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lunes, 15 de agosto de 2022

Cáscara vacía

 "No hay cambio de rumbo posible, exprimiremos este planeta hasta que sea una cáscara vacía y después nos sentaremos a contemplar con asombro nuestra propia extinción." 

https://www.elartistadelalambre.net/un-examen-que-suspendemos-cada-dia/


La cita que da título a esta entrada comentaba mi post anterior, Agua. Aquí seguimos, en este agosto tórrido, con sus olas de calor y sus vientos de levante interminables, y sus incendios, dándole vueltas al tema del cambio climático, o más bien, al tema de la ansiedad que despierta en algunos de nosotros el cambio climático. Me senté a contestar al comentario y vi que, junto a la ansiedad, se había hecho hueco cierta perplejidad indignada.

A muchos se nos ha disipado ya en la memoria lo que pasó en la pandemia pues el ser humano tiene tanta capacidad de olvido como de adaptación. Lo que pasó en la pandemia es que las autoridades votadas consideraron que estábamos atravesando una situación seriamente grave, una emergencia sanitaria mundial, y tomaron medidas. Tomaron medidas que todos, o casi todos, acatamos. De hecho, todos, o casi todos, nos cuadramos ante las medidas: las mascarillas, los geles hidroalcóholicos, los confinamientos, las restricciones, la distancia social. Renunciamos incluso a derechos fundamentales como la tribu en los duelos. ¿Os acordáis? La gente se moría sola en aras de la salud pública. Nos vacunamos precipitadamente sintiéndonos muchos de nosotros cobayas al hacerlo. Dimos clase entre mamparas, entre corrientes de aire y bajo mantas. Hicimos cosas difíciles. Las hicimos juntos. Y las hicimos bien. Pues entendimos que era urgente y confíamos en las instrucciones que se nos daban por doquier. Nos decían hasta cómo lavarnos las manos, ¿recuerdas?

Pues bien. Para UNA el cambio climático no es una situación seriamente grave: es LA SITUACIÓN MÁS GRAVE- no se nos olvide: sin el-todo no hay nada. Para UNA el cambio climático es LA EMERGENCIA SANITARIA MUNDIAL por excelencia. Los que la vivimos con ansiedad entendemos que para paliar dicha ansiedad es necesario sentir que estás haciendo todo lo que está en tu mano a nivel local. Mi perplejidad indignada proviene de que UNA no tiene muy claro qué es todo lo que está en la mano de UNA pues no se nos están dando instrucciones. ¿Dónde están las medidas? Si esto es una emergencia mundial, ¿por qué no estamos recibiendo a diario instrucciones sobre todas y cada una las cosas que cada uno puede hacer a nivel local para paliar la situación? ¿Por qué a esas cosas no se les ha atribuido ya la condición de obligatorias? ¿Por qué no tenemos el mismo aluvión de medidas, de restricciones y de instrucciones que tuvimos para la pandemia? Si ponemos en un lado de la balanza la Covid-19 y en el otro el cambio climático, ¿qué pesa más? Que no se nos olvide: sin el-todo no hay nada. No hay ni Covid-19.

No me queda otro remedio que repetirme: han perdido ustedes, señoras y señores de la cúpula, la perspectiva de lo-urgente. Lo que la ciudadanía siente ante el cambio climático- los que no evitan sentirlo (a los que sí evitan sentirlo, les animo a ver la película Don't look up)- es una sensación de desamparo, de estar abocados -como dice la cita- a la contemplación de nuestra propia extinción por no saber realmente qué hacer para evitarlo, salvo meter los plásticos e inertes en la bolsa amarilla que luego se rumorea sigue el mismo destino que la verde. 

En las últimas elecciones rastreé el programa político de las diferentes propuestas en busca de medidas medioambientales y es decepcionante, es indignante, cuán solos nos han dejado en esto. Las autoridades votadas nos han dejado a nuestro libre albedrío en la mayor crisis sanitaria mundial, en la más urgente, en la más grave. 

Si fuimos capaces de demostrar en la pandemia que podemos hacer cosas difíciles y podemos hacerlas juntos y podemos hacerlas bien, ¿por qué no se nos está liderando a hacer lo mismo con el cambio climático?







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miércoles, 25 de mayo de 2022

¡Los profes tenéis muchas vacaciones!

Llega ese momento del año en que los profes empezamos a ser increpados con la frase que da título a esta entrada por aquellos ajenos al gremio: 

¡Es que los profes tenéis muchas vacaciones! 

A todos los que abanderan esta letanía fácil les dedico este post. Primero, para recordarles, antes de que desplieguen sus reproches, que ser profesor es una elección que también estuvo disponible para los ahora corroídos por la envidia. Pero, además y sobre todo, para motivar la reflexión sobre por qué esta manida frase se aleja tanto de la realidad docente.

Les invitaría antes que nada a asomarse estos días a un grupo de whatsapp de profes, a los pasillos de una escuela o a una reunión de departamento. La tensión se masca en el ambiente. No porque los profesores nos llevemos especialmente mal, en absoluto; sino porque a estas alturas de curso estamos quemados; y, desde marzo de 2020, particularmente churruscados.

El trabajo presencial de la docencia requiere atención plena: No puedes desconectar en un momento dado de la tarea que tienes entre manos, porque la tarea se desempeña delante de un público en muchas ocasiones muy exigente. Mi trabajo, por ejemplo, es con alumnado adulto. Si UNA no llevara preparada su clase, ellos lo notarían de inmediato y probablemente se sentirían estafados, con lo cual UNA lleva sus clases atadas a conciencia. Además, si en mitad de clase, me apeteciera detenerme, darme un respiro, no podría permitirme dejar colgado al público, al igual que un actor de teatro no puede sentarse en mitad de la función y dejar la obra en suspense media hora: Tiene que seguir hasta que baje el telón. Esto, que en teoría parece tan obvio, en la práctica es más complicado ya que no somos robots, y hay días regulares y días malos en los que mantener la atención plena hasta el final del período de clases requiere de mucho esfuerzo. Para un profesor de primaria y secundaria, con alumnado en muchos casos desmotivado (que no es el de mi situación privilegiada), UNA puede imaginar que tiene que exigir aún de más ánimo, pues sufren los componentes adicionales del ruido, el movimiento, la falta de cooperación, la resolución de conflictos y emociones, y un largo etcétera que UNA no llega a calibrar, pues mi alumnado adulto es magnífico y eso hace que la tarea no sea la misma, aunque las emociones por supuesto también forman parte del entramado.

