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miércoles, 30 de diciembre de 2020

Bajar al cuerpo

La vez que me dejé romper el corazón se me cayó el pelo. Alopecia areata fue el diagnóstico. A los 20 años me arruinó la imagen. Menos mal que por entonces no había instagram. Cuando entré en la consulta de la doctora en Granada y me miró, lo primero que me preguntó fue: 

- ¿Mal de amores? 

Muchas UNAs después, en Inglaterra, me salió un bulto en el cuello justo antes de encuadernar mi tesina. Ya de vuelta en España, de interina en Linares, a semanas de opositar, leer la tesis y casarme, un dolor agudo me atravesó el estómago: resultó ser gastritis. Las canas me sorprendieron de forma simultánea a la preocupación dependiente que acompañó mi primera maternidad. Esta tendencia a somatizar, que me ha acompañado toda la vida, me ha llevado inexorablemente a concluir que cuerpo y mente es uno. Mejor dicho, que cuerpo y mente es UNA, y no hay ni tan siquiera una delgada línea roja entre ambos. Incluso aquellas personas que no tienen esa tendencia genética a los síntomas psicosomáticos tan pronunciada, brillan sin embargo en períodos de serenidad, y se arrugan o crispan cuando atraviesan momentos más convulsos. ¿O no es cierto? ¿No estás más guapa cuando estás menos estresada, cuando todo va bien?

Esta creencia de que no hay separación entre cuerpo y mente es, sin embargo, creencia a nivel intelectual en UNA pues todavía no llego a encarnarla del todo: a pesar de las múltiples evidencias del párrafo anterior, se trata de un convencimiento que aún no ha bajado al cuerpo, que todavía vive en la azotea, como llama mi amigo Carlos a la mente. ¿Por qué- si UNA lo sabe- UNA no lo practica? La tradición religiosa en la que UNA fue educada es a estos efectos muy fuerte: el binomio cuerpo-alma, o cuerpo-espíritu, discrimina dos entidades muy diferentes, una pecaminosa condenada a la mortalidad, y la otra con opciones de subir a los cielos o bajar a los infiernos.

No es sólo cuestión de religión. Es también de medicina, al menos en la cultura occidental. Se trata de una medicina que nombra síntomas y luego comercia productos para paliar dichos síntomas. En general, se ignora que la causa pueda venir de más allá de un órgano. O se compartimenta: si te duele la rodilla, te vas al traumatólogo; y si te da un ataque de ansiedad, te vas al psicólogo. Si tienes diarreas recurrentes, te vas al digestivo; y si estás deprimido, te vas al psiquiatra. Ahora bien: cuando quedas con tus amigas a tomar un café, dime la verdad: ¿te sientes más cómoda contando que has ido al traumatólogo, o que has ido al psicólogo? Si no me equivoco, gana la rodilla, porque la salud está valorizada, pero la salud mental está estigmatizada. La separación cuerpo/mente en nuestra cultura es tal que cuando se habla de salud nos referimos en realidad al cuerpo, y las connotaciones que reciben uno y otro compartimento están totalmente polarizadas.

En los niños, sin embargo, no es así. Somos mucho más abiertos a la hora de aceptar la fusión cuerpo-mente en un niño: vemos con claridad que tiene una rabieta (emocional) porque está (físicamente) cansado; apreciamos con nitidez que lloriquea porque está incubando un virus; aceptamos que esté gruñón porque tiene hambre. Sabemos que cuerpo y mente van mano a mano en la infancia. 

Crecemos para olvidarnos de esta verdad absoluta. Los adultos, la mayoría de los adultos, tendemos a vivir en la mente. ¿Cuántas veces no te sorprendiste al ver que ya te habías terminado el plato y no recordabas habértelo llevado a la boca? ¿Cuántas veces caminaste de casa al trabajo de manera tan automática que no podrías describir ni una sola de las personas que se cruzaron en tu camino? ¿Te acostaste y la siguiente vez que miraste el reloj había pasado casi una hora en la que no recuerdas haber hecho nada? Estabas ocupada. Pensando. 

UNA prepara clases, organiza el menú de la semana, resiente algo que alguien le dijo, planea una sorpresa, toma una decisión, escribe un post, critica a alguien, y hace la lista de la compra: TODO ESTO de casa a la escuela. En un día mundano. TODO ESTO en la cabeza de UNA. Pero la vida real de esos veinte minutos se me escapó: me perdí el camino al cole, las sensaciones del milagro de mi cuerpo caminando, la orquesta de sonidos de fondo de mi vida. Me perdí mi vida esos veinte minutos.

