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lunes, 1 de marzo de 2021

Efecto rebaño

El día 25 de febrero aparece publicado en El País un artículo con el siguiente titular:

Victoria Abril: "Somos cobayas, metiéndonos vacunas que son unos experimentos sin probar"

En resumen: la actriz califica la situación de "coronacirco" y cuestiona la campaña de vacunación y las medidas restrictivas tomadas para combatir la pandemia.

Ese mismo jueves nos llega una comunicación oficial a través del coordinador COVID de nuestra escuela de que al día siguiente está citado todo el personal de la escuela a las once en un pabellón deportivo para vacunarnos. En 24 horas.

El día 28 de febrero, estando mucho profesorado andaluz aún bajo los efectos secundarios de la astrazeneca, aparece publicada también en El País la columna de Elvira Lindo:

Lo que Victoria Abril dice de nosotras

En resumen: la escritora califica a la actriz de arrogante y agresiva, con ganas de dar la nota, y toma su discurso individualista como punto de partida para hacer una reflexión sobre las teorías conspiratorias y negacionistas, y el clima generalizado de desconfianza

Las dos mujeres, una como actriz, la otra como escritora, son de mi agrado.  Quizás haya leído a Lindo más de lo que he visto a Abril, pero en ambos casos me refiero a su producción artística, no a sus opiniones. Porque UNA no tiene las cosas tan claras. De hecho, a UNA lo que le gustaría sería tener las cosas tan claras. Creo que es más popular decantarse por una u otra opción: anti-vacuna o pro-vacuna. Cuando uso el término "vacuna" aquí -quiero que quede claro- no me estoy refiriendo al calendario de vacunación infantil. Me refiero en exclusiva a la vacuna anti-covid, que ha acampado entre nosotros en unas circunstancias muy especiales y bastante precipitadas: en un clima de miedo e incertidumbre sembrado por un año de pandemia y muchas MUCHAS víctimas. 

Cuando el viernes por la mañana UNA se presentó en el pabellón deportivo a ponerse la vacuna poco antes anunciada, había algo de Lindo en UNA: obviamente no me habría presentado a la cita de no ser así. Pero me pesaba también algo de Abril. Acababa de leer en el documento que nos había proporcionado la Junta de Andalucía la siguiente información:

Es una vacuna en la que se ha seleccionado un virus diferente al coronavirus, inofensivo para los humanos, como es el adenovirus del chimpancé, al que se le ha introducido la información genética precisa para que codifique la proteína S del SARS-CoV-2.  

Photo by Ivan Diaz on Unsplash

 

Miedo. Miedo a lo desconocido. Eso es lo que yo le diría a Lindo: 

¿No ves que Abril lo que tiene es miedo? 

Otra cosa muy diferente es lo que hagas con ese miedo: puedes alzar tu voz pero entonces has de tener mucho cuidado de asegurarte de que tu intención real no sea la de ir a su vez sembrando el miedo por no sentirte isla. En cualquier caso, lo que está en el seno de la desconfianza es el miedo, miedo por desconocimiento, por no saber, por ir hacia adelante empujados en masa sin estar tomando las decisiones de manera conscientemente informada. No cabe duda a estas alturas de que la información está manipulada y pre-seleccionada. El periódico que lees, el canal que ves, la plataforma que miras, la red social en la que interaccionas, suponen ya de por sí un alto índice de pre-selección y manipulación. Supongo que habréis visto El dilema de las redes en Netflix, que no hace sino confirmar esa manipulación como el origen de muchos conflictos sociales actuales.

Cuando la mayoría de mis compañeros el viernes iban contentos hacia la vacuna, cuando la opinión popular era celebrar que "esto es el principio del fin", UNA no podía evitar recelar. UNA no podía evitar dudar. UNA se sentía rebaño porque, aunque UNA se informara y luego se informara más, UNA sería incapaz de entender la información sobre el adenovirus del chimpancé. Esto es mucho más grande que UNA: fuera de mi alcance, fuera de mi elemento. Así que UNA-Elvira decidió vacunarse por eso de la responsabilidad pero UNA-Victoria lo hizo con cierto sentimiento de rebaño

La confianza no deja de ser ciega para los que no entendemos, que somos casi todos. La confianza es "tú pincha que yo, no es que te crea, es que he elegido creer (más) en ti". No sabes ni siquiera a ciencia cierta en quién estás depositando esa confianza, si en políticos o en científicos o en periodistas. Lo que sabes es que no sabes. Así que te pones en la fila del redil y confías. Ni en Abril ni en Lindo. Más bien es el tipo de confianza que cruza los dedos y cierra los ojos.

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viernes, 19 de febrero de 2021

Déjate caer



El verano pasado fuimos a Canarias. Gran Canaria es la isla de los nombres bonitos: el Roque NubloTejedaAgaeteGuadayeque, la PasadillaAgüimes. Nombres tan llenos de poesía como la belleza de los lugares que nombran. Fue en uno de estos nombres poéticos y lugares bellos, en Arinaga, que Peter me invitó a hacer una travesía a nado. UNA de primeras, mostró reticencias (la pereza, el frío, el temor a cansarme a mitad de trayecto) pero, habiendo descubierto sólo recientemente el poder que sumergirse en agua tiene de remover y alterar emociones, decidí hacerlo y no pude alegrarme más.
Vimos peces preciosos, como pintados a mano, como elegidos para hacer juego unos con otros y decorar el fondo marino. A medida que nos alejábamos de la costa, también se alejaba el suelo de nosotros y hubo un momento en que sentí vértigo. Las rocas y la arena estaban lejos de nuestros pies en el fondo del mar mientras nosotros flotábamos cada vez a más metros de distancia del suelo. El vértigo era obviamente irracional: no podíamos caernos, estábamos flotando a nado pero, irracional o no, UNA lo sentía. No era, no obstante, un vértigo histérico, sino pausado, mecido por el vaivén de las olas y las algas que bailaban también a nuestro alrededor. Y ahí el mar me regaló la metáfora. Pensé: para ver la belleza de cerca, hay que sentir vértigo. Este vaivén. Este vértigo sereno y pausado.

