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jueves, 5 de mayo de 2022

HAY QUE

El otro día Dolfete vomitó en la escalera y Peter salió después a fregarlo (me remonto a este hecho que no tiene mucho que ver con lo que vengo a contar hoy aquí para que no se me acuse de omitir información). El caso es que el cubo de la fregona estaba roto y Peter volvió diciendo: 

- Este cubo hay que tirarlo, no sirve para nada.

UNA que, todo hay que contarlo, estaba tumbada en el sillón covideando, sintió cierto malestar corporal, y traté de localizar el por qué del mismo. ¿Cuál es la nube negra? Y ¡TATE! Ahí estaba: fue el "hay-que" lo que me había puesto en alerta.

¿Sabéis por qué?

Porque en casa HAY-QUE normalmente significa UNA-tiene-que. Estoy casi casi casi convencida de que en tu casa también. Los individuos que forman la familia-de-5 van soltando hay-ques al aire: hay-que comprar leche, hay-que coser este botón, hay-que pagar el baloncesto, hay-que comprar pasta de dientes, hay-que sacar la ropa de verano, hay-que hacer la transferencia de la excursión, hay-que quitar el árbol de navidad que estamos en julio... El mundo de los hay-ques es infinito, no como mi paciencia que es finita finita.

UNA va recogiendo los hay-ques primero en sus oídos y luego en su lista de cosas por hacer, por no dejar cabos sueltos, y acaba haciéndolos, pues el gusanillo del cubo de la fregona que hay-que tirar, que además viene seguido del gusanillo del cubo nuevo de la fregona que hay-que comprar, es como una molesta erosión en el aura de UNA desde el preciso instante que empieza a titilar en el aire.

Es por eso que creo que mi familia-de-5 suelta hay-ques al aire: ¡ven que funcionan! Para ellos, UNA imagina, debe de ser como magia: Alguien suelta al aire hay-que comprar plátanos, y ¡magia! en menos de 24 horas aparecen plátanos en la despensa.

UNA también lo ha probado, no creáis que UNA es tonta. En varias ocasiones: 

- Oye- he soltado al genio invisible que habita en el hogar- hay-que comprar papel higénico

Y tras varias visitas infructuosas seguidas al WC en las que he tenido que tirar de papel de cocina, porque la magia aún no había hecho su efecto, al final he terminado por resignarme e ir a por el papel yo. ¿Os acordais de la historia de un peine en la pandemia? ¿Y de mi experimento del folio en el pasillo? Pues peine y folio en la misma línea de los hay-ques.

UNA se pregunta, ¿no sería mejor si todos hicieran lo mismo? Es decir, si Paul hijo1 en vez de exclamar indignado ¡no hay nada para merendar, hay-que comprar!, fuese y comprase, ¿qué pasaría? UNA te lo cuenta: Que el mundo dejaría de ser ese lugar mágico en el que los hay-ques se convierten en realidad sólo con que queden flotando en el aire. ¡Ay, la magia!

Escribo esta entrada sin acritud, ¿eh? Ya sabéis que UNA siempre ha abogado por la magia. La magia es verdaderamente atractiva. Es una pena que a UNA no le funcione. Hay-que ser de una madera especial, supongo.

Vacuna contra los hay-que no hay por ahora, ¿no? Porque UNA en cuanto la saquen, se pone tres dosis y que queden los hay-ques flotando en el aire, a ver si otro alma se hace cargo.

Un pasito p'atrás, María

Hacía mucho que no os deleitaba con una de mis quejas mundanas, así que no me hagáis un mohín.



domingo, 15 de marzo de 2020

Mensaje en un virus

Cuando, hace ahora diez marzos, mi padre agonizaba, mi hermAna pensó en voz alta:
¡Menos mal que vamos para el verano! 
Recuerdo la cita como si fuera ayer.



Cuando estos días atrás se empezó a vislumbrar el cariz que iba a tomar la cosa, la cita me volvió a la mente como si de una convulsión se tratara:

¡Menos mal que vamos para el verano!

¡Oh, los veranos!

Viene un mensaje encerrado en este virus. Para cada uno de nosotros, el mensaje ha de ser necesariamente diferente. Vamos a tener tiempo de descifrarlo, creéme. Tiempo es precisamente lo que nos va a sobrar. Vamos a escuchar entonar por dentro y por fuera el yo-mea-burro: yo-pipí-caballito. El aburrimiento es el mejor de los canvas, sobre todo si viene acompañado de la serenidad, que no está siendo el caso. Así que el primer mensaje que UNA recibe es el de que lo que toca ahora es estar serena. Esto es lo que hay. Soltar el control de un fenómeno que escapa a nuestra voluntad y limitarnos a lo que sí queda a nuestro alcance: 

Ser la vacuna.

