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jueves, 18 de noviembre de 2021

La cara vista

Ahora que ya llevamos más de dos meses buscando vivienda y visitados entre 20 y 30 inmuebles, me he familiarizado con el lenguaje decorativo, por no decir engañoso, de los anuncios inmobiliarios. Os traduzco:
Allá donde diga "cocina coqueta" puedes esperarte una cocina realmente pequeña, cuando no diminuta. Olvídate de llevarte la Thermomix. No cabe.
Si el piso anuncia 4 "habitaciones" (y no especifica "dormitorios"), cuando llegues, encontrarás que una de las habitaciones es en realidad un mini-office adherido a la cocina (¡sorpresa!), o bien que la supuesta cuarta habitación ha sido incorporada al salón (¡tárá!¡magia!), o bien que se trata de una mini-celda en la que apenas cabe una mesa de despacho de canto.
Si el anuncio comienza con la palabra "magnífico" piso o "fantástica" casa, tú no te conmuevas porque estos vocablos insertados en un anuncio inmobiliario significan literalmente NADA: hemos visto auténticos cutreríos calificados como "fantásticos". Magníficos cutreríos eran.
Si el piso se anuncia como "amueblado", prepárate para la nostalgia: verás los muebles del piso de tu tatarabuela aderezados, eso sí, con alguna chuchería del IKEA.
Donde diga "salón muy luminoso", puedes ciertamente esperarte que el resto de las estancias sean interiores y oscuras. Llévate linterna a la visita.
Los metros cuadrados expresados en anuncio siempre corresponderán con los construidos. Los útiles ya son otro cantar.
Si especifica que "se admiten mascotas", asegúrate de echarle un buen vistazo al suelo, pues con toda seguridad la propiedad ya no apuesta por él.
Si el piso necesitara “una pequeña reforma”, te aconsejo que ni te molestes en ir a verlo. Está en ruinas. Escenario post-bélico.
Donde diga “rodeado de todo tipo de comercios y zonas de ocio”, comprueba que las ventanas tengan doble acristalamiento pues la zona viene amenizada con ruido de fondo.
Si está “a 10 minutos del centro”, arranca el coche o ve sacándote el bonobús.

En cuanto a las fotografías que incluyen los anuncios, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Los verdaderos héroes de esta historia son los fotógrafos que, merecedores de un Óscar, terminan perdiéndose en el anonimato.

Sígueme para más consejos. 

En fin, lo que concluyo es que, poco más o menos, los anuncios inmobiliarios son para las viviendas una metáfora de lo que las redes sociales son para las personas. ¿O no? Publicamos "la cara vista del anuncio de Signal" de la canción de Mecano: UNA no publica en Facebook una foto del día que no salió de su pijama y acabó llorando en el suelo del cuarto de baño; de hecho, ese día no hubo selfie que valga. UNA publica la foto del día que subió 3000 metros de montaña y estaba radiante tras su hazaña. UNA no publica la foto del día que odiaba a todo el mundo y toda la gente; UNA publica la foto del día que salió perfectamente maquillada y peinada (que puede que coincida, de hecho, con el único día que salió). Así somos. Así nos vendemos.

¿Qué pasaría si hablásemos abiertamente del día del pijama en el suelo del baño o el día en que nos sentimos agraviadas por todos? ¿Cómo sería el mundo si osáramos a ser vulnerables, a mostrar de cuando en cuando la cara oculta del anuncio?

Nosotros tuvimos una adolescencia más auténtica. Lo que UNA teme es que mis hijos, que atraviesan su adolescencia entre Instagram y Tiktok, lleguen a creerse la cara vista del anuncio de Signal y piensen que la cara oculta sólo habita en la-casa-de-UNA o en la familia-de-5 y lleguen a sentirse peores o diferentes por ello. Y como mis hijos, los tuyos.

Enseñémosles a leer entre líneas: que cuando vean la "coqueta" foto de su "magnífica" amiga de mirada "luminosa" con su "fantástica mascota", rodeada de likes y followers, nuestros adolescentes tengan la cabeza suficientemente bien amueblada como para discernir que es pura "decoración"; que tantos followers son "construidos" y no "útiles"; que muchos de los likes son mero "ruido de fondo"; y que magnífica y fantástica, en fotos sociales, no significan NADA. 