Photo by Olga Tsai on Unsplash


Me cuentas que habéis decidido dar el paso y que tienes miedo. Que ya lo diste una vez -me cuentas- y saliste malherida, hueca, rota. Que acabas de recuperarte de un-muy-mal-de-amores ¿Y si pasa de nuevo? Leo el miedo en la cautela de tus palabras. ¿Y si me vuelven a herir, a vaciar, a romper? Me dices que ya confiaste y, desde mi escucha, alcanzo a sentir el trauma de la traición estancado en tu cuerpo.

Hay una dinámica de grupo, de ésas que te ponen a hacer en campamentos y jornadas, que consiste en dejarse caer. Una persona se coloca delante de otra y se deja caer, sin mirar atrás. La que está detrás la recoge. El objetivo es fomentar la confianza en el grupo; confiar CONFIAR en que la persona que está detrás te recogerá.

Déjate caer, te digo, siente el vértigo. Volver a ver la belleza pasa por volver a confiar. ¿O prefieres privarte de la belleza para siempre? Obviamente sientes reparo a volver a tener el corazón abierto, como UNA lo tuvo antes de lanzarse a hacer una travesía a nado: la pereza, el frío, el temor a cansarte a mitad de trayecto. Déjate querer, te digo, siente el vértigo porque es vértigo en el mar. Flotarás si confías.
Déjate querer.
Déjate caer.

La expresión en inglés, I've got your back, viene a significar algo así como te respaldo o te cubro o tienes mi apoyo. La traducción literal, sin embargo, sería tengo tu espalda. TENGO TU ESPALDA. ¡Qué bonito!, ¿no? Tú déjate caer que yo tengo tu espalda.
Te cuento que UNA tiene claros los valores, que se sabe la teoría de cómo educar a sus hijos a pies juntillas, que quiere hacerlo distinto, que la educación le brote de dentro, que se base en lo-que-UNA-ha-decidido-creer y no en creencias limitantes heredadas o contagiadas. Luego, te confieso, cuando llega la hora de la verdad de mi vida mundana, UNA dispara a bocajarro las frases que usaron mis padres y con toda probabilidad mis abuelos. A la hora de la verdad mundana, UNA toma muchas decisiones basadas en el miedo: miedo a con quién se junte, miedo a qué hará cuando UNA no esté mirando, miedo a ese futuro incierto que amenaza con pintar el horizonte de gris marengo, miedo a hacerlo mal, miedo al descontrol y al caos.

Vértigo en el mar. 

El vértigo se siente cada vez que haces algo en tu familia-de-destino que tu familia-de-origen hubiera hecho radicalmente distinto. El vértigo está ahí cada vez que te sales de lo-normal y votas por ti. Cada vez que tienes miedo de hacer el gilipollas, cada vez que la balanza se inclina más hacia dar que hacia recibir. El vértigo delata su energía cuando entras en una habitación llena de desconocidos. Cuando te subes en un escenario o te bajas de una relación. El vértigo te hace temblar la voz cuando la alzas en público y la mano cada vez que pulsas el botón de publicar.
El vértigo te acompaña cuando sigues un impulso o confías en el instinto propio porque convertirse en adulto en esta cultura implica una gran dosis de renuncia al instinto impulsivo y al impulso instintivo. Crecemos con el eso-no-se-dice, eso-no-se-hace, eso-no-se-toca que cantaba Serrat y aprendemos así a acallar las corazonadas, a poner los ímpetus en modo silencio. Aún peor es el a-su-vez: a-su-vez nosotros aplacamos el impulso de nuestros hijos y nos preocupamos de que su instinto no haga demasiado ruido.

Pero quien quiera ver los peces de colores, mucho me temo que habrá de mojarse y sentir el vértigo. Mucho me temo que habrá de dejarse caer y confiar, confiar en que alguien, aunque sea UNA misma, tenga su espalda. 
De hecho, mucho mejor si es UNA misma la que tiene tu espalda pues entonces estás cubierta siempre.

En Arinaga




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domingo, 28 de junio de 2020

Ansiedad: Manual de Usuario Tomo 1

Deja que todo te pase 
La belleza y el terror 
Rilken

Éste no es un post cualquiera de Una_Vida_Mundana. No es un post para todos los públicos. Es un post para los que, LAS que, como UNA, padecen o han padecido de ansiedad (porque si la has padecido, la sombra de su reaparición permanece en ciernes sobre ti).
Absténganse de su lectura los-cuerdos.
Así que voy a hacer un salto de párrafo ahora mismo y todos aquellos que ni la padecen ni la han padecido, van a hacernos el favor de dejar de leer y se van a poner a otra cosa, mariposa.