#yosoylavacuna
#yomequedoencasa
#yomelavolasmanos 
#yonometocolacara

El mensaje en el virus es una lección vital. 
La eLECCIÓN es nuestra.



Como madre, UNA siente ya la presión de convertir el confinamiento en un parque de atracciones. Por whatsapp y redes sociales, nos han llegado estos días muchas ideas para organizar la cuarentena con sugerencias de actividades, juegos e ideas creativas para entretener a los niños sin cole. La tendencia, parece, es convertir el salón en un campamento de verano. 

Pues bien, el segundo mensaje que a UNA le llega encerrado en el virus, es el siguiente: La vida-antes-del-virus era estresante. De hecho, el virus nos encuentra con las defensas bajas por el estrés. No convirtamos, pues, la vida-durante-el-virus en un estrés añadido; en una carrera por ver a qué mamá se le ocurren las ideas más creativas, más estimulantes y menos perjudiciales para los vecinos; en un maratón de fotos en instagram que haga sentir inadecuadas a las miles de madres que estos días luchamos simplemente por sobrevivir. ¡Sobrevivir! De eso se trata. No es éste el momento de la rigidez, sino de la flexibilidad. Tiene que haber tiempos muertos. Horas de pipí-caballito. Tiempo para no hacer nada. 

Si no ahora, ¿cuándo? 

Me refiero a que el miedo al vacío puede hacernos caer en la tentación de pasarnos la cuarentena rellenando huecos con listas de cosas por hacer. ¡Esto ya lo veníamos haciendo: Hagamos algo diferente! La desazón del aburrimiento puede llevarnos también a colgarnos de las redes sociales y del whatsapp que van a más velocidad que el virus. Quizás sea el momento de rescatar todas esas ideas que tenías en la trastienda de tu mente y que dijiste que algún día materializarías. O quizás no. 
Un día. 
Después otro día. 
Este virus viene a recordarnos que la vida es ahora: no hagamos planes a medio o largo plazo, porque no se sabe. Abrazar la incertidumbre, que se deja abrazar a modo de cactus, es lo único que nos queda.



El otro mensaje que me grita alto y claro el virus es que, cuando las cosas se dan por sentado, se pierde la gratitud. Y cuando se pierde la gratitud, se pierde la alegría. 

A UNA el comienzo de esta historia no la pilló precisamente en un buen momento. La creatividad es siempre un buen termómetro del estado de ánimo, y este blog el barómetro de mi creatividad. El que me siga, pues, sabría que UNA no estaba del todo bien ya en su vida-antes-del-virus. El virus me trae encerrado el diagnóstico: Cuando no hay razones para la alegría es porque no hemos hecho sitio a la gratitud. Cuando no hay gratitud, es porque estábamos dando por sentadas las rutinas. 

¡Oh, las rutinas!


¿Te acuerdas cuando dejabas a los niños en el cole y te ibas a tu clase de yoga? Lo dabas por sentado y probablemente no apreciabas el lujo que era: Pues ahora ya no puedes. ¿Te acuerdas cuando llevabas a los niños a fútbol y te ibas a tomar un té tranquila y a leer mientras ellos entrenaban? Nunca te paraste a apreciar el placer que el momento producía en tu cuerpo: Pues ahora ya no puedes. ¿Te acuerdas cuando un miércoles cualquiera le anunciabas a los niños que hoy, en vez de tareas, os ibáis al cine? ¿¡Con palomitas!? ¡Sí, con palomitas! Ya no puedes. ¿Te acuerdas cuando una amiga estaba mal y, mientras te lo contaba, rompía a llorar, y tú la abrazabas y sentías que el abrazo os proporcionaba consuelo a ambas? Pues ahora ya no puedes. Ahora tienes que confesarle desde lejos que, como en la canción de Víctor Manuel, no sabes adónde irá ese abrazo que no pudiste darle.



Este virus nos está sacudiendo por los hombros y nos está diciendo a gritos:

¡La alegría exige apreciar lo que tienes y apreciar lo que tienes exige no darlo por sentado! 