No tendría importancia si no fuera porque preparar, organizar, resentir, planear, decidir, criticar, listar... es en lo que se ocupa la mente la mayor parte del tiempo, una mente disociada del cuerpo, manteniendo esa separación en la que intelectualmente muchos ya no creemos, pero que evidentemente todavía encarnamos. Vivimos en la mente y sólo nos acordamos del cuerpo cuando algo no funciona como debería: nos duele algo, nos escuece, nos sangra, nos pica. Nos urge. Somos capaces de definir nuestras sensaciones corporales si éstas son desagradables e incómodas, si llaman la atención, si requieren el traslado al médico. 

Pocas, muy pocas, son sin embargo las veces que nos dejamos aterrizar en el cuerpo y sentir todo lo que está sucediendo ahí, debajo de la azotea, justo donde sucede la vida. Las emociones no son sino sensaciones corporales, agradables o desagradables. Si nos parásemos a sentirlas, en vez de ornamentarlas con miles de pensamientos adosados como lapas, fluirían sin estancarse. Pero nos empeñamos, UNA la primera, en otorgarle significado a todo, en cosificar -diría Carlos- y hacemos pesado lo que de otra manera sería ligero. 

Es complicado desvincularse de la dicotomía cuerpo-mente y bajar al cuerpo, especialmente para las que nos apoyamos en la muleta de la palabra, como si lo que no se nombrara, no existiese. El pensamiento se nutre de palabras. La azotea de UNA parece un scrabble. Pero lo cierto es que la presencia, ésa de la que hablaba en el post anterior, ésa que te salva de la locura, ésa que es imprescindible para una maternidad consciente (para cualquier relación consciente, de hecho), sólo es posible bajando al cuerpo. Esto es lo que trabaja Carlos en sus talleres de conciencia corporal online de los miércoles. Por suerte, hay profesionales que se hacen eco de que salud pasa por presencia, por integración cuerpo-mente. Carlos López-Obrero es uno de ellos. Carmina Mariscal es otra: "La salud es una conquista personal".

Quizás, uno de los mensajes que deberíamos recolectar de esta pandemia sea que para sanar de este virus vamos a necesitar mucho más que una vacuna; que necesariamente la sanación ha de pasar por un cambio de mentalidad, y que éste requiere de presencia e integración.

Photo by Raphael Renter on Unsplash

Éste es mi propósito para el año nuevo y mi deseo para vosotras: bajar al cuerpo. Alineemos la azotea con las sensaciones corporales. Abramos la mente a lo que hay aquí ahora. Volvamos a ser niñas. Cuando estemos al borde de un ataque de nervios, escuchemos al cuerpo que lleva rato intentando hacernos ver que estamos extenuadas, que es hora de ignorar la lista de cosas por hacer y echarnos un rato al sol. Cuando estemos irritables, preguntémonos si aprieta comer o beber algo que nutra nuestro cuerpo. Si estamos llorosas, quizás sea hora de un mimo. Honremos al cuerpo.

Sobre todo, no esperemos a que algo nos duela, nos escueza o nos sangre para hacernos un poco de caso. Tratemos de prestar atención a las emociones agradables que también tienen su reflejo corporal. Ese momento de conexión con el-otro-que-no-eres-tú, ¿dónde te lo sientes? El gusto que da meterse en la cama después de un día largo, déjatelo sentir. La sensación de haber hecho algo bien, ¿dónde la notas? El placer al terminar un entrenamiento, permítete disfrutarlo. Goza.

Y cuando el ánimo no acompañe en estos tiempos difíciles que atravesamos, estate con él y baja al cuerpo también, pero no caigas en la tentación de abandonarlo, que solemos descuidarnos cuando más lo necesitamos: si estamos mal, comemos mal, dejamos de hacer ejercicio, dormimos a salto de mata. Pero es precisamente cuando el ánimo no acompaña que hay que empezar por el cuerpo. Tú cuida del cuerpo que el ánimo sigue. No le queda otra, ¿sabes? Son uno. Son UNA. Esto que ya sabemos en teoría, es mi propósito de año nuevo para UNA y mi deseo para vosotras que lo incorporemos en la práctica.


sábado, 4 de abril de 2020

El amor aquí y ahora


Tengo un recuerdo de mi infancia que permanece fresco en la distancia del tiempo. Vivíamos aún en Valladolid, en una casa en el campo. Hacía viento, mucho viento. Un viento huracanado, inusual para esos lares. Las tejas de la casa comenzaron a desprenderse y a caerse por la fuerza del viento. Mis hermanas y yo mirábamos por la ventana asustadas y entonces mi padre dijo solemne: 


A lo mejor esto es el fin del mundo

Desde luego, no es la frase más afortunada para tranquilizar a un puñado de chiquillas atemorizadas, pero la sentencia me vuelve estos días a la memoria como si de una letanía se tratara. No es que UNA piense que esto es el fin del mundo, pero UNA cree que esto es el fin del mundo tal-y-como-lo-conocemos


La canción de REM: 
It's the end of the world as we know it

Necesariamente hay cosas que van a cambiar, para bien o para mal (eso ya se verá), pero nada nunca podrá volver a ser igual. 
Ésa es parte de la tristeza que nos inunda: Nos estamos despidiendo de un mundo que está agonizando. Ésa es también parte de la ansiedad que nos azuza: No sabemos cómo será nuestro nuevo lo-normal, no tenemos ni idea hacia dónde vamosEs la  incertidumbre de la que hablaba en la entrada sobre la ansiedad en los tiempos del Corona.