A ti que sigues aquí conmigo te dedico este manual de usuario de la ansiedad porque, fíjate, UNA no es psicoterapeuta, pero se considera experta-en-ansiedad.
He echado a los demás de esta lectura, a los que desconocen el tema, porque lo último que necesitamos aquí son sus miradas de incomprensión, de perplejidad ante unos síntomas que les son ajenos, su gesto de a-mí-lo-que-me-parece-es-que-estás-loca...
He escrito arriba "LAS que padecen" no porque dude de que ellOs también la padezcan, sino porque en una cultura en la que a ellOs se les educa para ser machos-alfa, es raro que un hombre admita que sufre de una condición debilitante. He aquí la primera baza de la ansiedad: 

El secretismo

La ansiedad se ceba con el silencio. Si tienes ansiedad y no lo cuentas, te avergüenzas y te lo callas, es como un Gremlin al que metes en una piscina: Se transforma en un monstruo. UNA no está sugiriendo que lo vayas publicando (como UNA está haciendo aquí) a diestro y siniestro. Pero no te lo quedes dentro. Cuéntalo. Ahora eso sí: Elige bien a quién se lo cuentas. Recuerda por qué hemos echado del post a los que no conocen al gremlin.



Además, UNA, experta-en-ansiedad, ha llegado a concluir que nuestras amigas, las-p***as-hormonas-femeninas influyen mucho en los estados ansiosos y que por ello somos nosotrAs las que atravesamos estos estados más que ellOs.

Si la primera baza de la ansiedad es el secretismo, la segunda es el miedo. ¿Pero la ansiedad no es miedo? Efectivamente, la ansiedad es miedo, pero es miedo que se alimenta de miedo ¿Sabes cuál es el miedo que más la engorda? El miedo a la propia ansiedad. 

En este tomo vamos a hablar de los ataques de pánico; de los ataques de ansiedad. 

[Si nunca has tenido uno, no sabes lo que es, con lo cual mucho de lo que te voy a contar aquí te va a resultar ajeno. Un ataque de ansiedad no se entiende si nunca se ha tenido uno.]

Tienes un ataque de pánico en un ascensor. ¿Qué haces? No coger más ascensores porque asocias los ascensores con la sensación de ansiedad. Pues bien, ese miedo evitativo es como un jarabe de vitaminas para la ansiedad, que hace que después de los ascensores venga cualquier cubículo sin salida y finalmente los espacios cerrados en general acabarán produciéndote ansiedad: Una habitación sin ventanas, por ejemplo, y con la puerta cerrada.

El miedo al miedo es el peor de los miedos

UNA-experta-en-ansiedad sabe lo siguiente: Un ataque de ansiedad no mata. Es muy desagradable, es sumamente incómodo, pero a día de hoy he sobrevivido a unos cuantos y puedo asegurarte que no matan. Un ataque de ansiedad, al final, si lo reduces a lo básico, no son sino una serie de sensaciones físicas muy desagradables y sumamente incómodas, pero ya está: Son sensaciones físicas que aparecen porque sí y acaban siempre yéndose porque sí. Efectivamente, acaban siempre yéndose PERO acelerar o ralentizar el momento de la despedida depende precisamente de que les des vitaminas o no. Es decir, si ante las sensaciones físicas de la ansiedad reaccionamos con más miedo (el miedo a la ansiedad), entonces lo que realmente estamos haciendo es multiplicar las sensaciones, que siguen siendo sólo sensaciones, pero aún más incómodas y aún más desagradables. El antídoto, pues, empieza por no usar ningún antídoto, es decir, no tratar de librarnos de la ansiedad cuando aparezca. Cuando las sensaciones comienzan a inundar el cuerpo, UNA saluda como si de una vieja amiga se tratara: 
Bienvenida

Para UNA, efectivamente la ansiedad es una vieja amiga, pues si bien me ha robado mucha vitalidad -la ansiedad es debilitante- también me ha puesto en contacto con otras facetas de UNA misma que he llegado a venerar: La creatividad, la sensibilidad y, desde luego, la humildad. Como conté en mi post, Un bote de pastillas, la ansiedad te pone de rodillas. Luego ya sólo queda levantarse.

Después de saludarla, el siguiente momento del antídoto consiste en salir de la cabeza y poner la atención en el cuerpo, y es que, amigas, la tercera baza de la ansiedad es la curiosidad insidiosa insatisfecha. De repente, en cuestión segundos, se te llena la cabeza de preguntas:
¿Pero por qué me pasa esto a mí? 
¿Pero qué he hecho yo para merecer esto? 
¿Pero por qué estoy yo así y los demás no?
 
NINGUNA -escucha- NINGUNA de estas preguntas tiene una respuesta correcta. Ni siquiera una incorrecta. No tienen respuesta. Así que no indagues. Si indagas, fertilizas el sentimiento de aislamiento, de ser un bicho raro, de estar sola en el mundo, y esto es como sal y pimienta para la ansiedad: ¡Le da sabor! Entonces, se desencadena una ristra de pensamientos negativos, la mayor parte de ellos irracionales, del tipo: "
Esto no se me va a pasar nunca
"A lo mejor me estoy volviendo loca
"Tengo que salir de aquí como sea"

¿Cuál es la alternativa pues? Poner la atención en el cuerpo. Después de darle la bienvenida a la ansiedad, con curiosidad, bájate al cuerpo: A ver cómo se manifiesta la ansiedad cuello abajo. ¿Tienes tensión en las piernas? Puede que eso sea la manifestación del impulso de huir que acompaña a un ataque de ansiedad. ¿Estás hiperventilando, es decir, una respiración agitada y entrecortada? ¿Te sudan las manos? ¿Se te seca la garganta? Hazte un inventario: ¿Dónde y cómo notas que estás ansiosa? Pon la atención en las sensaciones del cuerpo, mira cómo van cambiando, cómo se van apaciguando o ganando momento. Pueden ser algunas de las que he mencionado o completamente diferentes.