Antes de decidirse a alquilar, hay que visitar la cara oculta del anuncio.



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jueves, 14 de octubre de 2021

Sobre la ética: pringaos o caras

Photo by Edouard Gilles on Unsplash

El verano pasado tuvimos una "animada" conversación con Paul hijo1 (15).  Éste era el tema: con sus amigos, cogían el trenecillo (un tren de cercanías) en la estación más cerca de casa y se bajaban un par de estaciones más allá, en un centro comercial. Mismo recorrido a la vuelta. Ambas estaciones no cuentan con control de billetes, ni en un extremo ni en otro, ni mecánico tipo torno, ni humano tipo revisor. Así que mi hijo y sus amigos por supuesto no compraron el billete e hicieron el recorrido gratis, porque si no, serían "unos pringaos" además de dos euros y pico más pobres.

Nosotros intentábamos hacerle comprender que no se trata de si tienes que enseñar el billete o no; se trata de hacer lo-correcto, y lo-correcto es pagar por el trayecto que recorres. Hacer lo-correcto en este caso, por lo visto, es de pringaos: ¿Pero por qué vas a pagar si puedes ir gratis?, era todo el argumento que esgrimía el razonamiento adolescente de mi hijo. UNA no daba crédito (¡sobre todo porque a éste lo he educado yo!): 

¿Porque es lo que hay que hacer? 
¿Porque es lo que está bien?

Pero UNA, que no desaprovecha oportunidad de darle vueltas a las cosas en su cabeza, es perfectamente consciente de que la honradez es un dial. Es decir, UNA le reprocha a su hijo que se suba al trenecillo sin pagar, ¡eso nunca lo haría UNA! y, sin embargo, UNA domina a la perfección el recorrido digital que va desde que una amiga me recomienda un libro hasta que me lo descargo en mi dispositivo electrónico sin pasar por caja. Eso -UNA lo sabe- no es "lo-correcto" ni está bien. Y, sin embargo, lo hago con cierta regularidad y probablemente lo siga haciendo después de este post- UNA confiesa. Eso significa que mi dial de la honradez se coloca a la izquierda de un viaje gratis en tren pero a la derecha de un libro gratis en internet. Para alguien cuyo dial se coloque a la izquierda de ese libro, lo que UNA comete no es sólo un delito sino una incoherencia (ya que trato de educar a mi hijo en lo contrario) y una falta de solidaridad hacia el-que-crea (que redobla el delito cuando UNA también se empeña en ubicarse en la esfera creativa).

Aquí de lo que se trata es de decidir, a ser posible de forma consciente y basada en valores elegidos, dónde situar el dial y de acuerdo a qué criterios determinar esa ubicación. Aun así, lo-que-está-mal no deja de estar mal, y lo-incorrecto sigue siendo lo-incorrecto. No obstante, comprender los motivos que llevan a alguien a actuar de determinada manera quizás pueda evitar juicios corrosivos: normalmente se trata de creencias que son diferentes a las nuestras. UNA tiene la creencia de que el que paga en el tren sin torno ni revisor es un ciudadano cívico; el adolescente no sostiene esa creencia sino la de que el que paga en el tren sin torno y sin revisor es un pringao. UNA ni siquiera tiene hueco entre sus creencias para el concepto de "pringao".

Y luego están los caras. En esos sí cree UNA porque los ha sufrido. Ahí está la gente que no tiene valores ni educación ni a menudo creencias; la gente que se salió por un extremo del dial de la honradez con el estandarte de todo-vale. El concepto de "lo-correcto" hace tiempo que se les quedó desfasado o quizás no lo esgrimieran nunca. Los caras se abigarran bajo la corteza humorística de la picaresca española. Orgullosos de su condición de lazarillos, ni siquiera se cuestionan para qué van a pagar impuestos cuando pueden hacerlo en negro, sería de pringaos. Los caras contribuyen a la mala fama del funcionario-en-desayuno-permanente y el funcionario-de-baja-permanente mientras muchos funcionarios sin fama hacemos las cosas bien porque hemos heredado y abanderamos el legado de la honestidad. Los caras encuentran todo estilo de justificación para la mentira, la infidelidad, la deslealtad y la traición. E incluso muchos carecen de la necesidad de justificarse. Sobre todo mientras no les pillen.