Pero, como todo en esta vida, absolutamente todo en esta vida, hay un silver lining: El lado bueno de las cosas del que hablaba la película. El lado bueno de este fin del mundo tal-y-como-lo-conocemos es que no nos queda otro remedio que vivir en el presente. El lado bueno de la incertidumbre es que te trae de vuelta al aquí y al ahora. Cada vez que haces un plan o un proyecto, formulas una intención o un deseo, con la mente puesta en el futuro, éste te responde como un padre cansado:

Bueno, ya veremos...

Y tu plan rebota de bruces contra ese futuro incierto e inexistente para volver de nuevo a casa, al presente, a la-dimensión-confinada. No hay nada más allá que el momento que estamos viviendo aquí y ahora. Se acabó el-largo-plazo. Lo único que puedes realmente controlar es este aquí, este ahora. El-corto-plazo. 
Esto, amigos, que pudiera parecer una jugarreta universal, es en realidad un regalo. Lo contrario es precisamente lo que veníamos haciendo toda la vida. Contados con los dedos de la mano son los momentos en los que hemos estado, de verdad, presentes. 
Los lunes ya estábamos pensando en el fin de semana. En enero ya andábamos planeando las vacaciones de semana santa. En octubre ya estábamos con los adornos de navidadUNA estaba preocupada por si este verano le tocaría estar en un tribunal de oposiciones. Los domingos por la tarde ya andábamos cabizbajos porque teníamos la cabeza puesta en el trabajo del lunes. En el trabajo del lunes ya estábamos pensando en el fin de semana...

No sé si nos damos realmente cuenta o no pero con el cuerpo aquí y la mente mucho más adelante lo que hacemos es perdernos nuestra propia vida. Esto es precisamente lo que pretendemos los que tratamos de meditar: Traer la mente al mismo sitio en el que está el cuerpo.
Como madre, hace ya mucho tiempo que me di cuenta de que, cuando UNA se pone irritable con los niños, casi con certeza te puedo asegurar que es porque el cuerpo de UNA está en el mismo salón que los niños pero la mente de UNA está ya en otro tiempo o en otro lugar, mucho más adelante, en el futuro: 
Gusi hijo2 necesita contarme la historia interminable y la mente de UNA está en que se ha comprometido a devolverles a sus alumnos las redacciones corregidas mañana a primera hora, así que el cuerpo se impacienta y no escucha, no puede escuchar.
Dolfete hijo3 (9 años) se frustra con las tareas y tiene una rabieta descomunal, y la mente de UNA está ya en la adolescencia de Dolfete (16 años), imaginando todo tipo de escenarios de desafíos agresivos y dramas de toda índole.
El momento de la historia interminable de Gusi es un momento de la vida de UNA que UNA se perdió. Como tantos. 
La rabieta de Dolfete es un momento de la vida de UNA que se convirtió en mucho más dramático porque, en vez de estar ahí narrándomelo, me narraba un futuro sobrecogedor.
Esto, básicamente, cada uno a su estilo, es lo que hacemos la mayor parte de nuestra vida. No estamos donde estamos. Estamos en mañana. Luego llega mañana y no estamos en mañana, estamos en pasado mañana. Es una mierda [le he dado permiso a UNA para usar palabros mientras dure el confinamiento] porque para poder disfrutar a tope de un momento, tienes que estar entera, cuerpo y mente. Es sólo cuando estás entera, cuerpo y mente, que la vida fluye y desaparece el tiempo.

Pues bien, un poco a la fuerza, este virus nos ha obligado a adquirir el hábito mental de no planear. Cada vez que te pillas haciendo un plan, te acuerdas de cómo está el mundo, y te dices:

Bueno, ya veremos...

Vuelves irremediablemente a la realidad de tu confinamiento que, al fin y al cabo es la única realidad que existe. Siempre, el presente, es la única realidad que existe.
Estás en una conversación con tus amigas, alguien planea una casa rural para junio:

Bueno, ya veremos...

