viernes, 8 de abril de 2022

Mudar la piel

Como una serpiente, ser madre exige necesariamente saber mudar la piel. No te preocupes si no sabes: sabrás. No te quedará otra. Pero hacerlo con gracia... ¿¡eso!? Eso es lo verdaderamente difícil de ser madre.

Durante los días que huelen a bebé rosado, tu primera piel de madre te camufla. Toca perder protagonismo y dárselo todo al recién nacido. Los otros ya no te ven a ti, sólo ven al bebé. Recuerdo a una amiga, madre recién estrenada, que se enojaba porque todas las conversaciones que la rodeaban trataban sobre el bebé:

-He desaparecido como persona- me decía-, la gente ya sólo me ve como madre y ya sólo me hablan de la niña. 

También puede pasarte que disfrutes tanto de tu camuflaje, que seas tú misma la que te olvides de que eres algo más que madre. Me asalta el recuerdo de otra amiga, no-madre todavía entonces, que cuando UNA empezaba a serlo me reprochaba saberlo ella todo sobre la lactancia, pues probablemente UNA no cesara de abordar el tema en nuestras conversaciones.

Cuando ya empiezas a recuperar cierta sensación de rutina, cuando las noches dejan de ser tan largas, cuando ya tienes los brazos moldeados de tanto bebé, toca mudar la piel para hacerte madre-de-niño-pequeño. Es en esa muda en la que muchas nos embarcamos en la aventura de tener a nuestro siguiente hijo, pues todo cambio engendra resistencia, y nos aferramos animalmente a la piel de mamá-de-bebé.


Photo by Fidias Cervantes on Unsplash

Cuando UNA era mamá joven, otra mamá con más años de experiencia me dijo: -Yo ya puedo leer en la playa. Envidié su verano y es que la piel versátil de la madre-de-niño-pequeño es la multi-piel:

- Mamá, ¿qué hora es? UNA-reloj
- Mamá, ¿qué día es hoy? UNA-calendario
- Mamá, ¿va a llover? UNA-pronóstico-del-tiempo
- Mamá, ¿qué me pongo? UNA-estilista
- Mamá, me duele aquí UNA-doctora
- Mamá, me pica allí UNA-solucionario

A medida que ellos van creciendo, tú te vas especializando:
- Mamá, ¿me das dinero? UNA-entidad-bancaria
- Mamá, ¡no lo encuentro! UNA-objetos-perdidos
- Mamá, ¿qué hay de comer? UNA-menú-del-día
- Mamá, esto no va... UNA-técnico

Luego está UNA-nihilista:
- ¡Mamááá!
- ¿Quéeeee?
- ¡Nadaaaa!
 O UNA-sorda-por-saturación:
- ¡Mamááá! ¡Mamááá!
- ...
- ¡Mamááá!!!

Volverás a leer en la playa mucho antes de lo que imaginas, así que no reniegues del vértigo de esos veranos en los que no puedes. O reniega si te da la gana. Todo pasa y todo llega. Cuando te encuentras teniendo la charla del póntelo-pónselo, del traquitongueando como dice Dolefe hijo3, te preguntas adónde se fueron los días largos y cómo fueron los años tan cortos. Te preguntas adónde se fue tu chiquitín, aquel que quería casarse contigo y ahora no puede soportar sentirte respirar cerca. Literalmente no lo puede soportar. Cuando estas preguntas te asaltan la mente en modo escalofrío, inevitablemente te das cuenta de que ya va siendo hora de mudar de nuevo la piel. 

Esta nueva muda, mariposa, te arrancará un poquito la piel a tiras. Mudar la piel escuece porque las madres llevamos a los hijos tatuados en esa piel que muda. Hay pieles que van cayendo como caen las estaciones, con el paso natural del tiempo, cediendo el protagonismo a otras pieles, a otras estaciones. La vida te va llevando. Pero hay pieles más adheridas, que se hacen costra antes de caerse y cuesta más soltar. Está bien, mariposa. No te fustigues por eso, mariposa.

Planeaste tener hijos pensando en la primera piel, no reparaste en las mudas dolorosas que vendrían después. Cuando el niño de la sonrisa perenne no es que olvide darte los buenos días, es que simplemente ya no te ve, duele; cuando aquel pequeño que te apabullaba camino al cole con entusiasmo aderezado, se vuelve enigma indescifrable que se cierra como resorte en tu presencia, duele; cuando aquella lapa de afecto, de besos y caricias, ahora apenas intercambia contigo enfurruñados reproches, duele. 

Tómate el tiempo de doler. No hagas como si nada. Déjate doler como te dejaste querer un día. La mitad de las veces que te enfadas con tu hijo es el dolor que grita porque no le has dado voz. Hay que conectar con ese dolor para no andar enfadada todo el rato. Dejarse doler mudará la piel. 

Mas no te quedes anclada en el dolor. En esta muda, te hallarás a ti misma otra vez. Habrás necesariamente de reencontrarte con las promesas que UNA le hizo a UNA antes de ser madre. Quizás sea hora de retomarlas, de retomarte, mariposa; de tu metamorfosis. Hazte una reverencia y déjate pasar de vuelta a escena. Ahí estás. Te veo. Con el foco en tu piel, volverás a brillar, mariposa.


A modo de posdata añadiré que UNA es consciente de lo deshilvanado de esta entrada. Esta época me pilla entre dos pieles. Sólo confío en que haya madres ahí fuera hoy doliendo que sepan qué hacer con los hilvanes. Al fin y al cabo, la muda periódica de piel es síntoma de la salud de una serpiente

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4 comentarios:

  1. Precioso. Gracias por mostrarnos tu visión. Para las que estamos en proceso de muda, es un alivio leerte.

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    1. Gracias por leer mi visión y comentarla. Me resulta gratificante que te proporciones cierto alivio.

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  2. Supongo que una es madre para toda la vida, nunca dejará de serlo y, sin embargo, los hijos no son hijos para siempre. En algún momento tendrán que empezar su propia vida... Y, cómo has descrito muy bien, en cada una de esas fases toca mudar la piel, encontrar acomodo en otras cosas...

    No hay reglas ni manual de instrucciones, ¿verdad? Tan malo es hacer algo como dejar de hacerlo. El mismo arrepentimiento en ser madre que en no serlo...

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    1. Exacto, ya lo hablamos, no hay decisiones al 100%. UNA tiene que aprender a ser menos madre en esta muda, pero nos aferramos al rol más que a los propios hijos.

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Agradezco tus comentarios