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miércoles, 30 de diciembre de 2020

Bajar al cuerpo

La vez que me dejé romper el corazón se me cayó el pelo. Alopecia areata fue el diagnóstico. A los 20 años me arruinó la imagen. Menos mal que por entonces no había instagram. Cuando entré en la consulta de la doctora en Granada y me miró, lo primero que me preguntó fue: 

- ¿Mal de amores? 

Muchas UNAs después, en Inglaterra, me salió un bulto en el cuello justo antes de encuadernar mi tesina. Ya de vuelta en España, de interina en Linares, a semanas de opositar, leer la tesis y casarme, un dolor agudo me atravesó el estómago: resultó ser gastritis. Las canas me sorprendieron de forma simultánea a la preocupación dependiente que acompañó mi primera maternidad. Esta tendencia a somatizar, que me ha acompañado toda la vida, me ha llevado inexorablemente a concluir que cuerpo y mente es uno. Mejor dicho, que cuerpo y mente es UNA, y no hay ni tan siquiera una delgada línea roja entre ambos. Incluso aquellas personas que no tienen esa tendencia genética a los síntomas psicosomáticos tan pronunciada, brillan sin embargo en períodos de serenidad, y se arrugan o crispan cuando atraviesan momentos más convulsos. ¿O no es cierto? ¿No estás más guapa cuando estás menos estresada, cuando todo va bien?

Esta creencia de que no hay separación entre cuerpo y mente es, sin embargo, creencia a nivel intelectual en UNA pues todavía no llego a encarnarla del todo: a pesar de las múltiples evidencias del párrafo anterior, se trata de un convencimiento que aún no ha bajado al cuerpo, que todavía vive en la azotea, como llama mi amigo Carlos a la mente. ¿Por qué- si UNA lo sabe- UNA no lo practica? La tradición religiosa en la que UNA fue educada es a estos efectos muy fuerte: el binomio cuerpo-alma, o cuerpo-espíritu, discrimina dos entidades muy diferentes, una pecaminosa condenada a la mortalidad, y la otra con opciones de subir a los cielos o bajar a los infiernos.

No es sólo cuestión de religión. Es también de medicina, al menos en la cultura occidental. Se trata de una medicina que nombra síntomas y luego comercia productos para paliar dichos síntomas. En general, se ignora que la causa pueda venir de más allá de un órgano. O se compartimenta: si te duele la rodilla, te vas al traumatólogo; y si te da un ataque de ansiedad, te vas al psicólogo. Si tienes diarreas recurrentes, te vas al digestivo; y si estás deprimido, te vas al psiquiatra. Ahora bien: cuando quedas con tus amigas a tomar un café, dime la verdad: ¿te sientes más cómoda contando que has ido al traumatólogo, o que has ido al psicólogo? Si no me equivoco, gana la rodilla, porque la salud está valorizada, pero la salud mental está estigmatizada. La separación cuerpo/mente en nuestra cultura es tal que cuando se habla de salud nos referimos en realidad al cuerpo, y las connotaciones que reciben uno y otro compartimento están totalmente polarizadas.

En los niños, sin embargo, no es así. Somos mucho más abiertos a la hora de aceptar la fusión cuerpo-mente en un niño: vemos con claridad que tiene una rabieta (emocional) porque está (físicamente) cansado; apreciamos con nitidez que lloriquea porque está incubando un virus; aceptamos que esté gruñón porque tiene hambre. Sabemos que cuerpo y mente van mano a mano en la infancia. 

Crecemos para olvidarnos de esta verdad absoluta. Los adultos, la mayoría de los adultos, tendemos a vivir en la mente. ¿Cuántas veces no te sorprendiste al ver que ya te habías terminado el plato y no recordabas habértelo llevado a la boca? ¿Cuántas veces caminaste de casa al trabajo de manera tan automática que no podrías describir ni una sola de las personas que se cruzaron en tu camino? ¿Te acostaste y la siguiente vez que miraste el reloj había pasado casi una hora en la que no recuerdas haber hecho nada? Estabas ocupada. Pensando. 

