Ayer pensé en Manuel. Un tío hecho y derecho.
Intento bromear con él antes del examen. Llega. Se sienta. Empieza a hablar. Lo está haciendo bien. Me siento orgullosa. Y, de repente, no le sale la voz del cuerpo. Se queda callado. Nos mira. Me mira.
— Estoy muy nervioso.
Siento que, si fuera por él, se pondría a llorar. Y, si fuera por mí, me levantaría, abandonaría mi puesto de tribunal, daría la vuelta hasta llegar a su silla, y le abrazaría como si abrazase a un hijo mío.
Pero no puedo hacerlo porque no se vería bien. Así que me limito a decirle:
— Respira. No nos veas como una amenaza, no somos el enemigo. Estamos aquí para ver lo que haces bien, no lo que haces mal.
En algún momento, retoma. De lo que me doy cuenta es de que acabo de tener una interacción con un niño, un chico pequeño que se pasea dentro de ese hombre de 40 años al que le tiemblan las manos y la voz. Y este niño me ha conquistado; ha sido capaz de despertar en mí toda la ternura de la que, como madre, soy capaz.
Toda esa literatura sobre el niño interior que llevamos dentro; toda esa tendencia sobre maternar a la parte de ti que quedó anclada en la criatura —y que mis hijos tacharían de 'rojada'—, va a resultar que tiene su fondo de verdad.
Ando estos días observando a la niña que UNA también lleva dentro, y me detengo con curiosidad a localizar a los niños que todos los demás llevan dentro. Es cuando menos curioso ser testigo de todas esas criaturas paseando por el mundo en cuerpos de adultos que albergan todavía miedos y pasiones infantiles.
A UNA le sale la niña cuando se enfada mucho. UNA-niña se lía a hacer estropicios infantiles. Te esconde algo para que no lo encuentres, por ejemplo. Sé que esa niña podría, como Amy en Mujercitas, tirar la novela de Jo al fuego. ¡Así de enfadada está! UNA-niña se autocastiga mandándose a la cama sin cenar para que no quepa duda de lo enfadada que estoy. UNA-chiquitita sube las escaleras a pisotones para que todos oigan lo enfadada que estoy. Cualquiera de mis hijos es más maduro que UNA-niña bien enfadada. Puede que meta la basura en tu mesilla. ¿¡Que no!? Lo mejor de la vulnerabilidad es que nadie te puede acusar de lo que ya has confesado.
He visto a una de mis colegas más cuerdas esconderse tras recibir un premio por miedo a hablar en público; a otra tener una rabieta después de recibir un horario injusto; a otra llorar porque nadie quería jugar a su juego. Te hablo de gente hecha y derecha, de gente admirable que, en un momento dado y, sin previo aviso, entra en una especie de trance y ahora quien mueve la marioneta de su cuerpo es el niño interior, la chiquitita que llevan dentro y que parece haberse quedado enganchada en algún momento de un pasado lejano.
Muy lejano a veces. Tengo un grupo este curso en el que la media de edad es de 65. Les propuse ir llenando un álbum con pegatinas que les voy regalando por sus logros. Quisiera que los vieras. Reclamándome la pegatina cada vez que consideran que han conseguido algo; retándose entre ellos; esforzándose para conseguir rellenar una casilla más; aplaudiendo si me presento en clase con pegatinas con motivos navideños. Un aula repleta de niños de 65 años. Lo pasamos en grande.
El regalo de identificar a estos chiquitines es que puedes mirarlos con ternura, y aplicar dosis de compasión. Cuando al rato siguiente de un estropicio UNA-chiquitita se siente culpable, puedo cantarle la canción de ABBA: Chiquitita, dime por qué... aunque quieras disimularlo...
Si la acuno un rato, a lo mejor el manuscrito de Jo se salva de las llamas.
No me cabe duda de que es este el motivo por el que la maternidad es un proceso de conocimiento y desarrollo personal tan poderoso; pues, es hacerte madre, y la chiquitita que llevas dentro despierta reclamando su espacio en tu regazo.
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Supongo que envejecer es también reencontrarse con esa niña interior, pero esa parte la veo con tristeza porque parece que perdemos demasiadas cosas por el camino.
ResponderEliminarEntrañable relato, gracias. Desnuda para mí, los entresijos de la Navidad. "Mirad al niño Jesús", jajaja...y en las reuniones familiares, todos los niñ@s, reales o internos, salen a escena con sus traumas y deseos negados. Pero también con su creatividad, curiosidad, alegría de vivir, con tal de que les demos un abrazo y un "sí, cariño, puedes...".
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