Además, quisiera que este post sirviera para visibilizar que ese trabajo presencial es sólo la punta de un iceberg que viene sostenido por toda una labor que, no sólo no se ve, sino que UNA duda mucho de que se aprecie. El otro día hice con mi alumnado una actividad tipo debate en la que discutíamos cuáles serían los tres componentes esenciales de un puesto de trabajo ideal. UNA tiene claro cuál es el primero en mi lista: 

No tener que llevarme trabajo a casa

El número de horas que UNA echa en casa, planificando lecciones y corrigiendo tareas, sobrepasa en ocasiones al trabajo presencial. Quizás UNA sea particularmente exigente con el trabajo y habrá quien no se cargue tanto (escaqueados siempre ha habido en todos los gremios y éste no es excepción), pero creo que casi todos los buenos profesores se ven obligados a dedicar una gran parte de su espacio y tiempo personal a su labor, y muy especialmente en junio y septiembre. Repito: Esto no se ve. No estamos en el centro cuando llevamos a cabo esta faena de fondo, pero lo sufren los que conviven con nosotros. Muchos domingos UNA cambiaría su curro por un horario de 8 a 3 en el que, según cerrara el chiringuito el viernes a las 3, me permitiera olvidarme de mi faceta profesional hasta el lunes a las 8.

Para colmo, la administración tampoco nos facilita la tarea, abrumándonos a medida que pasan las sucesivas leyes educativas (otro síntoma de que no valoran lo que hacemos) con tareas de tipo burocrático, y más y más papeleo que -podría poner la mano en el fuego- luego nadie se va a dignar leer; planes y proyectos que quedan muy vistosos en los programas electorales pero que nos complican mucho la vida diaria a los que escogimos esta profesión con vocación. En la enseñanza la gran mayoría entra, como decía, por vocación y por elección; y la gran mayoría, UNA se atreve a vaticinar, saldrá desilusionado, si no hastiado. En un puesto político de educación no debería haber nadie, repito NADIE, que no hubiera pasado al menos 25 años ejerciendo en un aula.

Por si las exigencias de atención plena, de tiempo y espacio robado al entorno personal, y de adaptación a una administración completamente ajena a la realidad del aula no fueran suficientes, la pandemia ha llegado para cargarnos con un peso extraordinario. El profesorado se ha visto obligado a atender al alumnado afectado por la misma lo cual ha significado desdoblar su tarea en muchos aspectos, improvisar estrategias de atención a una diversidad multiplicada por el COVID-19, y formarse de manera acelerada en herramientas que desconocía. Por cierto, aprovecho para mencionar aquí que la formación en docencia es obligatoria (se nos exige para los sexenios) y, paradójicamente, se nos restringen los permisos por formación, con lo cual tenemos que llevarla a cabo en nuestro tiempo libre. ¿Cuando has visto obligatoria y libre en una misma frase?

UNA no es de matemáticas pero, si sumáramos el tiempo dedicado en casa a preparar clases y a corregir exámenes, junto con el tiempo libre dedicado a formación obligatoria y a actualizarnos en leyes educativas (¡ojo!), lo uniéramos al desgaste ocasionado por la exigencia de la atención plena, y extendiéramos esta suma a lo largo de los períodos vacacionales, puede que resulte que los profes tenemos muchas menos vacaciones que en muchas otras profesiones.

Todo el estrés del curso acaba haciendo mella, y los junios en los centros suelen ser bastante explosivos. Es por todo ello que necesitamos desconexión para poder volver a las aulas refrescados en septiembre, dispuestos a remangarnos de nuevo y hacernos cargo de tanto aprendizaje. Las madres que tenemos a los hijos todo el verano en casa, -en muchos casos quejándose, aburriéndose y burreando-, seamos tal vez las que más apreciemos la labor del docente. Se me ocurre ahora que quizás sea ésa la principal razón por la que a los profes nos tachan de tener muchas vacaciones: Nuestras vacaciones escuecen a las familias que desean tener a sus hijos ocupados y vigilados. Pero no en casa. 

En su mejor momento,
pero enseñar le ha pasado factura


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jueves, 3 de febrero de 2022

La última navidad de Doña Carmen

Poco sospechaba Doña Carmen que aquella sería su última navidad. Cuando llegas a cierta edad, el pensamiento te cruza la cabeza, ¡claro está!, pero lo hace tipo correcaminos. No se para a regodearse pues si no, no vivirías. Y Doña Carmen tiene ganas de vivir. Con su Manolo. Y su hija y su hijo, y sus dos nietas. Todos no se van a juntar este año, ¡no por Dios! que hay miedo, pero su Moni, su muñequita, sí vendrá a cenar con ellos, y así no estarán solos. 

Moni se hace el test de antígenos. Para prevenir. No tiene síntomas pero quiere proteger a su madre que no pudo vacunarse por un síndrome que padeció hace tiempo. Moni lleva desde que empezó la oleada preocupada por su madre, vigilando quién se le acerca y cómo.

UNA forma parte del equipo de animación todo-va-a-salir bien.

- No lo puedes controlar todo, Moni- le decía UNA. 
- Ya lo sé, ya lo sé-, pero en realidad no lo sabía.

Así que se repite el test de antígenos. Negativo. Puede cenar con sus padres.

A los tres días, Moni empieza con síntomas. Se encuentra mal. ¡Ay! Le inunda el miedo. Un test viene a confirmar lo peor. Es positivo. 

A los cuatro días, su peor temor se hace realidad:

-Mi madre está con mucha fiebre...

-Moni, chica, no dejes que la mente te juegue malas pasadas que seguro que te vas a poner en lo más grave. En peores plazas ha toreado tu madre. No sabes si es Covid y, aunque lo fuera, este Covid no es el primer Covid- intentamos tranquilizarla el equipo todo-va-a-salir-bien.

Pero Doña Carmen también dará positivo. Llama a sus hijos para decírselo. ¡Ay, mamaíta! 

- Moni, cariño, hay muchos casos pero no tan graves. La mejor manera de ayudar a tu madre es ponerte bien enseguida para para poder ayudarla a ponerse bien ella. Ya veras cómo todo-va-a-salir-bien.

Los días siguientes pasan pesados. Doña Carmen en su casa, Moni en la suya. Llamando cada hora. Si Doña Carmen se ha levantado y se ha puesto a limpiar ¡qué buena señal! Moni siente un pelín de alivio. Si Doña Carmen está pachucha o triste porque empieza el año sola sin poder tomarse las uvas con su muñequita, ni poder celebrar juntos el santo de su Manolo y de su hijo como cuando eran felices, o preocupada porque su muñequita está sola sin nadie que la cuide, Moni se pone peor, Moni se culpa, Moni se angustia, Moni se siente impotente.

Para el día de reyes, Doña Carmen se ha debilitado porque no quiere comer y su Manolo decide llevarla al hospital. Se queda ingresada con neumonía bilateral. El equipo todo-va-a-salir-bien sigue animando: -Así está mejor atendida. - ¡Menos mal que lo han pillado a tiempo!