UNA prepara clases, organiza el menú de la semana, resiente algo que alguien le dijo, planea una sorpresa, toma una decisión, escribe un post, critica a alguien, y hace la lista de la compra: TODO ESTO de casa a la escuela. En un día mundano. TODO ESTO en la cabeza de UNA. Pero la vida real de esos veinte minutos se me escapó: me perdí el camino al cole, las sensaciones del milagro de mi cuerpo caminando, la orquesta de sonidos de fondo de mi vida. Me perdí mi vida esos veinte minutos.

No tendría importancia si no fuera porque preparar, organizar, resentir, planear, decidir, criticar, listar... es en lo que se ocupa la mente la mayor parte del tiempo, una mente disociada del cuerpo, manteniendo esa separación en la que intelectualmente muchos ya no creemos, pero que evidentemente todavía encarnamos. Vivimos en la mente y sólo nos acordamos del cuerpo cuando algo no funciona como debería: nos duele algo, nos escuece, nos sangra, nos pica. Nos urge. Somos capaces de definir nuestras sensaciones corporales si éstas son desagradables e incómodas, si llaman la atención, si requieren el traslado al médico. 

Pocas, muy pocas, son sin embargo las veces que nos dejamos aterrizar en el cuerpo y sentir todo lo que está sucediendo ahí, debajo de la azotea, justo donde sucede la vida. Las emociones no son sino sensaciones corporales, agradables o desagradables. Si nos parásemos a sentirlas, en vez de ornamentarlas con miles de pensamientos adosados como lapas, fluirían sin estancarse. Pero nos empeñamos, UNA la primera, en otorgarle significado a todo, en cosificar -diría Carlos- y hacemos pesado lo que de otra manera sería ligero. 

Es complicado desvincularse de la dicotomía cuerpo-mente y bajar al cuerpo, especialmente para las que nos apoyamos en la muleta de la palabra, como si lo que no se nombrara, no existiese. El pensamiento se nutre de palabras. La azotea de UNA parece un scrabble. Pero lo cierto es que la presencia, ésa de la que hablaba en el post anterior, ésa que te salva de la locura, ésa que es imprescindible para una maternidad consciente (para cualquier relación consciente, de hecho), sólo es posible bajando al cuerpo. Esto es lo que trabaja Carlos en sus talleres de conciencia corporal online de los miércoles. Por suerte, hay profesionales que se hacen eco de que salud pasa por presencia, por integración cuerpo-mente. Carlos López-Obrero es uno de ellos. Carmina Mariscal es otra: "La salud es una conquista personal".

Quizás, uno de los mensajes que deberíamos recolectar de esta pandemia sea que para sanar de este virus vamos a necesitar mucho más que una vacuna; que necesariamente la sanación ha de pasar por un cambio de mentalidad, y que éste requiere de presencia e integración.

Photo by Raphael Renter on Unsplash

Éste es mi propósito para el año nuevo y mi deseo para vosotras: bajar al cuerpo. Alineemos la azotea con las sensaciones corporales. Abramos la mente a lo que hay aquí ahora. Volvamos a ser niñas. Cuando estemos al borde de un ataque de nervios, escuchemos al cuerpo que lleva rato intentando hacernos ver que estamos extenuadas, que es hora de ignorar la lista de cosas por hacer y echarnos un rato al sol. Cuando estemos irritables, preguntémonos si aprieta comer o beber algo que nutra nuestro cuerpo. Si estamos llorosas, quizás sea hora de un mimo. Honremos al cuerpo.

Sobre todo, no esperemos a que algo nos duela, nos escueza o nos sangre para hacernos un poco de caso. Tratemos de prestar atención a las emociones agradables que también tienen su reflejo corporal. Ese momento de conexión con el-otro-que-no-eres-tú, ¿dónde te lo sientes? El gusto que da meterse en la cama después de un día largo, déjatelo sentir. La sensación de haber hecho algo bien, ¿dónde la notas? El placer al terminar un entrenamiento, permítete disfrutarlo. Goza.