Si hay otra cosa que UNA ha aprendido, es que la ansiedad de CADA UNA es diferente. Cuando UNA empezó a tener ansiedad, no encontraba otra forma de describírselo a Peter que "se me está saliendo el alma por los oídos", y me los tapaba. El primer alivio para UNA fue ponerle nombre. Decidí contarlo y mi hermana me dijo: 
Eso es ansiedad 
Y el peso inmediatamente se aligeró. A mí me encanta cómo Rosa Montero describe su único ataque de ansiedad en La loca de la casa, porque no tiene nada que ver con la ansiedad de UNA pero tiene todo que ver con la ansiedad de UNA.

Vale. Ya tienes la atención en las sensaciones del cuerpo. ¿Y ahora qué?

Hay una postura en yoga que se llama el pez. En esa postura la cabeza está inclinada hacia atrás de modo que la parte superior de la cabeza descansa sobre el sue
lo. Cuando UNA empezó a hacer esta postura, UNA se agobiaba tela: Me daba la impresión de que me iba a romper por el cuello o por la garganta; me entraba sobre todo una sensación ansiosa de que no iba a poder deshacer la postura.
Poco a poco, UNA se ha ido trabajando la asana. Me ha costado mucho porque al principio ponía la intención en estar en la postura sin sensación ansiosa. No funcionaba. Cuánto más luchaba por no estar ansiosa, más ansiosa estaba. Entonces cambié el enfoque y decidí soltar la lucha, aceptar la ansiedad y preguntarme: 
¿Puedo estar con esto? 
¿Puedo quedarme con esta sensación ansiosa? 
[Esto es super-yogui. Y ahora que estamos viendo la serie El Pueblo imagino al lector de este post juzgándome al modo del retrato de Santi Millán, pero quédate conmigo.]

Ahora soy capaz de hacer el pez sin sensación ansiosa sólo porque aprendí a estar con la sensación ansiosa. Lo que trato es de hacerte llegar el mensaje de que no es tanto luchar contra la ansiedad sino de hacerla tu aliada: 
Mira, me caes mal, pero me quedo contigo aquí sentada un rato.

Vamos a hacer una prueba. Quiero que cierres los ojos.
[¿Cómo voy a seguir leyendo si cierro los ojos? No estoy segura... Organízate 😬]
Quiero que cierres los ojos e imagines que vives en un piso alto. Si vives en una segunda planta, por ejemplo, quiero que imagines que vives en un octavo. Ahora quiero que imagines que has recolocado los muebles de una habitación que da a la calle y que no has reparado en que has dejado demasiado cerca de la ventaba una cómoda. Ahora quiero que imagines que tu hijo (si no tienes hijos, uno de tus seres más queridos o incluso tu mascota) se sube en el mueble por hacer una gracia, o para limpiar, o para coger algo. ¿Lo ves? La ventana está abierta y en un momento de pérdida de equilibrio, tu hijo (o tu perro) se cae. Lo ves caer. Corres hacia la ventana. Te asomas. Ya no hay nada que hacer... Corres hacia la puerta. Bajas como loca las escaleras...
Vale, ahora quiero que pares y escanees tu cuerpo tras imaginar, realmente imaginar, esta situación: ¿Cómo está tu respiración? ¿Está agitada, acelerada, entrecortada? Si has hecho de forma auténtica el ejercicio, lo estará. Notarás igualmente tensión en algunas partes del cuerpo. Quizás la mandíbula. Quizás tengas los hombros encogidos.

¿Y ves? No ha pasado nada. TODO-ESTÁ-BIEN. Y, sin embargo, un pensamiento ha cambiado en cuestión de segundos el funcionamiento de tu cuerpo. Un pensamiento irracional, infundado. 
Eso es lo que pasa con la ansiedad. 
Exactamente eso. 
Son los pensamientos que, como estrellas fugaces, pueblan el cielo oscuro de tu mente, los que te provocan los síntomas. Por eso hay que no mirar al cielo, sino conectar bien los pies a la tierra para lidiar con la ansiedad. Eso básicamente significa centrar la atención en los síntomas corporales.


Así que, resumiendo este primer tomo de la ansiedad, en el que te he contado cuáles son sus bazas y cómo se ceba, el trabajo que hay que hacer por dentro cuando te azota en forma de ataque de pánico es:
  • Nombrarla: Esto es ansiedad.
  • Darle la bienvenida como a una vieja amiga: Hola, te veo, te reconozco, vieja amiga, bienvenida. Saber estar con la nube negra. Perder el miedo al miedo.
  • No darle cancha a los pensamientos: No escuches las preguntas ni las sentencias que a modo de fuegos artificiales estallan en tu cabeza.
  • Escanea tu cuerpo con curiosidad, poniendo la atención en las sensaciones.

El ataque de ansiedad pasa exactamente igual que llegó. Una vez que lo haga, no le otorgues el placer del secretismo: Elige a quién contarlo y cuéntalo. UNA puede asegurarte que la ansiedad es una pandemia mucho más extendida que el propio coronavirus. Cuando escribí Un bote de pastillas, muchas lectoras compartieron conmigo comentarios en gran parte de alivio por no sentirse solas.

