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sábado, 6 de febrero de 2021

Tiempos muertos

A veces UNA piensa que estamos criando una generación de monstruos. Perdonadme el pesimismo pero permitidme que os relate una anécdota que tuvo lugar el viernes después de comer. En casa, tenemos muy restringido el tiempo de pantalla entre semana y abrimos la mano el fin de semana, con lo cual hemos generado lo que viene a ser un efecto-rebote: los niños ansían con síndrome de abstinencia la llegada del viernes por la dosis de tecnologías que inaugura. Incluso mientras comemos UNA puede percibir la urgencia. El tema de la adicción a las "maquinitas" desde luego da para unos cuantos posts y, si me apuras, da para un blog especializado. Pero eso no es lo que me ocupa/preocupa aquí. El caso es que Dolfete hijo3, tras apurar el plato, porque (por supuesto) hoy-mamá-no-quiero-postre-estoy-lleno, se dirigió raudo y veloz hacia la play (la consola de videojuegos playstation para los que, ajenos al gremio, tengáis el placer inocente de desconocer el término). UNA le advirtió: 

- Voy a echarme un rato. 

Dolfete encendió la play y, ¡OH NO, OH NO, OH NO!, una tragedia descomunal se desencadenó: 

¡Una actualización empezó a descargarse!

Todo el mundo sabe que una actualización puede llevar la atroz cantidad de ¡VARIOS MINUTOS! La amenaza de arruinar el comienzo del fin de semana estaba servida.

- ¿¡Y ahora qué hago!? 

El secreto de por qué la respuesta a esta pregunta (a cualquier pregunta, de hecho) casi siempre incluye llamar a mamá se me escapa. Vino a buscarme, a pesar por supuesto de que le había advertido que estaría descansando, y me pilló en el momento justo en el que empezaba a rozar la frontera de la conciencia. Tú sabes.

- Dame la tablet.

- Dolfete, estoy descansando, tienes la play.

- ¡Pero está descargándose una actualización! ¡No puedo cogerla todavía! ¿¡Qué voy a hacer!? ¡Dame la tablet!

- ¿¡Qué vas a hacer!?... ¡NADA!... ¡ESPERA!...

La reacción que siguió ante tamaña sugerencia no fue bonita.

Nada. Espera.

Éste es el mismo hijo que en el-cole-en-casa del confinamiento de marzo, como os contaba en Castigados sin recreo, instauró como rutina diaria el bloqueo del ordenador porque cuando le daba a una tecla, si el dispositivo cometía la osadía de no reaccionar de momento, le volvía a dar, y le volvía a dar, hasta que el dispositivo se plantaba. Entonces UNA reseteaba y, mientras el ordenador se reiniciaba, ¿qué hago ahora?

Nada…

Espera… 

No toques…

Para la generación de UNA, Nada-Espera era parte de la rutina diaria. Nada-esperabas a que se acabaran los danone para que mamá comprara más y así tener los siguientes sobres de cromos de la colección, no te comprabas un paquete de diez sobres de golpe en cualquier gasolinera. Nada-esperabas a que tu padre se levantara de la siesta para que te inflara la rueda de la bicicleta. Si alguien estaba utilizando el fijo en casa, nada-esperabas a que colgara; no había un móvil alternativa. Si llamabas a un amigo al fijo y estaba comunicando, nada-esperabas a que dejara de comunicar; no podías mandarle un whatsapp de voz. Si estabas deseando ver la última película de Star Wars, nada-esperabas a que la estrenaran; no te la descargabas en un sitio pirata. Si al final del verano tu amor estival te mandaba una carta, nada-esperabas impaciente los días de rigor a que llegara por correo; no había email que abrir ni chat al que engancharse. Nada-esperabas y, mientras, se te ocurrían un montón de cosas por hacer, como ordenar botones por colores, incordiar a tu hermana, comerte las uñas o escribir un poema.

Si el sábado a mediodía se te rompía el cartabón, nada-esperabas a que tu madre te pudiera comprar uno nuevo el lunes, o no, pero no te pedías uno en amazon prime que te llegara el domingo por la mañana. Amazon prime ha suprimido una cantidad ingente de nada-esperabas de nuestras vidas mundanas.

Vivimos a golpe de ratón: todo está al alcance de un clic. Es la cultura de la inmediatez: 
tiene que ser YA,
tiene que ser AHORA.
Nuestros monstruos han asimilado esta cultura de la inmediatez con mucha más naturalidad que nosotros, sin darse cuenta ellos del milagro (y a veces de la pérdida) que supone atajar días con urgencia. A su vez, nosotros les hemos permitido heredar esta cultura, anonadados como estamos ante el milagro del atajo, sin darnos cuenta de que en ese legado les estamos privando del placer de la
nada-espera

El tiempo de la espera es el más largo. Luego las cosas llegan, pasan y se olvidan con la fugacidad propia de la vida. Pero el tiempo de la espera no se olvida. 

