martes, 12 de agosto de 2025

Crónicas de Wallapop

Suelo avergonzarme de mi extensa biblioteca de libros de autoayuda, pues es un género que no goza de popularidad en la esfera intelectual. Sin embargo, confieso que he consumido muchos libros sobre la ansiedad, mi eterna compañera de viaje, e, inmediatamente después de devorarlos, los pongo a la venta en Wallapop para que no decoren demasiado mi librería. Su popularidad es sólo un síntoma de la cantidad de ansiedad que late en nuestra sociedad.

—¿Me lo dejas en 6? —pregunta Clara.

—No me compensa el viaje a Correos.

—¡Ah, vale! Gracias por responder.

La sombra de Clara, como la del ciprés de Delibes, se me alarga en la tarde. A la mañana siguiente le escribo:

—¿Qué tienes? ¿Ansiedad? Mira, he cambiado de opinión. Si aún lo quieres, te cambio el precio a 6. Es tan horrible vivir con miedo que, entre nosotras, nos tenemos que ayudar.

Sí, claro que tiene ansiedad. Me lo cuenta:

—Llevo tres años con esto. He tenido rachas. Se me pasó un tiempo, pero ahora vuelve de vez en cuando. Intento llevar vida normal, aunque hay días en que no puedo. Sufro ataques de pánico. El año pasado emprendí el negocio de mis sueños, súper feliz e ilusionada, y este año mi trabajadora se dio de baja. Nuestro convenio me obliga a pagarle el sueldo íntegro, así que le pago a ella, contrato a otra, trabajo de 7 a 18... y no gano nada. Quiero tener hijos, pero así no puedo. Mi idea era un bebé el próximo año. Tengo 34.

Leo su sufrimiento con compasión. Si la conociera, la abrazaría. Le diría: «No estás sola». Y ella seguramente rompería a llorar. Al final me compra dos libros a mitad de precio. Me deja un correo. Le mando cositas que a UNA le han servido para lidiar con la ansiedad en su momento.


Las madres son otro género de mujeres-Wallapop: las entregadas. Me escribe Laura preguntándome por los libros de emociones para niños:

—Me interesan los libros. ¿Alguno de ellos tiene actividades? ¿Están pintados? Es por regalárselos a mi hija en Reyes para trabajar emociones.

—No están pintados. Son preciosos, ya lo verás. De tapa dura todos. Los compré para mis tres hijos, pero ya son mayores y no los leen.

Siento ternura por la inocencia de esa madre joven, Laura y UNA, que no sabe que, en realidad, está comprando el libro para ella misma; que no se ha dado cuenta aún de que las emociones se educan por ósmosis y no por lecturas. Nos enredamos y acaba regalándome su historia:

—Me encanta el mundo de la mente y las emociones. Con mi hija he trabajado mucho. Encima, murió mi hermana, a la que estaba muy unida, y mi hija pequeña tiene parálisis cerebral. Espero darle las herramientas para que pueda ser feliz. Tiene 11 años. Hemos trabajado mucho, pero ahora necesita un refuerzo de autoestima...

De veras que lo siento. Lo de la hermana de Laura. Lo de su hija pequeña.

—Tu fortaleza me inspira. Te mando por aquí el abrazo que te daría de tenerte cerca. De madre a madre.

Acaba recomendándome dos libros de emociones para adultos: El laberinto del alma, de Anna Llenas, y La vida ilustrada, de Lisa Aisato.


Marta vive en un pueblo. Está preocupada. Su hijo estudia Filología y ha suspendido Gramática. Ella le echa la culpa al profesor. Hoy tiene que venir a la ciudad porque su padre se ha caído y está ingresado; mañana le operan. Al final le regalo el libro. Estoy segura de que jamás querré volver a leerlo; es un César Vallejo.

—Que vaya bien lo de tu padre.


Beatriz me quiere comprar Cuando era divertido para su crío, que se ha leído todo de Eloy Moreno. Pero este libro no es para críos, le digo. Me insiste:

—Es que ya leyó Diferente, Invisible, Redes.

—Sí, pero este es para adultos.


Le cuento de qué va. Le envío una foto de la contraportada. Al final me lo agradece y UNA se queda sin su venta.



En a-mariña


Si me buscas en Wallapop, verás que en mi perfil tengo declarado, en mayúsculas, NO REGATEO. Nada más lejos de la verdad. La gente tiende a ignorar este aviso en el felpudo de mi cuenta y UNA, de un tiempo a esta parte, también. Al principio, cuando me rogaban que les bajase el precio, contestaba con un seco «No, lo siento». Ahora les insto: «Dame un motivo». La mayoría de las veces, sobre todo si el comprador es hombre, la conversación termina ahí. En ocasiones, no obstante, el motivo se despliega a modo de anécdota. Ese es mi modo particular de regateo: te cambio un descuento por una historia. A los que escribimos nos pirran las historias.

Incluso cuando UNA es la que compra, reclamo su historia.

—¿Te puedo preguntar por qué lo vendes?

—¡Hola! ¡Claro! Pues me he quedado prácticamente en la calle tras separarme y tengo que vender todo lo posible.

En algún momento me di cuenta de que, al otro lado de estas transacciones, había una persona y no sólo un comprador. Empecé a incluir una espiga amarilla en todas mis ventas. Pensé: Podemos hacer esto o lo podemos hacer bonito. Elegí bonito.

—Gracias por la espiga —me escribe Clara—. La usaré de marcapáginas. Es preciosa.