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domingo, 10 de mayo de 2020

El último invento


Estuvimos viendo fotos y vídeos antiguos, hicimos un puzzle de 1000 piezas, hicimos ejercicio y grabamos un súper vídeo de ejercicio-en-familia-para-la-cuarentena, les enseñé a editarlo, hicimos una casa de cartón, pintamos y forramos con servilletas cajas de fresas, leímos, hicimos retos, un picnic en el salón, la fiesta de los juegos, los juegos de preguntas y respuestas, hicimos dibujos, pintamos acuarelas, hicimos más retos, aplaudimos a las 8, cambiamos de sitio todos los muebles de su cuarto, pintamos botellas de cristal y las iluminamos por dentro, hicimos llaveros de plástico, una acampada en el salón, marcapáginas, mandalas, pulseras, legos, lettering, escribimos una carta a los basureros, jugamos a juegos de mesa, a juegos de suelo, a juegos de aire.




UNA se acostó inventando. 
UNA se levantó inventando.

Anoche celebramos el último invento. Quise hacer con ellos una cápsula del tiempo de la cuarentena:
Meter en una caja todos los recuerdos de la cuarentena y cerrarla para abrirla dentro de unos años y que los recuerdos que escribieran ayer nos trajeran de vuelta estos días raros de la-dimensión-confinada. Para ello, escribimos notas juntos respondiendo a preguntas como:
Lo que más me ha gustado de quedarme en casa ha sido…
La persona a la que más he echado de menos en esta cuarentena ha sido…
La cosa que más he echado de menos en esta cuarentena ha sido…
Algo que he aprendido en esta cuarentena ha sido…
Lo que más ganas tengo de hacer cuando se acabe la cuarentena es…

Bueno, pues cuando llegamos a "Lo que más he hecho estando encerrado en casa es…", los monstruos contestaron jugar a la play y ver series.
Y cuando llegamos a "En esta cuarentena me he sentido sobre todo…", los monstruos contestaron "aburrido".

Jugar a la play. Ver series. Aburrido.

Quiero que vuelvas a leer el primer párrafo de este post y te tomes tu tiempo para asimilar la falta de concordancia con estas respuestas.


ATENCIÓN: MENSAJE URGENTE PARA TODAS LAS MAMÁS DEL MUNDO
Desde la más pura acritud de mi cápsula de tiempo de la cuarentena os digo: 
No os molestéis tanto, de verdad. Sed un poco más egoístas.  Dedicad la energía y el tiempo a vuestros sueños, a los propios, a los que teníais antes de la maternidad o a los que habéis dado a luz en la maternidad. Porque cuando pensabais que estabais creando-recuerdos, llega la play y todo lo copa. Todas esas noches que te acostaste agotada por haber pasado el día entreteniendo vástagos, resulta que al final el sentimiento que prevalece es el del aburrimientoNo gastéis más energía que la indispensable para que sobrevivan. 

A no ser de que te guste. Entonces sí. Porque el único consuelo que UNA encuentra hoy, en la resaca de la ingratitud, es el siguiente: Por mi vena creativa, disfruté haciendo muchas de las cosas de ese primer párrafo. Y también disfruté los momentos: ¡Oh, los momentos! Pero me pregunto si UNA era la única que estaba disfrutando. Ellos hubieran preferido estar jugando a la play. ¡Bendito favor nos han hecho los creadores de videoputosjuegos que han convertido el resto del tiempo vital en tiempo-de-aburrimiento!

Cuando al final de la noche, expresé mi decepción por cómo había salido el experimento de la cápsula del tiempo, que me había manifestado que los recuerdos que UNA creía haber haber estando creando no eran los recuerdos que en realidad se estaban creando (¡soltar las expectativas!), Peter me hizo una señal de que no hiciera sentir mal a los tres reyes: ¡Cuidado, frágil!

La lección que UNA aprende aquí es triple. Curioso: Una lección por rey.

Primera eLECCIÓN: UNA no elige los recuerdos que se crean en sus pequeños cerebros. Esto también, como tantas otras cosas de la maternidad, está fuera de nuestro control (¡ay, el control!), por mucho que quisiéramos como madres tener el poder de elegir sólo los recuerdos-bonitos para implantarlos en sus cabezas. Igualmente UNA aprende que "recuerdo-bonito" no significa lo mismo para UNA que para ellos.