Bueno, ya veremos dónde estamos en junio. A lo mejor seguimos confinados. A lo mejor no. A lo mejor ya no estamos confinados pero no podemos viajar todavía. ¡NO LO SABEMOS! Así que de vuelta al aquí y al ahora. Nuestro nuevo lo-normal es aquí-ahora.

¿Y aquí y ahora qué hay? Tu casa. Los tuyos. Y el amor. 
El amor aquí y ahora no es otra cosa que restarle vértigo al aquí y al ahora de los que están contigo. No son grandes hazañas. Son pequeños gestos. Armarse de paciencia. Respirar antes de contestar. Modular la voz. Disimular la irritabilidad y el desánimo.  Flexibilizar las reglas. Inventar. Inventar. Inventar. Sobre todo: Estar presente.

Los niños están felices estos días de confinamiento. Esto que está pasando no es ni mucho menos traumático para ellos. Al contrario, es un regalo. 
Nunca habíamos pasado tanto tiempo juntos. 
Nunca habíamos hecho tantas cosas juntos. 
Nunca habíamos jugado tanto juntos. 
Pero el verdadero regalo no es sólo tener los cuerpos de sus padres presentes sino que las mentes de sus padres están donde sus cuerpos están, porque no hay futuro. El futuro es incierto y la mente ya no puede viajar al futuro sin rebotar.



Éste es el lado bueno del virus. Hay mucho más pero es carne de otro post. Por supuesto, no todo es positivo (¡no puede serlo en una tragedia de semejante magnitud!), pero tú eliges dónde pones la atención: Donde pongas la atención es donde sucede tu vida.


Y poco más
Porque al final ESO es la vida: 
Poco más
UNA VIDA MUNDANA



Una palabra aquí para aquellos que están pasando esta cuarentena solos. Entiendo que el amor aquí y ahora pierde momento cuando uno está confinado consigo mismo. Trataos bien, mimaos, practicad más que nunca la autocompasión, y echad mano de recuerdos y de tecnologías para mantener el contacto. 
Que no se rompe el amor con la distancia social. 
Que no se rompe.

miércoles, 18 de marzo de 2020

La ansiedad en los tiempos del Corona

Lo peor es no saber.
No saber cuándo va a acabar esto.
No saber cómo va a acabar esto.
Quién va a acabar con esto.

Lo peor es la incertidumbre en un mundo que desde el principio de los tiempos ha dedicado sus afanes al control. Tratar de controlar el tiempo, midiéndolo. Tratar de controlar la vejez y la muerte, retrasándolas. Tratar de controlar el espacio, transportándonos. Tratar de controlar el desconocimiento de por qué estamos y somos mediante la ciencia y la religión.

Estos días me vuelve a la cabeza la película Un lugar en el mundo, ahora precisamente que no hay lugar en el mundo en el que esconderse. No hay un lugar seguro en el mundo. La película habla de la lucidez, que es precisamente lo que estamos recuperando con este virus. Una vez que se recupera la lucidez, nada volverá a ser igual. El mundo nunca volverá a ser igual. Un virus invisible ha cambiado la vida de la noche a la mañana y está poniendo al ser humano de vuelta en su sitio.

El mensaje con el que me quedo (no sé de quién es, no es mío pero me lo quedo), de los miles de mensajes con los que las redes sociales decoran esta crisis, es el de que lo único que importa es cómo nos tratamos los unos a los otros en esta odisea:




No me refiero sólo a los gestos de solidaridad, grandes y pequeños, que despuntan estos días. Me refiero a casa: A lo que se teje en el confinamiento. Esto es una prueba. Se nos presenta la oportunidad de pararnos a ver cómo la vamos a pasar. Pero ¡ojo! hay que aprobarla con la sombra de la incertidumbre, que no es compañía grata, pululando como si del propio virus se tratara. 

Lo peor es no saber.
No saber qué pasará después de que todo esto termine.
Sin ni siquiera la certeza de que todo esto vaya a terminar...

Nunca nos habíamos visto en una igual.
No saber cuándo vamos a volver a estar con nuestros seres queridos.
No saber si ellos o nosotros sobreviviremos a esto física y psicológicamente.
No saber cuándo podremos volver a abrazar. 

Esta falta de certidumbre nos pone ansiosos. La ansiedad no es otra cosa que una defensa contra los sentimientos más profundos que no estamos acostumbrados a sentir.


Sentir el miedo
Sentir la tristeza

Estamos adiestrados a defendernos contra lo que sentimos:


Nos preocupamos obsesivamente 
O nos distraemos obsesivamente 
O trabajamos obsesivamente

Por no pararnos a sentir.

Pero si nos paramos y nos dejamos sentir...


Que UNA tiene miedo, sí
Que UNA está profundamente apenada, ¡sí!...