Y cuando el ánimo no acompañe en estos tiempos difíciles que atravesamos, estate con él y baja al cuerpo también, pero no caigas en la tentación de abandonarlo, que solemos descuidarnos cuando más lo necesitamos: si estamos mal, comemos mal, dejamos de hacer ejercicio, dormimos a salto de mata. Pero es precisamente cuando el ánimo no acompaña que hay que empezar por el cuerpo. Tú cuida del cuerpo que el ánimo sigue. No le queda otra, ¿sabes? Son uno. Son UNA. Esto que ya sabemos en teoría, es mi propósito de año nuevo para UNA y mi deseo para vosotras que lo incorporemos en la práctica.


sábado, 4 de abril de 2020

El amor aquí y ahora


Tengo un recuerdo de mi infancia que permanece fresco en la distancia del tiempo. Vivíamos aún en Valladolid, en una casa en el campo. Hacía viento, mucho viento. Un viento huracanado, inusual para esos lares. Las tejas de la casa comenzaron a desprenderse y a caerse por la fuerza del viento. Mis hermanas y yo mirábamos por la ventana asustadas y entonces mi padre dijo solemne: 


A lo mejor esto es el fin del mundo

Desde luego, no es la frase más afortunada para tranquilizar a un puñado de chiquillas atemorizadas, pero la sentencia me vuelve estos días a la memoria como si de una letanía se tratara. No es que UNA piense que esto es el fin del mundo, pero UNA cree que esto es el fin del mundo tal-y-como-lo-conocemos


La canción de REM: 
It's the end of the world as we know it

Necesariamente hay cosas que van a cambiar, para bien o para mal (eso ya se verá), pero nada nunca podrá volver a ser igual. 
Ésa es parte de la tristeza que nos inunda: Nos estamos despidiendo de un mundo que está agonizando. Ésa es también parte de la ansiedad que nos azuza: No sabemos cómo será nuestro nuevo lo-normal, no tenemos ni idea hacia dónde vamosEs la  incertidumbre de la que hablaba en la entrada sobre la ansiedad en los tiempos del Corona.

Pero, como todo en esta vida, absolutamente todo en esta vida, hay un silver lining: El lado bueno de las cosas del que hablaba la película. El lado bueno de este fin del mundo tal-y-como-lo-conocemos es que no nos queda otro remedio que vivir en el presente. El lado bueno de la incertidumbre es que te trae de vuelta al aquí y al ahora. Cada vez que haces un plan o un proyecto, formulas una intención o un deseo, con la mente puesta en el futuro, éste te responde como un padre cansado:

Bueno, ya veremos...

Y tu plan rebota de bruces contra ese futuro incierto e inexistente para volver de nuevo a casa, al presente, a la-dimensión-confinada. No hay nada más allá que el momento que estamos viviendo aquí y ahora. Se acabó el-largo-plazo. Lo único que puedes realmente controlar es este aquí, este ahora. El-corto-plazo. 
Esto, amigos, que pudiera parecer una jugarreta universal, es en realidad un regalo. Lo contrario es precisamente lo que veníamos haciendo toda la vida. Contados con los dedos de la mano son los momentos en los que hemos estado, de verdad, presentes. 
Los lunes ya estábamos pensando en el fin de semana. En enero ya andábamos planeando las vacaciones de semana santa. En octubre ya estábamos con los adornos de navidadUNA estaba preocupada por si este verano le tocaría estar en un tribunal de oposiciones. Los domingos por la tarde ya andábamos cabizbajos porque teníamos la cabeza puesta en el trabajo del lunes. En el trabajo del lunes ya estábamos pensando en el fin de semana...

