domingo, 9 de septiembre de 2018

Para ti que te quedas, para mí que me voy... dos inviernos

Yo vivo en Córdoba.
Peter, marido, vive en Málaga.
Córdoba está a menos de dos horas de distancia de Málaga en coche, una hora en tren.
Paul, hijo1, Gusi, hijo2, y Dolfete, hijo3, viven en Córdoba conmigo.
Yo soy profesora y Peter es profesor. Eso significa que tenemos vacaciones escolares. Durante las vacaciones escolares estamos los 5 juntos, en Málaga. Luego llega septiembre y yo me voy y Peter se queda, y tenemos dos inviernos distintos.


Para ti que te quedas, para mí que me voy... dos inviernos

Mi invierno es intenso. Como tantas mujeres, muchas de ellas solas, hago malabarismos para conciliar mi vida laboral en la escuela (en la que además de dar clase, ocupo un cargo directivo) con mi vida en casa: tres niños, meriendas, comidas, cenas, alguna actividad extraescolar (no muchas), coles, tareas, cumpleaños, peleas entre hermanos y un largo etcétera que para una perfeccionista como yo a menudo se hace agotador. Porque lo que nadie te adelanta es que todos estos menesteres llevan emociones asociadas. Navegar las olas emocionales de cada miembro de la familia a través de estos avatares diarios es a veces una experiencia gratificante, y otras, cuando UNA está de valle y no de cumbre, puede llegar a resultar abrumador. Y es en estas brumas cuando UNA se siente sola.

El invierno de Peter, marido, es un invierno en tren. Peter va los martes y se vuelve los miércoles. Peter va los viernes y se vuelve los lunes. Peter duerme cuatro noches en Córdoba y tres noches en Málaga. Peter se estresa porque a veces el tren se retrasa y él llega tarde al cole. O porque sale tarde del cole y no llega al tren. Así que va corriendo. Luego, cuando está solo en Málaga, tiene tiempo de salir a correr porque está solo y a Peter le gusta correr y, reconozcámoslo, le gusta estar solo.

La gente no entiende. La gente no entiende que Peter, marido, viva en Málaga y UNA viva en Córdoba. Pero no siempre fue así. Cuando nos casamos, el proyecto era de vida en común. Peter estaba ya asentado en Málaga porque trabaja en una cooperativa de la que se convirtió en socio con lo cual él no contaba con la posibilidad de moverse sin renunciar a su trabajo. No que Peter, marido, hombre, hubiera renunciado nunca a su trabajo. Es que tampoco eran tiempos de renunciar a ningún trabajo. Siguen sin serlo.
Me moví yo.
Yo era interina: pedí destino Málaga y me lo dieron.
Luego me saqué las oposiciones y estuve dos años en prácticas: pedí destino Málaga y me lo dieron.
Luego estuve en expectativa de destino: pedí destino Málaga y me lo dieron.
Luego me dieron como destino definitivo un pueblo de la provincia de Córdoba: pedí una comisión de servicios y me la dieron por cuatro años consecutivos durante los cuales pedí destino Málaga y me lo dieron.
Y luego, por motivos que sólo la administración podrá explicar, me quitaron la comisión de servicios, de la misma manera arbitraria que me la habían dado.
Para entonces ya teníamos tres niños.
Peleé.
Peleé mucho.
Ya nadie se acuerda de cuánto peleé.
Me pedí una excedencia, estuve un año y medio sin trabajar, y me la pasé peleando. Presenté un recurso a la Consejería de Educación y Ciencia de la Junta de Andalucía. Como seguían sin darme el traslado a Málaga, pedí el traslado a Córdoba donde tengo un colchón de familia y amigos. Y ése sí me lo dieron de inmediato.
Por esas fechas también me llegó la desestimación del recurso que había presentado.

