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domingo, 6 de octubre de 2019

Copiota

Viendo Masterchef con los niños el otro día, me di cuenta de que prácticamente todos los platos que yo hago en casa tienen nombre propio. Me invitaste a tu casa, me lo pusiste, me gustó. Te pedí la receta, me la quedé y la incorporé a mi repertorio: 
la ensalada de espinacas de Athenea, 
el tabulé de Helena, 
el pollo de la Pepi, 
el arroz hindú de Teresa, 
la ensalada de pasta de la Moni, 
las acelgas de Laura, 
el picogallo de Antonio...

Te haces una idea. El menú es variopinto.
La otra mitad de mis platos tiene el nombre de mi madre, como no podía ser de otra manera.
Mis hijos dirían que soy una copiota. Lo soy. Me quedo con lo que me gusta. Me lo llevo. Lo hago mío.
Y cada vez que cocino el plato que tú me enseñaste, nombre-propio-del-plato-que-voy-a-comer-hoy, me acuerdo de ti. Cada vez estás presente en mi cocina. Llevo sin ver a la Pepi desde mis años de interina en La Carolina, a principios de milenio. Cada vez que cocino el pollo a la leche de la Pepi, la Pepi ocupa un ratito mi memoria. ¿No es bonito? UNA cree que sí.
Hasta el cuaderno de recetas me lo regaló Natalia.

Pues así es la vida. La vida, sin este intercambio de recetas, sería un conjunto vacío. Pero es en la intersección en la que está lo interesante:

Es en la intersección donde se aprende, donde se crece. 
Una de las intersecciones más acusadas es la vida de pareja, en la que Don Quijote se hace un poco Sancho, y Sancho se vuelve un poco Don Quijote. Pues en la quijotización, mientras crees que te estás volviendo un poco loco, es donde está el aprendizaje y el crecimiento. A veces cuesta verlo. Es mucho más fácil de ver a tiro pegado.
UNA, por ejemplo, tenía muchos estereotipos de género, no sólo por crecer en la casa de Mujercitas, sino porque son sociales y se refuerzan en muchas de las interacciones femeninas: Los hombres son todos iguales es uno de los himnos que entonamos en las hermandades de mujeres. Y luego llega Peter y UNA se ve en la necesidad de, o bien admitir que no todos los hombres son iguales, o bien desdeñar una buena parte de Peter. Peter, en la intersección, le cambia a UNA muchas de sus creencias limitantes.
Los hábitos se modifican en las intersecciones. UNA hace deporte porque Peter ha sido siempre deportista. Peter ahora en los viajes escribe un diario porque se copió de UNA. UNA ahora sabe que a veces es mejor callar que ser espontánea, que hacer las cosas despacio es mucho menos estresante. Peter ahora hace listas, te mira a los ojos cuando te escucha porque eso para UNA es importante. 

Otra de las intersecciones que más nos moldean es la familia:
En la familia las intersecciones se complican. Los niños buscan a Peter para unas cosas y buscan a UNA para otras. Los roles se van asignando sin nombrarlos y se van modificando a lo largo de las etapas de la vida. No hay intersección que me haya hecho crecer tanto como la maternidad.
En la intersección con Paul, al ser hijo1, descubrí la PREOCUPACIÓN con mayúsculas, la que te cala los huesos. Aprendí también a elegir mis batallas: Más importante que la propia batalla es el momento de discernir cuáles son las contiendas que merece la pena luchar y cuáles aquellas en las que una rendición a tiempo es una gran victoria (let-it-go... let-it-be...). Paul me enseñó que el drama no es buena compañía en mis años-de-madre y, sobre todas las cosas, me enseña a diario que para poder estar disponible para ellos, LO PRIMERO es querer y cuidar y darle prioridad a UNA. Nunca me he querido tanto como lo hago ahora. Nunca.
En la intersección con Gusi hijo2 recuerdo a diario cuán importante es el afecto: los besos, las caricias, los achuchones, el abrazo... Aprendí enseguida a través de mi intersección con Gusi que no todos los hijos, igual que no todos los hombres, son iguales, y que cada uno tiene su tiempo y sus modos: Querer tratar a Gusi hijo2 como trato a Paul hijo1 es como intentar hacer el pollo de la Pepi con los ingredientes del atún encebollado de Jose. Incomible. En la intersección con este hijo2 de UNA me he reído mucho y pronto supe que la risa es una bandera blanca.
Dolfete hijo3 llegó para contarme que las etiquetas y clasificaciones no funcionan. Que los niños cambian mucho y que, al hacerlo, es absolutamente necesario que la imagen que tú te has hecho de ellos cambie de forma paralela para dejar paso, con admiración, a lo que ellos puedan llegar a ser. En la intersección con Dolfete se me hizo claro que las emociones merecen más atención que las normas: Flexibilizar está en el plato. Me enseña también a diario a cerrar los ojos para no ver el desorden, que vivir amargada por el caos mundano no merece la pena, y a ponerme tapones como flotador para no ahogarme en el ruido.