Doña Carmen está sola. Nadie puede entrar en planta Covid. Así que el equipo todo-va-a-salir-bien se pone en acción. Localizamos a una enfermera amiga que conoce a una enfermera en la planta de Doña Carmen y hacemos una cadena de mensajes. De Moni a UNA, de UNA a la enfermera amiga, de la enfermera amiga a la enfermera en planta, de la enfermera en planta a Doña Carmen. Y, así, Doña Carmen recibe el afecto de su Manolo y de su muñequita. ¡Que te queremos! ¡Que eres la más bonita!



Pasan los mensajes, pasan los días y, poco a poco, va pasando la última navidad de Doña Carmen. La culpa va ganando protagonismo para afearlo más todo. Moni no sabe cómo se va a perdonar a sí misma. El equipo todo-va-a-salir-bien intenta hacerle llegar que aquí no hay culpables, que en la pandemia sólo hay víctimas. 

Pero vamos perdiendo impulso...

Cuando llega la tan temida llamada de que puede entrar en zona Covid a ver a Doña Carmen, ya Moni sabe que no hay motivos para la alegría. Y el equipo todo-va-a-salir-bien agacha la cabeza y guarda silencio, porque ya sabemos que nada-va-a-salir-bien

Da comienzo el espectáculo de la muerte, ése al que todos hemos asistido en alguna ocasión, o si tienes la suerte de haberte librado hasta ahora, lamento anunciarte que tienes entradas de palco para asistir en futuras sesiones. Nadie habla de las escenas dantescas que todos nos esforzamos en olvidar y asolan el trance del que vivimos tratando de escapar. 


Más allá del merchandising que se ha montado alrededor de esta pandemia, ese mercadillo de mascarillas de colores y tests negativos que luego son positivos y geles hidroalcohólicos de variadas texturas y olores;
más allá de la cantidad ingente de palabras que nos eran ajenas y que no han tardado en colgarse de la jerga diaria de cualquier conversación: PCR, antígenos, carga viral, neumonía bilateral, confinamiento;
más allá del triste hecho de que los chiquillos de 2 años aprendan a hablar una lengua que ya se ha apropiado de esos términos, que en su "desde siempre" hayan leído caras adultas tapadas y que "lo raro" para ellos sean las caras desnudas al descubierto;
más allá de todo esto, bajando a tierra, la pandemia es el drama familiar de la última navidad de Doña Carmen.

Que no se nos olvide.
Que lo fácil es hablar de fenómenos globales y términos abstractos de despacho.
Pero a pie de calle la pandemia ha supuesto que muchos todo-va-a-salir-bien acabaran no saliendo bien. Nos ha callado la boca a muchos equipos de animación.
La pandemia ha marcado 93.857 últimas navidades para ser exactos cuando UNA termina de escribir este post. Serán probablemente más cuando tú lo leas.

🌺🌸🌼🌻

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jueves, 3 de junio de 2021

Todas las teselas

Este curso escolar pasará a la memoria de UNA como el-año-del-babi, porque muchos de nosotros, docentes, que en septiembre no alcanzábamos a vislumbrar con nitidez a qué reto nos enfrentábamos, nos colocamos un babi, una bata, para protegernos no-sé-muy-bien-de-qué. Probablemente del miedo.

En septiembre UNA escribió un par de entradas en este blog en las que se reflejaba el desasosiego que la vuelta al cole presencial nos causaba a todos, madres y profes, padres y seños. Pocos dábamos un duro por el curso escolar completo. Si llegábamos a completar el primer trimestre intactos, podríamos darnos con un canto en los dientes. Los confinamientos por contacto estrecho que en las primeras semanas afectaron repetidamente a algunos de nosotros no hacían sino reafirmar la sospecha de que el curso acabaría casi antes de empezar.

Y, sin embargo, aquí estamos. Junio y otro reto superado.

Si este curso hubiera sido un mosaico, nos habrían faltado muchas teselas.

Nos faltó, para empezar, la tesela del punto de partida, porque el confinamiento del curso pasado y las instrucciones oficiales de "pasar-la-mano" en junio del 20, han supuesto en la práctica que nos hayamos encontrado delante de un alumnado no suficientemente preparado para estrenar nivel. 

Nos faltó la tesela del calor en el aula, con sus ventanas y puertas abiertas haciendo corriente en invierno en plena ola de frío, del mismo modo que nos está faltando en este verano prematuro la tesela del acondicionamiento, con las ventanas abiertas en una ciudad que hierve en junio a las cuatro de la tarde.

Nos faltó la tesela de la calidez humana del contacto: poder tocarnos, poder juntarnos, poder mover al alumnado en el aula al antojo de las dinámicas de grupo. Nos vimos limitados por respeto a las distancias; por mamparas y mascarillas; por el miedo.

Nos faltó a menudo la tesela del aliento, elevando la voz detrás de tantas capas. El esfuerzo de proyectar la voz multiplicado a diario. Clases de sordos sobrevenidos.


Como faltaban todas estas teselas, ¿qué hicimos? 

Hicimos lo de siempre. 

Hicimos lo que hicimos el curso pasado en marzo. 

Levantar la mano y arrimar teselas propias.


¿Qué hay que remangarse? Pues nos remangamos, como dijo el tutor de Dolfete hijo3 en septiembre: Estamos remangados. Nos hemos pasado el curso remangados, bregando con los efectos secundarios de la pandemia en la educación.


¿Qué hay que llevar mascarilla y del despacho de arriba nos mandan las quirúrgicas baratas? Pues pagamos de nuestro bolsillo las que los expertos nos recomiendan usemos.


Hemos puesto teselas de muuuuchas horas extras que ni se ven ni se pagan.


Los coordinadores COVID de los centros se han vuelto locos haciendo seguimiento del alumnado confinado y/o positivo. 


Los docentes hemos asegurado las teselas digitales, formándonos en herramientas que antes apenas intuíamos por no dejar aislado a ese alumnado positivo y/o confinado.


Hemos abanderado la tesela del coraje. ¿Miedo? Como todos. Pero hemos sentido el miedo y nos hemos presentado en clase a diario igualmente.


Hemos contado con la tesela de unos equipos de limpieza que han visto multiplicado su trabajo y su exposición al virus y a productos químicos, entrando entre clase y clase a desinfectar las aulas para hacer nuestro trabajo más seguro. 


En ese invierno frío, en el que dábamos las clases con gorros, con guantes, con termos de té caliente... el alumnado seguía asistiendo con sus teselas: a hacer mosaico.


En los coles, los chiquillos han coloreado teselas a mansalva con su espíritu de celebración, su capacidad de adaptación, su flexibilidad. El día que Dolfete hijo3 llevó su manta a clase para taparse en mates fue un día de fiesta. ¿Que nos confinan... otra vez? ¡Más fiesta!