Este post ha quedado largo. Por eso es un tomo. El tomo 1. Viene otro: El tomo 2. UNA lleva usando la ansiedad un rato y le cuesta resumir.


Deja que todo te pase 
La belleza y el terror 
Rilken

Si sientes la necesidad de compartir o comentar o contactar y no quieres hacerlo en redes, escríbeme aquí: @Patricia Plaza
#N-o   e-s-t-á-s   s-o-l-a.




jueves, 9 de enero de 2020

Despejando incógnitas


La frase que titula este post no es mía. La usó una madre amiga en la puerta del cole y me cautivó. Estábamos comentando entre varias, a la vuelta al cole tras el verano, cómo habían cambiado los niños en tan sólo una temporada estival, y aludíamos a la pena que nos daba, el vértigo que nos producía, verlos crecer tan rápido. Esta madre amiga dijo: 

Pues a mí me gusta ir despejando incógnitas... 

Me cautivó. 
Me cautivó la noción de "incógnita" refiriéndose a los hijos porque la tendencia que tenemos, tendencia que por cierto va absolutamente en contra de cualquier manual que se precie de maternidad, es justo la contraria: la de etiquetar, no dejando espacio alguno precisamente para la incógnita.

Si leíste mi post Copiota, y viste la foto de mi cuaderno Lo que aprendí de ti, quizás te dieras cuenta de que el título del cuaderno era una etiqueta. Lo confieso: UNA es tan friqui como para tener una etiquetadora en casa. Me la regalé. Los botes de mi cocina presumen de sus etiquetas. UNA es así. UNA es organizada.



Imagínate, pues, lo complicado que resulta para UNA la premisa de la disciplina positiva de "No etiquetarás a tus hijos". Prácticamente imposible evitar clasificar a las criaturas. Desde chicos y siendo plenamente consciente, no sólo por propia experiencia sino también por formación, del poder devastador de las etiquetas, UNA ha ido definiendo a sus hijos por categorías. 
Paul hijo1 se parece a su padre físicamente y a su madre en personalidad. Gusi hijo2 se parece a su madre físicamente y a su padre en personalidad. Dolfete hijo3 es una mezcla de ambos: se parece a Gusi físicamente y a Paul en personalidad. 
Ponemos las etiquetas a medida que van creciendo los críos casi sin darnos cuenta: en una tutoría, en una conversación con otras madres, en un intercambio familiar, en un elogio.
Paul es inteligente, deportista, complicado, enfadique, sensible, político, locuaz, ansioso, obsesivo. Gusi es divertido, listo, bueno, creativo, matemático, servicial, chuleta. Dolfete es cariñoso, travieso, desordenado, manual, gruñón, tragón, sensible, empático.

Esto es terrible. Esta tendencia a etiquetar limita mucho. Los niños escuchan sus etiquetas en una conversación entre mayores y las hacen suyas. Las incorporan a sus autodefiniciones y viven con la presión, consciente o no, de conformar estas etiquetas, de no salirse de ellas. Incluso las etiquetas positivas pueden ser una losa; una etiqueta de "inteligente" puede usarse a modo de presión:
 "Con lo inteligente que eres, ¿cómo puedes reaccionar así?". 
Al final, las etiquetas positivas no son otra cosa que insultos del revés.

Las etiquetas van en contra de los principios de la atención plena que requiere una maternidad consciente. La creación de etiquetas supone la formación de todo un cuerpo de expectativas que a su vez genera miedos, mientras que lo verdaderamente justo sería mirar a nuestros hijos cada vez como si fuera la primera vez, como si fueran desconocidos que estamos descubriendo. 
Dejándonos sorprender
Despejando incógnitas
Te pongo por ejemplo a mi hijo mayor, que todos a mi alrededor vaticinaban sería un adolescente complicado. 
"Ya verás", me decían, "cuando éste sea adolescente.
Agárrate como puedas". 
Me agarré. Desconfié. Sin embargo, aquí estamos en plenos 14 años y mi hijo1 no deja de sorprenderme a diario desafiando los tópicos de la adolescencia. De saberlo, me hubiera ahorrado muchas preocupaciones inútiles. ¿Recuerdas mi post sobre soltar las expectativas? Pues eso, MIND THE GAP entre la criatura que tienes delante y la que viene dictada por la etiqueta que le colocaste en la frente poco después de nacer.

Las etiquetas retan también al principio de la impermanencia. Los niños cambian mucho. Mucho. A veces se trataría simplemente de añadir a la etiqueta una referencia temporal que deje suficiente holgura para el cambio: Cambiar el verbo estar por el verbo ser. No es lo mismo decir: 
Hoy estás muy gruñón
que decir: 
Eres un gruñón. 
A menudo lo mejor no decir nada.