Pero las intersecciones no acaban en el ámbito de la familia. Los círculos se siguen entrelazando. A UNA le encantan los círculos con otras madres. ¡Tantas recetas! De Cristi, además de la ensalada de col, aprendí que si quieres que los niños te cuenten sus cosas, no les hagas preguntas: Cuéntales tú las tuyas. De Rosa, una mamá muy especial con un hijo especial, aprendí hace no mucho que las verdaderas hazañas son cuestión de tesón y constancia. De Juana, aprendo a aceptar al hijo-que-tengo y renunciar al hijo-que-pensaba-que-tendría o al hijo-que-quisiera-tener. De Carmela, aprendí el salmorejo de espárragos y a abrazar la ambigüedad. Mi madre me anima a seguir sembrando aunque la cosecha no asome aún por el horizonte.
Te haces una idea. 
Mis hijos dirían que soy una copiota
Lo soy. 
Me quedo con lo que me gusta. 
Me lo llevo. 
Lo hago mío.
Podría seguir y seguir con listas de las intersecciones que me han enriquecido o me enriquecen. De hecho, llevo un cuaderno donde las anoto. Lo llamo Lo que aprendí de ti, y en él rindo homenaje a estos aprendizajes. Si estás leyendo esto, probablemente es porque tengas ya una página en mi cuaderno. 
En realidad, éste es mi libro de recetas.

Nadie es un conjunto vacío. Todos somos la suma de nuestras intersecciones. Porque sabes lo que pasa cuando sumas todo lo que has crecido en esas intersecciones, ¿no? 
Que tienes una mandala. 
Eso es la vida: 
Una mandala. 
Un intercambio de recetas.

jueves, 13 de junio de 2019

Soltar, soltar, soltar... y minding the gap


En lo que llevamos de blog, creo haber compartido ya algunas de las lecciones aprendidas en Mi Vida Mundana, como la urgencia del autocuidado para la evitación de malos momentos-madre, la prioridad de la lista de cosas por ser sobre la lista de cosas por hacer, que TODO pasa, que los sábados no se trabaja, que cuando mi mente crítica enjuicia es momento de pararse y prestar atención, que viajar abre la mente y estira el tiempo, que el espacio dentro de la piel ha de ser siempre amigo... 


Una vida mundana enseña lecciones grandiosas

En este post quiero compartir otra de estas lecciones aprendidas a base de mucha conciencia sobre la reactividad de UNA: 


La urgencia de SOLTAR

Soltar responsabilidades, 
soltar el control y, 
por encima de todas las solturas, soltar las expectativas.


