditando he conocido a Ms Victim, que es la que se queja en mitad de un ataque de orden de que siempre le toca a ella hacerlo todo. Meditando he conocido a Ms Shame, que es la que opina que somos una mala-madre y que los niños -de mayores- van a necesitar terapia por culpa de UNA . Meditando he conocido a Mr Grumpy, que se queja por todo, y a Miss Shopping Therapy, que se va de compras cuando está muy agobiada, y a Sulky, que lo que quiere es meterse en la cama y que la dejen en paz. Meditando he conocido a Mimosina, que lo único que necesita es que la acunen, y a Miss Drama Queen, que hace de todo un mundo, y Miss Perfect, que no se queda tranquila hasta que todo sale bien.

Meditar te hace identificar a todas esas voces que hablan dentro de ti y te permite no identificarte con ellas. UNA las ve, las oye, pero no son UNA.
Y así, luego más tarde, cuando los niños ya están danzando alrededor de UNA, y UNA se pone exigente, UNA se da cuenta de inmediato de que Miss Perfect está dirigiendo el cotarro, y puede quitarle el timón para flexibilizar el curso de una interacción.
O si Miss Drama Queen, tras una pelea de los monstruos, los visualiza ya en un centro de menores a los 17, UNA puede retomar las riendas y relativizar el momento-pelea.
O si Ms Shame se auto-culpa por cada momento-coraje-andaluz, UNA mira con compasión a Ms Shame y le cuenta que ser madre es una de las tareas más difíciles del mundo.


Meditar permite crear distancia y ver, oír, las voces.

Luego de meditar, UNA hace yoga. El yoga, además de los conocidos beneficios físicos (y si no los conoces, te animo a buscar en Google), a mí me sirve para lo siguiente. Una asana, una postura de yoga, que al fin y al cabo es un estiramiento, produce una resistencia. Si es incómodo, tú lo que deseas es cambiar de postura. Pero si no la cambias, si la mantienes, el músculo va cediendo hasta que la postura deja de resultar incómoda, o al menos ya no duele tanto. Pronto en mi recorrido yogui (y te hablo de que practico el yoga con unos vídeos de internet -magníficos, por cierto- que me recomendó mi hermAna), descubrí las aplicaciones de este patrón en una vida mundana. Cuando salta la irritabilidad en una interacción, UNA-madre-coraje puede a veces sentirla sin necesidad de cambiar de postura. Puede a veces mantenerla sin oponer resistencia. Permitir. Ser. Respirar. Mantener hasta que el músculo ceda. Estirarse. Y UNA sabe que esto se lo debe al entrenamiento del yoga.


Pues eso. 

Me levanto. 
Sin prisa. 
Medito. 
Hago yoga.
A veces bailo.
Para desfogar y porque alguien me dijo que bailaba muy mal y ya no me importa.
A veces escribo.
Escribo porque escribir hace que la vida importe. Escribo porque no puedo no escribir. Cuando vives una vida mundana, escribirla la pone en valor.
A veces leo.
A veces no hago nada más que estar.
Estar presente sola para poder estar luego presente con la batería a tope.

Peter me lo dice. Peter me lo nota. El día que me he levantado temprano. El día que no. El día que llevo la batería a tope. El día que no. A UNA le gustaría ser madre-natural. Poder dormir hasta las ocho menos cuarto y no perder la paciencia en todo el día. Pero UNA a estas alturas sabe que tener el coraje de levantarse a las cinco y media para estar con UNA le sirve para poder estar con Paul hijo1 y Gusi hijo2 y Dolfete hijo3 el resto del día sin todo el coraje-andaluz que a UNA le saldría natural.
Y a UNA le compensa el madrugón.
Si tú eres de las que recarga las baterías durmiendo, mi más sincera admiración y mi más sana envidia. UNA no. UNA necesita una bomba diaria, prestarse un poco de atención, para poder atender al espectáculo de la maternidad con el entusiasmo que merece. Cada mañana me regalo el amanecer igual que pongo mi teléfono a cargar cada noche.



Hace unos días, una muy buena amiga me valoró esta sabiduría que tantos años he tardado en adquirir con este pasaje que os copio abajo. Me inspiró así a reconocer que este esfuerzo que hago a diario en mi templo de dos horas no sólo merece la pena sino que me honra. 
Con esto acallo a Ms Shame y le digo: 

Tan mala-madre no serás cuando te levantas todos los días dos horas más temprano, 
no por ellos, 
pero sí para ellos.



lunes, 4 de noviembre de 2019

Envejecer: Dime, ¿qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?