Pero ¡ESCUCHA!: Me niego a que ahora venga el-político-de-turno (del elenco de políticos-de-turno que han emborronado el panorama de la pandemia) y se apropie de todas las teselas. Así que, antes de que venga otro a ponerse medallas en pantallas y a hacerse con el mérito del mosaico, UNA desde Una_Vida_Mundana reclama que... 


...este mosaico lo hemos hecho desde abajo. 

Tesela a tesela. 

Día lectivo tras día lectivo. 

De pupitre a pupitre. 

Con las sonrisas ocultas detrás de las mascarillas y los bolígrafos empapados de gel hidroalcohólico. 


Estas teselas tienen denominación de origen: 

EL-AULA


La manta festiva de Dolfete no sale en los periódicos. En los periódicos salen las nevadas de Madrid y las sandeces del político-de-turno. 

Pero éstas son las teselas que crean legado y recuerdos, aplacan miedo y dudas, ejemplifican y modelan. Éstas son las teselas que educan.



Glennon Doyle dice:

Life is hard: Let's do it together. 


Eso es exactamente lo que hemos hecho: hemos hecho algo difícil. Y lo hemos hecho juntos. Y lo hemos hecho bien. 

Este curso escolar pasará a la memoria de UNA como el año en el que no llegué a verle la cara entera a mis alumnos y, sin embargo, 

hicimos algo difícil. 

Y lo hicimos juntos. 

Y lo hicimos bien.


Photo by steve pancrate on Unsplash

UNA es consciente de que el reto del personal sanitario no es comparable al del personal docente, pero UNA habla de lo que conoce, sin tratar de desvirtuar a los héroes de el-otro-lado.


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lunes, 1 de marzo de 2021

Efecto rebaño

El día 25 de febrero aparece publicado en El País un artículo con el siguiente titular:

Victoria Abril: "Somos cobayas, metiéndonos vacunas que son unos experimentos sin probar"

En resumen: la actriz califica la situación de "coronacirco" y cuestiona la campaña de vacunación y las medidas restrictivas tomadas para combatir la pandemia.

Ese mismo jueves nos llega una comunicación oficial a través del coordinador COVID de nuestra escuela de que al día siguiente está citado todo el personal de la escuela a las once en un pabellón deportivo para vacunarnos. En 24 horas.

El día 28 de febrero, estando mucho profesorado andaluz aún bajo los efectos secundarios de la astrazeneca, aparece publicada también en El País la columna de Elvira Lindo:

Lo que Victoria Abril dice de nosotras

En resumen: la escritora califica a la actriz de arrogante y agresiva, con ganas de dar la nota, y toma su discurso individualista como punto de partida para hacer una reflexión sobre las teorías conspiratorias y negacionistas, y el clima generalizado de desconfianza

Las dos mujeres, una como actriz, la otra como escritora, son de mi agrado.  Quizás haya leído a Lindo más de lo que he visto a Abril, pero en ambos casos me refiero a su producción artística, no a sus opiniones. Porque UNA no tiene las cosas tan claras. De hecho, a UNA lo que le gustaría sería tener las cosas tan claras. Creo que es más popular decantarse por una u otra opción: anti-vacuna o pro-vacuna. Cuando uso el término "vacuna" aquí -quiero que quede claro- no me estoy refiriendo al calendario de vacunación infantil. Me refiero en exclusiva a la vacuna anti-covid, que ha acampado entre nosotros en unas circunstancias muy especiales y bastante precipitadas: en un clima de miedo e incertidumbre sembrado por un año de pandemia y muchas MUCHAS víctimas. 

Cuando el viernes por la mañana UNA se presentó en el pabellón deportivo a ponerse la vacuna poco antes anunciada, había algo de Lindo en UNA: obviamente no me habría presentado a la cita de no ser así. Pero me pesaba también algo de Abril. Acababa de leer en el documento que nos había proporcionado la Junta de Andalucía la siguiente información:

Es una vacuna en la que se ha seleccionado un virus diferente al coronavirus, inofensivo para los humanos, como es el adenovirus del chimpancé, al que se le ha introducido la información genética precisa para que codifique la proteína S del SARS-CoV-2.  

Photo by Ivan Diaz on Unsplash

 

Miedo. Miedo a lo desconocido. Eso es lo que yo le diría a Lindo: 

¿No ves que Abril lo que tiene es miedo? 

Otra cosa muy diferente es lo que hagas con ese miedo: puedes alzar tu voz pero entonces has de tener mucho cuidado de asegurarte de que tu intención real no sea la de ir a su vez sembrando el miedo por no sentirte isla. En cualquier caso, lo que está en el seno de la desconfianza es el miedo, miedo por desconocimiento, por no saber, por ir hacia adelante empujados en masa sin estar tomando las decisiones de manera conscientemente informada. No cabe duda a estas alturas de que la información está manipulada y pre-seleccionada. El periódico que lees, el canal que ves, la plataforma que miras, la red social en la que interaccionas, suponen ya de por sí un alto índice de pre-selección y manipulación. Supongo que habréis visto El dilema de las redes en Netflix, que no hace sino confirmar esa manipulación como el origen de muchos conflictos sociales actuales.

Cuando la mayoría de mis compañeros el viernes iban contentos hacia la vacuna, cuando la opinión popular era celebrar que "esto es el principio del fin", UNA no podía evitar recelar. UNA no podía evitar dudar. UNA se sentía rebaño porque, aunque UNA se informara y luego se informara más, UNA sería incapaz de entender la información sobre el adenovirus del chimpancé. Esto es mucho más grande que UNA: fuera de mi alcance, fuera de mi elemento. Así que UNA-Elvira decidió vacunarse por eso de la responsabilidad pero UNA-Victoria lo hizo con cierto sentimiento de rebaño

La confianza no deja de ser ciega para los que no entendemos, que somos casi todos. La confianza es "tú pincha que yo, no es que te crea, es que he elegido creer (más) en ti". No sabes ni siquiera a ciencia cierta en quién estás depositando esa confianza, si en políticos o en científicos o en periodistas. Lo que sabes es que no sabes. Así que te pones en la fila del redil y confías. Ni en Abril ni en Lindo. Más bien es el tipo de confianza que cruza los dedos y cierra los ojos.

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domingo, 31 de enero de 2021

Tiempo de tribu

Cuando murió mi padre, los días tristes fueron los de antes, mientras agonizaba y su existencia iba paulatinamente mermándose, y los de después, cuando acusamos su ausencia en la esquina del salón, pero el mismo día de su muerte y el par de días inmediatamente después, no los recuerda UNA como los más tristes. 

Curioso, ¿verdad? 