Por eso, antes, cuando UNA estaba ocupada, o desocupada, y los pequeños monstruos reclamaban mi atención y UNA no se la ofrecía de inmediato, sentía cierta culpa (¿cómo se iba a privar UNA?). Pero ahora, unos cuantos años-de madre-después, cuando oigo:
¡Mamá!
y digo: 
- ¡Espera!
pienso que les estoy ofreciendo un gran obsequio. Les estoy compensando las prisas generadas por la cultura de la inmediatez con un poco de nada-espera. ¿Qué se les hace molesta la nada-espera? Puede, pero la molestia no mata, sino que va a poquitos cincelando resiliencia.

La resiliencia es un palabro que se ha puesto de moda precisamente por denotar una necesidad de nuestra era. O si no, ¿cómo vamos a sobrellevar la dilatación del tan esperado final de la pandemia? 

El tiempo de la espera,
no se nos olvide,
también es tiempo de vida mundana. 

Así que aprovecho para daros un consejo tipo zen que me complazco en ir repartiendo por doquier:

Estamos todos quemados...
pero no queméis los días...
que los días están contados...


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viernes, 12 de junio de 2020

Castigados sin recreo (el-cole-en-casa)



El otro día me saltó repetidamente un meme en el que se veía una terraza con adultos alternando en la nueva fase de la desescalada y se comparaba la imagen con la de unos niños en el cole guardando la distancia social y con mascarillas. Seguro que la habréis visto. La foto de la terraza puede que sea de por aquí: Ayer volviendo a casa por la noche con los niños después de un paseo por el campo las terrazas estaban abarrotadas de gente, como si tuvieran que recuperar las horas de terraza perdidas en el confinamiento. Pero la foto del cole seguro que no es de por aquí pues por estos lares los niños no han vuelto al cole. ¡Que se lo cuenten a las madres! Que se lo digan sobre todo a las madres de niños de Primaria. Ni siquiera puedo imaginarme cómo estarán las de niños de Infantil: Esa pesadilla ¡por suerte! no la he tenido que soñar.


Los de secundaria son, gracias a dios porque UNA tiene dos, más autónomos. Por “autónomos” no me refiero a la definición ideal de que sean lo suficientemente maduros e independientes como para organizar su propio proceso de aprendizaje y desarrollar técnicas de estudio que les permita la adquisición de destrezas y competencias. Por “autónomos" me refiero al triste hecho de que el Coronavirus les ha cambiado el aula por una pantalla y ellos han aprovechado la coyuntura con la picardía que otorga la adolescencia. Así que se encierran en su cuarto y, cuando tú apareces, cambian de inmediato de la pantalla de Instagram a la videoconferencia en la que se supone que están. Esa destreza de cambio instantáneo de ventana la han perfeccionado durante la cuarentena. Cuando las clases se supone que han acabado, ellos se hacen los remolones con el móvil o la tablet porque en teoría están haciendo tareas pero, en la práctica, están jugando al Fortnite o, lo que es aún peor, viendo cómo otros juegan al Fortnite. “Necesito el ordenador porque tengo que entregar un trabajo” significa en lenguaje-cole-en-casa “me voy a enganchar a Youtube un rato”. “Voy a coger el móvil que tengo que subir unas tareas a Classroom" equivale en lenguaje-cole-en-casa a “voy a chatear un rato con mis colegas”. Y “dame la tablet que tengo que hacer una foto de esto y mandársela al profesor” viene a querer decir en lenguaje-cole-en-casa “estoy desesperadamente aburrido, por favor, mamá necesito una pantalla YA”. Sin enredarme a hablar de los exámenes online por si hay algún profesor de mis hijos leyendo esto y pudiera soplarles los trucos y habilidades desplegados en el-cole-en-casa. 


¿¡Dónde quedó una buena chuleta!?


No pongo en duda ni cuestiono la matrícula de honor en nuevas tecnologías de la que van a poder presumir mis hijos de secundaria, la generación-pandemia, en su currículum vitae. Pero de lo que UNA ha venido a llorar hoy aquí es del que está en primaria. 


Dolfete hijo3 cumple 10 años en julio. Cuando Paul hijo1 y Gusi hijo2 cumplieron 10 años, UNA les hizo un vídeo en que celebraba su cambio de decena con un recorrido de fotos y vídeos de sus pequeñas -para ellos grandes- vidas. Pues bien, el vídeo que le haga a Dolfete, si es que me deja tiempo para hacérselo, va a ser -espero- más una terapia reconciliadora que un homenaje, porque en este momento, lo confieso, mi hijo me cae mal. Me cae mal. Ahí queda. Por muy mala madre que esto me haga sentir, el caso es que me he rendido al hecho irrefutable de que me cae mal. No le echo la culpa a él: Se la echo al cole-en-casa.




El-cole-en-casa es poco más o menos que un infierno. Para empezar, tienen que manejar aplicaciones para las que no tienen madurez: Canva, Drive, Camscanner, Gmail, un procesador de textos, un editor de vídeo… 

Entonces UNA se la pasa haciendo: Él tarda un minuto en terminar una tarea (con muchísima suerte solo) y ahí acabó la paz. Ahora UNA la escanea, UNA la sube a Drive, UNA la mueve, UNA la renombra. Por supuesto, previa revisión pues si no, la seño te manda mensaje de que la tarea está muy chapucera y que por favor los papis revisen antes de mandar. 