Déjate sorprender por tus hijos
Despeja sus incógnitas
Déjales ser 
Let them be


Nos ponemos etiquetas a nosotras mismas, etiquetas que nos hacen de techo:
Yo no sé 
Yo no puedo 
Yo no soy 
Yo no llego 
A mí no se me da bien 

Recuerdo hace ya tiempo en una sesión grupal de introducción a la Gestalt que nos hicieron un ejercicio que todavía hoy uso a menudo con mis alumnos para practicar los adjetivos de personalidad en inglés. Te invito a hacerlo.
Se trata de elegir cinco adjetivos que te definan. De entre esos cinco, elige ahora el que crees que te defina más y cuéntame cuándo, dónde, en qué situaciones y contextos, con qué personas, eres así. 
¿Lista? 
Busca entonces el opuesto al adjetivo que te defina más. Si el adjetivo que te definía más era "mala" como en "mala madre", el opuesto es "buena" como en "buena madre". Ahora tienes que contarme cuándo, dónde, en qué situaciones y contextos, con qué personas, eres así. 
¿Lo ves? Este ejercicio, si hecho con conciencia y autoconocimiento, viene a poner de relieve que tú no eres tu etiqueta: Tú estás así y en ocasiones no lo estás. Estás así ahora y ahora ya no. UNA es organizada a veces y a veces UNA es caos absoluto.
Así que, cuando te digas:
Yo no sé 
Yo no puedo 
Yo no soy 
Yo no llego 
A mí no se me da bien... 

hazte consciente y arráncate la etiqueta de un tirón como una tirita vieja e inservible:

Si no sabes, aprende 
Si no puedes, cambia el cuento 
Si no llegas, ponte de puntillas 
Si no eres, cuéntate otra historia 

porque las etiquetas hacen de zip: Te encierran en un espacio limitado de plástico sofocante. 

Lo peor es cuando nos creemos las etiquetas que otros nos ponen en su afán inquieto por ordenar el mundo. Les estamos otorgando el poder de decidir hasta dónde podemos llegar. No les des la razón. No conformes tu vida a las etiquetas ajenas.

Déjate sorprender. 
Por ti misma. 
Despeja tus propias incógnitas.


domingo, 21 de abril de 2019

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa

Recuerdo mi peor momento como madre. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer a pesar de haber pasado ya un puñado de años. El recuerdo no es nítido porque los peores momentos, las peores versiones de nosotras mismas, normalmente proceden de nuestra parte más primitiva, menos racional, y el recuerdo que dejan es como el de una mañana de resaca: todo parece difuminado y tan sólo hay algunos trazos-flash, destellos recordatorios de la vergüenza.
Fue con un Paul hijo1 de 8 años y, tras sopesarlo, he decidido no contar aquí lo que pasó porque supondría contar detalles de Paul hijo1 que, con toda probabilidad, a Paul hijo1 le desagradaría que publicara. Así que voy a respetar su intimidad porque, en realidad, los detalles no afectan al tema del que quiero escribir hoy aquí:
¡Ay, la culpa! 
Son tantas las veces en las que he hecho alusión a la culpa en los posts que llevo escritos en este blog que hasta he creado una etiqueta.
El caso es que en el peor momento-madre, UNA, podéis adivinar, perdió los nervios: perdió por enfado el control de UNA misma. UNA desplegó la peor versión de sí misma.
Ahora, varios años y dos hijos más después, con la distancia que me otorgan el tiempo y la experiencia, puedo mirar atrás con serenidad y, no es que me encuentre con justificaciones, pero sí soy capaz de detectar las olas que desembocaron en el tsunami: la falta de sueño, el cansancio físico y la intensidad emocional de una UNA exhausta;  la falta de recursos, la soledad y el miedo de una UNA asustada...
¡Ay, el miedo!
Pero lo peor no es lo que vino antes de que UNA perdiera los estribos. Mirando atrás, de hecho, me doy cuenta de que ni siquiera lo peor fue la pérdida de los estribos. Lo peor fue la culpa que vino después que, literalmente, me paralizó y me hizo sentir enferma.

Paul hijo1 no lo recuerda, al menos no de forma consciente. Una vez se lo mencioné y no lo recuerda. Las mejores soldados de mi ejército de mujeres, con las que me desahogué en su momento, tampoco lo recuerdan. Ni Peter marido. Pero UNA no lo olvida. Los días que siguieron al incidente se tiñeron de culpa y de vergüenza. Perdí el hambre, perdí el sueño. Y lloré. Y luego lloré más. Un Peter comprensivo trataba de consolar inútilmente a UNA mientras el diálogo interior de UNA era algo parecido a... 


Soy una madre terrible
Horrible
Soy la peor madre del mundo
Me tendrían que quitar a los niños 
No los merezco
Mis hijos, desde luego, no merecen a una madre así... 

[Sí, ya sé que este diálogo tiene tintes dramáticos, el pseudónimo de UNA es Drama Queen, cosa que a estas alturas del blog creo que ya te habías dado cuenta... En cualquier caso, el drama es parte de mi encanto 😏, la parte apasionada.]

El caso es que la culpa me paralizó durante aproximadamente una semana en la que estuve flagelándome a mí misma y fui incapaz de funcionar con normalidad. Mi madre, quien seguramente tampoco recuerda el incidente, me reñía: no me reñía por cómo me había comportado en mi peor momento-madre, me reñía contundentemente por mi parálisis posterior, por la culpa que estaba impidiendo que la familiade5 retomara la normalidad y la conexión. UNA no estaba ayudando a nadie con la actitud de vergüenza, ni a Paul hijo1, ni a la familiade5, ni por supuesto a UNA misma. 
Mi hermana2, quien seguramente tampoco recuerda el incidente y quien para mí es una madre-perfecta, vino al rescate y me contó su peor momento-madre. El suyo. El peor momento-madre de una madre-perfecta. Nos reímos un rato con su recuerdo y el poder del yo-también funcionó de nuevo. Porque el yo-también tiene el poder de hacerle sentir a UNA vista y oída: 


Que sé por lo que estás pasando
Que sé por qué lo has hecho
Que yo he estado ahí
Que te entiendo... 
¡Y QUE NO PASA NADA! 