Segunda eLECCIÓN: UNA recuerda (porque ésta ya se la sabía UNA pero se le olvida) que si no te pido algo, ¿por qué te lo tengo que reconocer? Es decir, si ellos no pidieron que yo les entretuviera con mis brillantes-para-mí ideas, ¿qué derecho tiene UNA ahora a exigir reconocimiento por parte de sus recuerdos?
La oficialidad y solemnidad de listados como el del primer párrafo de este post quitan mérito, te hacen menos admirable, generan animadversión, hacen que el-otro-que-no-eres-tú se sienta juzgado.

La tercera eLECCIÓN, y probablemente la más importante, es que el reconocimiento, amigas, siempre ha de venir de dentro. Para no depender del reconocimiento ajeno. Para no sentirse decepcionada. El verdadero reconocimiento, en el que se basa la verdadera autoestima, es el de UNA hacia UNA. La autocompasión. La amabilidad con UNA misma.

Cuando en el Día de la Madre, que en casa pasó sin pena ni gloria, se hizo viral aquel meme que decía ¡hoy toca aplaudir también para adentro!, pensé:

Lo que realmente debería significar para adentro es UNA aplaude a UNA.




Snoopy dice: 
No estoy triste. Sólo tengo un poco cansada la alegría.
Pues eso: 
Descansa un poco tu alegría hoy. Ponles la play. Y reúne energía para TU próximo proyecto, uno que tú disfrutes, les incluya a ellos o no.
Hoy UNA se va a tomar el día para UNA. 
Y si se aburren, pipí-caballito.










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jueves, 3 de octubre de 2019

Por favor, no romper nada


Las palabras abstractas son difíciles de entender, cuanto más de definir. Intenta definir lo que es la vulnerabilidad. Complicado, ¿no? El otro día me crucé con un meme en internet que decía así: 


Amor es tocar el mundo interno del otro y no romper nada.

Pensé: 
¡Somos tan frágiles por dentro!
Todos… hasta los que son robustos por fuera. 
Todos. 
Frágiles.

La vulnerabilidad, que está inescrutablemente unida a esa definición que me encontré del amor en un meme, consiste precisamente en abrir la puerta y dejar pasar al otro-que-no-eres-tú a TU mundo interno sin la garantía, escúchame, SIN la garantía de que no rompa nada. 
Cada vez que le enseñes al otro-que-no-eres-tú esa vasija que no le enseñas a nadie, cada vez que le muestres al otro-que-no-eres-tú esa cortina de cristales que no paseas por el mundo, cada vez que el-otro-que-no-eres-tú se pasee por TU mundo interno y se encuentre con tus espejos y tus piedras menos preciosas y tus cuencos y tus copas, no tienes ninguna garantía de que no vaya a romper nada. ESO es vulnerabilidad: Hacer al otro-que-no-eres-tú un tour por TU mundo interno, con la incertidumbre de no saber si romperá algo y la confianza puesta en que -por amor- no lo rompa.
Contarle a otra mamá que no tienes ni idea de lo que estás haciendo como madre y que has decidido buscar ayuda profesional para las complicaciones de tu hijo porque tú ya has agotado todos tus recursos y no sabes ayudarle, y confiar en que no lo utilice como cotilleo ni para juzgarte: ESO es vulnerabilidad. 
Confesar a tu antigua compañera de clase que no vas a la celebración de los 25 años de la graduación porque has engordado otros 25 kilos desde entonces y sientes vergüenza propia, y esperar que ella no se regocije en el hecho de que ella sigue usando la misma talla que entonces: ESO es vulnerabilidad. 
Reconocerle a tu pareja que uno de tus hijos lleva semanas cayéndote mal, que literalmente no lo aguantas, siendo consciente de que existe la posibilidad de que tome una actitud paternalista o incluso de reproche en el próximo conflicto que tengas con ese hijo que te viene cayendo mal: ESO es vulnerabilidad. 
Ponerte sexy sin saber si tu pareja estará cansada y no tendrá ganas: ESO es vulnerabilidad.

Vulnerabilidad es, al fin y al cabo, estar abiertos a la herida. 