Mi hermAna precisaba de una medicación que necesariamente habría de conservarse en frío y la llevaba encima en una neverita a pilas. En medio de su jornada laboral, se quedó sin batería. Tuvo que tomar prestadas pilas de repuesto en la oficina. Al día siguiente, compró las pilas y las repuso. No se justificó diciendo que un par de pilas a la empresa no le iban a suponer nada. No se escudó en el argumento de que, puesto que la neverita la tenía que trasladar a su puesto de trabajo, el centro habría de cubrir los gastos de la misma durante el horario laboral. No disfrazó las pilas prestadas de minucia sin importancia. Las compró y las repuso de inmediato, sin dilación, sin ni siquiera cuestionárselo. Ahí queda definida la ubicación exacta de su dial. Si el dial de todos, incluida y sobre todo la clase política, estuviera en ese lado de la ética, la vida en sociedad fluiría sin trabas. 

Ya no somos adolescentes. Personalmente, UNA prefiere ser una pringá, sin torno ni revisor, que una cara. Ahora toca hacerle entender a los hijos que ser honesto y hacer lo-correcto no significa ser un pringao; que esa definición sólo se sostiene en la inversión de valores que caracteriza nuestro tiempo. Al final, ése es el problema en la base de la corrupción: los valores invertidos. Estamos criando hijos en una sociedad que tiene los valores invertidos, inversión que encima se hace eco en las redes sociales que ellos tan bien manejan. Se nos ha complicado bastante la cosa.


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martes, 24 de agosto de 2021

Linking

Nuestra descendencia no conoce la vida-sin-internet. Ni la conoce ni probablemente la concibe. Es como para nosotros, por ejemplo, la democracia: nacimos con ella y, por mucho que nos hablen nuestros mayores de la dictadura, no somos capaces de concebir una sociedad en la que UNA tuviera que contar con la firma y autorización de Peter para poder viajar. Pues, igualmente, en la realidad mental de nuestros chicos y chicas, no hay cabida para un mundo en el que "míralo en el móvil" equivalía a "busca el tomo correspondiente por índice alfabético de la enciclopedia Salvat (cuando llegues a casa) y a ver si, con suerte, viene".

UNA recuerda con nitidez los comienzos de internet. Mi padre era un fanático de las entonces-muy-nuevas tecnologías y en casa vivíamos estos cambios con conciencia y premura. Recuerdo concretamente el concepto de "enlace", que ahora ni nos planteamos. 
-Tú pinchas y te lleva a otra página- me explicaba mi padre. 
En la cabeza pequeña y curiosa de UNA, no quedaba claro por qué en medio de la lectura de un artículo, quisieras marcharte a otra página antes de terminar de leerlo. ¿Para qué? ¡Te dejabas el artículo a la mitad! 
-Puedes volver si quieres... 
Sí, ¿pero vuelves? ¿O la nueva página tiene un enlace que te lleva a otra página? ¡¿Entonces el recorrido es infinito?! La idea era abrumadora. La idea de hecho, si la tomas desnuda, sin la normalización que le ha aportado el tiempo y la intensidad de uso, es abrumadora. El recorrido, efectivamente, es infinito. Internet es infinito.

Así, de hecho, funciona la mente: un enlace te lleva a otro enlace, y al final te encuentras pensando en vete-tú-a-saber-qué que parece no estar relacionado en absoluto con tu pensamiento original y, sin embargo, has llegado aquí siguiendo trabazones, como ya reflexioné en Rebobinar (ahí va un enlace).

UNA desconoce la teoría que habrá detrás de las modificaciones que la cultura-del-enlace ha tenido que necesariamente provocar en nuestra materia cerebral. Lo que UNA opina es que a la mente humana, de naturaleza ya dispersa, enconarle el hábito de enlazar ha tenido que agravarle su diseminación, esa predisposición innata a desparramarse por el reguero de los pensamientos. Sufrimos todos de déficit-de-atención. No es sólo que este síndrome se haya cebado con niños y adolescentes en las últimas generaciones, sino que en general a todos la concentración nos cuesta sudores porque la tendencia es a desperdigarnos por los enlaces.