Siempre había pensado que envejecer sería algo así como una bola de nieve que se va deslizando a poquitos por una pendiente, sin velocidad, pero ganando momento de forma paulatina. Lo que me ha pillado desprevenida es que envejecer va en realidad a saltos de canguro y, en cada salto, descubres algo que te hace un poquito más vieja: un día es una arruga debajo de los ojos, otro día es una arruga encima de los labios, un dolor en la rodilla cuando buscas las zapatillas de Dolfete debajo del sillón, un bostezo delante de una copa en un bar, la pereza de hacer una maleta, el ceño fruncido que te ocupa la cara, la osadía de alguien de etiquetar a tus bebés de adolescentes, ese plato que nunca te gustó y ahora te priva, el hijo que te dice que ya no va a dormir contigo aunque papá no esté...

Cuando te acuerdas, estás rozando los 50 (los rozas por abajo, los rozas por arriba) y te preguntas dónde se ha ido tu vida, esa vida que se prometía larga e intensa. Los años-de-madre especialmente, a pesar de los días laaaargos y las noches más laaaargas todavía, son los que más rápido pasaron delante tuya, a modo de la polvoreda que levantaba el correcaminos en su huida.





La sensación es de puro vértigo


Si te paras a pensarlo friamente, la vida es una gran putada. Nos han soltado aquí, solos, sin darnos explicación alguna. La ciencia no es otra cosa que una búsqueda digna de esa explicación pues no hay fe que tenga garantías. Todas y cada una de las personas que conoces en este momento no estarán aquí algún día, incluidos tus hijos. Produce escalofríos. Lo que llamamos ley-de-vida no es otra cosa que la esperanza, el crucemos-los-dedos, el toquemos-madera, de que el orden natural de las cosas no se altere. ¡Por Dios que no se altere! Que enterremos a los padres, aunque duela como si nos estuvieran quebrando los huesos, pero nunca a los hijos.

Ante este hecho irrefutable, sólo restan dos opciones, aunque adivino que la fe ha de ser una tercera que de alguna manera alivie el desconsuelo. Para los que no creen, la opción más popular es la de anestesiarse:  ¡A vivir que son dos días! Son muchas las modalidades de anestesia:
Comer mucho
Beber mucho
Comprar mucho
Reir mucho
Pero también:
Trabajar mucho
Enfadarse mucho
Preocuparse mucho
Pasarse la vida en Facebook
Y hasta leer mucho
Las posibilidades son inagotables. Lo cierto es que el mundo donde nos soltaron es asombrosamente versátil.


Envejecer además, en esta cultura que ensalza la imagen corporal de la juventud, roza el pecado. Nos avergonzamos de las arrugas y de las canas, las tapamos con color. Vamos a nuestras reuniones-aniversario apesadumbradas por el miedo a la comparación con nuestro yo-pasado, casi pidiendo perdón por que los años hayan apagado el color de nuestra piel y sumado volumen a nuestras caderas. Usamos filtros para publicar una versión menos envejecida de nuestros selfies en las redes sociales. 
La vergüenza de envejecer en realidad esconde la pena y el miedo.
Maquillar el paso del tiempo viene a ser otra manera de no sentir el vértigo. 

La otra opción, la alternativa a la anestesia que nos viene prácticamente impuesta a los que la sensibilidad nos excede, no es otra que sentir.
Sentir la incertidumbre
Sentir el desgarro
Sentir la desolación
Sentir la desazón
Sentir la tristeza
Sentir la rabia
Sentir la pena
Sentir la ansiedad
Sentir el miedo.

Sentir las emociones que producen los saltos de canguro de envejecer, la certeza del futuro, la conciencia de la soledad y el pensamiento de la muerte.

Pero si te das permiso para sentir esto y no anestesiarlo, abres la puerta al abanico del resto de emociones:
la admiración enmudecida ante la belleza, 
el regocijo acogedor de la maternidad, 
la euforia de la creatividad, 
la satisfacción de la conexión con el-otro-que-no-eres-tú, 
el gozo del amor y el sexo.