La memoria de esos días flota empañada de un sabor amargo pero extrañamente dulce. Vinieron amigos de nuestra infancia vallisoletana, gente muy querida que había conocido a mi padre en otros contextos. Vino familia de la que sólo ves en bodas y funerales. Vinieron a arroparnos, a acompañarnos, a estar. Nosotras, cinco mujeres doblegadas por la pena, nos dejábamos querer. En esos días también nos abrazaban genuinamente personas de las que nos acompañan a diario, de las que caminan la rutina con nosotras, algunas de las cuales quizá nunca antes nos habían abrazado: no se habría dado la ocasión. Sentimos de cerca la calidez humana de los que compartimos un mismo destino. Sentimos el amparo. Nos sentimos sujetadas. La enfermedad y muerte de mi padre nos había tambaleado y la tribu nos sujetaba compasiva. La muerte humilla y la tribu dotaba de cierta dignidad al trance por el que estábamos pasando.

Hay ratos en la vida que son tiempo de tribu, en los que la tribu, no es que sea necesaria, es que es imprescindible. Hay otros, también es verdad, en los que mucha tribu sobra: a veces la propia tribu no sabe distinguir las ocasiones. La pérdida de un ser querido, la desaparición de un miembro del clan, no obstante, es uno de esos ratos que requiere que la tribu se haga piña. 
Llorar con eco.
Suspirar en sarta.
Reír rememorando anécdotas que protagonizó el que acaba de dejarnos: una buena risa floja en un tanatorio no cura el dolor, pero reduce el sufrimiento.
Un duelo es tiempo de tribu.

Eso es lo que esta pandemia infernal les ha robado a las tribus de las víctimas: su tiempo. El consuelo de esos brazos. El calor humano que arropa, que tiende, que contiene. El murmullo de las mujeres. La caricia, la mano en la espalda. La complicidad de los que conocían al que no tuvo, en muchos casos, la oportunidad de despedirse, de rendir sus últimas palabras. Un duelo, sin tribu, ha de ser necesariamente más largo, más oscuro, más penoso.




UNA puede entender que la tribu no puede juntarse en tiempos de pandemia. UNA incluso agradece el sustituto torpe de redes sociales, de whatsapp, de amor virtual. UNA lamentablemente sabe toca renunciar al apego, al afecto, en aras de la salud.
UNA no entiende de política,
nunca escribe de política,
nunca siquiera se atreve a opinar de política,
porque lo de UNA no es la política.
Pero lo que me cuesta entender, lo que me escuece e irrita, es que tantas almas tengan que renunciar a la tribu en tiempo de tribu y, sin embargo, se celebren elecciones en medio del peor pico de la peor ola de la peor pandemia y se permita la movilidad de la población para ir a un mitin.

“Ante unas elecciones el Govern debe poder garantizar el derecho de participación, manifestación y opinión. El derecho a participar es fundamental, y por eso estará permitida esta movilidad para ir a un mitin. Tenemos que saber diferenciar unas actividades de otras. Unas elecciones son un derecho fundamental y otras actividades, en cambio, no”.

¿Qué doble moral es ésta?

La sujeción de la tribu en tiempo de tribu es un derecho fundamental al que vienen renunciando sin apenas rechistar familias y amigos de víctimas, clanes tambaleados por la muerte, en aras de la salud pública. Este doble rasero es un insulto para todos los que han renunciado a la tribu en tiempo de tribu, un insulto para los fallecidos a los que lloran, y es sobre todo un síntoma de que han perdido ustedes, señoras y señores de la cúpula, la perspectiva de lo-urgente. Están ustedes, unos y otros en la cúpula, ofreciendo un espectáculo lamentable estos días, saltándose colas e insultando a víctimas y tribus.

martes, 19 de enero de 2021

¿Adónde irán los besos?

A estas alturas hace un año la vida era normal y no lo sabíamos. En realidad, no es que no lo supiéramos, es que no nos hizo nunca falta detenernos a pensarlo. La normalidad, como el silencio, pasa inadvertida hasta que desaparece o se restablece. Desapareció. Fue sólo entonces, tras el golpe de la pandemia y el estupor de aquel primer confinamiento de marzo, cuando reparamos en su ausencia.

En las primeras semanas, dejamos que nuestra confianza se posara en la esperanza de un pronto restablecimiento de la normalidad. Hacíamos planes por doquier para cuando-todo-esto-pase. Soñábamos con que el futuro fuera una vuelta, un cambio de sentido, al pasado.

El verano nos devolvió cierta sensación de control. El sol y la playa, si bien levemente empañados por el accesorio de la mascarilla, nos hicieron olvidar por un cálido paréntesis el recuerdo de lo-sucedido y la amenaza de lo-por-suceder. Sólo ahora nos damos cuenta de que fue una ilusión instantánea en préstamo, ilusión que se ha desvanecido con el vaivén de las olas: la segunda; la tercera. 

Esta última nos pilla ya drenados
Emocionalmente drenados.
Ya no quedan ganas de mantener el ánimo. Ha pasado casi un año, y el coronavirus ya no es solamente un titular en las noticias, sino que ha ganado cierta cotidianeidad detestable:
lo pasaste,
conoces a muchos que lo pasaron,
perdiste a alguien,
conoces a alguien que perdió a alguien. 

Las cifras hace mucho que empezaron a rayar lo absurdo. 

El vocabulario del coronavirus ya forma parte del argot de la vida diaria: contacto estrecho, confinado, positivo, olfato, gusto, neumonía bilateral, UCI, intubado, cepa, mutar... Palabras que hace un año apenas visitábamos nadan ahora a diario en nuestra saliva con una destreza que lamentablemente ha dejado de resultar sorprendente.

Estás viendo una serie en la televisión y te llaman la atención comportamientos en que los protagonistas se saltan la distancia social, muestras de afecto que antes eran habituales y ahora se pintan como una temeridad. Me viene a la cabeza la canción de Víctor Manuel:

¿Adónde irán los besos que guardamos, que no damos?
¿Dónde se va ese abrazo si no llegas nunca a darlo? 

El cuando-todo-esto-pase aparece cada vez más difuso en el horizonte. El virus pareciera haberse instalado para quedarse. Si antes anhelabas que llegara el día en que abrieras facebook o el whatsapp o las noticias y el coronavirus no lo habitase todo, ahora tan sólo buscas refugio para la desazón que te produce cada amanecer despertar en medio de una pandemia interminable.

UNA no alcanza siquiera a ponerse en el lugar de los héroes de esta batalla, aquellos a los que aplaudimos desde nuestros balcones hace ya- parece- algunos siglos. Si los que llevamos una vida mundana empezamos a estar drenados, no puedo ni imaginar cómo estarán los que lidian con el bicho en ese frente inagotable.

