Cuando era una cría, supongo que como todos a esa edad, tenía ideas grandiosas de cómo iba a ser mi vida. Las ideas fueron cambiando a lo largo del tiempo pero curiosamente todas me dibujaban famosa.
Sería una actriz famosa, glamurosa, espontánea. Me veía recogiendo premios, agradeciendo a mis padres los estudios de arte dramático, los viajes al extranjero, la fe en mis extravagancias.
A ratos sería una escritora famosa, conocida en todo el mundo, traducida a 24 lenguas, incluido el polaco.
A medida que iba creciendo en tamaño, mis sueños iban decreciendo en la necesidad de fama. Ahora aspiraba a ser veterinaria, para estar rodeada de animales; o profesora de secundaria, para estar rodeada de animales. 😜 No, en serio: sentía tal admiración por mi profesora de secundaria que quería convertirme en ella para que alguien sintiera esa admiración por mí. Supongo que en mi escala de valores cambié la fama por la admiración.
A partir de los 30 comencé a tener la crisis de los 40. En algún momento de mi segunda juventud me vi doblegada a aceptar el hecho de que mi vida no iba a ser grandiosa: ni fama ni glamur ni probablemente admiración. La aceptación vino seguida de una resignación decepcionante, gris, oscura. Supongo que estos colores son los que bautizan a esta etapa como "crisis".
En algún momento salí a flote. Me dije a mí misma:
ESTO es lo que hay. ESTO es lo que tienes: una vida mundana. ¿Qué vas a hacer con ella? ¿Qué vas a hacer con tu vida mundana? Voy a hacerla grandiosa. Voy a ponerla en valor. Voy a hacer que mi vida mundana merezca la pena. Y éste es el blog donde voy a escribir sobre ello.
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