Soltar responsabilidades


Sabes esa canción horterilla de Ricky Martín que dice así:
♬ Un, dos, tres Un pasito pa'lante María Un, dos, tres Un pasito pa'trás ♬ 
Pues el tema de las responsabilidades (en el trabajo, en la familia, en el matrimonio, con los amigos... es decir, en cualquier contexto social que se preste al reparto de responsabilidades) es una danza al son de esta melodía:

♬ Un, dos, tres Un pasito pa'lante María Un, dos, tres Un pasito pa'trás  

Esto se tarda en aprender y, aun después de aprendido, todavía cuesta mucho mantener la conciencia del baile. El baile se baila así: siempre que haya un número de tareas por realizar y tú des un pasito pa'lante, fíjate María cómo los demás dan un pasito pa'trás. ¡Fíjate María! Si tú te haces cargo, los demás sueltan esa responsabilidad. El problema es que hay personalidades que son de echar pasitos pa'lante y personalidades de echar pasitos pa'tras. Y la danza no es equilibrada: en la danza no hay balanza... ¡Vaya, que al final acabas haciéndolo tú todo!
Eso se aprende y se aprende que, para no marearte demasiado, a veces hay que cambiar el paso: los demás se resisten, ¡claro está!, no les tienes acostumbrados a ese ritmo nuevo en el que tú das pasitos pa'trás en vez de pa'lante. Al principio tampoco es divertido para ti: supone salirte a ciegas de tu zona de confort. Pero si lo haces, si das un pasito pa'trás en vez de pa'lante, alguien (otro- "el otro existe") tendrá que dar un pasito pa'lante y hacerse cargo: el grupo/la familia es como un engranaje, en el que si uno cambia el rumbo, todos tienen necesariamente que cambiar de dirección. María, que no seas siempre tú la que dé los pasitos pa'lante, que te mareas, que al final tropiezas y te caes.



Por llevar esta "soltura" al terreno de lo práctico, te voy a poner un ejemplo que veía a mi alrededor cuando muchas en mi generación nos convertimos en madres nuevas. Cuando te conviertes en madre, las responsabilidades se multiplican por infinito, ya lo sabemos. Pues bien, hay un tipo de madre, María, que no suelta responsabilidades porque ella lo hace mejor que el padre
"Yo baño al niño porque el padre arma tal estropicio en el cuarto de baño que al final prefiero hacerlo yo" 
Pasito pa'lante, María. 
Durante los próximos cinco años el padre se sentará a tomar una cerveza y trastear la tablet (momento-padre-relax) mientras tú, María, bañas al niño (momento-madre-estrés). ¡Pero, María! TÚ has marcado el paso de esa danza, que no te salga ahora el humo por las orejas.

Y es que soltar responsabilidades supone también 

Soltar el control 

¡Ay, el control!

Para las personas perfeccionistas como UNA, soltar el control cuesta tela. Imagínate que vas por autovía a 140 km/h y te dicen que sueltes el volante y cierres los ojos. Imagínate. Ésa: ésa es la sensación que tenemos las perfeccionistas al soltar el control. A todo se aprende, claro, a flexibilizar, a soltar, a conducir por autovía a 140 con los ojos cerrados... pero ¡cuesta tela! y, sin embargo, es absolutamente necesario. Y cuando lo aprendes, descubres que "bien", que "MUY bien" no significa necesariamente "a MI manera". Que "TU manera" (la manera del otro- "el otro existe") puede significar "MUY bien" también. De hecho, "TU manera" a veces significa "MEJOR que MI manera".

Para mantener la salud mental y física es absolutamente necesario dejar de tratar de controlarlo todo: este aprendizaje es indispensable si eres madre porque cuando los niños son pequeñitos, son manejables, pero según van creciendo UNA tiene que ir tomando distancia, dando pasitos pa'trás, dejando ser, dejando estar, soltando el control.



Como madres, justificamos el control en muchos casos con la creencia de que estamos protegiendo, de que estamos educando. Pero la línea entre educación e interferencia con la personita que está en construcción, entre educación e invasión del espacio de su-vida-sin-ti, es una línea muy delgada que pisamos y quebramos cuando damos demasiados pasitos pa'lante. 
Seamos más testigos que controladores.

Soltar responsabilidades, 
Soltar el control y, 
por encima de todas las solturas, 

Soltar las expectativas: MIND THE GAP.

Imprescindible para la serenidad.

