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viernes, 29 de mayo de 2020

Espera que me maten

Mi-vida-antes-de-la-cuarentena siempre será mi-vida-antes-del-Fortnite. Cuando UNA escuchaba a las madres hablar del enganche de sus hijos al Fortnite, UNA se encogía de hombros porque UNA ni sabía bien lo que era el Fortnite, ni sobre todo sabía la suerte que tenía UNA de que sus hijos no estuvieran enganchados. Pero el confinamiento cambió ese estado de bienaventuranza para siempre. Se nos fue de las manos. Perdimos la batalla. No me preguntes ni cómo ni por qué el Fortnite entró en nuestras vidas para alterarlas.

Para empezar, el ruido, que ya sabéis que en casa de UNA no brilla por su ausencia, se ha visto superado por el ruido mismo. Para jugar al Fortnite quedamos con los amigos, tú sabes: Ésta es su vida social ahora-que-no-hay-recreo. Para hablar con los amigos, usamos auriculares con micrófono, y eso exige gritar, claro, como cuando llegas a un país extranjero y no entiendes bien y la gente te grita porque parece pensar que lo que te pasa no es que no entiendas, sino que no oyes... Pues eso. No sé si mis hijos piensan que, como sus amigos están lejos, tienen que gritar para asegurarse de que les oyen, o es un efecto secundario inevitable de los auriculares, pero el caso es que UNA, que ya usaba a menudo tapones en los oídos como medida de prevención de la enajenación-mental-transitoria, ha tenido que hacerse con unos cascos de esos que se utilizan en las prácticas de tiro. Y ahora uso los cascos encima de los tapones, y aún así consigo oir las conversaciones surrealistas y plagadas de palabros más gordos que los propios jugadores del Fortnite.

Quizás, en vez de con los cascos para las prácticas de tiro, debiera haberme hecho con el arma en sí, porque es lo que necesitaría a la hora de arrancarles los mandos de las manos. UNA usa todas sus estrategias. Darles avisos: 15 minutos antes; 10 minutos antes; 5 minutos antes. UNA intenta sacarles de su ensimismamiento con preguntas sobre el juego en sí, como UNA ha leído se supone UNA debe hacer. ¡Pero da igual!
- Espera que me maten, mami.
Al cabo de un rato es UNA la que dice:
- ¡Espera que te mate yo!
Porque cada vez tardan más en matarlos y UNA quiere que los maten para que suelten el mando que ya quema. ¿A qué contexto hemos llegado en el que la frase "UNA quiere que maten a sus hijos" de repente cobra sentido para tantas madres?
- Ahí hay gente. Vete hacia la gente a ver si te matan.
Cuando sueltan el mando casi que empieza lo peor. El juego les altera, de eso no me cabe duda. La media hora después de que hayas logrado que dejen los mandos, esa media hora de pánico, pelean entre ellos seguro porque los niveles de agresividad están por las nubes y los de respeto por los suelos. No sé qué les hace el juego en los cerebros, pero les modifica el estado de ánimo como si de una droga se tratara.
UNA les ha propuesto el trato de tiempo de deporte a cambio de tiempo de pantalla. UNA está incluso seriamente considerando la posibilidad de usar técnicas de meditación como moneda de trueque por tiempo de Fortnite, a ver si así compensamos el daño.

Luego te piden que les compres una skin. 
- ¿Una qué? 
- Una skin. 
- ¿Eso qué es? 
- Un traje. 
Espera. 
Espera. 
Un traje virtual para el muñeco virtual con el que juegan. UNA termina teniendo que re-explicar lo básico:
- Tú sabes que virtual significa que no existe, ¿no? Que no es real. Tú te compras una skin y ¿sabes lo que tienes? N-A-D-A. ¡No tienes nada!
Y UNA extiende y abre las manos vacías en el aire simultáneamente para que sus hijos visualicen qué significa N-A-D-A.
Pero ellos siguen pidiendo la skin porque su amigo no-sé-quién la tiene y es chulísima, y UNA tiene que seguir diciendo que NO, porque UNA trabaja mucho MUCHO como para que el dinero real del tiempo invertido en trabajar de UNA se vaya en una skin virtual de un juego que mis hijos insisten en justificar que es gratis. ¿¡Gratis!? El tío que inventó este juego se cubrió de gloria para siempre jamás pues se ha hecho de oro vendiendo skins virtuales para personajes no reales. Es decir: N-A-D-A.

Jugar a los cromos, jugar a las tabas, grabar cassettes de música, bailar el hula hoop, saltar a la comba, saltar a la goma, jugar al yoyó, jugar a las cartas, volar una cometa, hacer papiroflexia, montarse un teléfono con vasos de yogur, hacer un puzzle, montar en patín, jugar a las canicas, jugar al pañuelo, jugar al escondite, jugar a pillar.
 