...es como una dulce rendición. 
Es como poner las palmas de las manos hacia arriba y rendirse. Rendirse a la incertidumbre, al no saber. Y en esto estamos juntos todos, hasta los políticos que maquillados en la televisión aparecen con sus gestos ensayados y sus discursos bien hilados: Hasta ellos tienen miedo y sienten pena.

Una vez que nos permitamos sentir, la energía fluirá y podremos dedicarla a convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos, pues eso es realmente lo único que quedará: Cómo nos hemos tratado los unos a los otros, qué versión de nosotros mismos hemos desplegado en medio de la peor crisis mundial jamás vivida, crisis que por cierto -UNA personalmente piensa- es la manera que tiene la naturaleza de plantar un puño en la mesa. Pero eso da para otro post.

Cuando empezó esto, UNA, como os conté en la entrada anterior, no se encontraba en un buen lugar. Peter me miró a los ojos, y me dijo: 
- Los niños van a recordar esto toda la vida.
No sabemos siquiera ya lo que significa "toda la vida", pensé, hasta ahí alcanza la incertidumbre. La incertidumbre lo llena todo.
- Hagamos, siguió Peter, que ese recuerdo sea el mejor posible.
En otras palabras, Peter nos estaba pidiendo a ambos, a él y a UNA, que hiciéramos el esfuerzo de ser/estar la mejor versión de nosotros mismos. Y en ello estamos. No es fácil pero cuando veo que Dolfete hijo3 o Gusi hijo2 están felices y contentos en medio de este caos, ajenos a la incertidumbre, al miedo, a la pena, pienso que estamos cumpliendo con nuestro cometido.
Otra cosa es la lección que podamos aprender de ellos. ¿Por qué están ellos así y nosotros no? ¿Porque no son conscientes? ¿O es más bien porque ellos están presentes- aquí en su lugar en el mundo y ahora en su tiempo en el mundo- sin afán de control, mientras nuestras mentes adultas están ansiosas tratando de controlar un futuro incierto? Tema también para otra entrada. Va a haber tiempo de escribirlas todas. Esta realidad ficticia inspira. ¿O esta ficción real? Si UNA se para.

jueves, 22 de agosto de 2019

Postureo

Supongo que en generaciones pasadas las preocupaciones eran otras más urgentes. En tiempos de guerra, en tiempos de hambre, los valores habrían de ceder a las necesidades más acuciantes.

Nuestra generación lo tuvo fácil, o eso creo. Eran buenos tiempos para crecer, para vivir.

La generación de nuestros hijos, sin embargo, tiene preocupaciones nuevas a las que hacer frente. La mayor: El medio ambiente. Como dice mi hermanAura, 
Si no hay mundo, no hay nada 
Es inútil preocuparse de cualquier cosa si nos extinguimos y a veces parece que la única solución viable para el mundo pasa precisamente por nuestra extinción. Mientras escribo esto, arde el Amazonas.

Pero un mundo que agoniza aparte, lo que preocupa a UNA de la inmediatez del ambiente en el que se mueven los hijos es la inversión de los valores
No es que no tengan valores, es que los valores se han invertido.
UNA se siente vieja haciendo estas declaraciones: Los mayores despotricando de los menores es la historia de la vida. Pero las nuevas generaciones cuentan con un factor ausente en previas entregas: Las tecnologías (que ya no son nuevas pero están en continua renovación consumista) y, en concreto, las redes sociales. La inversión de valores a la que me refiero aquí, estoy segura, procede directamente de la incorporación de estas redes al escenario de la existencia mundana.


La popularidad es el valor por excelencia. 

Es complicado explicarle a un niño que lo que importa realmente es ser amable; valores como la constancia, la tolerancia o la generosidad parecen haberse quedado anticuados y perder brillo en comparación con la glamurosa popularidad.

Los pre-adolescentes y adolescentes cuelgan fotos en Instagram con un outfit pre-diseñado, fotos que ellos mismos denominan "de postureo", sin sonreír por supuesto, posando con los dedos haciendo la señal de victoria así o poniendo los cuernos asáy lo que de verdad importa es el número de likes (quién le ha dado a me gusta) y el número de followers (quién sigue mi cuenta). Eso es lo único que de verdad importa. Lo curioso es que todos saben que la foto no es auténtica, que es puro postureo. Pero por algún motivo que -confieso- se me escapa, da igual: lo que realmente importa es la popularidad. Cuántos más likes y cuántos más seguidores, más popularidad. Y eso es lo guay estos días, ser popular.


Popularidad = likes + followers


¿¡Hola!? 

¿¡Hay alguien ahí?! 