Pararte a incorporar todas estas emociones ralentiza de alguna manera el tiempo porque, para realmente sentirlas, necesitas estar en el momento presente, en el ahora, en el momento del verano, del viaje, del poema, del abrazo. Cada momento se convierte en un rito. ESTO es vivir y no pasar a saltos por la vida.

Vivimos a ratos entre una y otra de las dos opciones: entre anestesiarnos y sentir. Los que somos más intensos, como UNA, no podemos evitar vivir más en la segunda opción que en la primera, sobre todo a medida que vamos envejeciendo, aunque admito que a veces daría mi reino por una anestesia que, a modo de dique, detuviera la mente incansable de UNA. Pero también a medida que vamos envejeciendo, vamos tomando conciencia de que vivir en la segunda opción, además de ser motivo de desasosiego vital, también lo es de celebración vital.

Así es la vida. Nadie te va a venir con una respuesta. Nadie la tiene. Ni siquiera creo que las preguntas que nos formulemos sean las apropiadas. Mañana te levantarás y, al mirarte al espejo, descubrirás una nueva mancha en tu piel que ayer no estaba. 
Sabrás que eres un poquito más vieja. 
Te entrará vértigo.

Siente ese vértigo pues lleva consigo la promesa de su contrapunto.


*    *    *


El día de verano, poema de Mary Oliver

¿Quién creó al mundo?
¿Quién hizo al cisne, y al oso negro?
¿Quién dio forma al saltamontes?
Me refiero a este saltamontes,
el que acaba de saltar en la hierba,
el que ahora come azúcar de mi mano,
el que mueve las fauces de atrás para adelante y no de arriba abajo,
el que mira a su alrededor con enormes ojos complicados.
Ahora levanta una de sus patas y se lava la cara cuidadosamente.
Ahora de pronto abre sus alas y se va flotando.
Yo no sé con certeza lo que es una oración.
Sin embargo sé prestar atención
y sé cómo caer sobre la hierba,
cómo arrodillarme en la hierba,
cómo ser bendita y perezosa,
cómo andar por el campo,
que es lo que llevo haciendo todo el día.
Dime, ¿qué más debería haber hecho?
¿No es verdad que todo al final se muere, y tan pronto?
Dime, ¿qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?

martes, 21 de mayo de 2019

La belleza [La parada]



Uno de los himnos más bellos a la belleza, valga la redundancia, lo escribió Luis Eduardo Aute: una de esas canciones de mi adolescencia que todavía me canta por dentro y que escucho mientras escribo éste que pretendo sea otro himno a la belleza.

El fin de semana pasado Peter y UNA estuvimos de escapada: regalo de cumpleaños de Peter. Sin niños: Los niños con los abuelos. Paseábamos por las calles de una ciudad desconocida al atardecer y atardecía más tarde que de costumbre. La curiosidad alarga el tiempo. Sin prisas. Sin esas prisas que no te permiten pasear, sólo correr acelerado de ítem a ítem de la lista de cosas por hacer. En un momento de nuestro paseo escuchamos música. Venía del interior de una iglesia. Nos detuvimos. [La parada.] Entramos en la iglesia. Había un coro dando un concierto. Era un coro americano, de chicos y chicas jóvenes, veinteañeros. Nos sentamos a escuchar. [La parada.] La música era tan bella que no pude evitar emocionarme. Fue algo inusual. El coro nos deleitaba con pequeñas coreografías y cantaba música de muchos y diferentes estilos, desde gospel, hasta música negra de esclavos, pasando por temas famosos de musicales. Yo no había oído ni visto nunca nada igual: tan ecléctico, tan sorprendente. Salimos tarde de aquella iglesia. Encantados.

Pensé: 
Si no nos hubiéramos parado, nunca habríamos conocido este fenómeno del Viterbo University Concert Choir. 
[La parada]
La belleza es un bálsamo: suaviza, tonifica. Es como un cargador de móvil. Cuando tienes la batería baja, la belleza te la recarga. Es la mejor manera de describir cómo UNA se sintió después de salir de aquel concierto: recargada.