A todos, héroes y mundanos, sólo quiero deciros:

Cuidaos


Cuidaos como si os fuera la vida en ello, porque os va.
Es tiempo de estar presente, de estar con nuestras emociones -la ansiedad, la tristeza, la nostalgia, la pena, LA PENA, el miedo, EL MIEDO- sin permitirnos el lujo de regodearnos en ellas.
Tiempo de disfrutar de las pequeñas y grandes cosas que todavía nos regala la vida y no permitir que este virus drenante lo ensombrezca todo.
Es tiempo de homenajear el mimo y el auto-mimo.
No guardéis los besos que podéis dar ni os guardéis los auto-besos.
Dad los abrazos que aún podéis dar y daos auto-abrazos. Dadlos porque son la única vacuna contra el drenaje emocional.
Quered mucho y quereos mucho
hasta-que-todo-esto-pase

Y después seguid queriendo más.



martes, 12 de enero de 2021

Otra teoría del todo

Teorías del coronavirus hay muchas y variadas:
que es un arma biológica creada en un laboratorio,
que el patógeno escapó del laboratorio por accidente,
que es una enfermedad efecto de las torres 5G,
que ha venido desde el espacio exterior en meteorito,
que se trata de una orquestación desde figuras de poder como Bill Gates para el control de la población,
...y no sé cuántas más explicaciones. Muchas y variadas.
Casi todo el mundo tiene una. Sale el tema en una conversación y da para un rato. 

UNA os va relatar en este post la teoría de UNA, que es otra teoría de el-todo.

Para UNA, el virus ha sido enviado por la naturaleza, por el-todo, para poner al ser humano de vuelta en su sitio. Es un mecanismo de autodefensa de el-todo. Nos hemos creído poderosos y nos está recordando que no somos sino una especie animal más en su reino. No somos los reyes aunque así lo hayamos querido creer, por esa corteza cerebral prefrontal que nos otorga la palabra y la capacidad de reflexión (como ésta que UNA hace ahora); una parte del cerebro que, si bien nos ha hecho evolucionar, no ha sido necesariamente para mejor.

Emisario: La naturaleza.

Destinatario (veremos a ver si receptor): El ser humano.

Código: Covid-19.

Mensaje: Tú a tu sitio. Acabo yo contigo antes de acabar tú conmigo. ¡Cuidado! Si no es por las buenas -te mandé señales, ¿recuerdas- habrá de ser por las malas. 

Vives sin vivir en mí   

y tan alta vida esperas

que tú habrás de morir

para que el-todo no muera

Photo by Dan DeAlmeida on Unsplash

Efectivamente, la naturaleza nos ha estado enviando señales, pequeños y no tan pequeños avisos, que hemos ignorado: la fruta y la verdura han perdido aroma y sabor, el cambio climático, cuatro estaciones que se han visto reducidas a dos, el estrés y la ansiedad, el cáncer, fenómenos atmosféricos extremos, especies extinguidas, enfermedades autoinmunes... 

La gran nevada de este invierno es una catástrofe climática a pesar de su belleza. Me decía mi hijo que él piensa que, como estuvimos confinados tanto tiempo el año pasado, esta inesperada recuperación de las temperaturas de invierno es una consecuencia directa de aquel confinamiento. Al margen de la fantasía infantil que establece una relación obvia entre aquello y esto, no deja de llamarme la atención el hecho de que los niños sean perfectamente conscientes de las consecuencias directas que el ser humano tiene en el medio ambiente.

No hemos escuchado. 

¿Qué haces tú cuando tu hijo no escucha? Vas alzando la voz. Pues eso es lo que para UNA es el coronavirus. Un alzamiento de voz de la madre naturaleza. Un grito ante nuestra sordera. 

Aquí estamos. Así estamos. Lo triste es que parece que seguimos sordos. Me pregunto si nos vamos a parar a escuchar el mensaje o vamos a esperar al siguiente, a uno más alto y más claro. Porque esta madre ha sido paciente, muy paciente con nuestra especie pero es tan imparable como implacable.

Photo by CDC on Unsplash
El hecho de que se trate de un virus curiosamente selectivo no hace sino corroborar mi teoría de el-todo. Está llevándose a muchos ancianos y muchos previamente enfermos, dejando no obstante intactos a la gran mayoría de los niños. Respeta la infancia pero se ceba con la tercera edad y con la enfermedad. Sí, lo sé, probablemente conoces a alguien joven y sin patologías previas que se ha ido en esta historia. Créeme que no es mi intención faltarle el respeto o restarle importancia a esas muertes. Nada más lejosUNA es igualmente susceptible de coger el virus y tragarse sus palabras. La naturaleza es poderosa pero no es perfecta: los detalles quizás no los tenía ultimados. Pero si analizamos los resultados globales, y creo firmemente que una visión global, una visión de el-todo, es indispensable para salir de esta crisis, lo cierto es que la pandemia está arrasando con la humanidad por arriba, no por abajo. 

Para UNA esto no deja de ser significativo: es un proceso de selección de los supervivientes por parte de la naturaleza. No puedo con todos. No así desde luego. Me sacudo y caen unos cuantos, los más débiles. 

Lo que a UNA le preocupa es que seguimos dispersos. Estamos distraídos con la preocupación por la gestión política de esta crisis, la angustia por los efectos económicos de la misma, que tienen una inmediatez de la que lo global, el-todo, no goza. El-todo es paciente. El mundo de las mascarillas, los geles hidroalcohólicos, los confinamientos, las restricciones... nos han enredado de tal manera que volvemos a perder la perspectiva que nunca tuvimos, la única perspectiva que nos sacaría de este embrollo medioambiental tan devastador, porque eso, amigos, es lo que esto es: un desastre medioambiental. Ahora oímos la palabra "ozono" y pensamos en las lámparas desinfectantes: nadie se acuerda ya del agujero en la capa, ¿verdad? Pues era un aviso. Una señal. Seguimos usando el consumismo por su efecto distrayente de esta desgracia a la que nos ha llevado, entre otras cosas pero sobre todo, el propio consumismo, ése que usamos para afianzar la prevalencia de nuestra especie. UNA confiesa hacer estas anotaciones desde la más profunda incoherencia de su vida mundana.

- Pues fíjate, grita la naturaleza cada vez más alto, en el-todo no sobresale nadie, así que vosotros seguid así, y quizás sea vuestra especie la que no prevalezca. 
 
La naturaleza habla cada vez más alto. Repito. Segunda ola. Repito. Tercera ola. Seguimos sin escuchar contaminando océanos con mascarillas. No escuchamos. Nos van a sacudir de la faz de la tierra de un plumazo por esta sordera. Somos los destinatarios de un mensaje que nos resistimos a recibir.

UNA es consciente: mi teoría de el-todo encaja sólo dentro de una visión mágica de la vida. La de UNA. Pero es que 

sin el-todo 
no hay nada.