Fortnite. 



Lo único que le gusta a UNA del Fortnite es que muchos personajes son mujeres, mientras que en otros videojuegos casi todos son hombres. La que no se consuela es porque no quiere.


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jueves, 13 de junio de 2019

Soltar, soltar, soltar... y minding the gap


En lo que llevamos de blog, creo haber compartido ya algunas de las lecciones aprendidas en Mi Vida Mundana, como la urgencia del autocuidado para la evitación de malos momentos-madre, la prioridad de la lista de cosas por ser sobre la lista de cosas por hacer, que TODO pasa, que los sábados no se trabaja, que cuando mi mente crítica enjuicia es momento de pararse y prestar atención, que viajar abre la mente y estira el tiempo, que el espacio dentro de la piel ha de ser siempre amigo... 


Una vida mundana enseña lecciones grandiosas

En este post quiero compartir otra de estas lecciones aprendidas a base de mucha conciencia sobre la reactividad de UNA: 


La urgencia de SOLTAR

Soltar responsabilidades, 
soltar el control y, 
por encima de todas las solturas, soltar las expectativas.


Soltar responsabilidades


Sabes esa canción horterilla de Ricky Martín que dice así:
♬ Un, dos, tres Un pasito pa'lante María Un, dos, tres Un pasito pa'trás ♬ 
Pues el tema de las responsabilidades (en el trabajo, en la familia, en el matrimonio, con los amigos... es decir, en cualquier contexto social que se preste al reparto de responsabilidades) es una danza al son de esta melodía:

♬ Un, dos, tres Un pasito pa'lante María Un, dos, tres Un pasito pa'trás  

Esto se tarda en aprender y, aun después de aprendido, todavía cuesta mucho mantener la conciencia del baile. El baile se baila así: siempre que haya un número de tareas por realizar y tú des un pasito pa'lante, fíjate María cómo los demás dan un pasito pa'trás. ¡Fíjate María! Si tú te haces cargo, los demás sueltan esa responsabilidad. El problema es que hay personalidades que son de echar pasitos pa'lante y personalidades de echar pasitos pa'tras. Y la danza no es equilibrada: en la danza no hay balanza... ¡Vaya, que al final acabas haciéndolo tú todo!
Eso se aprende y se aprende que, para no marearte demasiado, a veces hay que cambiar el paso: los demás se resisten, ¡claro está!, no les tienes acostumbrados a ese ritmo nuevo en el que tú das pasitos pa'trás en vez de pa'lante. Al principio tampoco es divertido para ti: supone salirte a ciegas de tu zona de confort. Pero si lo haces, si das un pasito pa'trás en vez de pa'lante, alguien (otro- "el otro existe") tendrá que dar un pasito pa'lante y hacerse cargo: el grupo/la familia es como un engranaje, en el que si uno cambia el rumbo, todos tienen necesariamente que cambiar de dirección. María, que no seas siempre tú la que dé los pasitos pa'lante, que te mareas, que al final tropiezas y te caes.



Por llevar esta "soltura" al terreno de lo práctico, te voy a poner un ejemplo que veía a mi alrededor cuando muchas en mi generación nos convertimos en madres nuevas. Cuando te conviertes en madre, las responsabilidades se multiplican por infinito, ya lo sabemos. Pues bien, hay un tipo de madre, María, que no suelta responsabilidades porque ella lo hace mejor que el padre
"Yo baño al niño porque el padre arma tal estropicio en el cuarto de baño que al final prefiero hacerlo yo" 
Pasito pa'lante, María. 
Durante los próximos cinco años el padre se sentará a tomar una cerveza y trastear la tablet (momento-padre-relax) mientras tú, María, bañas al niño (momento-madre-estrés). ¡Pero, María! TÚ has marcado el paso de esa danza, que no te salga ahora el humo por las orejas.

Y es que soltar responsabilidades supone también 

Soltar el control 

¡Ay, el control!

Para las personas perfeccionistas como UNA, soltar el control cuesta tela. Imagínate que vas por autovía a 140 km/h y te dicen que sueltes el volante y cierres los ojos. Imagínate. Ésa: ésa es la sensación que tenemos las perfeccionistas al soltar el control. A todo se aprende, claro, a flexibilizar, a soltar, a conducir por autovía a 140 con los ojos cerrados... pero ¡cuesta tela! y, sin embargo, es absolutamente necesario. Y cuando lo aprendes, descubres que "bien", que "MUY bien" no significa necesariamente "a MI manera". Que "TU manera" (la manera del otro- "el otro existe") puede significar "MUY bien" también. De hecho, "TU manera" a veces significa "MEJOR que MI manera".