No es momento ahora de hacer política. No es momento ahora de reprochar, de culpar, de lamentarnos. Es momento de no cometer el mismo error que veníamos cometiendo: El de dar las cosas por sentado. Es el momento de la gratitud. Si tienes que quedarte en casa, agradece que tienes una casa donde quedarte. Si todos los que se quedan en casa contigo están bien, agradece porque hay muchos -cada vez más- que están mal. Si estás leyendo este post que UNA ha escrito en Una_Vida_hoy_no_tan_Mundana, agradece porque eso significa que cuentas con conexión a internet. Si tienes la nevera y la despensa llena, agradece. Si tienes la suerte de que tu trabajo no vaya a verse afectado por esta crisis como va a pasar con el de tantos y tantas, agradece. Ya que tienes la suerte de vivir en un país con un sistema sanitario digno de reconocimiento, sal a ese balcón a aplaudir cada noche y agradece. 
Como dice el maestro Thich Nhat Hanh, se nos olvida cómo sería la vida con dolor de muelas: La felicidad es darnos cuenta de que no nos duelen las muelas hoy. 
Las cosas siempre pueden ir peor. 
Agradece que no vayan.

Móntate un cine en casa.
Y agradece, sobre todo, que vamos para el verano. 

jueves, 6 de febrero de 2020

Te quiero de vez en cuando



La versión inglesa del más frívolo final en español de las historias de amor 
"...y vivieron felices y comieron perdices" 
versa así:
"...and they lived happily ever after"
que traduce así:
"...y vivieron felices para siempre".

FELICES.

PARA SIEMPRE.

Te cagas.






Yo las he conocido. He conocido las parejas-felices-para-siempre.  Parejas que nunca nunca nunca discuten. 
Que tienen un repertorio de anécdotas románticas con el que deleitar(se). 
Parejas con vida interior siamesa. 
Que en la comparación te hacen dudar: UNA que es tan peleona no ha podido evitar envidiarlas. 
He conocido a varias de estas parejas-felices-para-siempre
Y luego las he desconocido: Cuando se han degollado mutuamente las almas en una separación desgarradora.

Lo que nos contaron:
Nos vendieron de niñas, de adolescentes, de mujercitas, la receta vital de encontrar a la-media-naranja, el-alma-gemela. Empezamos mal. Empezamos con presión pues se te supone sólo una: Una única media naranja, una sola alma gemela, y tienes que (re)conocerla. 


¿Y si te equivocas? 

La cagas.


¿Cómo lo sabrás entonces? 
¿Cómo sabrás quién es tu media-naranja-alma-gemela?


Lo sabrás
(léase con solemnidad dramática)



Lo que no nos contaron: 

El componente indispensable para estar bien-en-pareja es estar bien-UNA.
Para estar bien con tu media naranja es esencial ser previamente a solas una naranja entera.
Para querer fuera, hay que querer dentro antes.
Si te sientes mitad, y esperas que tu pareja sea la otra mitad que te falta, que te llene ese vacío, creas expectativas y ya he hablado en otra entrada de que soltar las expectativas es imprescindible para la serenidad: MIND THE GAP. Sin hablar de la presión que pones en el otro.
Si te falta una mitad, lamento comunicarte que no va a venir nadie a arreglarte. Te tienes que arreglar tú solita y, una vez arreglada, podrás estar bien en una relación.
Cuando la pareja atraviesa crisis probablemente sea porque uno de los miembros esté atravesando una crisis personal. Cuando la crisis sea grave, probablemente sea porque la crisis personal de uno de los miembros esté simultaneando con la crisis personal del otro.


¿Tú le dirías a tu hija, a tu pareja, a tu amiga:


No eres suficientemente alta
No eres suficientemente guapa
No eres suficientemente lista
No eres suficientemente delgada
No tienes lo que hay que tener?

Pues vigila tu diálogo interior, porque muchas veces, eso es precisamente lo que estamos diciéndonos constantemente: 
No eres suficiente
No vales
No puedes
No sabes
Nada funciona contigo
No sirves
Lo estás haciendo fatal

La has cagado… otra vez

O la otra versión, la disfrazada de abundancia: 

Eres demasiado

Demasiado pesada 
Demasiado torpe 
Demasiado pequeña 
Demasiado grande
Demasiado vieja
Demasiado impulsiva


El maltrato es interior.