¿Qué tipo de adicción química o emocional o ambas han creado estas redes en nuestros adolescentes? En nuestros tiempos, se tenía pánico a la heroína y a la cocaína. La droga era la sombra negra que quitaba el sueño a nuestros padres, pero sólo se ahogaban en esas arenas movedizas los caballos descarriados. 
La adicción a las redes sociales, no obstante, alcanza a todos, no deja títere con cabeza. Por la alfombra roja de Instagram desfilan las generaciones adolescentes sin darse cuenta de que la vida es otra cosa de lo que retratan en sus (a veces patéticas, a veces absurdas) historias.

A las madres de estas generaciones nos ha tocado una tarea nada fácil. Primero, limitar el tiempo de pantalla. UNA es muy estricta en esto y envidia en parte a aquellas familias que han tomado la decisión de no limitarlo porque en serio que es una tarea nada placentera. Pero si UNA no limitara el tiempo de pantalla de los niños en casa, te aseguro que la adicción es tal que estarían 24/7 pegados a la tablet. Cuando pasa el ratito de usarla, primero hay que oír el 
- 5 minutos más, por favor, mamá, 
con esa voz melosa que se les pone cuando te piden algo. 
- Ya han pasado los 5 minutos. 
Y tus hijos que parecen rallados: 
- 5 minutos más, por favor, mamá, que tengo que acabar esta partida.
El botón de snooze del despertador eres tú y tus hijos venga a darle al botón, 
y venga a darle al botón, 
y venga a darle al botón. 
Cuando tú, despertadora, te plantas y dices que 
- ya está
que 
- ya no hay más tiempo de descuentos
entonces, la voz melosa se transforma en esa voz monstruosa que todos los días sin tregua tiene que recordarte que 
- a mis amigos les dejan la tablet todo el día
porque 
- estamos en verano

- son vacaciones

- no hay derecho

- eres tan injusta
Te dan unas ganas incontrolables de volverles a dar la tablet para que se callen otro ratito. Ganas incontrolables que te tienes que controlar.

Nos ha tocado también la tarea de estar presentes. Cuando Paul hijo1 se abrió una cuenta de Instagram, después de un forcejeo emocional curioso que nos mantuvo alerta varias semanas, UNA se hizo activa en Instagram también:
 HAY QUE ESTAR.

Ésa es mi premisa. 
Antes había que estar en los cumpleaños, en los cines, en la puerta del cole. Ahora hay que estar en las redes en las que ellos están. Respetando su postureo, sin participar demasiado, pero siendo su follower number one, siguiendo a todos los que le dan like a sus fotos, vigilantes, porque no se sabe. No se sabe lo que pasa en las redes: oyes cosas, te cuentan cosas, vas a la escuela de padres del colegio, escuchas una charla de un guardia civil de la brigada de delitos cibernéticos y sales acongojada (por evitar usar otro palabro que defina con mayor precisión la sensación). Y la conclusión a la que llegas es que no puedes prohibir, pero tienes que estar. 
Prohibirle algo a un adolescente es como darle una invitación para asistir al mismísimo evento al que le has prohibido ir. Si no te dejan comer Panteras Rosas, en cuanto puedas te pegas un atracón de pastelitos. La paradoja de la ley seca. Pues eso, no puedes prohibir, pero hay que estar.

UNA no es anti-tecnologías ni anti-redes sociales: Sería una incoherencia hacer otra afirmación diferente desde este contexto. Mi padre fue líder en el uso de nuevas tecnologías y nos inculcó el amor por todas las aplicaciones que pudiera tener cada descubrimiento. Tuvimos un ordenador Apple en casa antes que nadie en nuestro entorno. Recuerdo que en Secundaria siempre me tocaba a mí pasar a limpio los trabajos de mi grupo de literatura en el colegio porque yo era la única que podía hacerlo desde casa, la única con un PC y una impresora. De hecho, cuando más echo de menos a mi padre es cuando descubro una nueva app, un nuevo programa, un nuevo sitio web, que a él le hubieran indudablemente entusiasmado.

Fue él quien me explicó lo que era un blog y aquí está UNA. 

Esto es lo que quisiera transmitirles a mis hijos también (tarea difícil): Que las redes, que las tecnologías, pueden usarse con un valor mucho más valioso que el mero postureo, que es la creatividad. Veo chicos de la edad de los míos haciendo cosas ya grandes con su tiempo de pantalla: desde vídeos creativos hasta composiciones pasando por transmisión de información de otra manera desapercibida. Las posibilidades son infinitas una vez que se da rienda suelta a la creatividad. La adolescencia es de por sí una etapa esencialmente creativa. Mis chicos todavía no han encontrado su ventana pero trato de estar atenta para fomentar la tan preciada creatividad en el momento que asome su cabecita y reconducir el uso de la pantalla de un mero postureo a un ejercicio de creación en toda regla.