Dedico este post a todos los afectados de una manera u otra por el Covid-19 que, desde el punto de vista de UNA, no son sino víctimas de la soberbia de nuestra especie.


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viernes, 18 de septiembre de 2020

Remangados

Los últimos días le han regalado a la familia-de-5 unas cuantas experiencias que vienen a confirmar lo que ya está en boca de todos a estas alturas: esta crisis está mal gestionada y probablemente se va a alargar más en el tiempo por esa mala gestión. No estoy hablando de ningún partido político en concreto, sino de la gestión administrativa en general: la sanitaria y la educativa, tanto nacional como autonómica.

La impresión de UNA como ciudadana-de-a-pie es que de arriba abajo los políticos van echando balones fuera, dando vueltones de tortilla, lavándose las manos (puede que literal pero desde luego también metafóricamente) de manera que al final las decisiones, las verdaderas decisiones, las realmente difíciles, quedan para los trabajadores del último escalafón de la jerarquía. Los que menos cobran, por cierto. Los que probablemente más trabajan también. Los más pringados. Al final, no estamos hablando de administraciones ni de partidos políticos: estamos hablando de personas haciendo más de lo que deben lo mejor que pueden con los pocos recursos que tienen en mitad de una crisis sin precedentes. Sin precedentes y sin liderazgo.

UNA estuvo el domingo en una comida familiar. Con sus tres reyes. Con Peter y la familia de Peter. El martes un sobrino de Peter que estaba en la comida dio positivo en coronavirus y nos avisaron. Empezó entonces un recorrido telefónico por todos los números de teléfono disponibles de asistencia sanitaria. Entre el martes por la tarde y el miércoles por la mañana UNA pasó literalmente horas tratando de informarse de qué es exactamente lo que UNA debía hacer. Y recibió información dispersa y contradictoria al respecto. Dependiendo de con quién hablara, lo que UNA tenía que hacer era radicalmente distinto: llevar a los niños al colegio o no llevarlos, esperar a que nos localizara el rastreador o solicitar directamente en el centro de salud una PCR, alertar al colegio o no alarmar todavía, ir a trabajar o no ir. Eran varias decisiones simultáneas y el asesoramiento dependía de la persona con la que diera en el teléfono en ese momento. UNA, que de resiliencia poco, se encontraba desorientada y un poco abrumada. El miedo se hincha como un globo cuando las directrices son dudosas y a medida que el desconcierto va ganando momento. Al final UNA tuvo que tirar de una amiga sanitaria para poner un poco de cordura al asunto: no ir al cole, no ir al trabajo. Asegurarme de ser rastreada. PCR en un coche con mis tres reyes muy asustados el mismo miércoles por la tarde. UNA- confiesa- a estas alturas de esta historia surrealista también asustada. 

Peter, por su parte, ya en Málaga, atravesaba un proceso similar pero completamente diferente, pues la actuación de su centro de salud y la del mío distaban mucho de asemejarse en algo. Estamos hablando de provincias de la misma comunidad autónoma, del mismo país. Pero el proceso de Peter y el proceso de UNA no han tenido puntos en común simplemente por estar en ciudades diferentes, o en centros de salud distintos.

¿Sabes lo que le hubiera ayudado a UNA durante ese martes y miércoles horribilis? Tener las cosas claras; saber exactamente qué hacer, dónde llamar, a quién preguntar, dónde dirigirme: 

1. Niños al cole: NO.
2. UNA al trabajo: NO.
3. Esperar a la llamada del rastreador para que te dé hora y cita de PCR. 

Punto. 

Por cierto que el rastreador es hasta el momento la única voz serena y segura que me ha dado instrucciones claras sobre las decisiones a tomar, además de la amiga sanitaria de UNA. Pero no todo el mundo tiene una amiga sanitaria. ¿Sabes qué hace falta para tener las cosas claras? 
Liderazgo firme. 
Uniformidad de actuación. 
Instrucciones no sólo claras sino también expertas.

Eso es precisamente lo que está faltando y fallando en esta crisis donde parece que de lo que se trata es de depurar responsabilidades. Al final, si UNA se muere que la culpa sea de UNA: éste parece ser el leitmotiv. ¿Entonces para qué votamos? Porque a día de hoy, si hay elecciones, UNA vota al rastreador o a la amiga sanitaria de UNA.

Este panorama desolador se traslada al terreno educativo multiplicado por el infinito y más allá. Aquí UNA habla como madre y como profesora. Las instrucciones, poco claras y tardías, recibidas por los centros colocan -de puntillas, como para que no se note- la responsabilidad en éstos. Los centros comienzan el curso debatiendo en sus claustros decisiones que son mucho más grandes que ellos mismos: somos docentes, formados para enseñar; no somos expertos en temas sanitarios. De hecho, no tenemos ni siquiera todos los datos sobre la mesa para tomar decisiones acertadas y, sin embargo, desde arriba nos han dejado esas decisiones a nosotros. UNA no puede evitar pensar que se trata de que si, al final algo sale mal, la culpa sea nuestra, de los que tomamos las decisiones erróneas, porque aquellos a los que votamos y pagamos para tomar las decisiones lo único que hicieron fue elaborar un montón de documentos que nos enviaron en mitad de la noche para leer durante ya nuestro apretado día. Ese montón de documentos, como los diez mandamientos, se resumen en dos:

1. Tomad la decisión vosotros. Por cierto, ¡mucha suerte! ;)
2. Pasad un montón de horas elaborando otro montón de documentos de vuelta para informarnos de la decisión tomada, de manera que sepamos a quién señalar con el dedo cuando las cosas vayan mal.

Al final estamos las personas. Las personas como el rastreador, o como UNA-profe, o como UNA-madre, tomando las decisiones sobre si la enseñanza debería ser presencial o semipresencial, o sobre si llevar o no a los niños al cole, o sobre si ir o no a trabajar. Al final están los tutores de nuestros hijos vigilando que los niños no se toquen los ojos, que se laven las manos, que no se pasen de la línea de su burbuja en el recreo, que no se quiten la mascarilla y, sobre todo, que toda esta mierda no afecte a su desarrollo emocional. 

Los niños están bien. Los niños se adaptan porque efectivamente éste es su nuevo lo-normal. Es a nosotros los adultos, a los ciudadanos-de-a-pie, a las madres y a los profesores, a los que todo esto nos está viniendo largo y los que agradeceríamos un poco de liderazgo, un poco de uniformidad en la actuación, de claridad a la que agarrarnos en estos tiempos de desconcierto. Si hemos perdido la rutina, la seguridad, la certeza, que por lo menos tengamos un asa sólida a la que aferrarnos, una mano firme que nos sostenga y guíe. 