Es políticamente incorrecto decir esto pero lo voy a dejar caer: El tratamiento de la violencia de género no habría de centrarse en tomar medidas respecto a la figura del maltratador, sino y sobre todo, fíjate lo que digo, sobre todo, respecto a la figura de esa mujer maltratada que con toda seguridad lleva su propio maltratador-privado-dentro. Dentro de su cabeza. Ése es el enemigo número uno. Ése es el que no le ha permitido poner límites a tiempo. 
No se me malinterprete aquí. No estoy echándole la culpa a ella. ¡Líbreme el cielo! Estoy tratando de llamar la atención sobre el hecho de que ella no dispone de los medios internos para hacer frente a la amenaza que supone él porque, para empezar, ella no se quiere a sí misma, no sabe quererse. Probablemente no supo nunca: No aprendió. Enséñale a esa niña asustada que lleva dentro que a la única persona a la que tiene que perdonar siempre, sin condiciones, es a ella misma. Que no hay nada malo en ella. 
Adivina qué: Él probablemente también tenga su propio maltratador- privado-dentro.

Para UNA la definición de éxito, gente-feliz-para-siempre a pesar de las vicisitudes de la vida, radica precisamente en esto. Gente con éxito es gente que se trata bien a sí misma, que se quiere sin peros, o mejor dicho, que se quiere con todos los peros
Las que no, las que sólo se quieren a sí mismas de vez en cuando, son las que andamos de crisis en crisis, con ansiedad, con altibajos demasiado altos o demasiado bajos, con un discurso interior esencialmente negativo, con el instinto y la autoconfianza bloqueados por esa voz que nos maltrata dentro. Siempre buscando fuera pues somos incapaces de confiar en esa parte de nosotras mismas que sabe lo que de verdad necesitamos.

Cuando alguno de mis hijos comete un error y exclama: 
¡Es que soy tonto!
UNA siempre le dice: 
¡No hables así de la única persona con la que vas a estar toda la vida!
En realidad, lo que me gustaría decirle es: 

Quiérete mucho, hijo mío. No de vez en cuando. No a veces. Tú no te puedes permitir eso. Quiérete siempre. Que nadie nunca te va a querer como deberías quererte tú. Ni siquiera UNA, a pesar de que daría la vida por ti sin asomo de duda. Fíjate lo importante que es lo que te digo.


Claro que luego lo que UNA modela en casa es otra historia. Y es que esto que cuento aquí es más fácil expresado que practicado, como casi todo en la vida (menos la poesía y sus derivados). 

Muchas de las que hemos sido educadas en la cultura del esfuerzo exigente, tenemos imbuidas las creencias de que perdonarnos es "irnos de rositas" y en contra del crecimiento; que mimarnos es síntoma de egoísmo y autocomplacencia, valores totalmente contrarios al modelo de mujer heredado (que por supuesto no es el porque-yo-lo-valgo); que amar supone poner a todos por delante.


Y a todo esto, ¿qué hay del amor mundano?

Hace unos días Peter me mandó un whatsapp:


                            
 Te quiero de vez en cuando 
                            

En la particular danza de nuestra relación, es éste uno de los gestos cariñosos de Peter que más ha tocado el alma de UNA: Se ajusta como un guante a la definición del amor-en-pareja que profeso. 

Tengo una amiga que acaba de atravesar una operación muy penosa y aparatosa de mandíbula. Cuando salió de la UCI, tras despertarse de la anestesia, recién operada e imagino agotada, dolorida y quizás también un poco asustada, su marido nos anunció por el grupo de amigos que ya estaba fuera.
- ¿Cómo está?, preguntamos.
Muy guapa. Está muy guapa, contestó.

UNA se emociona.

Estas dos muestras de amor mundano son para UNA más cercanas a la realidad del matrimonio que cualquier película de Meg Ryan, de las que en su día nos tragamos unas cuantas, o que las mismísimas rimas de Bécquer que devoré con carne de gallina en mi juventud temprana.

A estas alturas de mi vida mundana, lo que UNA espera y a lo que UNA aspira es precisamente a ser la media naranja de UNA, lo suficientemente auténtica y sincera con UNA misma como para merecer el puesto de alma gemela de UNA (¡porque UNA lo vale!). La flecha de Cupido con cambio de sentido.

No quererme de vez en cuando:
Quererme siempre.
Cuando la cago también. 
Cuando la cago especialmente.

Vigilar el lenguaje con el que UNA le habla a UNA, el tono de la voz interior y firmar las paces con UNA: 
En la salud y en la enfermedad 
En la riqueza y en la pobreza
En los éxitos y en las cagadas
Todos los días de la Vida Mundana de UNA...

viernes, 2 de agosto de 2019

Marionetas

Hay un tipo de madre con la que a UNA le cuesta más empatizar.