No quiero alargar demasiado el post aunque el tema da para rato, y cada vez lamentablemente para más rato. Sólo rogar que no quememos etapas antes de tiempo. Desde el sistema educativo ya les han robado a nuestros hijos dos años de su infancia, adelantando la Secundaria y acortando la Primaria. La transición adelantada ha acelerado los cambios. Pero no los aceleremos desde casa. El otro día en un foro una madre contaba agobiada que no sabía cómo afrontar una situación que tenía planteada: una niña había mandado a su hijo de nueve años una foto de su pecho desnudo. Las respuestas eran variadas. La madre estaba muy angustiada y no quise apabullarla más con juicios (una madre angustiada lo que menos necesita es juicios, por favor, recuerda), pero la respuesta que no podía evitar se formulara en mi mente era: 

- ¡Disculpa, ¿qué hace un niño de nueve años con móvil?!

El problema es que estamos estrenando un terreno por el que nadie ha pisado antes. No sabemos cuáles son las edades apropiadas para cada paso. Estamos desconcertadas educando a una generación que tiene a su disposición medios que ni nosotras tuvimos ni tampoco dominamos.

Sólo se me ocurre decir: 
¡Suerte!
E información.
Y paciencia. 
Mucha paciencia:
Otro de los valores que no profesan las nuevas generaciones.





martes, 26 de febrero de 2019

En el ángulo muerto

"Estoy en el ángulo muerto,
un sitio perfecto,
nadie me ve"
José Ignacio Lapido

UNA se pasa la vida riñendo. Que te laves los dientes. Que no digas palabrotas. Que no pegues a tu hermano. Que dejes la tablet. No se juega a la pelota en el salón. Entra en la ducha. Sal de la ducha. Recoge el baño. 
Gran parte de mi interacción diaria con mis hijos es en imperativo. Así de triste. Así de agotador.

UNA es perfectamente consciente de que esto es así y a veces UNA se pregunta si los hijos saben que, cuando hacen otras cosas, UNA los ve. Porque si te metes el dedo en la nariz, te riño. Pero si no te lo has metido en todo el día, ¿te lo digo? ¡No, por supuesto que no!

A raíz de esta reflexión, puse un panel en la pared de la cocina (la pared de mi cocina tiene mucho que contar de la familia de UNA). Dividí el panel en cinco columnas: Dolfete hijo3, Gusi hijo2, Paul hijo1, Peter y UNA. Llamé al panel "TE VEO".  La intención era, es, que en cada columna fuéramos pegando post-its con esas cosas que vemos que hace el otro, esas cosas que están bien, que en ocasiones están muy bien, pero que no decimos en voz alta, que no reconocemos.
Veo que has mejorado mucho tocando la guitarra.
Veo que has sido muy cortés con la profe de mates.
Veo que has sido muy amable con tu hermano cuando has ido corriendo al cole a por el libro de inglés que se le había olvidado.
Veo que has hecho las tareas en tu cuarto sin que te lo haya tenido que decir.

TE VEO

Creo que es esencial que sientan que también UNA los ve cuando hacen las cosas bien y no se limita a reñirles cuando las hacen mal. Entre ellos, también se han ido dejando post-its. Menos frecuentes que los que yo les he ido dejando pero que probablemente hayan llegado más dentro.
El reconocimiento de un igual vale mucho

El caso es que cuando habían pasado unos días había post-its en todas las columnas excepto una. Lo has adivinado: 
la columna de UNA.
Y no es que UNA no hubiera hecho nada bueno. No. Es que UNA, como muchas UNAS, está en el ángulo muerto: 
nadie me ve.
UNA está por sentado

Nadie ve que UNA es la que está pendiente de cuándo tocan las vacunas, de cuándo se acaba el papel higiénico, de que este mes nos ha subido mucho el recibo de la luz ¡sal de la ducha!
Nadie ve que que no has repetido bocata en toda la semana y has comido pescado dos veces; que ya he avisado a la abuela porque estás tosiendo mucho y mañana tengo veinte alumnos esperándome temprano en un aula, tosas tú o no.
Nadie ve que no me gusta Harry Potter pero lo veo por pasar un rato contigo en el sillón.
Nadie ve la hucha en la que estoy ahorrando para hacer ese viaje en familia.
Nadie ve que si te obligo a comprarte la flauta con el dinero de tu propina es porque ya la has perdido dos veces y quiero que crezcas en responsabilidad, no porque yo sea la peor madre del mundo.
Nadie ve que me levanto a las cinco de la mañana a corregir porque a las cinco de la tarde voy a estar contigo y quiero estar presente, sin la lista de cosas por hacer en mi cabeza. O, si ya lo tengo todo corregido, me levanto igualmente a hacer yoga o a meditar para que haya más posibilidades de no perder los nervios luego, cuando salten las chispas.
Nadie ve que si te llevo una zanahoria o un trozo de pan a la salida del cole es para prevenir que el hambre provoque una rabieta justo antes de comer lo que alargaría muuuucho las cosas y provocaría que yo llegara tarde al trabajo.
Nadie ve que, para mí, sería mucho muuuucho más fácil hacer yo las tareas de la casa que exigirte, hijo, que las hagas tú y tener que ir enmendando yo detrás, pero que la conciencia de estar creando hombres me lleva a no tirar por el camino de menor resistencia.
Nadie ve que tuve que renunciar a una atractiva promoción interna en mi trabajo porque exigía que renunciara a mi jornada a tiempo parcial y estimé que no sería justo que Dolfete hijo3 disfrutaras de mí menos tiempo de lo que en su día disfrutó Paul hijo1.
Nadie ve mis canas, cada una de las cuales vino pintada por una preocupación nueva por alguno de vosotros y otra noche sin dormir.