El que haya ido a Londres recordará que por toda la red de metro hay carteles con el mensaje MIND THE GAP que te advierte del hueco que hay entre el tren y el andén para que no metas el pie y te caigas o se te quede enganchado: "Cuidado con el hueco".




Pues bien, uno de los efectos secundarios beneficiosos que me ha aportado la conciencia que he ido ganando con la meditación es esta señal, MIND THE GAP, pegada a mi frente. Cuidado con el hueco entre los pensamientos y la realidad. Cuidado con el hueco entre tus expectativas, que no son más que pensamientos, y lo que realmente está pasando, que es a lo que deberías dar la bienvenida con aceptación. Porque ese hueco es la fuente de todas tus miserias. Ese hueco es la definición de la infelicidad.

Esto, que en teoría suena tan abstracto, en la práctica adquiere tintes mundanos muy familiares para UNA en todas sus relaciones.

Pongamos por ejemplo que viene la TitAna a pasar el finde y le da una propinilla a tus hijos. ¿Tú qué esperas? Tú esperas que tus hijos sean agradecidos y digan Gracias TitAna y le den un beso y un achuchón y se vayan tan contentos con su propina en el bolsillo. Y tú sonrías orgullosa de lo bien educados que están.
Eso esperas: Expectativa.
Pongamos que lo que pasa en realidad es que Dolfete hijo3 no está contento. Dolfete hijo3 protesta y se ofusca y se enfada porque a Gusi hijo2 le han dado más propina que a él. Así que Dolfete hijo3 no da besos ni achuchones y ¡por supuesto! no dice gracias
No es lo que esperaba UNA ni seguramente la TitAna tampoco, así que ahora tú estás entre ofuscada con Dolfete hijo3 por el comportamiento caprichoso y un poco avergonzada.
¿Dónde están estos sentimientos? En el GAP. Están en el hueco entre tus expectativas y lo que ha pasado en realidad.
Si no tuviéramos expectativas sobre cómo debería ser una situación, podríamos abrazarla con curiosidad y acercarnos a ella como una oportunidad: es decir, en vez de ofuscarte o avergonzarte, podrías vivir ese mismo momento desde la curiosidad (¿por qué reacciona así?) y la aceptación de los sentimientos y consiguiente comportamiento de un niño que cree que algo no es justo (!valídale!: es decir, acercarte a él con empatía y desde la empatía, enseñarle la eLECCIÓN de la gratitud. Tener cuidado con el hueco permite la empatía. No tener expectativas la favorece.

Este ejemplo que he puesto es un poco básico, lo sé, pero la convivencia con los hijos ofrece miles de oportunidades diarias de hacerse consciente del hueco.

Es, no obstante, en la relación de pareja donde este hueco es mucho menos sútil, es más grande: cabe el pie entero. Las mujeres a veces nos montamos historias en la cabeza que nunca suceden y, para cuando él aparece, ya es demasiado tarde: la historia está ya en pleno nudo con lo que el desenlace promete, especialmente porque el otro protagonista ni siquiera estaba ahí, en tu mente que es donde se generan las expectativas, así que la perplejidad no le permite reaccionar.

Esperas que te llame y no te llama. 
Esperas que te escriba y no te escribe. 
Esperas encontrarte la cena preparada y aún están los niños en la ducha. 
Esperas un regalo y se ha olvidado de tu aniversario. 

No esperes nada. 

No se trata de una actitud derrotista. Se trata de hacerse consciente de que las expectativas no son más que pensamientos sobre un futuro que no va a existir. Si aprendes a soltarlas antes de que planten historia en tu mente, la insatisfacción se convierte en gratitud: 
Todo es regalado ya que nada es debido.

Más fácil escribirlo aquí en el blog que practicarlo en la vida real.


Y luego hay otras formas de soltar: 
Soltar una carcajada, 
Soltar un buen taco (mecagoensuputamadreacaballo es el favorito de mi amiga Teresa- muy terapéutico por cierto), 
o Soltarse la melena -entre otras- son todas formas buenas de intercalar pequeñas dosis de salud mental en Una Vida Mundana.