Así pasó. Así lo cuento.
Estábamos en nuestro lugar habitual de vacaciones. La familiade5, la abuelAna, la TitAura. 
Paul hijo1 estaba disfrutando especialmente esos días porque, a sus 13 años, por vez primera se había hecho una pandilla con otros veraneantes y se iba a la playa con ellos durante el día y de paseo o a tomarse una porción de pizza por el pueblo al llegar la tarde. Se sentía mayor, podía aflojar el vínculo con la familiade5 y, sobre todo, se lo estaba pasando pipa.
Entonces aterrizó dos casas más allá el vecino alemán, un niño de la edad de Paul hijo1 que había jugado con él al fútbol en el césped de enfrente otros veranos. Su madre española tiene una bebé pequeña también alemana y encontrar a alguien con quien el chiquillo se entretuviera esos días que pasan en España cada temporada estival había sido comprensiblemente un alivio.
Nos los encontramos. Paul hijo1 estuvo encantador. Saludó al niño, saludó a la madre. Unas palabras de cortesía, con el salero y don que Paul sabe desplegar en estas breves interacciones. Entonces la madre, impaciente por que retomaran esas tardes de fútbol, intervino animándoles a quedar a los chiquillos para el día siguiente. Paul hijo1 explicó incómodo que ahora tenía una nueva pandilla y que había quedado con ellos por la mañana para ir a una urbanización vecina. La madre no vio inconveniente alguno para que Paul hijo1 y su nueva pandilla se llevaran al niño alemán con ellos en su excursión matutina. UNA miraba este intercambio como la que mira un partido de tenis, entretenida con la curiosidad de la reacción ajena. Paul se vio forzado, creo, a acceder y quedó con el niño alemán en recogerlo al día siguiente a las doce y media en su casa. Lo hizo con elegancia y gracia que le fueron reconocidas. A todo esto el niño alemán no había abierto prácticamente la boca.
Llegó el día siguiente. A las doce menos cuarto dos de los nuevos amigos de Paul vinieron a buscarle y se fue. UNA le recordó su cita con el alemán. Poco más tarde de las doce y media, el niño alemán vino a casa a buscar a Paul. Paul no se había presentado, lo había dejado plantado. Cuando Paul volvió a casa más tarde, UNA y la tribu de UNA hablamos con él: 
Que eso no está bonito, que de hecho está mal; que cuando se adquiere un compromiso, se cumple; que no se le hace a otros lo que no queremos que nos hagan a nosotros; que debiera disculparse con el niño alemán... 
Él traía a su vez un elenco de excusas adolescentes.
Pero la historia no acaba aquí. Esa tarde salíamos de casa los demás, la abuelAna, la TitAura, Peter, Gusi hijo2, Dolfete hijo3 y UNA cuando, por el camino vecinal, vimos al niño alemán con su madre. El niño alemán saludó adecuadamente y se metió en su casa. Pero la madre no iba a dejar las cosas así. La madre venía con una actitud de brazos en jarras hacia nosotros. No había escapatoria. Paul hijo1 no estaba ni siquiera con nosotros en ese momento pero a ella le dio igual: nos echó la bronca a todos. 
Que el niño se había quedado esperando, que eso no se hace, que está mal, que a ella personalmente le había dolido más que al propio niño ver al niño plantado... 
En fin, todos callados aguantando el bochorno mientras ella nos culpaba de algo de lo que no éramos directamente responsables. 
¿Ves? 
Es a este tipo de madre al que me refiero cuando confieso que me cuesta empatizar porque, si no eres madre, puedo entender que no te des del todo cuenta pero, si eres madre, tú conoces la verdad fundamental: 
Los hijos NO son marionetas que la madre maneje con hilos. 

UNA lo hace lo mejor que puede, lo mejor que sabe y, si no sabe, UNA hace por aprender. UNA trata de modelar lo que predica (aunque no lo consiga siempre). UNA aconseja, riñe, increpa. Pero, al final, el hijo toma la decisión de cómo actuar. Y es que, 
¡Sorpresa!
 Los hijos son personas con voluntad propia. 