Hay un método poderoso para la creatividad que propone Julia Cameron en su camino del artista que incluye una cita semanal con la belleza. Es decir, el método te reta semanalmente a abrir un paréntesis en tus quehaceres diarios y dedicarlo a la belleza: escuchar un concierto de un coro americano en una iglesia ecijana, irte al otro lado del río a hacer fotos de la luna llena, sentarte en un banco a disfrutar del escaparate de gente que pasa e inventarte historias sobre de dónde vienen y adónde irán, ver una película no comercial, darte un masaje con la atención única en el sentido del tacto, leer poesía, hacer un viaje, disfrutar del arte de no hacer nada, hacer una manualidad sin los niños, cocinar sin prisas con música de fondo y una copa de vino al lado, irte a la meta de una carrera a emocionarte viendo sueños cumplirse, vagabundear por un mercado de segunda mano acariciando la vida pasada de las antigüedades a la venta... 
Tú decides lo que es para ti la belleza: a lo mejor es zamparte una bolsa de chuches a solas.

Personalmente creo que esta cita semanal debería recetarse en consulta pues, de ser investigado, probaría resultar un método eficaz contra la ansiedad y el estrés para venir a sustituir al tradicional bote de pastillas. ¿Pero quién se va a poner a investigar la belleza en el mundo en que vivimos? Quizás no investiguen la belleza, pero sí me consta que investigan [la parada], la meditación, y que los beneficios son incontables. Incontables, para los que investigan, porque no se pueden contar uno, dos y tres... Incontables, para UNA, porque no se pueden contar: tienes que ser tú quien lo experimente. Te animo a ello.

Estos días, que se avecina final de curso y que me falta la Fali de mi tribu, son de locos, y UNA va como loca: 
prepararbocadillos,laplancha,alcocheseleharotoelaire,larenta,prepararexámenes,aDolfetelehasalidounherpes,pagarelaulamatinal,Gusiquieresandía,laabuelacojea,Paulhasuspendidomatemáticas,olvidésacarlacarnedelcongelador,noquedaleche,operaciónbikini,hayqueinflarlasruedasdelabici,invitaralamiguitodeDolfeteacomeracasa,reunióndedepartmentoyclaustro,iraldentista...
¡La vorágine!
UNA no para. 
Si no paras, no hay lugar para la belleza. 
Si no hay lugar para la belleza, no recargas la batería. 
Y ya sabemos qué pasa cuándo no recargas la batería... Despuntan los peores momentos-madre.

Mi amiga Carmela dice siempre que la vida habría que vivirla al revés, como en la película de El curioso caso de Benjamin Button que, si no habéis visto, os recomiendo veáis. Carmela y UNA tenemos hijos de las mismas edades y, cuando miramos atrás y nos paramos [la parada] a repasar las fotos y los vídeos de cuando nuestros hijos eran mucho más pequeños, nos preguntamos cómo no estábamos entonces disfrutando de la belleza de aquellas criaturas, riéndonos a mansalva de sus ocurrencias, regocijándonos en sus gestos inocentes, en vez de ser las madres jóvenes y agobiadas que éramos. La vida efectivamente, como dice Carmela, tendría que vivirse al revés, porque si atravesáramos esa época con la sabiduría y la experiencia de la que gozamos ahora, no estaríamos tan agobiadas y casi con toda seguridad puedo afirmar que haríamos muchas MUCHAS más paradas para disfrutar de la belleza. Los primeros años de la maternidad son efectivamente años locos, pero ésos son los años... Y si no te paras a observar la belleza, 
la belleza- elusiva- escapará a tu mirada.

Se te escaparán los años más tiernos de la infancia de tus hijos. 

Es complicado darse cuenta de esto cuando UNA está en mitad de la vorágine. Es complicado. Nadie dice que la belleza sea fácil. No lo es precisamente porque
  precisa de la parada.

Y la parada, en estos tiempos que vivimos, es un lujo. Pero es un lujo que debería ser obligatorio permitirse. Para recargar la batería y poderse re-enganchar a la ola de la vorágine.

Que no se nos olvide, Carmela, en estos años de hijos preadolescentes, pararnos a disfrutar de la belleza.

lunes, 8 de abril de 2019

Yo pipí caballito

El título de esta entrada viene de años ha, cuando mi hermAna1, adolescente entonces, tuvo un intercambio con una chica americana quien, en su estancia en nuestra casa aquel verano del ochenta y tantos, no hacía otra cosa que quejarse de estar aburrida, a pesar del programa de actividades que mis santos padres habrían diseñado para su entretenimiento. Las amigas de mi hermAna1 le enseñaron, en su crueldad adolescente tolerable de entonces (broma que hoy posiblemente sería calificada de bullying), que I'm bored en español se dice yo-pipí-caballito (o sea, yo mea-burro).
Para UNA, todavía pequeña, aquella traducción ad hoc fue lo más divertido de toda la temporada estival.
El aburrimiento