Es por eso también que no escuchamos, como lamentaba en Todo oídos (ahí va otro enlace).
Es por eso también que se ha puesto de moda la meditación. La meditación no es otra cosa que un antídoto anti-links: te hace tomar conciencia de que te vas, de que te estás yendo a otra página nueva (o manida, es igual), y te trae de vuelta gentilmente a la página principal.

La clave está en ese hacerte consciente de que te vas.

UNA se tejió un mantra:
Esto es lo que estoy haciendo ahora
UNA trata de aferrarse al mantra para no perderse por enlaces incoherentes que no casan con lo que intencionalmente estoy haciendo ahora. Es más fácil contarlo que practicarlo. Una de las mayores causas de irritabilidad es precisamente la fuerza imantada de los enlaces: imagínate que estás ayudando a tu hijo con las tareas (esto es lo que estás haciendo ahora), pero tienes la mente en que hay que tender la lavadora, hay que preparar la cena y estás deseando sentarte a descansar (éstos son los enlaces imantados). Si dejas que la mente se te agarre a los imanes, con toda probabilidad te irritas, porque no estás en lo que estás.
La serenidad exige presencia
Esta conciencia la gané muy pronto en mi carrera maternal. El problema es que nuestro entorno, sobre todo el virtual que tanto tiempo laboral y de ocio nos ocupa, está empeñado en entrenarnos para irnos, para dejarnos arrastrar por el imán, para salirnos de la página principal y seguir el enlace apremiante. Explícale a un adolescente que esta cultura-del-enlace es la razón por la que no consigue mantener la atención más de un par de minutos: explícaselo cuando no conoce otra realidad que la de irradiarse por la red.


Me dispuse a imprimirlo y enseguida me di cuenta de que la tinta flaqueaba y que necesitaba cambiar el cartucho. Eso me recordó que tenía que cambiar también la bombilla de la lámpara roja que lleva un par de días fundida. Fui a la cocina a coger la escalera pues guardamos las bombillas en alto, y vi que la carne que tenía horneando a la sal, ya estaba hecha, así que la saqué del horno y la dispuse encima de la tabla para limpiarla de sal. Fue entonces cuando recordé que tenía la escalera preparada para coger la bombilla, así que dejé la carne en espera y me fui a por la bombilla que estaba dentro de la caja de bombillas, justo detrás de la botella de cristal que se cayó estrepitosamente al suelo en mi forcejeo por sacar la caja de bombillas del fondo del armario. Resoplé y volví a por la escoba para barrer los cristales. Junto a la escoba, divisé la regadera y reparé en que desde el martes no había regado las plantas, así que me dispuse a hacerlo. Justo entonces me sobrevino la conciencia de la cadena de enlaces que me había conducido a esta agobiante multitarea de la que tanto alardeamos las mujeres, cuando en realidad la multitarea no existe: lo que existe es una tarea alternada con otras sucesivas y otras tantas interrumpidas a inmediatez de vértigo. La reflexión me hizo posar la regadera, volver al portátil y ponerme a escribir este post. 

El documento sin imprimir,
el cartucho sin cambiar,
la bombilla fundida,
la carne en salazón,
los cristales en el suelo
las plantas sedientas.
Mientras, UNA escribe este post:

Esto es lo que estoy haciendo ahora

Pues eso. Enlazando. Linking.


Enlaces relacionados (¡¿cómo no?!)
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domingo, 27 de diciembre de 2020

El síndrome de Demasiado

Después de algo de reflexión y años de experiencia, UNA se da cuenta de que en la raíz de todo el estrés, del estrés de cualquier intensidad y tipo, está la palabra DEMASIADO metiendo cizaña.

DEMASIADAS cosas por hacer. La lista interminable: esa lista que, según vas tachando por arriba, va creciendo por abajo. Carmela, una amiga, me dijo que no hiciera listas: las listas agobian. A UNA, sin embargo, la organizan: UNA siempre hace listas. Pero con el tiempo UNA ha aprendido que, cuando la lista crece por abajo más rápido de lo que tacha por arriba, es tiempo de romperla y empezar otra nueva, más nítida, menos agobiante. Rafa, un amigo, me prestó otro truco: para cada cosa por hacer, pregúntate si es realmente importante o realmente urgente. Si la respuesta es no o si dudas, sácala de la lista. Así vas quitando las malas hierbas, las que añaden el epíteto de “demasiadas” a las cosas por hacer.