No sé si nos damos realmente cuenta o no pero con el cuerpo aquí y la mente mucho más adelante lo que hacemos es perdernos nuestra propia vida. Esto es precisamente lo que pretendemos los que tratamos de meditar: Traer la mente al mismo sitio en el que está el cuerpo.
Como madre, hace ya mucho tiempo que me di cuenta de que, cuando UNA se pone irritable con los niños, casi con certeza te puedo asegurar que es porque el cuerpo de UNA está en el mismo salón que los niños pero la mente de UNA está ya en otro tiempo o en otro lugar, mucho más adelante, en el futuro: 
Gusi hijo2 necesita contarme la historia interminable y la mente de UNA está en que se ha comprometido a devolverles a sus alumnos las redacciones corregidas mañana a primera hora, así que el cuerpo se impacienta y no escucha, no puede escuchar.
Dolfete hijo3 (9 años) se frustra con las tareas y tiene una rabieta descomunal, y la mente de UNA está ya en la adolescencia de Dolfete (16 años), imaginando todo tipo de escenarios de desafíos agresivos y dramas de toda índole.
El momento de la historia interminable de Gusi es un momento de la vida de UNA que UNA se perdió. Como tantos. 
La rabieta de Dolfete es un momento de la vida de UNA que se convirtió en mucho más dramático porque, en vez de estar ahí narrándomelo, me narraba un futuro sobrecogedor.
Esto, básicamente, cada uno a su estilo, es lo que hacemos la mayor parte de nuestra vida. No estamos donde estamos. Estamos en mañana. Luego llega mañana y no estamos en mañana, estamos en pasado mañana. Es una mierda [le he dado permiso a UNA para usar palabros mientras dure el confinamiento] porque para poder disfrutar a tope de un momento, tienes que estar entera, cuerpo y mente. Es sólo cuando estás entera, cuerpo y mente, que la vida fluye y desaparece el tiempo.

Pues bien, un poco a la fuerza, este virus nos ha obligado a adquirir el hábito mental de no planear. Cada vez que te pillas haciendo un plan, te acuerdas de cómo está el mundo, y te dices:

Bueno, ya veremos...

Vuelves irremediablemente a la realidad de tu confinamiento que, al fin y al cabo es la única realidad que existe. Siempre, el presente, es la única realidad que existe.
Estás en una conversación con tus amigas, alguien planea una casa rural para junio:

Bueno, ya veremos...

Bueno, ya veremos dónde estamos en junio. A lo mejor seguimos confinados. A lo mejor no. A lo mejor ya no estamos confinados pero no podemos viajar todavía. ¡NO LO SABEMOS! Así que de vuelta al aquí y al ahora. Nuestro nuevo lo-normal es aquí-ahora.

¿Y aquí y ahora qué hay? Tu casa. Los tuyos. Y el amor. 
El amor aquí y ahora no es otra cosa que restarle vértigo al aquí y al ahora de los que están contigo. No son grandes hazañas. Son pequeños gestos. Armarse de paciencia. Respirar antes de contestar. Modular la voz. Disimular la irritabilidad y el desánimo.  Flexibilizar las reglas. Inventar. Inventar. Inventar. Sobre todo: Estar presente.

Los niños están felices estos días de confinamiento. Esto que está pasando no es ni mucho menos traumático para ellos. Al contrario, es un regalo. 
Nunca habíamos pasado tanto tiempo juntos. 
Nunca habíamos hecho tantas cosas juntos. 
Nunca habíamos jugado tanto juntos. 
Pero el verdadero regalo no es sólo tener los cuerpos de sus padres presentes sino que las mentes de sus padres están donde sus cuerpos están, porque no hay futuro. El futuro es incierto y la mente ya no puede viajar al futuro sin rebotar.



Éste es el lado bueno del virus. Hay mucho más pero es carne de otro post. Por supuesto, no todo es positivo (¡no puede serlo en una tragedia de semejante magnitud!), pero tú eliges dónde pones la atención: Donde pongas la atención es donde sucede tu vida.