Este post no resonará con muchas de vosotras, afortunadamente para vosotras, pero la lidia con el aburrimiento ha sido una constante en mi vida.
No siempre, sin embargo, he sido consciente de ello.
Tengo un recuerdo de una tarde de lluvia en casa. Estábamos mi padre y yo solos. Yo estaba ocupada, como siempre. Y mi padre, que siempre estaba ocupado -siempre ocupado- aquella tarde curiosamente no lo estaba. Estaba ocioso. Sin hacer. Vagabundeaba por la casa sin ánimo aparente de nada.
Aburrido
Estaba aburrido
Y UNA, testigo de esta escena, sintió tristeza. De hecho, este recuerdo pasó a mi memoria como profundamente triste.
Esta asociación insana entre aburrimiento y tristeza no se me hizo consciente hasta muchos años más tarde.
De hecho, se me reveló sólo hace un par de años en un curso de escritura expresiva. Nos propusieron un ejercicio en el que teníamos que contestar a la pregunta:
  ¿Quién soy yo cuando no estoy haciendo? 
para después compartir la respuesta con el grupo. Éramos muy poquitos en un ambiente muy cálido que favorecía desnudar el alma a través de la palabra. Yo sería la última en hablar pero, a medida que los demás iban compartiendo, me fui haciendo consciente de que UNA tenía un problema con esto.
En la diferencia nos identificamos.
Mientras los demás habían contestado de forma positiva a la pregunta, con bellas imágenes de relajación y de vacación, de tranquilidad y sosiego, de serenidad y silencio, la respuesta de UNA se ubicaba en el polo completamente opuesto. Cuando UNA no estaba haciendo ¡UNA no era!
Tuve lo que se llama en inglés un AHA moment, que es básicamente un momento revelación en el que te das cuenta de un patrón inconsciente que te ha acompañado toda la vida, que incluso puede que hasta cierto punto haya dictado tu vida. El AHA moment es cuando de repente dices: 
¡Anda [palabro]! 
y el patrón inconsciente se hace consciente como por arte de magia.
Y, como por arte de magia, me di cuenta de que la perfeccionista que hay en mí tenía una energía de hacer fuera de control, una necesidad imperiosa de estar constantemente haciendo, planificando lo siguiente, priorizando en UNA lo que es productivo. La cultura de la producción constante se había visto indudablemente reforzada por un entorno familiar y social donde el trabajo era, y de hecho sigue siendo, el valor más alabado.
Una de mis compañeras del curso de escritura expresiva me recomendó un libro, El arte y la ciencia de no hacer nada, que paradójicamente aún no he encontrado tiempo de leer.

Me gustaría poder decir que una vez que te haces consciente del bicho, el bicho desaparece. Desafortunadamente no. Quizás sea el primer paso: la conciencia. Pero el bicho sigue ahí a pesar de la conciencia de su existencia.

Esta conciencia que me aportó el ejercicio de escritura expresiva vino mucho después de tener a mis hijos con lo cual, al principio de los tiempos de mi maternidad, el desasosiego que me producía el aburrimiento tenía tintes de contagiarse a la siguiente generación. De hecho, guardo copia de una carta que escribí en los primeros meses de Paul hijo1 a una amiga-madre y que ahora, con la cordura que me da el tiempo, releo con ternura hacia una más joven UNA, en la que confesaba no estar segura de estar dotando a mi bebé de suficiente estímulo. Mi amiga-madre me contestó tajante que a un bebé con darle de comer y dejarle dormir le vale. La experiencia me deja leer ahora entre líneas su sonrisa de soslayo. De hecho, ahora me pregunto si no hubiera sido mejor estimularlo menos. Insertad aquí el emoji que pone los ojos en blanco.

La conciencia del bicho que vino años después de aquella carta en el ejercicio de escritura expresiva que os he contado, si bien no me cambió a mí, sí me sirvió para tratar de evitar el trasvase del lastre entre generaciones. Así, cuando los niños se aburren, que no son pocas las ocasiones de mamá, me aburro, UNA ya no se siente responsable. En la descripción del contrato de maternidad de UNA, ha dejado de aparecer como obligatoria la cláusula de "organizadora del tiempo libre de sus retoños". He sustituido la asociación aburrimiento-tristeza por una nueva que me genera mucha más libertad, la de aburrimiento-creatividad, y cuando los niños están aburridos, mamá, yo pipí-caballito, siempre les digo que algo maravilloso está a la vuelta de la esquina, porque de verdad creo que las mejores ideas aparecen en el momento que cesa el hacer constante.