Eso es lo que hacemos: hacer, hacer, hacer. Es como una compulsión. Se nos olvida estar. Se nos olvida ser. Seguramente sea todo mucho más simple. Tiene necesariamente que serlo. Se nos olvida simplificar.


DEMASIADOS pensamientos empañan tu mente. UNA lo llama estar en modo-bucle. Detrás de un pensamiento viene otro, y éste a su vez se enzarza con otro, hasta que se forma una maraña que te impide ver con claridad: te roba la lucidez. El pensamiento horizontal de Gilbert del que ya os hablé funciona así. Las putas hormonas también tienen este efecto secundario. El victimismo igualmente provoca el modo-bucle. 

Pues para el modo-bucle, no hay otro remedio que aire, que corra el aire. A la calle, a tomar el sol: vete literalmente a paseo. En el modo-bucle normalmente se enreda el pensamiento recurrente de que esto va a ser así siempre, de que esto no pasará. Pero pasa, sí pasa. Se pasa con una buena dosis de aire fresco.


DEMASIADAS cosas acumuladas. Comprar, comprar, comprar. Vamos metiendo cosas que apenas usamos en rincones de armarios, compramos armarios para meter más cosas que apenas usamos, compramos casas para meter armarios con cosas que apenas usamos. Tener DEMASIADO, curiosamente, es una causa mayor de estrés. Digo curiosamente porque una de las estrategias que más utilizamos para lidiar con el estrés es irnos de shopping therapy, esa sensación de control que nos proporciona la tarjeta de crédito. Estamos estos días llenando las tiendas más que nunca precisamente porque es lo único que sentimos que podemos controlar en esta situación de descontrol global. Y, sin embargo, esta terapia-de-compras produce a largo plazo el efecto contrario: cuanto más tienes, más estrés. Sólo hace falta echar un vistazo a la generación de nuestros hijos, los eternamente-insatisfechos: cuanto más tienen, más quieren.

UNA anda estos días ordenando en casa, intentando quedarse sólo con lo que usa y deshacerse de lo que no necesita, y es casi imposible hacerlo a estas alturas de la vida. Tendría que tirarlo prácticamente todo, porque lo que UNA usa es poco, lo que UNA necesita es poco y, sin embargo, tiene mucho. UNA tiene DEMASIADO. Es el síndrome de nuestra era. De hecho, UNA concluye que es el síndrome que ha provocado que nos encontremos donde nos encontramos. Hemos drenado el planeta y éste se está sacudiendo, como un perro recién bañado.

Internet, con todas sus lindezas, no ha hecho otra cosa que agravar el síndrome-de-DEMASIADO. Internet no tiene fin. Internet es el culmen de DEMASIADO, su punto álgido exacerbado al máximo. Nunca podrás leer todos los libros, nunca podrás hacer todos los cursos, nunca verás todas las temporadas de todas las series, nunca jugarás todas las partidas. Hacer, hacer, hacer. No acabarás nunca. Podrás navegar hasta el infinito y más allá. No te dará la vida. Díselo a tu hijo:

- ¡Que lo dejes ya!

- ¡Pero es que aún no he terminado!

 Díselo:

- No acabarás nunca. 

El síndrome-de-DEMASIADO nos ha robado el placer de la tarea acabada. Del punto y final. Entras en tu correo electrónico y te espera el estrés de una bandeja de entrada plagada de emails. Enciendes el móvil y te aguardan las ciento ochenta notificaciones de mensajes sin leer.

Contra el síndrome-de-DEMASIADO, sólo cabe el antídoto de la presencia:

Esto es lo que estoy haciendo ahora

Sin distracción. Las posibilidades de distracción son DEMASIADAS. Ese antídoto, no obstante, requiere de cultivo. Estamos DEMASIADO inmersos en la cultura-de-DEMASIADO como para que nos salga natural.

Photo by Jan Canty on Unsplash


Cuando Paul hijo1 era pequeño, no captaba muy bien las connotaciones de la palabra y me decía:

 Mamá, te quiero demasiado

Pues eso, que de lo único de lo que no se puede tener DEMASIADO es del amor. Casi todo lo demás sobra.