Y poco más
Porque al final ESO es la vida: 
Poco más
UNA VIDA MUNDANA



Una palabra aquí para aquellos que están pasando esta cuarentena solos. Entiendo que el amor aquí y ahora pierde momento cuando uno está confinado consigo mismo. Trataos bien, mimaos, practicad más que nunca la autocompasión, y echad mano de recuerdos y de tecnologías para mantener el contacto. 
Que no se rompe el amor con la distancia social. 
Que no se rompe.

martes, 1 de enero de 2019

Hay días y días



Hay días y días

Hay días en los que vives y otros sobrevives

Los días en los que vives eres más agradecido: no das por sentado nada. Sabes que tienes suerte: mucha suerte 🍀🍀🍀
Porque a UNA no le tocó la lotería tampoco este año pero sí vinieron otra vez los reyes magos.
Porque, aunque este año pasado no hayas cumplido tus objetivos, tus propósitos del año nuevo que ya es año viejo, todavía sigues aquí.
Y estás sano. 
Y cuando brindas por la salud en un día de los que vives y no sobrevives lo haces con gratitud porque ni a ti ni a los tuyos les ha tocado ninguno de esos males que ensombrecen los días.
Los días que vives no tienes problemas, tienes retos y soluciones que creas y recreas.
Son los días en que UNA nota las manos de Dolfete hijo3 a la altura de la cadera en ese abrazo que UNA necesitaba pero no tuvo que pedir porque llegó solo.
Son los días en los que a UNA no le pasa desapercibido camino al cole el surco que los zapatos de Gusi hijo2 y Dolfete hijo3 van dejando entre las hojas arrancadas por el viento de anoche.

Luego están los días que sobrevives.
Los días que sobrevives estás deseando que llegue el viernes y saltarte el martes, miércoles y jueves.
Los días que sobrevives estás deseando que lleguen las vacaciones y saltarte medio trimestre.
Los días que sobrevives estás deseando que llegue la hora de irte a la cama, o mejor, de que se vayan a la cama todos y saltarte el resto del día.
Son los días a saltos.

El día que sobrevives vas acelerada. Trabajas horas extra. Tu miedo, tu tristeza... todo se transforma en irritabilidad, enfado, ira.

El día que vives vas más despacio: caminas más despacio, comes más despacio; no miras: observas; escuchas a tu cuerpo. 

Vivir, al ser más lento, te permite dejar un espacio, un hueco para elegir la respuesta. Es el espacio de la creatividad. Cuando vives, parece que vives más mientras que, cuando sobrevives, las estaciones van pasando como si fueran un tren de alta velocidad.
Sobrevivir es no cumplir una promesa que te hiciste a ti misma. Es el gesto y la respuesta automática. Es dejarse llevar.
Vivir no es tan fácil como sobrevivir.
Sobrevivir es el camino de menor resistencia. Para vivir hay que poner la intención y los valores.

En los días que sobrevives no tienes ganas de hacer el esfuerzo.

Los días que vives estás aquí y estás ahora.
Los días que sobrevives estás allí y estás entonces o estás cuando... cuando sea mayor, cuando me jubile, cuando tenga mi propia casa, cuando cambie de trabajo, cuando, cuando, cuando...

Pero todos son necesarios, los días de vivir y los días de sobrevivir. 
No te sientas culpable por sobrevivir. Las sombras sirven para que brille más la luz; necesitas el invierno para apreciar el verano; necesitas trabajar para valorar las vacaciones. Igualmente, para amar la vida, necesitas tener días de puro y duro modo supervivencia.

No permitas, sin embargo, que los días de sobrevivir ganen el pulso a los de vivir.

Es año nuevo y es tiempo de hacer balance, de darte cuenta de si estás sobreviviendo más que viviendo y de hacer tus propósitos de año nuevo. Que los propósitos de año nuevo no se queden en planes.

Para el año nuevo a todos los que me leen les deseo que vivan más y sobrevivan menos. 

A los que no me leen también



Hay días y días. Esto o UNA es bipolar, que también cabe la posibilidad.