[En el tema de los papis no entro porque eso es tema de otro post (y ¡pedazo de tema!) pero apunto que ya viene perfilándose que el-cole-en-casa a quien más merma la conciliación es a las mamis.]


Total que UNA decidió, cuando fue percatándose de cómo iba a ir la cosa, que UNA no estaba dispuesta a todo ese rollo y cogió un día a Dolfete por banda y le enseñó a manejar una por una todas y cada una de esas aplicaciones. A ver, mi razonamiento era: 

"Si pueden manejar un mando de la PLAY con esa velocidad y maestría, que parece mucho pero que mucho más difícil, ¿no van a poder manejar estas sencillas herramientas?" 

Poder, pueden; pero quizás UNA olvidó tener en cuenta el poderoso factor-motivación: El caso es que cuando Dolfete se pone, el número de veces que pide ayuda (mamá...¡mamá!... MAMÁ... ¡MAMÁ!...) porque algo no se ha subido, o no se ha bajado, o no se ha movido, o no se ha renombrado, o no se ha imprimido, es MUY superior al porcentaje de resiliencia que le queda a UNA después del confinamiento. 

UNA está teletrabajando, no olvidemos, y ese teletrabajo se ve tan constantemente interrumpido que su productividad se ha visto seriamente reducida, con lo cual UNA tiene que invertir muchas más horas que de costumbre. 

UNA está cansada.


Además, todo tiene que ser YA. Estos chicos viven en la-cultura-de-la-inmediatez. Dolfete bloquea la pantalla de la tablet, o el ordenador, o la impresora, una media exasperante de veces al día porque simplemente no sabe esperar. Si le da a una tecla y el dispositivo no reacciona de momento, le vuelve a dar, y le vuelve a dar, y le vuelve a dar, hasta que el dispositivo dice: “¡EPA, hasta aquí hemos llegado!” y se bloquea, con lo cual pasamos una parte considerable de el-cole-en-casa desbloqueando dispositivos, reiniciando el ordenador, desenchufando y volviendo a enchufar. UNA que es muy pesada se pasa la vorágine del día en el-cole-en-casa diciendo: 

Espera…

Espera… 

No toques…

Espera…


Para más inri, los grupos de whatsapp, que ya he expresado por aquí el afecto que les profeso, están que arden de mensajes: ¿Qué ficha hay que subir a Drive, la de unidades de medida o la de dinero y tiempo? No encuentro el dictado de música. ¿Alguien se ha podido descargar el audio de la ficha de inglés? ¿Para cuándo tiene que estar el vídeo de educación física? (Por cierto, adivina quién va a grabar ese vídeo...) ¿A alguien les salen unas señoritas muy simpáticas con poca ropa cuando pincha en el enlace de francés?


Como docente, tengo perfecta conciencia de que el proceso de adaptación que ha atravesado el profesorado ha sido tan loable como complicado. Lo conté aquí. Así que conste en acta que no menosprecio su tarea ni considero responsables de este tema a los profesores. Lo que vengo a decir es:  

Esto no es sano


UNA personalmente necesita que los niños vayan al cole. 

Primero, para que UNA pueda ir a trabajar. Al trabajo: El trabajo es descanso. 

El trabajo es mi recreo de madre


Segundo, porque no es sano que los niños tampoco tengan recreo, que no estén con otros niños, que no tengan más puntos de referencia adulta que sus mamis (y sus papis), que pasen tanto tiempo delante de una pantalla. 

No es sano. 

Es agotador. 

Cada uno de los que formamos parte de la vida de nuestros hijos tenemos un rol en ella. El-cole-en-casa multiplica el rol de las madres y eso no es sano para la madre que además teletrabaja y está exhausta, pero tampoco es sano para el hijo, que acusa ese cansancio. Los conflictos aumentan, la irritabilidad y la tensión se palpan en el ambiente y, en definitiva, el-cole-en-casa es un desagüe de energía en el que todos acaban antes o después drenados.


Lo que me llama la atención es que hay países en los que se practica el homeschooling que es básicamente lo que estamos viviendo pero -escucha esto- POR ELECCIÓN. Es decir, que las madres deciden no trabajar y quedarse en casa y educar ellas a los niños. No dudo que sea una sabia elección desde un punto de vista que se me escapa pero UNA desde aquí renuncia públicamente a tanta sabiduría en aras de la salud mental. De la salud mental de UNA, de la salud mental de toda la familia-de-5 y, sobre todo, de la salud mental de mis hijos.


Por eso, cuando veo a los de las terrazas, me acuerdo del meme y pienso: 

¡Coño!, si éstos pueden estar aquí tan campantes, ¿por qué no pueden estar mis hijos en el cole con sus amigos y sus libros y su seño y la tiza?
 

¿¡Dónde quedó la tiza!? 


Otro día, si eso, que esté menos cansada escribo de todo lo que han aprendido los niños en el confinamiento, que también. Pero mucho me temo que éste es el tema de hoy.


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