Es cierto que podría haber chantajeado a Paul hijo1 para que fuera a buscar al alemán o de hecho haberle castigado por no haber ido, pero chantajes y castigos son medidas a las que UNA ha recurrido en ocasiones de manera desesperada e inconsistente, y que nos han hecho sentir mal a ambas partes porque desconectan y no enseñan a actuar con valores. Al final, es de lo que se trata: de que Paul hijo1 vaya interiorizando que hay que comportarse de forma coherente con los valores que se profesan, y no motivados por miedos o incentivos. 

En toda esta historia la voz que nunca se ha oído es la del niño alemán. Y es que esa voz no necesita oírse porque su madre lo habla todo por él. Ella organiza, ella se ofende, ella resuelve. Ella es ventrílocua de su hijo. En sólo una anécdota, esa madre le quitó primero a su hijo la iniciativa de organizar su propia vida social para después quitarle la capacidad de resolución de su propio conflicto, ambas destrezas indispensables para la vida. 
No es la primera vez que me topo con este tipo de madre, probablemente tampoco será la última. Son muy comunes estos días. Son las madres que piden al profesor que le cambie la nota a su hijo o al árbitro que no se le ocurra anular un gol a su hijo en el partido de fútbol, como contaba con toda la gracia Carles Capdevila en su famoso podcast (Educa como puedas) que, si no has escuchado todavía, te animo a hacerlo en este enlace: echas un buen rato escuchando su retrato humorístico de una realidad patética. 
Al final, si UNA se para a pensarlo, se trata de un problema de control, ¡ay, el control!, de no saber soltar. Como de eso UNA entiende un rato, quizás empatizar no sea tan complicado como hubiera podido parecer en esa regañina incómoda que me pegó la madre española del niño alemán.

Al otro lado del espectro está la madre coherente con el valor que ya expresaba en otro post: 
Ésa es la madre que UNA aspira a ser. 

Hablaba con una amiga el otro día que, cada vez que me cuenta cosas de LAS niñas (porque ella no habla de SUS niñas), capta toda mi atención por el modo que tiene de hacerlo, y quise reflexionar sobre qué es lo que hace tan atractivo su discurso materno. Y entonces me dí cuenta: esta madre, cuando habla de sus hijas, no las trata como marionetas, se desvincula de los resultados. Habla de LAS niñas con nombre propio, con la curiosidad y la admiración de ver brotar a personas. No me cabe ninguna duda, porque la conozco desde antes de sus embarazos, de que ella lo ha hecho lo mejor que ha podido. Es decir, desvincularse de los resultados no te hace peor madre, sino todo lo contrario. Me contaba que su hija de 13 años ya tiene novio. A mí me sorprendió porque a Paul con la misma edad yo no lo veo ahí todavía. Ante mi sorpresa, ella sonrió: Marina siempre ha sido muy precoz, me dijo. Tan fácil. Tan fluida esa respuesta. Y esa respuesta fluye de dejarla ser. Mi amiga deja ser precoz a su hija porque resulta que su hija ES precoz. ¿Ves la diferencia? Lo que hace nuestra tarea de madres especialmente difícil es resistirnos a la persona que de hecho ES tu hijo. Es pelearnos. Porque, además, es ésta una lucha en vano. Tu resistencia es vida robada
Tu hijo ES. 
Y es como es. 
La educación consiste en hacer de modelo, en enseñar cómo he aprendido a hacerlo yo y cómo me gustaría que lo hicieras tú, cuáles son los valores que me gustaría heredases, y que la felicidad depende de la coherencia. Pero la maternidad también consiste en sorprenderse, en desvincularse de los resultados para poder dar ese paso atrás que te permite disfrutar de la belleza de esa persona que emerge desde el niño-más-manejable que tuviste en tu regazo un día. Esa persona emerge si tú sueltas el manejo.
Si te acercas demasiado a la puerta de una catedral, sólo ves la puerta, que podría a todos los efectos ser la puerta de una iglesia pequeña de aldea. Para poder ver la magnitud de la fachada hay que alejarse y mirar hacia arriba. Sólo entonces puedes ver la obra de arte.



Ahí estamos. 
En proceso. 
Aprendiendo a soltar el control. 
A dejar ser.








jueves, 13 de junio de 2019

Soltar, soltar, soltar... y minding the gap


En lo que llevamos de blog, creo haber compartido ya algunas de las lecciones aprendidas en Mi Vida Mundana, como la urgencia del autocuidado para la evitación de malos momentos-madre, la prioridad de la lista de cosas por ser sobre la lista de cosas por hacer, que TODO pasa, que los sábados no se trabaja, que cuando mi mente crítica enjuicia es momento de pararse y prestar atención, que viajar abre la mente y estira el tiempo, que el espacio dentro de la piel ha de ser siempre amigo... 