Puede que los niños hayan heredado mis patrones de manera inconsciente, a través de ese cordón umbilical invisible que nos une o a través del modelo que emano, porque Gusi hijo2 a veces dice, si está aburrido, que está perdiendo la tarde; y a Dolfete hijo3, ¡3º primaria!, una vez le oí decir que le gustaba que le pusieran tareas porque así tenía algo que hacer. Prueba de que no he superado la energía del hacer es ¡ay, la culpa! que me brota al oír estos comentarios, por no haberlos llevado esa tarde al parque, al cine, a la biblioteca, a la feria del libro, al teatro o a cualquier otro evento del repertorio de actividades de la organizadora del tiempo libre de sus retoños.

No se me escapa a estas alturas que la energía del hacer viene también de la conciencia que del paso del tiempo UNA tiene. A estas alturas creo que ha quedado establecido en mi vida mundana cuán diferentes somos Peter y UNA. Un día le pregunté si él pensaba a menudo en la muerte y me contestó !que no¡ sin disimular la sorpresa que le produjo la pregunta. 
Pues UNA sí. 
A menudo la muerte está: puede ser en reflexión o en pensamiento fugaz, pero se deja ver. Se deja sentir a modo recordatorio.
Después de esta conversación con Peter, como después de muchas conversaciones con Peter, UNA se preguntaba si UNA sería particularmente peculiar.
En la diferencia, recordemos, nos identificamos.
Hasta que un día estuve viendo a Rosa Montero presentando su última novela. Y habló de esto. Habló de cómo las personas que en su sensibilidad tienen la conciencia de la caducidad constantemente presente, entre las que se reconocía ella, viven con más intensidad. Ella no lo sabía, o quizás sí, pero hablando de sí misma estaba también hablando de UNA. La conciencia de la muerte, de la finitud del tiempo, efectivamente te hace vivir más intensamente, pero en mi caso, además de la ventaja indudable de la intensidad, está la desventaja añadida de no permitirme aburrirme sin culpa. Pues, cuando UNA está aburrida, UNA está pensando que la vida es corta y que UNA tiene muchas cosas que hacer, muchos planes que pasar a modo Pléyades. Esto, créeme, puede llegar a ser un auténtico suplicio, porque a veces, de hecho muchas veces, UNA lo único que realmente necesita es no hacer. 
Un poco de nada
Simplemente estar
Que esto también es vida
Mucha vida

Ése es el arte del que supongo habla el libro que todavía no he tenido oportunidad de leer. Es el arte de derogar, al menos temporalmente, los valores del trabajo y la productividad. El arte de no hacer. El arte de pipí-caballito que permita airear la creatividad. El arte de descansar. El arte de aplastar al [palabro] bicho de la culpa.

martes, 19 de marzo de 2019

El viaje

Peter y UNA tuvimos descendencia tarde. UNA tenía 34 años cuando tuvo a Paul hijo1 y 39 cuando tuvo a Dolfete hijo3. Entre las ventajas de retrasar la maternidad, para mí destaca sin lugar a dudas la oportunidad de viajar. Peter y UNA viajamos mucho, desde que nos conocimos hasta que nos asentamos, y esos viajes, que llenan nuestros álbumes entonces no digitales, son la intensa edad antigua de nuestra relación. Y digo intensa porque eso es lo que hace viajar:

Viajar intensifica la vida

¿Cómo lo logra? Para empezar, cuando uno viaja se estira el tiempo. Una semana de rutina diaria parece mucho MUCHO más corta que una semana viajando. El viaje hace que el tiempo parezca elástico, que dé mucho más de sí. Cuanto más pienso sobre esto, más me doy cuenta de que el motivo por el que el tiempo es maleable en el viaje es porque uno, al ver por primera vez un sitio, mira, presta atención. Los lugares, nuevos para el ojo, sorprenden, atraen. Al conocer por primera vez a una persona, uno se detiene. Toda esta focalización de la atención en el aquí hace que el tiempo se alargue en el ahora. Es casi mágico:

El viaje es magia

De hecho, en el viaje UNA siempre necesita escribir. En todos aquellos viajes de Peter y UNA siempre había un cuaderno de viajes donde escribíamos el mundo de sensaciones que los lugares nuevos que habíamos mirado y las personas nuevas con las que nos habíamos detenido habían provocado en nosotros. Cuando UNA relee esos cuadernos, vuelve a viajar. Es como teletransportarse. Es mágico. Los puse todos juntos y se los regalé a Peter en un libro que llamé TU MEMORIA, uno de los mejores regalos que UNA se ha hecho a sí misma.