Porque efectivamente existe la posibilidad de que esa mamá use la terapia psicológica de tu hijo para cotillear con otras mamás, y la posibilidad de que tu amiga-tipazo rellene su autoestima a base de compararse con tus michelines, o que el padre de tu hijo-insoportable aproveche la mínima que le digas a tu hijo-insoportable para ponerte los ojos en blanco, o que tu pareja tenga dolor de cabeza cuando tú estás de humor. 
Existe esa posibilidad. 
Todas hemos hecho alguna vez una confidencia en un momento de intimidad que se ha convertido en arma arrojadiza en la siguiente discusión. 
De hecho, todas hemos convertido en arma arrojadiza algún momento vulnerable del otro-que-no-eres-tú. La rabia por las injusticias te lleva a veces a hacer cosas feas. 

Los niños son especialistas en esto. Basta que se caiga uno para que todos los demás se rían. El otro día observé a Dolfete hijo3, que se cayó de forma estrepitosa. Tuvo que hacerse daño, no tengo duda. Pero se levantó como un resorte y sólo miraba alrededor para comprobar que nadie lo hubiera visto: Que nadie se estuviera riendo. Si le dolía algo, él ni siquiera era consciente. Lo importante era que no se rieran de él. 
No hay nada más vulnerable que una caída. 
Del tipo que sea.

Una de las diferencias entre la maternidad de antes y la maternidad de ahora, en mi opinión, es que en la de ahora hay un espacio para la vulnerabilidad. Es un espacio que hemos conquistado. Las madres de antes eran de piedra. Siempre erguidas. Siempre en pie. No se rendían nunca. La batería se les recargaba en movimiento. Esto tenía una ventaja clara y evidente: Nos transmitían seguridad. Nunca dudabas de una madre que era Mazinger Zeta. Pero desde mi perspectiva actual de madre pienso que debía de ser agotador o sólo sobrellevable si acompañado por la desconexión de los sentimientos. 

Mundo interno: CERRADO

Cuando UNA emprendió esta hazaña de la maternidad, tenía un compendio de teorías muy tajantes y muy claras sobre cómo hacer las cosas. Muchas de las teorías heredadas, otras aprendidas. Luego vino la vida y, sobre todo, luego vinieron mis hijos y me pusieron en mi sitio: Muchas de esas teorías se disolvieron casi sin dejar huella en algunos casos. Por ejemplo, recuerdo haber creído que una vez que se le impone un castigo a un hijo, hay que mantenerlo contra viento y marea. No puedes cambiar de opinión. Tienes que ser estrictamente estricta en el cumplimiento del castigo. 

Cuando no hay espacio para la vulnerabilidad, lo que lo ocupa todo es la rigidez. 

Ahora, muchos años más tarde y unas cuantas caídas después, UNA ni siquiera profesa fe en el castigo. Pero si a veces, en un momento de rabia, UNA pierde no sólo los nervios sino también las creencias e impone un castigo desmesurado, del tipo te vas a quedar sin ninguno de tus derechos porque no has cumplido uno de tus deberes, UNA recula. Porque en la maternidad de UNA, UNA ha escarbado hueco para la vulnerabilidad. Y eso le da permiso a UNA para acercarse al hijo y decirle me-he-pasado y lo-siento y te-quiero y por supuesto no te vas a quedar sin todos tus derechos. Confío en que hagas tus deberes. 
Porque confío:
Confiar también es un acto de vulnerabilidad.

La vulnerabilidad en la maternidad nos deja llorar delante de nuestros hijos si la emoción lo requiere. 
Nos permite reconocer que no tenemos todas las respuestas, que ni siquiera tenemos todas las preguntas. 
Nos da holgura para admitir que la hemos pifiado, que nos hemos equivocado. Y eso, queridas, es una lección en sí misma, porque cuando ellos se caigan, recordarán el día en que su madre se cayó. 
Y luego se levantó. 
Y en vez de mirar alrededor para comprobar que nadie se riera, su madre miró hacia dentro, hacia su mundo interno, por ver si se hubiera roto algo en la caída y darle un poquito de amor.


Mundo interno: ABIERTO

Cuidado: FRÁGIL
Por favor, no romper nada.





sábado, 14 de septiembre de 2019

Mucho ruido y muchas nueces


UNA que odió Torrente con todas sus fuerzas, ha visto ya dos veces la película de Santiago Segura que ya os cité en el post del whatsapp. Supongo que el tema de la identificación, del me-too, del yo-también, es lo que me atrae a esta comedia. En un momento de la película el padre-no-hay-más-que-uno desbordado dice:  Apreciamos poco el silencio

Apreciamos poco el silencio.

Creo que el silencio es una de tantas cosas que sólo se aprecia cuando te lo quitan. Y a mí me lo quitan a diario. Por eso lo aprecio tanto.