Una vida mundana enseña lecciones grandiosas

En este post quiero compartir otra de estas lecciones aprendidas a base de mucha conciencia sobre la reactividad de UNA: 


La urgencia de SOLTAR

Soltar responsabilidades, 
soltar el control y, 
por encima de todas las solturas, soltar las expectativas.


Soltar responsabilidades


Sabes esa canción horterilla de Ricky Martín que dice así:
♬ Un, dos, tres Un pasito pa'lante María Un, dos, tres Un pasito pa'trás ♬ 
Pues el tema de las responsabilidades (en el trabajo, en la familia, en el matrimonio, con los amigos... es decir, en cualquier contexto social que se preste al reparto de responsabilidades) es una danza al son de esta melodía:

♬ Un, dos, tres Un pasito pa'lante María Un, dos, tres Un pasito pa'trás  

Esto se tarda en aprender y, aun después de aprendido, todavía cuesta mucho mantener la conciencia del baile. El baile se baila así: siempre que haya un número de tareas por realizar y tú des un pasito pa'lante, fíjate María cómo los demás dan un pasito pa'trás. ¡Fíjate María! Si tú te haces cargo, los demás sueltan esa responsabilidad. El problema es que hay personalidades que son de echar pasitos pa'lante y personalidades de echar pasitos pa'tras. Y la danza no es equilibrada: en la danza no hay balanza... ¡Vaya, que al final acabas haciéndolo tú todo!
Eso se aprende y se aprende que, para no marearte demasiado, a veces hay que cambiar el paso: los demás se resisten, ¡claro está!, no les tienes acostumbrados a ese ritmo nuevo en el que tú das pasitos pa'trás en vez de pa'lante. Al principio tampoco es divertido para ti: supone salirte a ciegas de tu zona de confort. Pero si lo haces, si das un pasito pa'trás en vez de pa'lante, alguien (otro- "el otro existe") tendrá que dar un pasito pa'lante y hacerse cargo: el grupo/la familia es como un engranaje, en el que si uno cambia el rumbo, todos tienen necesariamente que cambiar de dirección. María, que no seas siempre tú la que dé los pasitos pa'lante, que te mareas, que al final tropiezas y te caes.



Por llevar esta "soltura" al terreno de lo práctico, te voy a poner un ejemplo que veía a mi alrededor cuando muchas en mi generación nos convertimos en madres nuevas. Cuando te conviertes en madre, las responsabilidades se multiplican por infinito, ya lo sabemos. Pues bien, hay un tipo de madre, María, que no suelta responsabilidades porque ella lo hace mejor que el padre
"Yo baño al niño porque el padre arma tal estropicio en el cuarto de baño que al final prefiero hacerlo yo" 
Pasito pa'lante, María. 
Durante los próximos cinco años el padre se sentará a tomar una cerveza y trastear la tablet (momento-padre-relax) mientras tú, María, bañas al niño (momento-madre-estrés). ¡Pero, María! TÚ has marcado el paso de esa danza, que no te salga ahora el humo por las orejas.

Y es que soltar responsabilidades supone también 

Soltar el control 

¡Ay, el control!

Para las personas perfeccionistas como UNA, soltar el control cuesta tela. Imagínate que vas por autovía a 140 km/h y te dicen que sueltes el volante y cierres los ojos. Imagínate. Ésa: ésa es la sensación que tenemos las perfeccionistas al soltar el control. A todo se aprende, claro, a flexibilizar, a soltar, a conducir por autovía a 140 con los ojos cerrados... pero ¡cuesta tela! y, sin embargo, es absolutamente necesario. Y cuando lo aprendes, descubres que "bien", que "MUY bien" no significa necesariamente "a MI manera". Que "TU manera" (la manera del otro- "el otro existe") puede significar "MUY bien" también. De hecho, "TU manera" a veces significa "MEJOR que MI manera".

Para mantener la salud mental y física es absolutamente necesario dejar de tratar de controlarlo todo: este aprendizaje es indispensable si eres madre porque cuando los niños son pequeñitos, son manejables, pero según van creciendo UNA tiene que ir tomando distancia, dando pasitos pa'trás, dejando ser, dejando estar, soltando el control.