Si pusiéramos esa misma atención, ese mismo detenimiento en la vida diaria, el tiempo no pasaría tan rápido. El tiempo vuela porque pasamos los días como si fueran ítemes de la lista de cosas por hacer, esperando que llegue el viernes, esperando que lleguen las vacaciones. Si miráramos todo como nuevo, si diéramos una oportunidad a la rutina de sorprendernos, si no diéramos por sentada la magia que sucede a diario delante de nuestros ojos, esos milagros que ya ni siquiera vemos, entonces el tiempo no parpadearía en nuestras vidas como hace. Esto es más fácil escribirlo que hacerlo: prestar atención plena no es a lo que venimos estando acostumbrados, por eso el viaje sienta tan bien, porque te obliga a detenerte de manera gentil.

Cuando se tienen hijos, a veces el viaje se convierte en una pequeña odisea, sobre todo cuando son pequeños. Lo primero que pasa es que el equipaje no se multiplica por número de hijos, sino por infinito. UNA nunca había viajado ligero, pero cuando nacieron los niños, al equipaje se le añadió el apéndice de "por si": esto por si hace frío, esto por si hace calor, esto por si tiene hambre en el camino, esto por si se mancha, esto por si se pone malo, esto por si se aburre, esto por si coge una rabieta en mitad de una visita turística, esto por si se cansa, esto por si se duerme... En fin... UNA no es que sea muy apretada pero van pasando cosas y vas cogiendo experiencia de los imprevistos que pueden surgir cuando viajas con niños pequeños, porque al final es que un niño es efectivamente un imprevisto. Cuando antes te hagas a la idea, mejor. Menos sudas.

El caso es que con el equipaje más el innumerable número de porsis, empieza a darte pereza viajar. Uff... Y encima cada vez somos más y cada vez somos más grandes así que cada vez ocupamos más espacio lo que equivale a más gasto.

Y contra esta pereza, encontré un post precioso una vez en las redes sociales en el que a una madre con experiencia le preguntaban qué único consejo le daría a una madre sin experiencia y ella contestó sin dudarlo: 

Haz el viaje


Haz el viaje.
Contra la pereza del equipaje y los porsis, haz el viaje.
El mejor consejo que he seguido nunca. 
Cuando haces el viaje, para empezar estás enseñando a tus hijos lo mismo que has aprendido tú: a estirar el tiempo, a detenerse a mirar, a abrir la mente a nuevos horizontes, nuevos caminos. Estás creando nuevas conexiones neuronales: 
que no hay una única manera válida de hacer las cosas, 
que allí no es como aquí
Y sólo por esto vale la pena moverse.

Además, estás creando recuerdos. Coloreas recuerdos en el viaje. Recuerdos mágicos que serán la hermosa edad primitiva de tus hijos adultos.

Si no tienes dinero, no viajes tan lejos, no viajes tantos días, pero haz el viaje. 
Si no tienes las ganas, simplifica, pero haz el viaje. 
Simplifica: ponles tres días seguidos la misma ropa, ¡qué más da si se manchan!, total allí no te conoce nadie. Los duchas a la vuelta. Si tienen hambre, que coman cualquier cosa, ya les darás el brócoli a la vuelta. Si tienen una rabieta, haz como si no los conocieras. Si se cansan, que se duerman. Si se aburren, algo genial está probablemente esperándoles a la vuelta de la esquina.

Porque otra cosa que les espera a la vuelta, además de la ducha y el brócoli, es el recuerdo que les has creado y les acompañará de por vida, el cuaderno de viaje que te han visto escribir, y la rendija que los lugares que habéis mirado y las personas con las que os habéis detenido les han abierto en la mente.



Dedico este post a mi hermana Ana, que nos ha creado muchos recuerdos y abierto muchas rendijas.