Ahí tuve una rabieta descomunal. Envié un escrito de tres folios a la Administración explicando mi situación de madre de familia numerosa que se veía obligada a elegir entre, o bien dejar de trabajar y tener una familia, o bien seguir trabajando y dejarme a la familia atrás. Por supuesto no obtuve respuesta alguna. No es el objetivo de este post denunciar las inconsistencias de una administración liderada por políticos que se llenan la boca delante de las pantallas de TV hablando sobre conciliación cuando, a la hora de la verdad, mujeres como yo nos hemos visto en encrucijadas de la vida donde parecía haber sólo esas dos opciones: o trabajar o estar con mis hijos. A los hombres por lo general no se les presentan estos dilemas. Peter, marido, nunca tuvo que decidir.
Y yo opté por una tercera opción que no estaba sobre el tapete: la de irme y llevarme a los tres hijos conmigo, porque yo no los tuve para dejarlos atrás, pero tampoco estaba dispuesta a renunciar a una vida profesional para la que estuve décadas preparándome.


No quise renunciar a mi trabajo ni por ser mujer ni por ser madre. 
Y me fui. 
Y me llevé a los 3 hijos conmigo.

Y siete años después así seguimos. Nos hemos acoplado a esta vida a caballo entre dos ciudades, y si bien probablemente ahora sería más asequible obtener el tan ansiado traslado ya que el tema de la conciliación ciertamente ha mejorado, nosotros hemos decidido seguir como estamos porque estamos bien así. Estamos bien así. Y eso es lo que la gente no entiende. Y de lo que quería hablar en este post.

Los libros de texto de infantil y primaria ya han modificado el concepto de familia. La familia ahora abarca muchas modalidades: madres solteras que decidieron acudir a un banco de esperma o padres solteros que decidieron recurrir a un vientre de alquiler en el extranjero; padres y madres divorciados, a veces tiene la custodia él, casi siempre ella, cada vez más es compartida y los niños viajan maleta arriba, maleta abajo de casa de papá a casa de mamá y viceversa; a veces son los padres divorciados los que se mueven y los niños mantienen el hogar. Hay familias de dos padres o familias de dos madres. Hay hijos adoptados, hijos en acogida.
La familia ha evolucionado y ya no responde a un patrón único. Hay múltiples patrones. Pues más allá de estos patrones parece ubicarse mi caso: un matrimonio que se vio obligado a separarse por circunstancias laborales y que ha optado por mantener esa separación. Es decir nos separamos físicamente (que no emocionalmente) por obligación, pero hemos mantenido esa separación por elección. Y la gente no lo entiende.

A lo largo de estos años, y especialmente cada septiembre, me encuentro dando explicaciones, justificando mi situación, resumiendo este post una y otra vez. Y no deja de asombrarme que, si bien se da por supuesto que no osaríamos pedir explicaciones a un matrimonio homosexual, ni a una madre soltera, ni a una pareja divorciada, no obstante, la gente parece sentirse con la libertad de preguntarme por qué: ¿por qué no vivo con Peter, marido, en Málaga? ¿por qué ya no pido el traslado? ¿es que estamos mal? ¿nos vamos a divorciar? Porque por lo visto estar divorciado está bien, ése no sería problema, muchos lo están pero no vivir con tu marido es una desviación. Una desviación de la norma, no tiene categoría de patrón de familia.

Cuando quieras, le digo a la que me cuestiona, te demuestro que yo paso más tiempo con mi marido que tú con el tuyo. No sólo eso. Dudo mucho que mi matrimonio funcione peor que muchos de los que conviven. Cuando lo tienes haciendo equilibrio en un tren, haces por cuidarlo. De manera rigurosa, Peter, marido, y yo hacemos dos escapadas a solas al año que renuevan votos. Buscamos ratos de calidad para hablar de los niños y evaluar nuestra relación, probablemente más ratos que muchos de los que a diario cenan juntos. Y tenemos la complicidad de que compartimos esta modalidad de matrimonio que no está registrada pero que a nosotros nos funciona. Y los veranos... ¡Oh, los veranos!

Este septiembre he decidido cerrar. Ya no me explico más, ya no me justifico más. Esto es lo que hay. Peter, marido, vive en Málaga y UNA vive en Córdoba. Y estamos bien así. ¿Qué no lo entiendes? Pregúntate por qué sientes la necesidad de juzgarme. Hasta la fecha yo he sentido la necesidad de justificarme cada vez que me cuestionabas. Ya no. Este es mi patrón, éste es NUESTRO patrón. Y a nosotros nos funciona. CERRADO.


1 comentario:

  1. Me alegro que lo hayas cerrado. La vida es muy corta para entretenerse con tantas explicaciones. Besos guapa

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