Como madres, justificamos el control en muchos casos con la creencia de que estamos protegiendo, de que estamos educando. Pero la línea entre educación e interferencia con la personita que está en construcción, entre educación e invasión del espacio de su-vida-sin-ti, es una línea muy delgada que pisamos y quebramos cuando damos demasiados pasitos pa'lante. 
Seamos más testigos que controladores.

Soltar responsabilidades, 
Soltar el control y, 
por encima de todas las solturas, 

Soltar las expectativas: MIND THE GAP.

Imprescindible para la serenidad.

El que haya ido a Londres recordará que por toda la red de metro hay carteles con el mensaje MIND THE GAP que te advierte del hueco que hay entre el tren y el andén para que no metas el pie y te caigas o se te quede enganchado: "Cuidado con el hueco".




Pues bien, uno de los efectos secundarios beneficiosos que me ha aportado la conciencia que he ido ganando con la meditación es esta señal, MIND THE GAP, pegada a mi frente. Cuidado con el hueco entre los pensamientos y la realidad. Cuidado con el hueco entre tus expectativas, que no son más que pensamientos, y lo que realmente está pasando, que es a lo que deberías dar la bienvenida con aceptación. Porque ese hueco es la fuente de todas tus miserias. Ese hueco es la definición de la infelicidad.

Esto, que en teoría suena tan abstracto, en la práctica adquiere tintes mundanos muy familiares para UNA en todas sus relaciones.

Pongamos por ejemplo que viene la TitAna a pasar el finde y le da una propinilla a tus hijos. ¿Tú qué esperas? Tú esperas que tus hijos sean agradecidos y digan Gracias TitAna y le den un beso y un achuchón y se vayan tan contentos con su propina en el bolsillo. Y tú sonrías orgullosa de lo bien educados que están.
Eso esperas: Expectativa.
Pongamos que lo que pasa en realidad es que Dolfete hijo3 no está contento. Dolfete hijo3 protesta y se ofusca y se enfada porque a Gusi hijo2 le han dado más propina que a él. Así que Dolfete hijo3 no da besos ni achuchones y ¡por supuesto! no dice gracias
No es lo que esperaba UNA ni seguramente la TitAna tampoco, así que ahora tú estás entre ofuscada con Dolfete hijo3 por el comportamiento caprichoso y un poco avergonzada.
¿Dónde están estos sentimientos? En el GAP. Están en el hueco entre tus expectativas y lo que ha pasado en realidad.
Si no tuviéramos expectativas sobre cómo debería ser una situación, podríamos abrazarla con curiosidad y acercarnos a ella como una oportunidad: es decir, en vez de ofuscarte o avergonzarte, podrías vivir ese mismo momento desde la curiosidad (¿por qué reacciona así?) y la aceptación de los sentimientos y consiguiente comportamiento de un niño que cree que algo no es justo (!valídale!: es decir, acercarte a él con empatía y desde la empatía, enseñarle la eLECCIÓN de la gratitud. Tener cuidado con el hueco permite la empatía. No tener expectativas la favorece.

Este ejemplo que he puesto es un poco básico, lo sé, pero la convivencia con los hijos ofrece miles de oportunidades diarias de hacerse consciente del hueco.

Es, no obstante, en la relación de pareja donde este hueco es mucho menos sútil, es más grande: cabe el pie entero. Las mujeres a veces nos montamos historias en la cabeza que nunca suceden y, para cuando él aparece, ya es demasiado tarde: la historia está ya en pleno nudo con lo que el desenlace promete, especialmente porque el otro protagonista ni siquiera estaba ahí, en tu mente que es donde se generan las expectativas, así que la perplejidad no le permite reaccionar.

Esperas que te llame y no te llama. 
Esperas que te escriba y no te escribe. 
Esperas encontrarte la cena preparada y aún están los niños en la ducha. 
Esperas un regalo y se ha olvidado de tu aniversario. 

No esperes nada. 

No se trata de una actitud derrotista. Se trata de hacerse consciente de que las expectativas no son más que pensamientos sobre un futuro que no va a existir. Si aprendes a soltarlas antes de que planten historia en tu mente, la insatisfacción se convierte en gratitud: 
Todo es regalado ya que nada es debido.

Más fácil escribirlo aquí en el blog que practicarlo en la vida real.


Y luego hay otras formas de soltar: 
Soltar una carcajada, 
Soltar un buen taco (mecagoensuputamadreacaballo es el favorito de mi amiga Teresa- muy terapéutico por cierto), 
o Soltarse la melena -entre otras- son todas formas buenas de intercalar pequeñas dosis de salud mental en Una Vida Mundana.