No escribo este post para despertar la compasión de nadie. 
Estamos hablando aquí de hombres en-proceso-de-construcción.
Educar es estar EN-OBRAS
Estamos trabajando


Y, además, prefiero no ser vista a ser ciega, créeme. 


Pero este experimento doméstico me ha provocado la presente reflexión: Si mi madre, que tuvo cuatro hijAs, dedicó su vida a educarnos para que fuéramos mujeres sin el rol de víctima, UNA, que tuvo tres hijOs, ha de educarlos para que vean. Para que saquen a la mujer del ángulo muerto. Para que no estén ciegos. Para que no esperen reconocimiento por lo que, de hecho, les corresponde.

UNA no hace las cosas que hace por necesidad de reconocimiento: las hace por amor. Por amor a mis hijos. Por amor a mi trabajo. Por amor a mis sueños. Pero eso no significa que UNA no tenga necesidad de reconocimiento. ¡Por supuesto que la tengo! Necesito que me valoren. Necesito que me reconozcan. Necesito que me vean. Que me digan:
TE VEO 
Veo que estás haciendo malabarismos para conciliar tu vida familiar con tu vida laboral; para conciliar tu vida laboral con tus sueñospara conciliar tus sueños con tu vida familiar. Y veo que no es fácil. Y veo que lo estás haciendo muy bien (salvo cuando lo hago mal, pero en eso, créeme, ya me riño yo misma... ¡Ay, la culpa!).

El feminismo lamentablemente sigue siendo necesario. Mientras las mujeres sigamos estando en el ángulo muerto, habremos de seguir siendo feministas.

La otra razón por la que persiste la necesidad de feminismo, junto a la falta de reconocimiento hacia la mujer, es el hecho de que doblamos, ¡redoblamos incluso!, el reconocimiento hacia el hombre. ¿Cuántas veces tendremos que oír lo de ¡qué suerte tienes con tu marido!? Y de esto son culpables muchas veces las propias mujeres, las iguales. Parece que UNA tuviera que darse con un canto en los dientes porque Peter haga lo que es de Peter que, al final, feminista o no, sigue siendo menos que lo que es de UNA.
Y no es que UNA sea un chusco y no valore a Peter. Es que si UNA no es mejor mujer, mejor madre, por empujar un carrito de bebé, ¿por qué va a ser Peter mejor hombre, mejor padre, por hacer lo mismo?

En esta nueva era, que esperemos sea de transición, parece que vemos lo que hacen ellos (que por otro lado es lo que ellas llevan haciendo toda la vida en el ángulo muerto) y seguimos dando por sentado lo que hacen ellas, que se ha multiplicado porque se niegan a renunciar a lo que es de ellas: ni a su vida laboral ni a sus sueños. 


We're not gonna take it any more! 

En esta nueva era, el reconocimiento lo han ganado ellos, y ellas siguen sin tenerlo. El reconocimiento que ellos han ganado es el que ellas merecían. Ahora le decimos al hombre:
TE VEO
Pero lo que yo veo es que haces lo que yo hacía antes sin que nadie me dijera TE VEO.
Por eso persiste el feminismo.
Porque es necesario que las mujeres se sientan también vistas, especialmente ahora que se ha multiplicado su carga sin ser acompañada de la conciliación imprescindible.

Las cosas están cambiando. Pero no han cambiado lo suficiente y muchos de los cambios no han sido necesariamente positivos. El feminismo está aquí para crear conciencia.

Dedico este post a las mujeres que ven a otras mujeres y las sacan del ángulo muerto porque Lapido, amigo, el ángulo muerto no es siempre el sitio perfecto y el reconocimiento de un igual, recuerda, vale mucho.