La vida sigue

El tiempo me ha regalado la comprensión de un hecho fundamental: la culpa (=he hecho algo mal) se convierte en vergüenza (=soy la peor madre del mundo) cuando permitimos la identificación. La identificación consiste en creer que UNA es su peor momento-madre. Si creo que soy mi peor momento-madre, entonces me avergüenzo y la vergüenza me bloquea. 
Pero UNA es mucho, mucho más que ese momento lamentable: 
UNA es también la mejor versión de sí misma, 
UNA es también su mejor momento-madre
UNA es también sus muchos momentos-madre normales. 
Es más, sin necesidad de que me apures, te digo que ¡UNA es mucho más que madre!

El tiempo también me ha regalado la lucidez de que pedirle perdón a un hijo no es "bajarse los pantalones", sino mostrarle la vulnerabilidad de UNA, compartir una lección recién aprendida de manejo de las emociones. La lección que aprendí de aquel incidente, pero sobre todo de aquella resaca de culpa, la comparto siempre que alguien que está teniendo una crisis con su hijo: 


¿Tu hijo está de crisis? 
Cuídate
Cuídate tú
Urge que te cuides

Que haya olas pero que no haya tsunami: duerme, descansa, acepta TUS emociones con cariño y compasión para poder aceptar SUS emociones con cariño y compasión, pide ayuda, apóyate en tu ejército de mujeres y no temas: confía. 
Y si al final no despliegas la mejor versión de ti misma en esta ocasión, todos estos mandamientos se resumen en uno: 


No creas que eres tu peor-momento madre
Eres mucho mucho mucho más
Te veo
YO TAMBIÉN


viernes, 28 de septiembre de 2018

Abrazar la ambigüedad


Antes de tener hijos todo se pinta de anuncio, de anuncio de bebé con bebé de anuncio.


Cuando nació Paul, hijo1, de inmediato me enamoré de él. Pero casi de inmediato también, cansada y ojerosa en aquellos días de olor a Mustela y pañal, me sorprendió la preocupación. Cada vez que me alejaba, me acordaba de aquella frase de la película El Último Mohicano:


Descubrí lo que es el miedo, el miedo auténtico, el miedo en estado puro, el miedo de que a esa personita que me traía entre manos le pasara algo. Y no era sólo por el inmenso amor que naturalmente le profesaba, sino porque él era ahora MI responsabilidad.


En la paradoja del volcán de emociones del posparto, descubrí también el agobio de la dependencia. La frase socarronea que los niños no vienen con manual de instrucciones. Yo no echaba de menos el manual, pero sí -confesión- el botón ON/OFF. Cuando tienes hijos, no puedes apagarlos. Con suerte, puedes dejarlos un rato en STANDBY. Y ni esto lograba hacer sin sentir culpa. 


¡Ay, la culpa! Hablemos de la culpa.


Cuando UNA es perfeccionista y se convierte en madre, 
se convierte en madre perfeccionista. 
Y en esta época, ser madre perfeccionista es una condena, porque requiere, exige, ser superwomanSólo hace falta asomarse un rato a Facebook para toparse con un montón de posts que te hacen consciente de la brevedad del tiempo con tus hijos: "Solamente tienes 18 veranos con tus hijos" (aunque en España serían 34 pero eso la que lo escribió lo ignora);o de cómo les estás fastidiando su futuro ("La manera en que le hablas a tus hijos se convierte en su voz interior"). 
La gran mayoría de estos mensajes están dirigidos a la madre: una madre recién incorporada al mundo laboral a la que le ha tocado romper con el rol heredado de mujer sacrificada por sus hijos. Pero, en esa ruptura, mientras nos parábamos a parpadear, nos impusieron una nueva carga que dudo mucho hayan tenido generaciones anteriores: la del papel clave en la felicidad de tus hijos, 
la del sentido de culpa, 
la de la necesidad de estar constantemente autocuestionándose como madre. 
¿Lo peor de este cambiazo? 
Que nos viene impuesto desde el mismo mundo femenino porque son mujeres que escriben para mujeres sobre este nuevo modelo de maternidad. 
Ni esta carga la han vivido las generaciones anteriores ni esta carga la han vivido los hombres: 
ni los de las generaciones anteriores, 
ni los de hoy en día. 

El momento ajá lo tuve en una conversación de peluquería: UNA tenía 3hijos, otra tenía 2hijos; la típica pregunta maratón: 
- ¿Vas a tener más? 
Ella se detuvo un segundo antes de contestar, con la dignidad y la sabiduría que sólo despliega la gente simple: 
- No, los niños ponen muy nerviosa...

¡Clic!
Sin saberlo, aquella peluquera acababa de darle permiso a UNA, madre perfeccionista aferrada a la culpa, para reconocer que, efectivamente, los niños ponen MUY nerviosa
A partir de ahí UNA se hizo consciente de que el sentirse culpable o inadecuada o insatisfecha o agobiada o preocupada no ayuda a NADIE. Entonces UNA decidió darle prioridad al autocuidado: como foco de energía del hogar, la responsabilidad más imperante de la madre ha de ser la de estar bien UNA. 
UNA tiene que estar bien para que todos estén bien.
UNA tiene que dedicar tiempo, energía y recursos a estar bien, a hacer las cosas que le gustan a UNA.
UNA tiene que descubrir el placer de decir-que-NO-sin-culpa al plan de un hijo por el plan de UNA.