Una amiga me preguntó por qué UNA habla tan bajito. Le contesté que me veo en la necesidad de hacerlo para compensar el nivel de decibelios en casa. Ella pensó que bromeaba. Pero UNA de verdad que se siente abrumada con tanto ruido. Es atronador. 

Hace no mucho leí que se ha creado una nueva etiqueta, HSP, en inglés Highly-Sensitive People, personas altamente sensibles: Entre sus rasgos más prominentes, se encuentra el de sentirse especialmente afectada por el ruido en general, así que he decidido que UNA encaja perfectamente en esta definición y que a partir de ahora, UNA es HSP. 
¡Cuidado: Frágil!

Gran parte de la vida-de-madre de UNA, de hecho, me la he pasado intentando compensar los ruidos en casa, sustituyendo las pelotas de ping-pong por otras de espuma, pinchando o escondiendo pelotas para que no jueguen al fútbol en el salón, alfombrándolo todo para que, cuando sustituyan la pelota pinchada o escondida por calcetines o peluches y le den a aquella estatuilla de Sargadelos que ilusa compré de soltera, no caiga tan estrepitosamente al suelo.
Por la ley de Murphy, lo que se cae al suelo en casa siempre encaja en una de estas dos categorías: 
O bien, como la estatuilla, se rompe con estruendo, estruendo que viene a atenuar la tan apreciada-por-los-vecinos alfombra de ikea que nos insonoriza a la vez que nos envuelve -especialmente en verano- en el calor del hogar; 
O bien lo que se cae tiene muchas partes chiquitas, como la caja de los legos o la bandeja de los lápices de colores, que se empeñan en distribuirse por todos los rincones de la habitación y bajos de los muebles, y no reaparecer hasta el día de la limpieza a fondo que habrá necesariamente de coincidir con el día de la tan ansiada-por-los-vecinos mudanza.

Luego están los días a grito pelado, confesión que ya hice en su momento: Ahí el nivel de decibelios de UNA no tiene nada que envidiar al del entorno más inmediato. Y, ya sabemos:


 madre que grita + padre que grita = hijos que gritan

Esta operación apenas tiene excepciones.

Mi casa, desde que nos despertamos hasta que nos acostamos, es un desfile de pura onomatopeya: ¡aj! y ¡puaj!¡zas! y ¡paf! ¡catapumba! y ¡pumba! y ¡ejem, ejem! ¡buuum!¡pum! ¡plaf! y ¡clonc! y ¡ay! ¡gr…! y muchos más ¡zas!...

Pero también de chuic y mua¡ja, ja! y ¡je, je! y ñam, ñam y bla, bla...

Y sobre todo de ¡chist! y ¡chiss! y ¡chsss! 

UNA ha llegado a ponerse tapones en los oídos para poder disfrutar del rato de arreglarse un sábado antes de salir (eso fue el sábado que salí).

No sólo UNA aprecia más el silencio desde que es madre: Los que me conocen de cerca saben que durante el curso me levanto entre las cinco y las seis de la mañana, en gran parte para poder disfrutar del silencio antes de la vorágine. Pero es que, además, cuando lo habitual es el ruido, el silencio de repente se vuelve sospechoso. Y cuando no los escuchas, 
¡vete a ver!,
porque seguro algo están tramando o están inmersos en alguna acción domésticamente ilegal. Te lo puedo garantizar por el aval que me da la experiencia.

Me entretiene pensar que hay una modalidad de meditación que se llama Mindfulness of Sounds, atención plena a los sonidos. Reto al que la ideó a pasarse unos minutos por mi casa, a ver qué opina luego sobre el potencial de relajación de esta técnica meditativa.


Y es que en el rato que llevo escribiendo este post, he estado escuchando a Dolfete hijo3 deslizarse pasillo arriba, pasillo abajo sobre un skate; a Paul hijo1 cantando trap 😱;  a Gusi hijo2 jugando con un finger skate; a Dolfete lanzando contra el armario una pelotita molestísima que me he arrepentido repetidamente de haberle regalado en su bomba, a Paul peleando con Dolfete, a Dolfete peleando con Gusi, y a Peter gritándoles a los tres para que bajen el volumen.

Algo me dice, no obstante, que llegará un día en el que echaré de menos todos estos ruidos. 
Mientras tanto, me conformo con no volverme (más) loca.