Para mantener la salud mental y física es absolutamente necesario dejar de tratar de controlarlo todo: este aprendizaje es indispensable si eres madre porque cuando los niños son pequeñitos, son manejables, pero según van creciendo UNA tiene que ir tomando distancia, dando pasitos pa'trás, dejando ser, dejando estar, soltando el control.



Como madres, justificamos el control en muchos casos con la creencia de que estamos protegiendo, de que estamos educando. Pero la línea entre educación e interferencia con la personita que está en construcción, entre educación e invasión del espacio de su-vida-sin-ti, es una línea muy delgada que pisamos y quebramos cuando damos demasiados pasitos pa'lante. 
Seamos más testigos que controladores.

Soltar responsabilidades, 
Soltar el control y, 
por encima de todas las solturas, 

Soltar las expectativas: MIND THE GAP.

Imprescindible para la serenidad.

El que haya ido a Londres recordará que por toda la red de metro hay carteles con el mensaje MIND THE GAP que te advierte del hueco que hay entre el tren y el andén para que no metas el pie y te caigas o se te quede enganchado: "Cuidado con el hueco".




Pues bien, uno de los efectos secundarios beneficiosos que me ha aportado la conciencia que he ido ganando con la meditación es esta señal, MIND THE GAP, pegada a mi frente. Cuidado con el hueco entre los pensamientos y la realidad. Cuidado con el hueco entre tus expectativas, que no son más que pensamientos, y lo que realmente está pasando, que es a lo que deberías dar la bienvenida con aceptación. Porque ese hueco es la fuente de todas tus miserias. Ese hueco es la definición de la infelicidad.

Esto, que en teoría suena tan abstracto, en la práctica adquiere tintes mundanos muy familiares para UNA en todas sus relaciones.

Pongamos por ejemplo que viene la TitAna a pasar el finde y le da una propinilla a tus hijos. ¿Tú qué esperas? Tú esperas que tus hijos sean agradecidos y digan Gracias TitAna y le den un beso y un achuchón y se vayan tan contentos con su propina en el bolsillo. Y tú sonrías orgullosa de lo bien educados que están.
Eso esperas: Expectativa.
Pongamos que lo que pasa en realidad es que Dolfete hijo3 no está contento. Dolfete hijo3 protesta y se ofusca y se enfada porque a Gusi hijo2 le han dado más propina que a él. Así que Dolfete hijo3 no da besos ni achuchones y ¡por supuesto! no dice gracias
No es lo que esperaba UNA ni seguramente la TitAna tampoco, así que ahora tú estás entre ofuscada con Dolfete hijo3 por el comportamiento caprichoso y un poco avergonzada.
¿Dónde están estos sentimientos? En el GAP. Están en el hueco entre tus expectativas y lo que ha pasado en realidad.
Si no tuviéramos expectativas sobre cómo debería ser una situación, podríamos abrazarla con curiosidad y acercarnos a ella como una oportunidad: es decir, en vez de ofuscarte o avergonzarte, podrías vivir ese mismo momento desde la curiosidad (¿por qué reacciona así?) y la aceptación de los sentimientos y consiguiente comportamiento de un niño que cree que algo no es justo (!valídale!: es decir, acercarte a él con empatía y desde la empatía, enseñarle la eLECCIÓN de la gratitud. Tener cuidado con el hueco permite la empatía. No tener expectativas la favorece.

Este ejemplo que he puesto es un poco básico, lo sé, pero la convivencia con los hijos ofrece miles de oportunidades diarias de hacerse consciente del hueco.

Es, no obstante, en la relación de pareja donde este hueco es mucho menos sútil, es más grande: cabe el pie entero. Las mujeres a veces nos montamos historias en la cabeza que nunca suceden y, para cuando él aparece, ya es demasiado tarde: la historia está ya en pleno nudo con lo que el desenlace promete, especialmente porque el otro protagonista ni siquiera estaba ahí, en tu mente que es donde se generan las expectativas, así que la perplejidad no le permite reaccionar.

Esperas que te llame y no te llama. 
Esperas que te escriba y no te escribe. 
Esperas encontrarte la cena preparada y aún están los niños en la ducha. 
Esperas un regalo y se ha olvidado de tu aniversario. 

No esperes nada. 

No se trata de una actitud derrotista. Se trata de hacerse consciente de que las expectativas no son más que pensamientos sobre un futuro que no va a existir. Si aprendes a soltarlas antes de que planten historia en tu mente, la insatisfacción se convierte en gratitud: 
Todo es regalado ya que nada es debido.

Más fácil escribirlo aquí en el blog que practicarlo en la vida real.


Y luego hay otras formas de soltar: 
Soltar una carcajada, 
Soltar un buen taco (mecagoensuputamadreacaballo es el favorito de mi amiga Teresa- muy terapéutico por cierto), 
o Soltarse la melena -entre otras- son todas formas buenas de intercalar pequeñas dosis de salud mental en Una Vida Mundana.