Porque luego está el aburrimiento. 
El aburrimiento no lo sacan en los anuncios ni en los posts de Facebook.

A veces la historia que hijo1 o hijo2 o hijo3 tiene que contarme es la historia interminable. 
Empieza a contármela el lunes a mediodía a la salida del cole y acaba el miércoles. 
Y UNA, como buena madre del siglo XXI, se pone a su altura y le escucha mirándole a los ojos, con la certeza que proporciona el conocimiento de que la autoestima del hijo depende de la escucha de UNA, y que el hijo necesita sentirse visto y oído lo cual requiere escucha  plena. 
Educación respetuosa. 
Maternidad positiva.

Pero la capacidad de fingir interés de UNA tiene un límite. 
A veces sus historias no lo tienen...

UNA además vive rodeada de varones. 
Y UNA a veces -confesión- se siente sola. 
El 85% de las conversaciones, ¡el 85%!, son sobre fútbol o ciclismo.
UNA se aburre. 
UNA se descubre a sí misma en mitad de una comida desconectando completamente de la conversación, desatendiendo plenamente (mindfulness) pero, por supuesto, una está versada en la importancia de que las comidas sean en familia, sin televisión ni otros dispositivos electrónicos de por medio. ¿La conexión?: con los hijos.

Llegados a este punto, pareciera que sólo llevo asociadas emociones negativas como preocupación o culpa o aburrimiento con maternidad. ¡Y no es así! 
Cualquiera que me conozca sabe que, ni por asomo, es así.

La maternidad me reta cada día a querer ser mejor persona. Tú, Paul hijo1, Gusi hijo2 y Dolfete hijo3, haces que yo quiera ser un mejor modelo de mujer, de madre y de ser humano para ti. 
Tú me haces replantearme mis valores en cada rotonda de la vida. 
Tú me haces volver a empezar cada día (UNA forever tries). UNA nunca se rinde. Como en la canción, UNA es como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie.
Y luego está el Amor. 
Luego está el Amor... 
No comparable a nada sentido antes. La certeza de poder con todo por ellos, porque te están mirando. UNA era claustrofóbica y empezó a coger ascensores el día que empezó a tener hijos.
Como conté arriba, me enamoré de Paul, hijo 1. Luego me enamoré de Gusi, hijo2. Y me volví a enamorar de Dolfete, hijo3. A día de hoy sigo enamorada de los tres.
Su sonrisa. 
El tiempo a solas con la personita que no es hijo ni hermano ni alumno y que no cesa de sorprenderme. 
Las películas de los jueves. 
Las acampadas en el salón. 
Los legos. 
Las charlas espontáneas camino al cole. 
Los cuatro besos: al levantarse, al acostarse, al llegar y al irse. 
Sus manos: ¡ay, sus manitas! 
Las notas en la almohada. 
Hacer las cosas juntos, leer juntos, caminar juntos... como la mismísima Paloma san Basilio. 
Vacaciones en familia.
¡La emoción de ser yo el Ratoncito Pérez y los Reyes Magos! 

La manera que tienen de ponerle palabras al mundo: eso nunca deja de encandilarme. 

Sus voces cuando hablan bajito...

Redescubrir mi entorno desde su perspectiva, volver a fijarme en lo pequeño, cuestionarme lo que daba por sentado; ver las mismas líneas con sus ojos y leerlas diferentes.

Luego están las miradas cómplices entre Peter y UNA porque nadie conoce a los 3hijos como nosotros2. 


¡Pero que no te vendan la moto! 
Flaco favor te hacen si te dicen que todo es confetti. Ser madre es muy gratificante pero está sobrevalorado porque es un rollo a veces. Hay que estar preparada para sacrificar a mansalva, sin anestesia, una parte de ti misma. 
Y te echas un poco de menos en los primeros días...

Yo no me arrepiento del sacrificio ni desprecio el compromiso, que no se confunda nadie.

Lo que profeso es que hay que aprender a abrazar la ambigüedad. Hay que mostrarla, para que las mujeres no se creen falsas expectativas mientras compran su ropa de moda premamá, para que no se decepcionen, no sientan culpa. 
La culpa es un cáncer.

Cuando Dolfete hijo3 tenía 7 años, recuerdo un momento. Le dije:
- Mañana trabajo todo el día.
Y él me contestó:
-¡Qué mala suerte! Para ti y para mí.
💜
Y sí, pensé.
El tiempo que paso sin ti es mala suerte.
Pero también es buena suerte.
Me hace que tenga más ganas de verte.


Ahí está la ambigüedad. 
Hay que abrazarla. 

 

Como madre de 3hijos siempre le diré a una mamá nueva que sus días de madre recién estrenada son los mejores días. 
Y lo son. 
Pero también no lo son.  
UNA es feliz, pero está hecha polvo. 
UNA quiere mucho a su bebé, pero a veces le gustaría que no la necesitara tanto. 
UNA está encantada de la vida, pero a veces se cansa de estar preocupada.

Otra historia es, por supuesto, la mamá de Caillou. La mamá de Caillou es perfecta, ella NO necesita abrazar la ambigüedad. 
Pero el niño no pasa de los cuatro años y no le crece el pelo, así que algún tipo de trauma le debe estar causando su mamá. Hablemos de la culpa.





Dedico ¡por supuesto! este post a mis tres reyes... 
que también son mis tres monstruos.