En su ausencia, quedamos las personas. Los currantes. Los trabajadores. Las madres angustiadas. Los padres preocupados. 

Estábamos en la reunión virtual de bienvenida al curso de la clase de Dolfete hijo3, justo antes de que empezara el curso y justo antes de que a mi familia-de-5 nos pusieran en cuarentena otra vez, cuando, después de explicarnos todas las medidas anti-Covid-19 que el cole había tomado (el cole, no la Consejería de Educación, no la Junta de Andalucía, no el Gobierno de España de los anuncios de televisión), el tutor, en un momento emocionante, dijo, con una sonrisa entrañablemente temblorosa: 

- Estamos ilusionados con la vuelta-al-cole de vuestros hijos. Estamos remangados.

Pues eso: personas remangadas están sacando adelante este país. La sanidad. La educación. Personas-de-a-pie. No políticos con dietas pagadas.

¿Entonces para qué votamos? Porque a día de hoy, si hay elecciones, UNA vota al tutor remangado de Dolfete hijo3, o a la tutora remangada de Paul hijo1 que acaba de dejarme en el ascensor el material escolar de mis hijos en un día de lluvia, o al rastreador remangado, o a mi amiga sanitaria remangada, o a UNA-madre remangada, o a UNA-profe remangada. Ésta es la gente a la que se debería pagar dietas y escoltas. Personas que abanderan el valor de la ética en el trabajo sin olvidar el valor de la calidez humana en el proceso. 

Personas remangadas.


Por cierto, las PCR salieron negativas, por si alguien de los que se cruzaron conmigo a principios de semana estuvieran preocupados.


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sábado, 5 de septiembre de 2020

Hablemos de Messi (o la-vuelta-al-cole de UNA)

UNA es teacher y madre así que padece dos vueltas al cole.

La primera la de UNA. UNA llega a la escuela. Cambia su mascarilla azul por una mascarilla blanca. No puede dar dos besos a compañeros que lleva sin ver desde marzo. No es que me importe demasiado porque UNA no es muy besucona pero, sin embargo, hay compañeros-amigos a los que me gustaría abrazar y no puedo. Hacemos el amago, nos reprimimos, juntamos un codo.

Nos convocan en el departamento para darnos los exámenes que tenemos que vigilar. ¿No estamos muchos? Es que somos muchos en el departamento. Si nos cuento, salen más de la cuenta, más de los permitidos en una reunión social cualquiera, así que decido no contarnos. ¿Para qué? 

Las ventanas abiertas. Córdoba. Cuatro de la tarde. Hace calor. La mascarilla exacerba el calor. Tengo sed pero la fuente está clausurada. 

Noto que hay compañeros con guantes. Me pregunto si debiera haberme puesto guantes. Por un momento me entra el pánico porque UNA confiesa que UNA todavía no se ha leído el tocho que ha redactado el equipo directivo con el protocolo COVID-19 y que nos ha enviado por correo a finales de agosto. Me pregunto si es que los guantes serán obligatorios pero deduzco que no porque algunos los llevan y otros no. Parece que los guantes son como un chivato de el-miedo-que-va-por-dentro.

Me dirijo al aula. Hay quince alumnos. Mesa sí. Mesa no. La mesa-no está señalada con una señal de prohibido. La imagen de un pupitre escolar con una señal de prohibido encima me parece curiosamente simbólica. Trato de recordar que en la-vuelta-al-cole de mis tres reyes no habrá mesas-no, lo cual UNA no sabe valorar si es bueno o malo. El COVID-19 nos ha robado la capacidad de distinguir qué es lo conveniente. 

Empiezo a dar las instrucciones de examen ante esos quince candidatos que también decido no contar porque salen más de la cuenta, más de los permitidos en una reunión social cualquiera. Se me ocurre que la mascarilla nos ha liberado de las jerarquías. De repente, somos todos iguales, ellos y UNA. Nadie sabe más que nadie. Estamos igual de indefensos y de vulnerables. Usamos el gel hidroalcóholico a mansalva, antes de entregar los exámenes, antes de cogerlos, después de entregarlos, después de recogerlos, como si nos fuera la vida en ello. Las manos pegajosas. Los papeles ajenos.

En un momento de la tarde tenemos que hacer una comprensión oral. Tenemos puertas y ventanas abiertas, ventiladores histéricos; calor, mucho calor. Les explico a los que se examinan que el barrio es ruidoso, que tal vez para esa parte de la prueba debiéramos cerrar las ventanas y encender el aire acondicionado para evitar que los ruidos externos interfieran con la audición. Los miro buscando su aprobación. Nadie dice nada porque nadie sabe qué es lo mejor. UNA tiene que tomar la decisión ante el silencio indeciso de una audiencia que no sabe si esa tarde está más asustada por el examen o por el COVID.

Cinco horas y media más tarde salimos del examen. UNA tiene un dolor de cabeza agudo. Vuelve al departamento a devolver los exámenes. Los con-guantes miran las manos de los sin-guantes. Nadie sabe qué es peor. Los con-guantes han decidido dejar los exámenes en cuarentena. Los sin-guantes empezaremos a corregir cuanto antes. Los plazos son cortos. 

UNA sale de la escuela contenta de recuperar la mascarilla azul pero el dolor de cabeza persiste. Me pregunto hasta cuándo la mascarilla. Me recuerdo que ahora sólo existe ahora. Me pregunto también en qué consisten las medidas anti-COVID de las que tanto presumía la ministra de educación cuando aclamaba con contundencia que "estamos preparados para la-vuelta-al-cole". ¿Se referiría al color de las mascarillas o al gel hidroalcóholico? ¿Se referiría a la clausura de las fuentes? ¿Se referiría a los guantes opcionales? ¿Se referiría al papeleo que este comienzo de curso ha supuesto para el equipo directivo de mi centro? ¿Se referiría a las mesas-no? No podía referirse a las mesas-no porque de ésas no habrá en la-vuelta-al-cole de mis tres reyes. 




¿Estamos preparados para la-vuelta-al-cole? Porque UNA no está segura de estar preparada para un curso repleto de tardes como ésta. Supongo que hay cosas en la vida que hay hacer sin estar preparados. La vida tiene que continuar.

Me acuerdo de los sanitarios en sus escafandras y sus interminables turnos, y decido dejar de quejarme mentalmente y de lamentarme por la suerte de mi gremio.

Pongo la radio en el móvil y están hablando de Messi. Llego a casa, pongo las noticias y están hablando de Messi. UNA no se había enterado de que lo realmente importante esta tarde es que Messi se queda en el Barça y que todo lo demás, incluido el gusto amargo que me produce esta vuelta-al-cole de UNA y la consiguiente preocupación por la inminente vuelta-al-cole de mis tres reyes, son paparruchas. 


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